martes, 28 de diciembre de 2010

Crisis biológica y moral

Las ratas han constituido siempre objeto de interés para la literatura, no puedo olvidar la influencia que ha ejercido en mí uno de los grandes libros del siglo XX, La Peste, de Albert Camus. Un buen día empezaron a salir de las cloacas miles de ellas, esparciendo la enfermedad por todos los rincones de la ciudad de Orán. Sin embargo, la expresión puede utilizarse en muchos sentidos, por ejemplo el que hace referencia a los que huyen del barco antes de hundirse, dejando abandonados a sus compañeros luchando por la supervivencia, suelen ser bastante repugnantes.

Actualmente, estamos a punto de vivir un supuesto similar. Las encuestas dan como próximo ganador al Partido Popular, no sólo en las próximas elecciones generales sino también en las que se celebrarán en feudos tradicionalmente socialistas, el caso más característico parece ser el andaluz. Y no es que el PSOE no merezca perder, treinta años son demasiados, el problema es que en momentos así es cuando se abren camino los oportunistas y los que sólo buscan la mejora personal, en muchas ocasiones los mismos que han contribuido al descrédito y a la vergüenza de los que van a caer.

Es verdad que nuestros dirigentes en el poder lo están haciendo muy mal, también que en las situaciones de estancamiento es conveniente una renovación, aun cuando sólo sea por la necesidad de respirar aire nuevo, pero es bueno conocer la raíz última de los fenómenos antes de que la posteridad pronuncie su juicio definitivo. La política no es ajena a los avatares de la biología, a la eterna cadena de nacimiento, evolución y muerte. Por ejemplo, en la historia de Francia la revolución desembocó en el imperio napoleónico, que se vio sucedido por la restauración borbónica, la monarquía orleanista de Luis Felipe y el II Imperio hasta llegar, otra vez, a la República y vuelta a empezar. Vida y muerte en la dinámica de los pueblos como en la de los individuos, nada permanece.

El Partido Popular ganará las próximas elecciones, no es seguro pero puede ser. Si permanece treinta años en el poder, cosas más raras se han visto, se encontrará con la misma situación de hastío y descomposición que hoy están viviendo los socialistas. Será bueno que lo tengan en cuenta, porque la experiencia siempre ha sido maestra de las naciones. Es el momento para, que más allá de las naturales crisis biológicas, nos ofrezca un programa. El problema no está en la inmadurez y corrupción de los dirigentes y aprovechados de uno y otro lado, una anécdota en la historia, sino en encontrar objetivos movilizadores ante la decadencia vital, de ilusiones y de intelecto en la que todos, incluso nosotros, estamos sumidos.

martes, 21 de diciembre de 2010

Convicciones necias

Decía Jean D’Ormesson que “por muy extraño que pueda parecernos, después de nosotros el mundo seguirá girando. Sin vosotros, sin mí. Con altibajos, pero continuará”, y los que nos sustituyan se comportarán de la misma ingenua y necia manera. En el año 1977, cuando en España parecía que el universo iba a renacer, un viejo y respetable dirigente democrata cristiano, el Letrado Fernández de Henestrosa, nos explicaba a un grupo de jóvenes juristas, de convicciones marxistas, que estaba convencido que el futuro sería socialista, no era posible marchar contra la historia. El objetivo de su partido se limitaba a asegurar que el proceso se realizase pacíficamente y en libertad. Los intelectuales y el mundo en general parecían convencidos de la inevitabilidad del comunismo.

Al cabo de pocos años, no más de veinte, con el derrumbe de la Unión Soviética, el estado comunista se convirtió en un enorme “archipiélago gulag”. Los pensadores marxistas desaparecieron de la faz de la tierra, Jean Paul Sartre no habría existido o había sido un viejo chocho. Se pusieron de moda “los libros negros” sobre el socialismo real, y “La vida de los otros” pasó a constituir una descripción, unánimente aceptada, de una sociedad totalitaria sin alternativas en la que el individuo habría representado un simple medio en la deificación del Partido y el Secretario General. Ser comunista se identificaba con el terror y la delación, las cosas quedaron muy claras, no había otra opción que la dinámica del mercado y la libertad. Todo el mundo se apuntó ahora al mito del bienestar.

Ha pasado poco tiempo, y las corrientes de la historia no han sido capaces de traernos el añorado “mundo feliz”. Por el contrario, nuestras sociedades parecen dirigidas por ridículos personajes, desde un Berlusconi caracterizado, no por su ideología que no la tiene, sino por sus implantes de cabello y descocadas velinas hasta Sarkozy, con sus complejos de estatura y manías de grandeza. Está también Zapatero, pero de él será mejor no hablar so pena de que nos produzca un telele nervioso. El Estado del Bienestar se ha convertido en el símbolo del pensamiento único, la imposibilidad de disidencia y, por supuesto, de la frivolidad.

Todas las épocas piensan que sus modelos de explicación del universo son únicos y definitivos. Transcurren los años, y se revelan falsos y absurdos. Lo único cierto, de la que vivimos, es que nuestra posteridad nos considerará vulgares y fatuos. Y nuestros dirigentes, aparte de singularmente incompetentes y tontos, pasarán a la historia como los primeros que despreciaron la inteligencia y la preparación en la política, obsesionados con la imagen.

martes, 14 de diciembre de 2010

Decadencia y espionaje

Gavrilo Princip muere de tuberculosis el 28 de abril de 1918. Los carceleros de Terezin, en la actual República Checa, al abrir la celda, donde agonizaba, pudieron leer en la pared estas rimbombantes palabras: “Nuestras sombras pasearán por Viena sembrando el pánico entre los poderosos”. Son conmovedoras por su ingenuidad, el asesinato del archiduque Francisco Fernando no sirvió para nada: la idea de la Gran Serbia se ha hundido en la historia, es un sueño que desapareció. Gavrilo era con veinte años un simple niñato, tan torpe que, después de disparar, pretendió suicidarse con una capsula de cianuro y falló, le habían vendido un producto caducado. Quería ser un héroe, pero lo unico que logró fue destruirse a sí mismo y provocar dolor, generando unos efectos que no fue capaz de predecir.

