jueves, 27 de diciembre de 2018

¿Cuál es la verdad? ABC de Sevilla


Se lee en el Evangelio según San Juan (18:37,38) que Jesús afirmó en el pretorio:"Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el  que es de la verdad, escucha mi voz”. A lo que Pilatos le contesta: “¿Qué es la verdad?”. Es la pregunta eterna de la filosofía: ¿Cuál es la verdad? Si no somos  capaces de ver la luz, sería mejor proceder en la forma que aconseja Ludwig Wittgenstein, en su Tractatus Logico-Philosophicus,  cuando nos dice que «sobre lo que no es posible hablar, es preferible callar». Y efectivamente, cuando la velocidad y complejidad de los cambios te llenan de dudas, parece conviene retirarse a tiempo. Me despido de ustedes entonces, agradeciendo al ABC la forma en que me ha tratado durante este año, ha sido un honor colaborar en el periódico. Pero, como hay que terminar de alguna forma, aprovecho para expresar las pocas certezas que me restan por si de algo sirven:

La que está ocurriendo en estos momentos en Occidente, y por supuesto en España con singular intensidad, es el resultado de la atribución real de la soberanía a la universalidad de los ciudadanos. Una vez que el sufragio censitario fue eliminado y las clases obreras y campesinas, como diría un leninista, accedieron al juego del poder, su participación tuvo lugar a través del mecanismo representativo. Es decir, se creó una burocracia partidista preparada profesionalmente, y ello tanto en la izquierda como en la derecha.  La justificación se encontraba en que la inmensa mayoría no estaba capacitada ni tampoco interesada en la participación directa. Sin embargo, el acceso universal a la educación y el aumento constante del nivel de vida determinan actualmente que todo el mundo tenga el tiempo libre necesario para ocuparse de los vericuetos del juego político.  Y al final Rousseau va a tener razón, pues la gente termina creyendo que la  representación supone una usurpación.

Decía Alexis de Tocqueville que todo proceso democrático conduce a que la gente entienda que cualquier diferencia, por mínima que sea, ofende a la razón. Y la cualidad de representante pasa a considerarse como un privilegio, pues nadie es más que nadie. La igualdad se reclama como un bien muy superior al de la libertad. Los representados se vuelven contra sus representantes, los señalan como enemigos y utilizan a los medios de comunicación para su desprestigio.  No es que quien quiera dedicarse a  la política tenga que vigilar los rincones ocultos de su alma, también debe preocuparse de las de sus abuelos y tatarabuelos. Ha vuelto la Inquisición. En conclusión, nadie que tenga un prestigio que defender se dedicará a la política; solamente a los más osados e irresponsables podrá interesarles.  Es un proceso fatal: el triunfo de la inmensa mayoría, lo que Elías Canetti y Ortega y Gasset llamaron las masas, puede suponer el hundimiento real de la democracia, que no puede existir sin inteligencia ni racionalidad. Es un pensamiento políticamente incorrecto es cierto, pero ni a la izquierda ni a la derecha les conviene la destrucción del Estado de Derecho tal y como las revoluciones burguesas y proletarias lo concibieron.

Y por lo que se refiere en concreto a la vida política española de estos agitados tiempos, lo único que tengo claro es que nuestro régimen constitucional y la defensa de la unidad del Estado dependen de la fortaleza de los tribunales de justicia. Son los jueces, desde el Presidente de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, Manuel Marchena, el instructor Llarena, también Paúl de Velasco en Andalucía,  o Ángel Juanes en la Vicepresidencia del TS quienes con su inteligencia y preparación están defendiendo las instituciones democráticas. Por eso, los independentistas quieren debilitarlos, sembrando dudas sobre su imparcialidad. Parece que no nos damos cuenta de que, como dice el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el ordenamiento jurídico pertenece al mundo de las apariencias.

El prestigioso magistrado de ese Tribunal Sr. M. Zekia señaló, en más de una ocasión, que “igual de importante que hacer justicia es parecer que se hace”. Si de una manera irresponsable alimentamos sospechas sobre su honestidad podemos inevitablemente generar “prejuicios” desfavorables en el TEDH. Y si llegaran a fallar en su día, en el tema del procés,  en contra de nuestro Estado, el daño sería irreparable. Es conveniente que todos lo tengamos en cuenta, la opinión pública también. Sobre todo cuando somete las decisiones judiciales, fundamentalmente las de manera bien cursi llamadas “de género”, otras también,  a un escrutinio desconfiado de carácter policial. Así no se puede seguir…

Nos cuenta Hermann Hesse que Siddharta se convirtió en barquero, el agua corre, pero el río permanece. Y se dijo: “¡He necesitado tiempo para aprender, y aún no he conseguido entender que no se puede aprender nada!”. Pasarán los años, y ninguna de nuestras creencias se mantendrá porque somos una angustiada esperanza de eternidad quizás sin sentido.




jueves, 13 de diciembre de 2018

Con piedad y sin miseria moral. ABC. Sevilla.


