sábado, 28 de enero de 2012

Newton y las elecciones

Alexander Pope, uno de los más grandes poetas en lengua inglesa escribió el siguiente epitafio “la naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche. Dios ordenó que se hiciera Newton, y todo se llenó de luz”. Supongamos, como pensaban los ilustrados, que a partir del célebre autor de los “Principia” los brujos e iluminados hubiesen desaparecido del mundo y todo pudiera resolverse con arreglo a matemáticas, que es tanto como decir a la razón. ¿Qué pediría Sir Isaac de las próximas elecciones andaluzas? Creo que, al menos, se limitaría a señalar tres cosas:

Primera.-Que los mediocres abandonaran las listas electorales. Es cierto que una gran parte de los seres humanos somos tan soberbios que atribuimos tal cualidad a los demás, entonces ¿quiénes lo son? A los efectos que aquí interesan las personas que no tienen otra profesión que la política, dependen de las directrices de los mandamases de turno y carecen de trayectoria intelectual, profesional, o ideológica propia. Todos ellos querrán perpetuarse en el cargo porque no tienen otro medio mejor para vivir. No pueden interesar, desprestigian.

Segunda.-Que la democracia no fuese concebida como la dictadura de la mayoría, es decir de los votos. En una situación de crisis, hacen falta proyectos e ideas sin dejarse dominar por los deseos inmediatos y concretos de las masas, que sólo sirven para obtener triunfos de carácter táctico perjudiciales a la larga para la buena marcha de la sociedad. Es cierto que la “tiranía del populacho” ha sido denunciada de manera interesada desde las filas de la reacción. Probablemente por mi pasado comunista, en los supuestos de colisión entre valores y votos optaré siempre por el mantenimiento de los valores. En la Alemania que apoyó a los nacional socialistas, yo hubiese estado siempre con los que pretendían negarles el acceso al poder. La soberanía debe residir en el pueblo efectivamente, pero sería una estupidez estar pendiente en cada momento de lo que pretendan imponer las encuestas de turno.

Tercera.- Que los partidos dejen de utilizar a los medios de comunicación porque, al final, quienes dominarán serán ellos. Uno de los grandes riesgos de la democracia occidental radica en que los gobernantes, al carecer de sistemas ideológicos de carácter coherente, aceptarán las directrices de los “creadores de opinión” que no representan a nadie, carecen de legitimidad y participan en una guerra de la propaganda mucho más eficaz que la que practicaron Goebbels o Stalin. Newton o Descartes hubieran pedido algo tan simple como originalidad e inteligencia. Lo demás sólo conduce a la estulticia, y cuando nadie crea en el sistema se acabó la democracia.

sábado, 14 de enero de 2012

Cansancio vital

Pasan los años y te ves cada vez más débil, más solo, más triste. Te dirán que también más sabio, pues la ancianidad lima las pasiones y genera conocimiento. Siddharta al final de su vida se convierte en barquero: el río es eterno, fluye constantemente pero sigue igual. Llega un momento en que el hombre quiere fundirse con la naturaleza y dejarse morir, es consciente de que no puede hacer nada para resistir. Es cierto, el tiempo te enseña a ser prudente y a adoptar posiciones relativas, pues todo depende de la perspectiva en la que estés situado. No hay ningún mérito en ello, lo que ocurre es que has perdido vitalidad y no tienes fuerza para luchar. Los viejos están dominados por el impulso de tánatos, y la muerte no es ni sabia ni torpe, constituye un hecho natural.

Es un error confundir el cansancio con la tolerancia. Un anciano puede transformarse en un ser maniático, incluso en un cascarrabias, pero difícilmente será un fanático por la sencilla razón de que la violencia es una nota que sólo cabe predicar de la juventud. Spengler comparaba el devenir de las civilizaciones con el vuelo de una bandada de pájaros. No sirve de nada la observación de un ejemplar individual, es el conjunto el que se mueve con un sentido que proporciona la totalidad. Nacen y mueren una vez y otra vez, y así hasta la eternidad; desempeñando cada uno de ellos un papel que nadie sabe quién lo ha escrito. Los seres humanos nos comportamos en la misma forma, nos creemos libres cuando no hacemos otra cosa que desempeñar una función ya establecida. Y así, actualmente, los europeos presumimos de progresismo y comprensión cuando lo que nos ocurre es que estamos viejos.

Uno de los momentos artísticos más deliciosos de Occidente tiene lugar con el rococó: la contemplación de los cuadros de Boucher o Fragonard no sólo inspiran belleza, reflejan también una sociedad que quiere divertirse y ha aprendido a no tomarse demasiado en serio. Al fin y al cabo, sólo la estética, un erotismo simplemente pícaro y la filosofía merecen la pena. Los aristócratas se burlan de sí mismos y, siguiendo a Madame de Châtelet, buscan obsesivamente la felicidad, pues lo demás da igual. No se daban cuenta que representaban un mundo caduco, Robespierre sin misericordia los llevó a la guillotina.

Todas las civilizaciones mueren, y paradójicamente lo hacen cuando han llegado a su plenitud. Nuestro nivel de riqueza y bienestar es muy superior al de cualquier otra época, además vivimos en un mundo esencialmente justo: el poder es de las masas, es decir de todos y cada uno de los ciudadanos. Somos capaces también de ponernos en lugar de los situados al otro lado de la frontera, de los bárbaros. Las campanas están sonando por nosotros.