Al leer el excelente libro de Rafael Argullol, “Visión desde el fondo del mar”, que alude al episodio anterior, reflexiono sobre el hecho de que la mayoría de las acciones producen consecuencias inesperadas para sus autores, o con un significado diverso del que la opinión dominante les pretende atribuir. Así, la divulgación de los papeles de Wikileaks se quiere plantear como un tema relativo a las libertades informativas y de expresión, hasta el punto de que más de un comentarista ha llegado a decir que constituye un símbolo del triunfo de la reivindicación de transparencia. Es falso de toda falsedad, en todo caso lo sería del peligro que las filtraciones, los robos o las sustracciones de secretos de Estado, suponen para las modernas sociedades de masas. Los constituyentes decimonónicos nunca pensaron que el intercambio de opiniones habría de estar basado en la irresponsabilidad.
En las retóricas declaraciones del XIX, se decía pomposamente que “la libertad de expresión es uno de los derechos más preciosos del hombre”. Y lo es, pero nunca a costa de todo porque los ciudadanos, al menos los más conscientes, saben que cualquier garantía tiene límites, sobre todo los situados en la defensa de la propiedad ajena, y no digamos en la seguridad y defensa de la colectividad en su conjunto. Yo puedo querer estar informado de la manera más amplia posible, pero, si vivo en una democracia, concedo a mis representantes la suficiente confianza para que actúen en mi nombre con un margen que, ciertamente, está controlado por la crítica personal e institucional, y por los medios de comunicación.

El espionaje, en cambio, nunca ha sido considerado legítimo instrumento de debate. Este tema lo único que pone de manifiesto es la debilidad de los Estados Unidos. Si conservaran un poder real nunca hubieran perdido esos documentos, Assange sería sometido a tortura china. Ante Irán, todos los occidentales quedamos más al descubierto.

martes, 7 de diciembre de 2010

Alma atormentada

Según nos cuenta Tzvetan Todorov, Germaine Tillion, representante de las deportadas francesas en el juicio a los vigilantes del campo de concentración de Ravensbrück, observó con angustia que los antiguos verdugos, una vez detenidos, se comportaban en la misma temerosa forma que lo habían hecho sus compañeras y ella misma. Se habían transformado en víctimas, lo que le llevaba a la conclusión de que “eran gente corriente y sentía lástima por ellos”. Es una impresión que puede compartir cualquier especialista en derecho penal. Los más horribles delincuentes, a la hora del juicio, son ya otra cosa, se convierten en seres desválidos y tremendamente humanos. Al pronunciar sentencia, se corre el riesgo de condenar a una persona que ya no existe. ¿Qué hacer entonces?

Las dudas forman parte de la naturaleza del hombre, todo puede ser examinado a la luz de perspectivas distintas. Por ejemplo, ya que está de actualidad, es evidente que Marruecos se ha apropiado del Sahara sin título jurídico suficiente para ello, basta repasar la resolución del Tribunal Internacional de la Haya. Es cierto también que dejamos tirados a sus habitantes, que eran tan españoles como usted y como yo, y que nuestra política gubernamental desde el año 1975 ha estado caracterizada por un miedo casi patológico hacia nuestros vecinos. Sin embargo, en los útimos incidentes, se ha hablado de genocidio cuando, en la realidad, la inmensa mayoría de los fallecidos comprobados pertenecían a las fuerzas del orden marroquíes. Si decimos lo primero, será necesario reconocer también lo segundo.

Entrando en materia más delicada, no es difícil aceptar, a mi juicio al menos, que la inmensa mayoría de los miembros de los últimos gobiernos socialistas se ha caracterizado por su espectacular carencia de preparación política, y que han actuado como niños con zapatos nuevos singularmente malcriados. Su falta de conocimientos históricos, paradójicamente los más recientes y, sobre todo, los referidos a la II República y a las autonomías territoriales, resulta especialmente ridícula y llamativa. Sin embargo, de seguir determinadas tertulias mediáticas, puede invadirnos el temor de que sean sustituidos por individuos, bien maduros, incluso provectos, anclados en el franquismo más peligroso. ¿Qué actitud adoptar?

Habla también Todorov, en un conjunto de ensayos bajo el título “La experiencia totalitaria”, de “la infinita complejidad del alma atormentada de Raymond Aron”. Todas las personalidades inteligentes son poliédricas, observan los matices de cualquier cuestión; por desgracia una y otra vez tendrán que arriegarse al elegir.

martes, 30 de noviembre de 2010

Tormento español

Decía admirativamente Bernal Díaz del Castillo que eran poco más de cuatrocientos españoles los que entraron en la ciudad de México, pues “nunca se había visto antes, ni entre los antiguos ni en los modernos, gente que tal atrevimiento tuviesen”. Tanto que fueron capaces de eliminar a sangre y fuego una civilización, lo mismo que en Perú, en medio de querellas entre almagristas y pizarristas. Luego se arrepentían, haciéndolo también con grandeza, como Fray Antonio Montesino, que, calificándose de “voz que clama en el desierto”, tuvo la osadía de denunciar las atrocidades de los conquistadores, o el Padre Bartolomé de las Casas cuando, con la cólera que genera la injusticia, señaló: “entraron los españoles en las Indias como tigres e lobos y leones de muchos días hambrientos”.