Con belleza, nos dice el Elesiastés: Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará: Nada nuevo hay bajo el sol”. Y es que “todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo. Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir…”. Nada hay eterno efectivamente, por tanto no puede sorprender que un partido ganador de las elecciones en Andalucía durante cerca de cuarenta años esté a punto de perder el poder. No es algo extraño, en los países escandinavos la socialdemocracia se mantuvo en el gobierno buena parte del siglo XX, y fue artífice de su Estado del Bienestar hasta entrar finalmente en crisis. Pues bien, aquí ha llegado la hora del relevo para el Partido Socialista Obrero Español y sería absurdo que sus dirigentes no fueran capaces de comprenderlo. También parece prudente que los vencedores, en cuanto portadores de la necesidad de un cambio, eviten el ridículo y la desmoralización que supondría que no fueran capaces de ponerse de acuerdo. Además, deben evitarse simplificaciones que van acompañadas de buena dosis de mezquindad. Y así me gustaría señalar lo siguiente:

Primero.-Ya desde Goya se ha puesto de relieve la dureza del pueblo español hacia los derrotados, aquí muchas veces se prefiere la humillación del contrario antes que el logro de sus respeto. Somos cainitas, y lo demostramos a la hora de tratar a los antiguos presidenetes de gobierno. No es posible olvidar el desprecio con el que Pedro Sánchez se dirigió a una persona tan digna como Marian Rajoy, ¿hay algo más contrario a la ética que el insulto que le soltó en pleno debate electoral? ¿Y no es ciero que sus rivales quisieron llevar injustamente a la cárcel a Felipe González por todos los medios? Decimos esto porque la derrota del PSOE en Andalucía ha sido en gran parte producto de sus errores, es verdad. Pero, desde una mínima elegancia, es necesario recordar que su permanencia en el poder fue consecuencia directa  de la aceptación por el electorado, es decir por los andaluces. Y no hay que eludir el respeto que deben merecer todos y cada uno de sus presidentes, alguno de ellos, como José Antonio Griñán, tratados con enorme crueldad e injusticia por sus enemigos partidistas, a pesar de su categoría. Al admirable Albert CAmus pedía, en Les Justes algo tan elemental como “un mínimo de piedad”.

Segundo.-El resultado obtenido por los partidos Popular, Ciudadanos y Vox refleja, es indudable, una voluntad de cambio. Deberían tener en cuenta, sin embargo, que no hay nada más peligroso que no ser capaces de administrar un triunfo. Sería decepcionante que no tuvieren la mínima generosidad e inteligencia a la hora de negociar entre ellos. Más grave aún, que no supieran interpretar los resultados. La necesidad de modificación de rumbo, que refleja las urnas, debe entenderse en gran medida en clave nacional, no de nuestra Comunidad. El Partido Socialista Obrero Español, uno de los ejes centrales del constitucionalismo español de 1978, y garante hasta ahora de su estabilidad, carece ya de legitimación moral para gobernar en España desde el momento en que se apoya en los independentistas catalanes, lo que constituye una vergüenza. Una buena parte de los andaluces han querido expresar su miedo a la destrucción de nuestro país, han tratado de influir sobre Madrid y punto. Es preciso tenerlo en cuenta, pues no es el momento de políticas mezquinas y estrechas. De lo que se trata es de incidir en la política estatal.

Tercero.-Todos los pueblos defienden su grandeza, y Andalucía tiene el mérito, expresado en la simbología, de actuar por sí, “para España y la humanidad” por muy cursi que pudiera parecer. Uno de sus primeros estadistas, después de identificarse como españolista, señaló que nuestro objetivo debía ser eliminar la desigualdad económica e injusticia social que habíamos padecido durante siglos. Nuestra Autonomía se ha identificado así con el progreso y la necesidad de liberación, rechazando cualquier tentación nacionalista. Los miembros del nuevo gobierno deberán tener en cuenta que lo único importante es recuperar la cohesión estatal y la defensa de la unidad. Sería absurdo, además de suicida, embarcarnos en políticas competitivas con otras Comunidades.

