lunes, 3 de diciembre de 2001

La reforma del Estatuto de Autonomía. Diario El Mundo


El art. 29 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano incorporada a la Constitución francesa de 1793 establecía: "Un pueblo tiene siempre derecho a revisar, reformar y cambiar su Constitución. Una generación no puede someter a sus leyes a las generaciones futuras". Es lógico, ni la eternidad ni la perfección son propias de los hombres y resultaría pueril pretender haber encontrado las normas definitivas capaces de regular las instituciones humanas de una vez y para siempre. Por el contrario, todos los textos legales son susceptibles de cambio y podría ser perfectamente legítimo, en consecuencia, abordar un proceso de modificación del Estatuto de Autonomía para Andalucía, como parece pretenderse desde diversos sectores. Sin embargo, ¿es prudente en este momento? A pesar de la enorme irresponsabilidad que a veces parece mostrarse, no sería posible olvidar que Andalucía forma parte de un Estado cuya precisa articulación territorial está aún por decidir. La introducción de cualquier factor imprevisto en el proceso autonómico puede repercutir inmediatamente sobre el conjunto del sistema. 

No se trata de un juego, se quiera o no Euskadi está todavía por encajar en el conjunto del Estado. Y el problema no puede radicar en mostrar la suficientes dosis de rapidez o picardía para ser los primeros o segundos en llegar a un determinado techo competencial. Estamos hablando de la forma del Estado español, que no parece muy inteligente modificar sin saber previamente hacia dónde nos dirigimos. Cuando se habla de asimetría, determinados sectores parecen escandalizarse como si ello implicara la aceptación de una discriminación particularmente hiriente por injusta e insolidaria. No se trata de eso, se quiera o no la recuperación de las libertades públicas en España estuvo condicionada, en materia autonómica, por el hecho de que determinadas regiones, singularmente la vasca y la catalana, habían gozado durante la II República o la Guerra Civil de un estatuto territorial diferenciado como consecuencia de su personalidad histórica. La reacción del franquismo que llego a calificar en algún instrumento normativo como "provincias traidoras" a Vizcaya y Guipúzcoa hacía imposible que la Democracia dejara de abordar el problema, y así se hizo. 

 Sin embargo, el hecho nacional es eminentemente psicológico. Una Nación existe en la medida en que se siente como tal, por considerarse diferente. En este sentido, la generalización del proceso autonómico ha podido condicionar la actitud de determinadas fuerzas políticas de carácter nacionalista permanentemente necesitadas de factores de distinción. ¿Si todos somos iguales, cómo se explicita que constituimos una nacionalidad? Desde un punto de vista estrictamente jurídico, sería fácil deducir que el nivel de competencias de los catalanes en la II República era sustancialmente inferior al actual; sin embargo de nada serviría una conclusión de esta clase si el resto de las regiones se hubiera elevado hasta alcanzar la misma posición territorial. No podemos transformar un problema constitucional en una competición deportiva o en un juego demagógico dirigido a explotar permanentes agravios comparativos. 

La Autonomía andaluza fue abordada en su momento por nuestra clase política de una manera singularmente inteligente. Se trataba de extender la democracia, acercar los centros de decisión a los ciudadanos, nunca fue concebida de otra forma pues no existía un problema "nacional". Es evidente que puede resultar perfectamente legítimo plantear en cualquier momento la reforma de nuestros instrumentos normativos, y a lo mejor es el momento de hacerlo. Sin embargo, siempre será conveniente tener en cuenta que en el camino no estaremos solos y que lo que hagamos no dejará de influir en el conjunto del Estado. Lo simétrico o asimétrico del resultado a lo mejor no es el problema principal...