Vivimos, como decían nuestros arbitristas del XVII, “fuera del orden natural de las cosas”, no tenemos términos medios. El arte religioso español, por ejemplo, carece de matices, no puede ser más crudo: las Vírgenes son trágicas, incluso patéticas. Las Madonnas italianas, en cambio, bellas, basta con observar las de Antonello da Messina llenas de mundanidad y femenino interés, o las de Rafael, un homenaje a la pura y simple sensualidad. ¿Y cómo calificar “la coronación de espinas” de Ribera?; los verdugos de Cristo están llenos de crueldad, expresan una soberbia personificación de la maldad. Con razón, los hispanistas franceses se lamentaban de esas iglesias tan “tristes y frías” de España. Nuestro arte, como diría Kant, es sublime, pero no se acomoda a las cualidades de armonía y belleza propias de la normalidad.

Enrique IV reprochaba a los nobles castellanos sus deseos de iniciar una contienda, señalando críticamente: “cómo se nota que no son vuestros hijos los que mandáis a matar”. No se lo perdonaron, quedó para la eternidad con el sobrenombre de “El Impotente”, el símbolo de la cobardía y debilidad, uno de aquellos españoles que mueren por “do más pecado había”. Así en plan desgarrado, y sin ningún tipo de pudor. Fuimos el último gran Imperio premoderno, cuando las ideas de racionalidad, tolerancia y punto medio estaban muy lejos, todavía, de ser aceptadas por los europeos. Para la Historia hemos quedado como una tierra de locos y santos. El mundo de Calderón era el de los sueños, todas las cosas lo eran, aunque ninguno los entendiese.

Las sociedades enfermas proyectan sus culpas, pues no pueden aceptar su propia responsabilidad. Así, los catalanes pretenden distinguirse, y huir. Llevan toda la vida a nuestro lado, son tan bestias como nosotros: ¿se han olvidado de las cruedades de los almogávares? Todos los grandes países tienen una historia detrás, también España.

martes, 23 de noviembre de 2010

¿Liberación sexual?

Bertrand Russell, una de las mejores cabezas del siglo XX, en su introducción al libro “La nueva generación” señaló, con la claridad que le valió el premio Nobel de Literatura en 1950, lo siguiente: “el sentimiento de que el sexo es malo imposibilita el amor feliz, hace que los hombres desprecien a las mujeres con quienes tienen relaciones, y que con frecuencia sientan impulsos de crueldad hacia ellas”. En su opinión, la idea de pecado “que domina a muchos niños y adolescentes, y que normalmente se mantiene toda la vida, es una miseria y una fuente de deformación que no tienen utilidad alguna”. Con rotundidad terminaba, “hay que decirlo con sencillez y de la manera más directa, la actividad sexual es sana”. Nada de esto puede ponerse en duda. Fue un auténtico precursor, faltaba mucho tiempo aún para el mayo de 1968.

¿Qué hubiera opinado de conocer la España de hoy? Un optimista, los hay muchos actualmente, proclamaría orgulloso que los tabúes han desaparecido, todas las formas de amar están permitidas, y las relaciones han dejado de estar condicionadas por la reproducción. El placer se habría convertido en un objetivo legítimo de los seres humanos, particularmente de los españoles. Estoy en completo desacuerdo, somos una nación de catetos, en consecuencia no nos damos cuenta de que las características esenciales de una actividad sana son la finura de sentimientos, la delicadeza y la sensibilidad. Por el contrario, lo que domina en los medios de comunicación, particularmente en la televisión, es el mal gusto y la ordinariez, que es algo muy distinto.

Siempre se ha dicho que la represión produce mentes sucias, que son las que se expresan de manera generalizada en este país. En mi opinión, la inexistencia de una burguesía ilustrada ha sido determinante en este aspecto. En su momento, nadie leyó “Daisy Miller”, “Las bostonianas”, o “Manon Lescaut”, ni siquiera “La dama de las camelias”. Los salones franceses, donde hombres y mujeres disfrutaban de los placeres del intercambio intelectual, aquí fueron desconocidos. Por desgracia, nuestra clase media tuvo un carácter rural, y en el sexo sólo fue capaz de ver la brutalidad de la naturaleza. “La Regenta” es una de las mejores novelas del siglo XIX, indudablemente, pero en forma morbosa, y significativa, se refiere a los amores de un canónigo.

La liberación no consiste en repartir preservativos por las escuelas, combatir el celibato, o difundir las innumerables variantes del Kamasutra, las sociedades enfermas lo saben hacer también. Nada de esto vale si no va unido a la búsqueda de la belleza, y a un buen gusto que en España no somos capaces de tener. Probablemente, de manera bien paradójica, seguimos siendo un país de inmaduros reprimidos.

martes, 16 de noviembre de 2010

Pepiño ante el Tribunal

Con el retorno de los emigrados y la restauración de la monarquía borbónica en 1815, el eterno Ministro de la Policía, Fouché, se vio acusado de regicida, al haber votado a favor de la muerte de Luis XVI. Con arrogancia, contestó lo siguiente: “Sólo el vulgo cree que las revoluciones políticas son el resultado de las combinaciones y la obra de los individuos. Los que parecen dirigirlas no siguen más que movimientos telúricos. ¿Quién puede erigirse en juez de la conducta de los hombres en medio de nuestras crisis y tormentas?”. Desde luego, podía ser un asesino pero conservaba sentido de la grandeza, no como otros.

Así, se cuenta que cierto día del siglo XXI fueron citados, ante el Tribunal de la Historia, Pepiño Blanco, Leire Pajín, Soraya Saenz de Santamaría y Alicia Sánchez Camacho. Sin respeto alguno a la seriedad del lugar, comparecieron armando un guirigay de mil demonios, acusándose los unos a los otros de las más inauditas fechorías, y sin tener pajolera idea de qué hacían allí. Se vieron sorprendidos al comprobar que se les acusaba de haber degradado la vida española, no tener lo más mínimos conocimientos de ciencia política y haber arrojado a la enfermedad mental, o directamente a los manicomios públicos, a lo más selecto de la intelectualidad del país.