         Es el momento de un cambio probablemente decisivo, es hora de la recapitulación. Así, habría que expresar agradecimiento a todos los que han luchado, en este tiempo, por Andalucía. Ha habido políticos malos y corruptos, cierto, pero también generosos y eficaces. Y ello en todos los partidos, no es posible olvidar, entre otros muchos, al miembro del Partido Popular Antonio Garrido Moraga, un gran intelectual recientemente fallecido. Tampoco a la culta e inteligente Fuensanta Coves, del PSOE, que llegó a ser Presidenta del Parlamento, o a Inmaculada Nieto y Horacio Lara, ambos de Izquierda Unida y ejemplos de generosidad. La categoría no es privilegio de ninguna formación. A nuestra Comunidad le ha llegado la hora de la transformación, ojalá sea con grandeza. Si no son capaces, menuda irresponsabilidad.


martes, 4 de diciembre de 2018

Vox no es un partido fascista hoy. El Mundo. Madrid


“Cuando yo uso una palabra – dijo Humpty-Dumpty con un tono burlón – significa precisamente lo que yo decido que signifique: ni más ni menos”. Lo decía Humpty-Dumpty, y lo dicen siempre los que mandan, los que tienen capacidad para adulterar el lenguaje. Así, se llega a afirmar con rotundidad, a raíz de las elecciones en Andalucía, que Vox es un partido fascista, y la verdad es que los que lo dicen no tienen mucha idea de lo que fue el fascismo, ni tampoco lo han combatido nunca. Para bien o para mal, Vox no es más que la reacción de una parte del pueblo andaluz a la torpeza y dejación de los partidos estatales con respecto al problema catalán. Caso contrario, el porcentaje de votos que han conseguido sería mucho menor. Es una cuestión elemental:

Primero.-El Partido Popular, al menos desde un punto de vista político, incurrió en clara dejación de sus responsabilidades en Cataluña. Con independencia de la categoría personal de Rajoy, lo cierto es que en esta materia se abstuvo de actuar. No tuvo ni la energía, tampoco la grandeza y altura de miras necesaria para afrontar el problema. No se planteó siquiera el mantenimiento del art. 155 de la CE cuando jurídicamente existían posibilidades reales para ello. Decepcionó en consecuencia a sus votantes.

Segundo.-El Partido Socialista tan próximo a lo mejor del catalanismo y a su historia, no podemos obviar la brillantez de Borrell, en los últimos tiempos ha dado la impresión de ser capaz de aliarse a los independentistas con tal de permanecer en el poder. Si la moción de censura hubiera estado basada en la corrupción del PP, Pedro Sánchez tendría que haberse limitado a convocar elecciones y punto. Conservar el gobierno implica dar posibilidades a quienes mantienen viva una rebelión política, jurídica también si hacemos caso al profesor Enrique Gimbernat.

Tercero.-Un partido es de extrema derecha cuando propugna la vulneración de la legalidad, fomenta la violencia y pretende la eliminación de los derechos fundamentales y las libertades públicas. Eso es lo que hizo la dictadura franquista, y así en sus comienzos fue calificada justamente como fascista. Vox, por ahora, no ha hecho nada de eso. Si lo hiciera, sería legítimo volver contra ellos a las barricadas. Mientras tanto, su discurso no constituye más que parte de una reacción contra el abandono de una política clara en materia territorial, todo lo demás es accesorio.

Enmanuel Macron ha dicho de manera bien brillante que el nacionalismo constituye una traición al verdadero patriotismo. Es cierto, ya afirmaba Manuel Azaña que ser patriota español no significaba otra cosa que defender el caudal  de belleza, bondad y cultura que España había aportado al mundo. Y dentro de ese caudal está lo que nos ha dado Cataluña. Pedro Sánchez no parece haberse dado cuenta que con sus pactos, aunque sean meramente tácitos, con los independentistas está traicionando el amor que una parte importante del pueblo español siente por Cataluña. Es suicida abandonarla a su suerte, porque es de todos nosotros. El éxito de Vox forma parte de esa reacción, su torpeza y la del PP lo han creado.