sábado, 3 de noviembre de 2001

La victoria de Ben Laden. Diario El Mundo


Desde el comienzo de la intervención americana en Afganistán, las portadas de los medios de comunicación parecen sincronizadas al reflejar un lento pero seguro avance militar: bombardeos, apoyo a la Alianza del Norte, primeras intervenciones terrestres… Podría dar la sensación de que la continuación está escrita, entrada en Kabul, deserción en masa de los talibanes, huida de los resistentes a las montañas y formación de un gobierno de coalición apoyado desde el exterior. Pero,¿y después? Lo verdaderamente descorazonador de este conflicto es que difícilmente se podrá ganar. El objetivo de Ben Laden es perfecto por su simplicidad: América debe perder su seguridad. Es evidente que lo ha conseguido. Incluso en el supuesto de que encontrasen su refugio y fuese eliminado, quedarían otros millones de potenciales Ben Laden en el mundo.Y Occidente no puede subsistir sin la normalidad de lo cotidiano.

 Durante siglos, nos hemos desarrollado sobre la base de que la existencia no tiene por qué ser rechazada pues es grata a Dios que la ha creado. Es perfectamente legítimo, por tanto, perseguir el bienestar. Tomás Moro decía a comienzos del siglo XVI que "los utopianos discuten sobre la virtud y el placer. Pero la principal y primera controversia se centra en saber dónde está la felicidad del hombre. ¿En una o varias cosas? Sobre este punto, parecen estar inclinados, más de la cuenta, a aceptar la opinión de los que defienden el placer como la fuente única y principal de la felicidad humana". El placer constituye un derecho de los hombres que las primeras Declaraciones de Derechos de las colonias americanas se preocuparon de subrayar: "Todos los hombres son iguales y tienen unos derechos sagrados e inalienables, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Para conseguirlo, transformamos el mundo a la medida de nuestras necesidades mediante la experimentación, la ciencia y los artificios mecánicos. 

Al final, nos hicimos dueños y señores de la naturaleza con una visión optimista de la historia que parecía dirigida hacia el desarrollo indefinido. Así, el Marqués de Condorcet se preguntaba:¿Sería absurdo suponer que llegará un tiempo en el que la muerte sólo sobrevendrá por algún accidente o por la lenta destrucción de las energías vitales, sin que se pueda poner un límite fijo?". Hasta la inmortalidad parecía posible. Nos convertimos en seres soberbios, pero al mismo tiempo tremendamente frágiles, pues, como diría Kenneth Clark, la civilización exige "confianza en la sociedad en que se vive, fe en su filosofía, fe en sus leyes y confianza en la propia capacidad mental". Y todo esto es muy fácil de perder, basta con empezar a dudar. La sensación de victoria es siempre más psicológica que real, en consecuencia las sociedades humanas durarán lo que ellas mismas quieran durar. En la Edad Media, por ejemplo, no pudo darse un serio esfuerzo civilizador pues constituyó un período dominado por los cuatro jinetes del apocalipsis: peste, hambre, guerra y muerte que impidieron el desarrollo de las instituciones humanas durante siglos.

 Sin embargo, hay un quinto jinete que cabalga libremente en los tiempos de crisis: el miedo. Surge un día y va minando poco a poco los recursos de cualquier sociedad hasta que llega un momento en que se constata la pérdida de su energía vital y de sus deseos de progreso. El miedo produce desesperanza y elimina la sensación de seguridad. En esas condiciones, desaparece el espíritu planificado de lucro, la capacidad de invención y de transformación de las cosas del mundo.¿Para qué, si la vida ha dejado de tener sentido? Las plagas destruyen las ganas de vivir. Las civilizaciones como los mismos seres humanos nacen, se desarrollan y mueren. Es un proceso imperceptible que parece repetirse eternamente, y Roma constituye su mejor modelo. Ciertamente, nuestra situación parece muy lejos de la decadencia pero sería conveniente tener en cuenta que la derrota de Ben Laden no puede producirse en Afganistán. Ese es el escenario anecdótico del conflicto, pues su desarrollo real está teniendo lugar en el rico teatro europeo y americano. Es allí donde se ventila el verdadero problema: nuestra capacidad para vencer el hambre y la miseria del tercer mundo y la posibilidad de construir una sociedad global guiada por la razón, que es tanto como decir la solidaridad.