Cuando se dieron cuenta de que la cosa iba en serio, al principio creyeron que todo era obra de la perfidia de sus enemigos, aceptaron los consejos de Pepiño, dentro de sus limitaciones conservaba algunas luces, y encomendaron su defensa a un achacoso pensador marxista al que prometieron sacar del sanatorio si conseguía su absolución. El elegido, con poco convencimiento, y menos ganas, planteó su alegato: la culpa no era de aquellos infelices. La muerte de las ideologías habia devuelto a la vida privada a los más preparados, y la ciudad había quedado en manos de los que concebían la política como un simple instrumento de jolgorio y diversión.

Como tenían poca imaginación, y menos originalidad, se dedicaron exclusivamente a la conquista de votos, ofreciendo al público todo tipo de regalitos; en consecuencia eran los menos sabios los que conservaron el poder. Nadie sabe si convenció al Tribunal, parece que no. Sólo queda constancia de que la Historia, después de encerrarnos en un parque infantil, decidió abandonar para siempre nuestro país, dejándonos en el limbo: un espacio al cuidado de charlatanes, titiriteros, cotillas y pícaros, al menos nadie podía decir que fuera aburrido. Es cierto que algunos ilusos, con algo de esperanza, decidieron exilarse en Tanzania: tierra de promisión. Paradójicamente Fraga siempre había tenido razón, España era diferente.

martes, 9 de noviembre de 2010

Una nueva Dictadura

En mi opinión, en España al menos, hemos dejado de vivir en una sociedad presidida por un intercambio libre de expresiones e información. Hemos restablecido el reino de la Inquisición con exactamente las mismas coartadas que ella utilizó. En su tiempo, todos los instrumentos, incluso la tortura, eran santos cuando se trataba de reprimir las sugerencias perniciosas del Diablo. Ahora, los medios de comunicación están legitimados para destruir las reputaciones ajenas con tal de que lo políticamente correcto pueda establecerse. Los secretos más recónditos del alma humana, los que distinguen su individualidad, carecen de derechos frente al interés de la mayoría. El Gran Hermano ha triunfado ya, y estúpidamente creemos que hemos llegado a la cima del progreso.

Proclamamos que hemos eliminado a los servicios secretos de carácter totalitario, cuando estamos sometido al más peligroso de todos ellos: el de los grupos mediáticos de investigación, que no tienen ningún interés por la verdad ni por la batalla de ideas, sólo persiguen el morbo y el escándalo porque tristemente creen que es lo único que puede ser cotizado en el mercado, han renunciado a pensar. En el fondo, lo que domina es la sádica búsqueda de la destrucción de la personalidad: hoy le tocará caer a uno, mañana a otro y, poco a poco, todos quedaremos marcados por los sambenitos del Santo Oficio. Si el Infierno de Dante tuviera realidad, allí deberían estar nuestros modernos Torquemadas.

Cuando a una sociedad sólo le interesa profundizar en los males ajenos es que está enferma y sucia. Los ideólogos norteamericanos cándidamente sostuvieron que, “en la libre lucha intelectual de las opiniones, se impone al final lo correcto y razonable”, pues “cuando un hombre carece de motivos para aferrarse al error, lo natural es que abrace la verdad”. Y como no hay nada que pueda determinar a priori el carácter de una idea, lo que hay que hacer es sacarla a la plaza, y que se ofrezca a la luz pública. Salvo desviaciones patológicas, consecuencia de intervenciones irregulares, las buenas serán aceptadas por la ciudadanía y las malas no.

No se dieron cuenta que en España, a la altura del siglo XXI, tal fundamentación no serviría más que para dar rienda suelta a la venganza, al odio y a la persecución de los enemigos políticos y personales, porque desde luego en este país ni hay ideas ni generosidad de espíritu, y lo que domina es la ruindad. Existen excepciones, desde luego, como las de este periódico que me permite escribir. Por lo demás, asistimos a un espectáculo cruel y antiestético sin que los tribunales sean capaces de reaccionar. En el fondo, vivimos en la más cínica, pues se dice democrática, de las Dictaduras.

martes, 2 de noviembre de 2010

Las desventuras de Nepomuceno

A comienzos del siglo XXI, La Nueva Iberia, diminuto estado de origen hispano, nombró embajador en nuestro país, para lo que expidió credenciales a favor de uno de sus más dignos y competentes funcionarios, el Honorable Nepomuceno Cienfuegos: hombre chapado a la antigua, facundia barroca y acreditada buena fe, algo cursi también para qué negarlo… Lleno de entusiasmo, invitó a un banquete a las más insignes personalidades de la “Madre Patria”. A la hora del discurso, bien pomposo por cierto, se vio sorprendido cuando, al citar las palabras de Bernal Díaz del Castillo sobre la gloria de los españoles, observó cómo abandonaban el salón más de la mitad de los concurrentes, creyó oír incluso voces airadas que le llamaban “carca imperialista”, lo que le dejó muy corrido amén de estupefacto.

Algo había salido mal pensó tristemente Nepomuceno, debía tratarse de un problema de interpretación. Para arreglarlo, como buen caballero, envió ramos de flores a las distinguidas esposas de los asistentes, con delicadas notas relativas a la tradicional elegancia de la mujer española... ¡La que se armó!, aunque nadie devolvió los ramos, fue tildado urbi et orbi de personaje repulsivo y descarado machista. Para mayor vergüenza, se le amenazó, por conducto oficial, con la ruptura de las relaciones diplomáticas. ¡Qué dirían en su país de tamaño fracaso! Como no entendía nada, con enorme voluntad, y auxilio de ron cubano, reflexionó que sería mejor andarse con pies de plomo, no hacer declaraciones, y limitarse durante un tiempo a estudiar tan peculiar idiosincrasia.