jueves, 29 de noviembre de 2018

¿Nos equivocamos? ABC de Sevilla


Nací en el año 1952, pertenezco a una generación que está jubilándose ahora y que, en gran medida, vivió acomplejada frente a los países europeos más desarrollados. Al ser de Tánger, ciudad de carácter internacional, percibí la superioridad que los franceses nos manifestaban. Me llegué a convencer de que el problema era de carácter político: la pervivencia del régimen franquista, que había sido apoyado por los regímenes derrotados de Alemania e Italia,  sería el motivo real del rechazo. La Constitución de 1978 supuso, en consecuencia, una liberación psicológica. Ya éramos iguales, y más cuando nos integramos en la Unión Europea, todo al fin se habría normalizado. De hecho, nuestros hijos carecen  de género alguno de complejo frente a sus amigos de “Erasmus”. Sin embargo, hay veces que las dudas me asaltan: ¿es normal que los tribunales europeos nos estén dando tantos bofetones y que Inglaterra, aun con Brexit, parezca tener más influencia que nosotros?

Kenneth Clark, profesor de la Universidad de Oxford y uno de los grandes historiadores del arte del siglo XX, consiguió la consagración internacional al publicar su libro Civilisation: A Personal View, traducida y editada en España por la prestigiosa Alianza Editorial. Se trata de un libro que leí con enorme interés en los años ochenta. Lamentablemente, al iniciarlo, me encontré que en su prólogo se incluía lo siguiente: ”Cuando uno se pregunta qué ha hecho España por ampliar la conciencia humana y colaborar al progreso de la humanidad, la respuesta es menos clara. ¿Don Quijote, los grandes santos, los jesuitas de América del Sur?”. Esta duda le lleva a omitirnos de su estudio sobre la civilización, terminando su análisis con la afirmación de que España ha sido sencillamente España, lo que no puede resultar más ofensivo.  Basta con recordar que somos la tierra de Velázquez, Goya y Picasso para contestar a una estupidez de ese género. Y si se considera que el arte por sí solo no implica civilización, podemos exhibir, ya desde el siglo XVI, la Legislación de Indias con su reconocimiento de la humanidad de todos los seres e idéntica necesidad de protección por el poder político, lo que los anglosajones tardaron en hacer.

¿Existe entonces un rechazo hacia España? Si uno visita Bruselas, se encontrará fácilmente con el monumento a los duques de Egmont y Hornes “asesinados por las tropas españolas”, según así se indica. Personalmente, es verdad que los dos holandeses con los que recuerdo haber tenido un diálogo iniciaron la conversación hablándome del Duque de Alba, y no es ninguna broma. En el fondo, existe un problema real perteneciente al mundo de los sueños y las ideas, por tanto a la psicología colectiva de los pueblos, a sus mitos. La Europa que conocemos se formó en lucha contra España. No es sólo el caso de Holanda y Bélgica, cuya nacionalidad no puede entenderse sin su rebelión, también el de la moderna Italia y los países luteranos.  El “rêve d’avenir partagé” que, según Renan, caracteriza la formación de una nación, consiguió realizarse mediante la creación de un enemigo monstruoso contra el que luchar: los demonios del mediodía, es decir los españoles.

La civilización española, en su época de mayor esplendor, no puede entenderse sin su defensa del Antiguo Régimen, y las cualidades de carácter superestructural, en el sentido marxista, que la caracterizaban: aventura, excepcionalidad, sentido del honor, orgullo, virilidad, defensa de la Iglesia, magia…siempre presentes en nuestro arte, literatura y en la forma de comportarnos como nación. Todo lo contrario de lo que impulsaron los países luteranos y, en general, los que en Occidente alumbraron el mundo contemporáneo. Para ellos, en la forma que preconizaron las declaraciones revolucionarias de los siglos XVIII y XIX, la felicidad constituía un derecho fundamental de todos los hombres al mismo nivel que la vida y la libertad. El desarrollo se convirtió en su objetivo, la racionalidad y secularización en sus instrumentos. Así, necesitaron destruir las justificaciones ideológicas que se les oponían y que en gran medida habían constituido nuestras banderas.