miércoles, 10 de octubre de 2001

¿Es decadente nuestra civilización? (Publicado en los diarios del Grupo Joly)

Los atentados de los Estados Unidos parecen haber generado una sensación de temor e inseguridad, no sólo en América también en Gran Bretaña y el resto de Europa, que hace resurgir una cuestión que asalta a todas las civilizaciones en sus momentos de crisis:¿Occidente ha terminado su ciclo? Es una pregunta que, no sin cierta lógica, viene asaltando en los últimos años al pensamiento norteamericano. En este sentido, es de indudable interés la obra de Arthur Herman, "La idea de decadencia en la historia occidental". Al comienzo de su trabajo, se pregunta:¿Por qué la sensación de decadencia es común a todas las culturas? Quizá sólo refleje la experiencia humana de los cambios corporales desde la infancia hasta la madurez y el inevitable deterioro de la capacidad física y mental en la vejez".

Ya Maquiavelo había advertido que la vida de las sociedades funciona como un ciclo que se repite eternamente: la austeridad genera la fuerza, la fuerza el lujo y la comodidad y la comodidad la decadencia. Cuanto más cerca estemos de la cima, más rápido será el final. En este sentido, el recuerdo de Roma ha funcionado siempre a la manera de símbolo. Era un mundo creado para la eternidad que, sin embargo, entró en franca descomposición al fracasar los intentos de asimilación de los invasores bárbaros. La expansión de los pueblos germánicos se produce durante todo el imperio bajo el peso de su presión demográfica interna. La razón de la caída de Roma, de su incapacidad para controlar la vitalidad de los pueblos situados más allá del limes, constituye una de las eternas preguntas de la filosofía, también evidentemente de la historiografía, occidental¿Es inevitable que a las sociedades humanas les llegue la hora de la muerte?

En cualquier caso, el recuerdo de Roma y el temor a una historia cíclica que repita su proceso de crecimiento y decadencia ha funcionado a la manera de un trauma de la civilización occidental, y ha acompañado desde siempre a su pensamiento. Se han dado muchas explicaciones. Y así, de una manera clásica, evidentemente también superada, por Hans Delbrük se nos dice: "con relación a los pueblos civilizados, los bárbaros tienen la ventaja de tener a su disposición el poder guerrero de los instintos animales desenfrenados, del vigor básico. La civilización refinada al ser humano le hace más sensitivo y al hacerle así decrece su valor militar, no sólo su fuerza corporal, sino incluso su valor físico".

Ciertamente, cualquier hipótesis por disparatada que pudiera parecer encuentra siempre argumentos en su apoyo. Y bastaría con recordar a Alexis de Tocqueville cuando señalaba que es en el crecimiento poblacional donde se demuestra la vitalidad de una Nación. Si ello fuere así, el exámen de nuestros índices de crecimiento demográfico serviría para sacar las inevitables conclusiones. Cuando una sociedad no se reproduce, es que ha perdido las ganas de vivir. Sin embargo, nada en la historia de las sociedades nos demuestra que existan cosas inevitables. Todo dependerá de nosotros, y de nuestra capacidad para sobrevivir. La sensibilidad,la libertad y la tolerancia no tienen por qué constituir el final de un proceso.

Con gran escándalo de los defensores del pensamiento dominante, Berlusconi acaba de decir que la civilización occidental es superior a cualquier otra. Y ciertamente es así desde el punto de vista del desarrollo técnico, también desde el respeto a la idea de `derechos del hombre' y a las libertades individuales. Ello no significa desprecio a otras culturas, pues una afirmación de tal índole debe entenderse de una manera estrictamente histórica. Actualmente, hemos llevado al máximo los deseos de felicidad y bienestar de los hombres. En otras épocas, otros lo hicieron. Y aunque ciertamente nosotros moriremos, lo deseable es que los valores de nuestra civilización permanezcan y que no sea necesario volver a empezar.