No le dieron margen ninguno. A los pocos días, se vio denunciado en la prensa por poseer una hacienda, con origen en los tiempos de la colonia, probablemente adquirida con malas artes y abuso de la población indígena. Además, sacaron a relucir distintos cotilleos de alcoba que le relacionaban con una criolla, al parecer de belleza deslumbrante, con la que habría tenido una aventura desde luego poco santa. La verdad es que nada de esto había sido comprobado, pero, cuando protestó, le contestaron que un personaje de su calaña no podía entender lo que era la libertad de expresión. El pobre sufrió un telele nervioso, y al verse abandonado por su respetable esposa, dimitió de su encargo.

Vuelto al terruño, solo y amargado, se empeñó en comprender lo ocurrido, para lo que repasó una y otra vez nuestra historia desde los tiempos clásicos. Sólo pudo extraer una conclusión: Michelet tenía razón; España seguía siendo la tierra de las hogueras, la intolerancia y, sobre todo, la crueldad. Antes se quemaban herejes, ahora, no sólo a los enemigos políticos y personales, también a los que no se adaptan a los delirantes designios del Gran Hermano.

martes, 26 de octubre de 2010

Nuevo gobierno en Moldavia

Como es conocido, hace bien pocos meses ha tomado posesión, con gran despliegue mediático, el gobierno moldavo. Los nuevos ministros no han sido elegidos en función de su mérito, capacidad o relevancia política, método sin duda trasnochado e impropio de una sociedad moderna y progresista. Su Presidente ha decidido utilizar un sistema mucho más eficiente, el de las cuotas, que consiste en atender a cuatro criterios: el territorial, el de género, el sindical, y el de sus amigos e incondicionales. Todo el mundo reconoció que se trataba de un invento de lo más eficiente, pues evitaba el viejo elitismo de los partidarios de una peligrosa reacción, siempre atenta a cualquier debilidad.

La verdad es que hay que reconocer que esta vez tuvo que enfrentarse con un pequeño inconveniente, pues por desgracia hasta la mayor de las genialidades presenta fallos. Y es que en una de las cuotas sólo había un memo disponible, el pobre Stanilasw, cuya memez era tan extrema que hasta el propio Presidente, de natural optimista, hubo de aceptar que la cosa resultaba un poco chocante. Pero, como tenía una voluntad a prueba de obstáculos, decidió que podía superarse mediante el adecuado aparato de propaganda, pues todos los medios eran legítimos cuando se trataba de luchar por el bienestar de los ciudadanos. Además, su partido pondría el grito en el cielo de no respetarse un sistema tan profundamente logrado.

Stanislaw, que a pesar de sus limitaciones conservaba algunas luces, se vio sorprendido cuando el día de su nombramiento fue presentado como acreditado defensor de la igualdad de género, luchador contra la tiranía y profundo pensador, cualidades de las que hasta entonces no había tenido ningún conocimiento. Pero como los pobres de espíritu son bienaventurados recordó que, en su lejana juventud, había escrito un pequeño poemilla, “Oda a la belleza”, que reflejaba tanto su amor a las mujeres como delicadeza de pensamiento, y decidida apuesta por la libertad de expresión. No hay duda, sus apologistas tenían razón.

El problema es que la alegría por el nombramiento debilitó sus ya escasas facultades, con lo que se tomó en serio las cualidades que de él se predicaban. Así, en cada reunión del Consejo de Ministros se presentaba con las propuestas más disparatadas, hasta que decidió llevar la contra sistemáticamente a sus compañeros, como muestra de extrema originalidad. Como es natural hubo que cesarle, y el Sr. Presidente, sin ningún género de rubor, comunicó a los medios que Stanislaw había sido elevado a la dignidad de miembro del Consejo de Estado, lugar donde su sabiduría podría expresarse con total libertad. El interesado era tan desgraciado que se lo creyó.




martes, 19 de octubre de 2010

Un mínimo de piedad

Una persona colérica, que padece accesos incontrolados de ira, y cae incluso en la violencia, puede poseer cualidades de honradez y bondad. La desgracia suele acompañar a los seres que se sitúan fuera de la legalidad: su sistema nervioso, las enfermedades y, muchas veces, el propio entorno social son, con frecuencia, los causantes de su anormalidad. Los hombres mueren y no son felices; en el caso de Antonio Puerta el pensamiento de Albert Camus resulta singularmente exacto. ¿Cómo podía vivir observando todos los días en el espejo el rostro del Demonio que los medios de comunicación habían construido sobre él? ¿Quién ha sido el último responsable de su muerte?

Nuestra civilización repite mecánicamente que el fin no justifica nunca los medios. Es una mera hipocresía; en este caso los ha permitido todos. La lucha contra la violencia de género constituye una indudable conquista de los tiempos modernos, ¿pero hacía falta destruir una personalidad? Se ha criticado con saña a Violeta Santander por defender a su hombre, tachándola de pesetera y cómplice, los malvados están incapacitados para aceptar sentimientos nobles en los demás ¿Y si hubiera actuado por amor? Si así fuera, un ser capaz de suscitar sentimientos tan poderosos alguna buena cualidad debería tener. Además, si una mujer sostiene contra viento y marea que no ha sido maltratada, serán necesarias pruebas muy poderosas para poderla contradecir.

¿Y Neira? La verdad es que vivimos en una sociedad enferma o cínica, y no se sabe lo que es peor. Es indudable que el profesor mostró un gesto de valentía cuando se interpuso frente a lo que entendió actitud violenta de un agresor. Merece todos los parabienes. Pero qué sentido puede tener llenarle de condecoraciones y cargos, haciéndole protagonista de los más distintos, y peregrinos, debates públicos. Un héroe no tiene por qué saber de economía y mucho menos de física cuántica. En vez de hacerle un favor, corremos el riesgo de alterarle el ego. Y si encima, al día siguiente de cometer una infracción menor, un político regional anuncia urbi et orbi la privación de todas las distinciones podría hablarse de auténtica crueldad.