Turquía aspiró a ingresar en la Unión Europea, y al ser rechazada ha empezado a desarrollar la idea de volver a sus orígenes: los que la convirtieron durante siglos en la mayor potencia del mundo mediterráneo. De hecho, su influencia cada vez es mayor. Nosotros tuvimos la opción de  mantenernos fuera de la UE, varios dirigentes hispanoamericanos, recuerdo a Fidel, nos lo pidieron expresamente. Teníamos una posición privilegiada en América, pero también en el mundo árabe que desgraciadamente hemos perdido. En Europa, en cambio, ni siquiera nuestra lengua tiene suficiente peso y para la cultura francesa siempre seremos un rival. ¿Cuál habría sido nuestro destino de haber optado por otra dirección? Y digo todo esto porque, sea uno de izquierdas o de derechas,  ser patriota es amar a tu Patria en el sentido de Azaña, desde nuestra querida Cataluña a Vejer de la Frontera.


martes, 20 de noviembre de 2018

España creó a Franco. El Mundo. Madrid


Durante mucho tiempo se pensó, a la manera de Thomas Carlyle, seducido por la idea de la relevancia de los héroes, que eran los grandes personajes los que daban sentido al universo. Es falso, sus características son siempre moldeadas por la fuerza irresistible de la inmensa mayoría. La tragedia del Gulag no es obra exclusiva de Stalin, fue una convulsa y paranoica sociedad rusa la que lo creó. ¿Hubiera sido posible Napoleón sin el proceso revolucionario iniciado en 1789? Para bien o para mal, son las masas las que dibujan el mundo. Así, el significado de Franco no puede abstraerse de la personalidad de nuestra nación durante gran parte del siglo XX. Igual que Alemania fue culpable del  fenómeno hitleriano, y es perfectamente consciente de ello, España fue el país creador del franquismo. Todos fueron responsables, desde los catalanes, ¿no han leído Los cipreses creen en Dios de Gironella?, hasta los canarios. Es algo elemental:

Primero.-Franco careció de la grandeza intelectual de Manuel Azaña, y de su conmovedora capacidad para pedir perdón. Tampoco tenía la memorística erudición de Alcalá Zamora ni la calidad humana y filosófica de Julián Besteiro. En cambio, representó perfectamente el miedo de una parte importante de la sociedad española ante los desórdenes derivados del pistolerismo fascista y anarquista, y la inseguridad que generó la lamentable revolución asturiana de 1934. Es indudable, Franco se alzó militarmente en 1936  pero la mitad de la sociedad española estuvo con él. Las elecciones celebradas en febrero de ese año demuestran la división de nuestro país.

Segundo.-Nuestra Guerra Civil generó personalidades trágicas, también valientes. Así, el famoso dirigente anarquista Francisco Ascaso murió en Barcelona en los primeros días del Alzamiento, defendiendo en las calles a la República. Por su parte, José Antonio Primo de Rivera fue cobardemente asesinado en Alicante por sus ideas. A diferencia de ellos,  Franco expiró en la cama con más de 80 años. Y si lo consiguió fue porque, salvo al inicio del Régimen, la mayoría de los españoles decidieron, por convicción o miedo, que era más sensato acomodarse a la situación.

Tercero.-Franco fue un hombre vulgar, careciendo de la grandeza de De Gaulle. Jamás intentó la reconciliación y, como muestra de su crueldad, firmó penas de muerte hasta los últimos momentos. Sin embargo, esa obstinada y vengativa personalidad nos reflejó muy bien. ¿No decía Pascal que la piedad no era una virtud española?

Cualquier psicólogo de tres al cuarto aconseja superar los traumas. Si al cabo de cuarenta años no somos capaces de hacerlo con Franco, puede deberse a dos razones: necesidad de conocer la propia historia, objetivo siempre legítimo, o búsqueda de enemigos imaginarios para mantener interesadas posiciones de poder. Da la impresión de que es esto lo que nuestro gobierno pretende. Si es así, es grave su responsabilidad pues divide a una  sociedad que necesitaría estar más unida que nunca ante los ataques a su régimen constitucional. Además, complacerse en la exhumación de cadáveres más bien recuerda el carácter morboso, esencialmente descompuesto y enfermo, de nuestro país.



jueves, 15 de noviembre de 2018

María Dolores Cospedal. ABC de Sevilla


En los inicios del régimen constitucional de 1978, se enfrentaron personas de la talla de Felipe González, Santiago Carrillo, Manuel Fraga y Miguel Roca, entre otros. A todos les cabía el Estado en la cabeza. No es que se tratara de catedráticos e intelectuales; es verdad que los había y muchos, basta citar a Gregorio Peces Barba, Raúl Morodo o Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón. Pero la izquierda obrera,  tanto comunista como socialista, aportó representantes de la categoría de Marcelino Camacho  o Eduardo Saborido. Ahora, en cambio, nos encontramos con Pedro Sánchez, Pablo Casado, Iglesias y Albert Rivera. Una cierta diferencia, la verdad