Hace ya muchos siglos, fueron los monjes quienes de manera paciente consiguieron conservar los restos de una civilización que ni siquiera muchos de ellos entendían. Por ahora, nuestra cultura está viva y no hace falta que nadie guarde celosamente su recuerdo. Sin embargo¿será necesario que retornen los bárbaros para que el eterno deseo de belleza,de justicia y de igualdad de los hombres vuelva a renacer?

domingo, 23 de septiembre de 2001

¿Tienen razón los americanos?

Como ha escrito el destacado orientalista Tor Andrae, el Paraíso musulmán es un paraje delicioso "regado por ríos refrescantes y donde frondosos árboles derraman su sombra. Los bienaventurados reposan en lechos y almohadones, vestidos con trajes de seda y brocado. Magníficos frutales dan sombra a los partícipes del banquete celestial: granados, plátanos, parras y palmeras. Además reciben, como sustento, carne de todas clases y todo cuanto desean. Como compañía y por esposas reciben también huríes de ojos negros, de las cuales sabe referir Mahoma que son recatadas doncellas creadas especialmente por Alá".¿Cómo no habría de seducir un destino como éste a hombres desesperados carentes de toda promesa de felicidad en la tierra? Nuestra civilización estaría sufriendo el ataque de fanáticos tanto más peligrosos cuanto no tendrían nada que perder.

Sin embargo, lo ocurrido la semana pasada exige de nosotros miembros de una sociedad metódica, creada sobre las bases del pensamiento cartesiano y los principios de la Ilustración, un esfuerzo de profundización intelectual. Como ha dicho Alessandro Baricco en el diario italiano La Repubblica, los atentados asombran por su estética. Son demasiado perfectos en cuanto llevan al límite la propia imaginación desarrollada durante años por Occidente. Somos una generación resultante de siglos de absoluta libertad. Todo ha sido posible, incluso crear sueños de pura destrucción.¿Lo que han hecho estos terroristas no es lo que habían previsto ya escritores de nuestro mismo universo cultural, sólo que de manera menos lograda? Históricamente, las civilizaciones cuando llegan a su cima tienden irremediablemente a la decadencia y la muerte.

Bin Landen es indudablemente un fanático, pero cuando habla dice cosas que deben analizarse. En una entrevista concedida recientemente a un periódico europeo señaló que su lucha iba dirigida contra la corrupción occidental y sus intentos de creación de una sociedad sin Dios. Afirmaciones de tal índole podrían parecer salidas de la Edad Media, de una época felizmente superada en la que no cabría posibilidad de mejora pues todo habría de subordinarse a los designios impenetrables de un ser superior. Nuestro mundo, por el contrario, va dirigido a la búsqueda del bienestar, el progreso y la transformación de la naturaleza. Pero no será también efectivamente corrupto? Los habitantes de Kabul no conocen de nosotros más que retazos de una televisión parabólica que sólo les ofrece sueños de adoración al becerro de oro y al sexo. Si eso es Occidente, parece razonable que quieran rechazarlo.

Como ha dicho Le Monde, es completamente lógico que la barbarie provocada en los Estados Unidos nos haga sentir que todos somos americanos, pero tampoco cabe olvidar que en Sudán destruimos una fábrica de productos farmacéuticos por simple imprudencia, que en Israel la miseria de un pueblo ha sido consecuencia de los complejos de una sociedad que quería reparar su culpabilidad en el Holocausto y que a veces se bombardea Irak por inconsistentes razones derivadas de la mayor o menor estabilidad de un Presidente. Los medios de comunicación nos enseñan el horror de la muerte en Manhattan, pero difícilmente serán capaces de describir la angustia vivida en los campos de refugiados palestinos. Desde allí las víctimas no son las mismas, otros serán por tanto los responsables.

Es evidente que nada de lo anterior puede justificar el terror ni los ataques a una civilización que ha sido capaz de desarrollar la libertad entre autocríticas y dudas. Además, a veces la brutalidad no merece siquiera el esfuerzo de la comprensión intelectual. Sin embargo, ante el "choque de civilizaciones" anticipado por Huntington deberemos actuar con la suficiente inteligencia como para evitar los errores derivados de la autocomplaciente soberbia.