Somos tan viles que nos mostramos incapaces de prever el dolor que infligimos con nuestros actos, y tan tontos que juzgamos a los demás con la simplicidad necesaria para que el mundo quede dividido en buenos y malos. No es verdad, absolutamente todos los seres humanos poseemos cualidades distintas y contradictorias, somos ambas cosas a la vez. El problema radica en conocernos suficientemente para causar los mínimos daños, y poder vivir en sociedad sin demasiados sobresaltos. El Diablo está en todos nosotros.

martes, 12 de octubre de 2010

Herodoto y la vulgaridad


Herodoto se preocupó de advertir a los mortales que “la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras”. En general, tiende a abatir todo lo que descuella, y “lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos”. Como los dioses paganos participaban de los defectos humanos, tenían envidia de quienes se atreviesen a hacerles sombra. Hoy día, si se mantuviesen en el Olimpo, todo es posible, no tendrían ninguna necesidad de actuar, nosotros les facilitaríamos los trabajos más sucios, pues somos verdaderos expertos en eso de destruir las reputaciones ajenas.

Alexis de Tocqueville, queriendo ofrecer una explicación intelectual al tema, señaló que en los siglos de la igualdad los más ínfimos privilegios, incluso los de la inteligencia, chocan a la razón. Nadie puede ser más que nadie, y si a alguno le da por destacar demasiado correrá el riesgo de ser eliminado. Así, todo el mundo conoce el enorme prestigio de que ha disfrutado durante prácticamente un siglo el explorador Robert Falcon Scott. Modelo de caballero británico, alcanzó el Polo Sur en enero de 1912, días después que el noruego Roald Amundsen. Scott, comparado desde entonces con Horacio Nelson, pereció en el camino de vuelta cuando marchaba con sus cuatro compañeros, totalmente desmoralizado, triste y sin esperanza. Se convirtió en un héroe dotado de los atributos de la grandeza, que gusta siempre de lo trágico.

Pues bien, hace pocas fechas ha sido editado un libro en el que no solamente le califican de inepto, y le responsabilizan de haber equivocado el camino de regreso, sino que, encima, aseguran que fue elegido jefe de la expedición por la orientación gay del organizador, que admiraba su belleza. ¡Vaya por Dios! Como es natural, sus autores dirán que los tiempos de la modernidad imponen la verdad y la tranparencia. Si alguien quiere alcanzar la fama, deberá sujetarse al atento examen de los investigadores. En realidad, lo que ocurre es que estamos sedientos de morbo y crueldad.

En política ocurre exactamente lo mismo. Un “estadista” madrileño de fama reciente ha afirmado, con orgullo, que se considera un hombre corriente. Con mayor precisión, podría haber hablado de vulgaridad. Las sociedades de masas son la antítesis de la democracia, que no es otra cosa que el gobierno de los mejores y los inteligentes. Pensar que los representantes deben identificarse con los más simples de los ciudadanos no supone otra cosa que confundir el parlamentarismo con la necedad, cuando son cosas distintas. La “bobocracia” no deja de ser una inaudita forma de gobierno.


martes, 5 de octubre de 2010

Divagación filosófica

Se cuenta que un buen día los “mandamases” de un país llamado España, después de haber leído sucesivamente Utopía, la Ciudad del Sol y la Nueva Atlántida, lo que ciertamente les costó un enorme esfuerzo sin que nadie lograra saber si se enteraron muy bien, de hecho más de uno había quedado subyugado en forma políticamente incorrecta por la “comunidad de mujeres” que Tomasso Campanella parecía insinuar, decidieron acometer la organización de una ciudad ideal, que se acomodara a sus intereses más profundos, no otros que los de disfrutar a costa del erario público. Pensaron que lo mejor era organizar un teatro, en el que todo fuera falso pero la gente se lo llegara a creer.

Como la fortuna ayuda a los audaces, y a los pícaros también, la lectura coincidió con la entrada en la Unión Europea. A base de subvenciones, el país experimentó un acelerón económico como nunca antes se había visto, la gente se puso muy contenta y empezó a vivir de lo más feliz. El Estado del Bienestar se había instalado al fin entre nosotros. La cosa entonces fue fácil, nuestros gerifaltes utilizaron la vieja división entre izquierda y derecha, que ya había perdido todo su sentido, pero les podía servir para enredar: unos se autocalificaron como progresistas y los otros como conservadores. La verdad es que tenían pocas ideas, en realidad ninguna, en consecuencia decidieron servirse de las más etéreas de todas: las relativas a la moralidad. Se empeñaron en determinar cuál de ambos bandos era más corrupto, con lo que revivieron la vieja Inquisición y metieron al país en un lodazal.

Las elecciones les daban el poder sucesivamente a unos u otros con lo que tenían el porvenir garantizado, que era de lo que se trataba. Sin embargo, el invento sólo podía mantenerse mientras el pueblo estuviese adormecido, lo que consiguieron eficazmente, aquí sí fueron muy capaces, mediante la generalización de la “telebasura”. Por otra parte, los escasos intelectuales se llenaron de dudas: todo era pura y simple imbecilidad desde luego, pero funcionaba muy bien. ¿No sería mejor vivir en un sueño? Así, quedaban neutralizados, y si se rebelaban terminaban en los sanatorios públicos.

