jueves, 27 de diciembre de 2018

¿Cuál es la verdad? ABC de Sevilla


Se lee en el Evangelio según San Juan (18:37,38) que Jesús afirmó en el pretorio:"Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el  que es de la verdad, escucha mi voz”. A lo que Pilatos le contesta: “¿Qué es la verdad?”. Es la pregunta eterna de la filosofía: ¿Cuál es la verdad? Si no somos  capaces de ver la luz, sería mejor proceder en la forma que aconseja Ludwig Wittgenstein, en su Tractatus Logico-Philosophicus,  cuando nos dice que «sobre lo que no es posible hablar, es preferible callar». Y efectivamente, cuando la velocidad y complejidad de los cambios te llenan de dudas, parece conviene retirarse a tiempo. Me despido de ustedes entonces, agradeciendo al ABC la forma en que me ha tratado durante este año, ha sido un honor colaborar en el periódico. Pero, como hay que terminar de alguna forma, aprovecho para expresar las pocas certezas que me restan por si de algo sirven:

La que está ocurriendo en estos momentos en Occidente, y por supuesto en España con singular intensidad, es el resultado de la atribución real de la soberanía a la universalidad de los ciudadanos. Una vez que el sufragio censitario fue eliminado y las clases obreras y campesinas, como diría un leninista, accedieron al juego del poder, su participación tuvo lugar a través del mecanismo representativo. Es decir, se creó una burocracia partidista preparada profesionalmente, y ello tanto en la izquierda como en la derecha.  La justificación se encontraba en que la inmensa mayoría no estaba capacitada ni tampoco interesada en la participación directa. Sin embargo, el acceso universal a la educación y el aumento constante del nivel de vida determinan actualmente que todo el mundo tenga el tiempo libre necesario para ocuparse de los vericuetos del juego político.  Y al final Rousseau va a tener razón, pues la gente termina creyendo que la  representación supone una usurpación.

Decía Alexis de Tocqueville que todo proceso democrático conduce a que la gente entienda que cualquier diferencia, por mínima que sea, ofende a la razón. Y la cualidad de representante pasa a considerarse como un privilegio, pues nadie es más que nadie. La igualdad se reclama como un bien muy superior al de la libertad. Los representados se vuelven contra sus representantes, los señalan como enemigos y utilizan a los medios de comunicación para su desprestigio.  No es que quien quiera dedicarse a  la política tenga que vigilar los rincones ocultos de su alma, también debe preocuparse de las de sus abuelos y tatarabuelos. Ha vuelto la Inquisición. En conclusión, nadie que tenga un prestigio que defender se dedicará a la política; solamente a los más osados e irresponsables podrá interesarles.  Es un proceso fatal: el triunfo de la inmensa mayoría, lo que Elías Canetti y Ortega y Gasset llamaron las masas, puede suponer el hundimiento real de la democracia, que no puede existir sin inteligencia ni racionalidad. Es un pensamiento políticamente incorrecto es cierto, pero ni a la izquierda ni a la derecha les conviene la destrucción del Estado de Derecho tal y como las revoluciones burguesas y proletarias lo concibieron.

Y por lo que se refiere en concreto a la vida política española de estos agitados tiempos, lo único que tengo claro es que nuestro régimen constitucional y la defensa de la unidad del Estado dependen de la fortaleza de los tribunales de justicia. Son los jueces, desde el Presidente de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, Manuel Marchena, el instructor Llarena, también Paúl de Velasco en Andalucía,  o Ángel Juanes en la Vicepresidencia del TS quienes con su inteligencia y preparación están defendiendo las instituciones democráticas. Por eso, los independentistas quieren debilitarlos, sembrando dudas sobre su imparcialidad. Parece que no nos damos cuenta de que, como dice el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el ordenamiento jurídico pertenece al mundo de las apariencias.

El prestigioso magistrado de ese Tribunal Sr. M. Zekia señaló, en más de una ocasión, que “igual de importante que hacer justicia es parecer que se hace”. Si de una manera irresponsable alimentamos sospechas sobre su honestidad podemos inevitablemente generar “prejuicios” desfavorables en el TEDH. Y si llegaran a fallar en su día, en el tema del procés,  en contra de nuestro Estado, el daño sería irreparable. Es conveniente que todos lo tengamos en cuenta, la opinión pública también. Sobre todo cuando somete las decisiones judiciales, fundamentalmente las de manera bien cursi llamadas “de género”, otras también,  a un escrutinio desconfiado de carácter policial. Así no se puede seguir…

Nos cuenta Hermann Hesse que Siddharta se convirtió en barquero, el agua corre, pero el río permanece. Y se dijo: “¡He necesitado tiempo para aprender, y aún no he conseguido entender que no se puede aprender nada!”. Pasarán los años, y ninguna de nuestras creencias se mantendrá porque somos una angustiada esperanza de eternidad quizás sin sentido.




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