El abandono de la política por las élites no es sólo un fenómeno español. ¿Puede compararse Trump con Kennedy? Su razón de ser es muy clara: nadie que tenga algo que perder, aunque sea simplemente su honor, quiere exponerse. Los medios de comunicación han alumbrado una teoría según la cual, en los asuntos que tengan un interés público, las libertades de información y expresión prevalecerán sobre el honor. Una auténtica aberración en sus resultados, por mucha necesidad que se tenga de respetar el debate ciudadano. Pero es que los propios tribunales, empezando por la Corte Suprema de los Estados Unidos de Norteamérica, han consolidado una doctrina según la cual si quieres ser valorado tienes que someterte al ojo escrutador de los medios de comunicación: demostrarás si eres digno, o no. Paradójicamente tal doctrina tenía  origen en las órdenes impartidas por el Consistorio de Ginebra, controlado por Calvino, a los habitantes de su ciudad para que no pusieran cortinas en las ventanas y así evitar que cometieran pecado. El Juez Brandeis, clásico representante del puritanismo calvinista estadounidense, dirá posteriormente en sus sentencias que “la luz del sol es el mejor de los desinfectantes”, el secreto sería por esencia pecaminoso. Pero si todo se conoce, al final todos  seremos pecadores con lo que nos llevarán a la hoguera.

Desde que los tribunales y las declaraciones de derechos lo justificaron, el chismorreo inquisitorial se legitimó, se convirtió en algo útil para las sociedades humanas, amparado por las libertades de expresión e información. Se dio seriedad a algo que tenía su último fundamento en la competitividad animal: los mejor dotados se aseguran los instrumentos para exhibirse y trasmitir sus genes, en tanto que la mayoría, que rencorosamente les observa, buscará aliarse para eliminarlos. Pero la coartada que se utilizará, aunque bien cínica, no podrá ser más correcta,  se trata de mejorar el funcionamiento social, pues los que sobresalen, incluso en actividades lúdicas, influyen en el público. Por tanto, si actúas ante los demás deberás exponerte a la crítica. El razonamiento es impecable, el problema es que, poco a poco, el margen de libertad se ha ampliado hasta el punto de que las informaciones que tengan interés ciudadano, y hoy día se nos quiere hacer creer que todo lo tiene, se valorarán por encima del derecho a la intimidad.

¿Por qué ha tenido que renunciar a su escaño y abandonar sus responsabilidades María Dolores Cospedal? Pura y sencillamente porque en nuestro país no hay ya lucha política, y menos intelectual. Se ha legitimado la destrucción del adversario por cualquier medio, incluso  los más repulsivos. Si una persona es brillante, Abogada del Estado, Secretaria General de un Partido y goza de influencia social, como la Cospedal, terminará arrojada cruelmente a los infiernos. Pues bien, en 1920, el propio Tribunal Supremo de los Estados Unidos acuñó su doctrina delárbol envenenado”, que contamina todos sus frutos. El aparato punitivo del Estado no podrá servirse de ellos. Es el caso de las grabaciones sin orden judicial, los delitos provocados, los registros policiales sin autorización y de todos aquellos en que el delito es perseguido utilizando instrumentos ilegales o de carácter inmoral. Y si el criminal tiene derecho a que el Estado juegue limpio con él, mucho más lo debe tener un ciudadano, incluso un político, en relación con la crítica de la opinión y de los medios de comunicación. No es lícito utilizar la vileza, y el hecho de prevalerse de grabaciones, cuya exactitud además no es posible de comprobar, carece de legitimidad moral alguna. Eso no es política, es bazofia.

Ante un caso así, parece mentira que su propio partido la entregue a los leones. ¿Acepta entonces que se actúe en esa forma? Si es así, el PP no se da cuenta que estamos asistiendo a un serio intento de quiebra de la Constitución de 1978 y de la unidad del Estado español con el acoso a sus dos más claros puntales: el poder judicial y la institución monárquica. En vez de ocuparse de esto, parece que nuestros partidos prefieren dedicarse a la eliminación del adversario sin importar la forma; uno caerá hoy y el otro mañana. Limitar la política a la búsqueda de los pecados ocultos no es propio de estadistas, todos los tienen,  sino de chismosos viles y torpes que nos conducirán a la ruina. Si desaparece la ideología, nos quedaremos con charlatanes tramposos.