Mientras tanto, las “corrientes subterráneas de la historia” seguían marchando, a despecho de teatros y circos, y ocurrió que los moros aparecieron un día en Ceuta y Melilla, amenazando con desembarcar en Cádiz. Al mismo tiempo, el país entró en la más profunda de las bancarrotas y nos echaron de Europa. Al fin, los ciudadanos se despertaron, y se cuenta que propinaron tal patada en las posaderas de todos y cada uno de aquellos mandamases, que el impacto de los golpes ha pervivido de siglo en siglo. Lo tenían merecido.

martes, 28 de septiembre de 2010

Autocrítica por precaución

Siempre se ha dicho que no hay dos sin tres, y así lo creía yo. Sin embargo, cuando se trata de hablar de los delirios andaluces parece que las terceras partes no son nada buenas, los disgustos te vienen desde todos los lados del espectro ideológico. Así que, por la cuenta que me trae, más vale plegar las velas; reconozco que estaba equivocado: Andalucía merece exactamente el mismo tratamiento estatutario que el de Cataluña o el de Euskadi, ¿quién lo puede dudar? Además, los que pretenden llevar la razón en contra del mundo terminan deslizándose claramente hacia la paranoia. ¡Vaya por Dios! me veo en la consulta de mi buen amigo Pepe Crespo

Como es conocido, el gran Nietzsche, después de asegurar que “existe un enorme desacuerdo entre la grandeza de mi obra y la pequeñez de mis contemporáneos”, tituló los tres primeros capítulos de su “Ecce homo” de la siguiente forma, sin duda pintoresca: ¿Por qué soy tan sabio? ¿Por qué soy tan listo? ¿Por qué escribo tan buenos libros? En un primer momento los críticos dedujeron que se trataba de una simple metáfora, ciertamente narcisista. Al final la realidad se impuso, en 1889, año de conclusión de su libro, el filósofo estaba como una regadera. Y si eso le puede pasar a un genio, las posibilidades de que un modesto articulista termine preguntándose ¿por qué soy tan guapo? no son nada desdeñables. Mucho cuidado pues.

Es de recordar también que, atacando el pensamiento de Kant sobre la falta de madurez de sus contemporáneos, Johan Georg Hamann señaló que “la debilidad y la inmadurez no eran crímenes sino, más bien, una parte inevitable de la condición humana”. Solamente los seres presuntuosos se creerían capaces de dar lecciones a los demás. Inició así la puesta en cuestión de unas élites que, en todos los tiempos, han pretendido considerarse por encima del resto de los incultos y deficientes mortales, lo que no deja de ser también una forma de peligroso delirio, el de la soberbia.

De todas maneras, al paso que vamos será muy difícil continuar escribiendo sobre política, a no ser que claramente defiendas a unos u otros. Por elemental prudencia, me dedicaré por ahora a la filosofía. Sin embargo, y como muestra de mi clara enajenación mental, que no consigo superar, terminaré diciendo que todavía pienso que nuestro problema territorial no puede enfocarse comparando las competencias de unos y otros, así no se puede gobernar. Dicho esto, como a mis 58 años no quiero más sobresaltos que los indispensables, por ahora creo que será mejor callar. Si nuestros políticos, incluso mis antiguos camaradas comunistas, devienen convencidos nacionalistas, seguro que tienen razón.

martes, 21 de septiembre de 2010

El reino del delirio II


D. Manuel Azaña en un discurso en el Congreso de los Diputados con motivo de la discusión sobre el proyecto de Estatuto de Cataluña realizó la siguiente afirmación: “¿el siglo XVI, el siglo XVII, son grandes siglos españoles? ¿Éramos un pueblo importante, una monarquía fuerte? ¡Ah! ¿Sí? Pues no hay en el Estatuto de Cataluña tanto como tenían de fuero las regiones españolas sometidas a aquella monarquía”. En lo que se refiere a Euskadi, Azaña nada dijo, entre otras razones, porque su Estatuto fue aprobado en plena Guerra Civil, pero durante ella vizcaínos y guipuzcoanos se comportaron como si los franquistas fueran un ejército de ocupación, reaccionaron en bloque en su contra. No hubo distinción de clases sociales, y hasta el clero fue víctima de la represión.

Negar estos hechos es negar la historia, y si nos inventamos cuentos para ocultarlos lo que hacemos será delirar, comportarnos como psicóticos. En el fondo, el Estado Autonómico, producto de la Constitución de 1978, fue concebido por alguno de sus inspiradores para borrar la personalidad singular catalana y vasca, el denominado “café para todos”. Se pretendía que fuéramos iguales cuando no es así, lo que no es ningún desdoro. Qué me importa a mí, hijo, nieto y biznieto de andaluces emigrados, como consecuencia de la pobreza e injusticia social de nuestra tierra, que tengamos la misma posición jurídica que los catalanes. Mi historia posee tantos sueños como la de ellos, desde el pasado romano y musulmán a la participación en el descubrimiento de América.

No soy nacionalista porque un mínimo estudio serio de la historia me hace comprender que Andalucía ha participado siempre de la esencia española. ¿Qué más da que otras regiones lo puedan ser? Imitarlas, copiando por ejemplo preceptos enteros de su norma estatutaria para no ser menos, no sólo me parece ridículo, creo que, además, pone en peligro una ordenación racional de la vida estatal de nuestro país. Los españoles somos el producto de un gran fracaso histórico derivado de la inexistencia de una revolución burguesa que impusiese una jacobina centralización. El problema vasco y catalán no es más que su simple consecuencia.

Si a las alturas del siglo XXI, lo que pretendemos es volver al Antiguo Régimen recreando una Nación, no sólo adoptaremos una actitud bien pintoresca, impediremos el desarrollo de una política desde la racionalidad, y no desde los infantiles  juegos de buscar quién es más que quién. Vivimos en un mundo de cambio acelerado, y mejor sería reflexionar sobre sus incognitas que dedicarnos a medir al milímetro las competencias de unos y otros. Al fin y al cabo, no son más que una tonta, aunque peligrosa, ilusión.

martes, 14 de septiembre de 2010

El reino del delirio I

Todos los individuos podemos pasar de la realidad a la fantasía, sin riesgos y con total libertad, pues en cualquier momento cabe volver atrás. Los psicóticos, en cambio, vagan para siempre en un mundo de delirios porque se les ha roto el puente que permitía regresar; se quedan aislados y solos. A las comunidades humanas les puede pasar lo mismo; así en España hay una, Andalucía, que hace ya bastante tiempo parece haber caído en la enfermedad. En el artículo 1 de su Estatuto de Autonomía se afirma solemnemente, y como algo evidente, que constituye una “nacionalidad histórica”. ¿Quién lo dice? Desde luego no los ciudadanos que lo votaron muy minoritariamente. ¿Entonces?

A manera de justificación, en su preámbulo, se proclama entre otras cosas que el ideal autonomista “hunde sus raíces en nuestra historia contemporánea”. Así, “el manifiesto andalucista de Córdoba describió a Andalucía como realidad nacional en 1919”. Y durante la II República el movimiento habría cobrado nuevo impulso hasta el punto de que “en 1933 las Juntas Liberalistas de Andalucía aprueban el himno andaluz, se forma en Sevilla la Pro-Junta Regional andaluza y se proyecta un Estatuto”. Y ya en plan épico se concluye que “el ingente esfuerzo y sacrificio de innumerables generaciones de andaluces y andaluzas a lo largo de los tiempos se ha visto recompensado en la reciente etapa democrática”. Todo precioso, muy fino y correcto.

Sin embargo, las cosas no son tan claras. Cualquier historiador advertiría que los hechos de la realidad permiten un abanico prácticamente infinito de posibilidades de interpretación. Por eso, la opción elegida es siempre ideológica, la que más conviene al que la realiza. Además, los datos aislados no sirven para extraer conclusiones científicas. Si en los largos años del franquismo un demócrata hubiera planteado una reivindicación nacionalista no hubiera sido tomado en serio, extravagante hubiera sido su calificativo. ¿Dónde estaba entonces el recuerdo de esa, prácticamente eterna, aspiración al autogobierno?

La verdad es que lo que ocurre actualmente en Andalucía es obra de sus políticos, y no de los de la preautonomía que eran gente seria y renegaban, al menos casi todos, de las pretensiones nacionalistas. Lo que se ha pretendido es ocupar espacios de poder, y asegurarse el fundamento normativo necesario para colocarse al nivel que Euskadi, Cataluña, o, si fuere preciso, del mismo lucero del alba, no faltaría más. No se dan cuenta que concebir la vida pública en esa forma, en término de comparación entre unas comunidades y otras, no sólo es cateto y provinciano, elimina también los planteamientos ideológicos e impide una política seria de carácter estatal.

martes, 7 de septiembre de 2010

El error de Dios


Nietzsche en “El ocaso de los ídolos” se planteaba una inquietante reflexión: “¿Es el hombre tan sólo un error de Dios? ¿O es Dios un error del hombre?”. Hawking, enfermo como todos saben de esclerosis lateral amiotrófica, acaba de afirmar que no es necesario un creador “para explicar el origen del Cosmos”, y en un brillante artículo de Julio Miravalls en este periódico podemos leer lo siguiente: “¿Qué motivos puede tener para creer en un buen Dios alguien sometido a tan terrible injusticia: la mente más brillante en un envoltorio tan lamentable?” Se trata de una pregunta eterna, ¿cómo un ser misericordioso ha decidido poner en marcha este mundo?

Lo que nos señala Miravalls es apasionante porque, si introducimos los factores personales a la hora de determinar la existencia de Dios, es lógico pensar que, en la disyuntiva de Nietzsche, la respuesta sensata sea la de que un ente de esa naturaleza no puede ser más que producto del error de los hombres. La enfermedad, la angustia y, fundamentalmente, la muerte deben haber influido de manera esencial a la hora de inventarse un ser omnipoptente y bondadoso, pendiente de todos y cada unos de nosotros. Dios escribiría derecho a través de renglones torcidos. Al final del camino, proporcionaría reparación y felicidad. Se trataría de un espléndido sueño para sobrevivir.

Por muy derecho que haya escrito, lo cierto es que el universo en que habitamos no puede ser más trágico, a nuestros mortales ojos al menos. Tendrían razón, entonces, los filósofos que han sostenido que el mayor reproche que cabría hacer a Dios es la existencia. Si es así, la respuesta de personalidades seguras y fuertes, como la de Hawking, resulta perfectamente coherente: no tengo ninguna necesidad de que mis limitaciones me hagan caer en delirios. Los otros se equivocarán a conciencia, pero yo no: el cosmos no requiere un creador. Sin embargo, esta actitud también puede ser fruto de un error, el de la rebeldía frente a quien me produce desazón.

Plantearse con instrumentos humanos la existencia de Dios no puede conducir más que a la confusión: será nuestra entidad y no la suya la que se ponga en cuestión. Personalmente, tengo miedo, tanto miedo a lo desconocido, al dolor y a la soledad, que prefiero seguir las tradiciones de quienes me amaron. No quiero rebelarme contra lo que experimentaron mis padres, mis abuelos, y los buenos franciscanos que me educaron en Tánger. Tampoco contra lo que me enseñaron los viejos comunistas que también, a su manera, creían en una justa divinidad. Además, para qué agitarme, si no podré alcanzar ninguna certeza. Deseo, ojalá que sea tarde, que unos y otros me estén esperando, será el momento de ver con claridad.

martes, 31 de agosto de 2010

Valor español


Jüngers, mariscal del ejército prusiano, pronunció en cierta ocasión la siguiente frase, desde luego halagadora para todos nosotros: “si en el frente alguien se encuentra con un soldado mal afeitado, sucio, con las botas rotas y uniforme desabrochado, no debe escandalizarse; es un auténtico héroe, un español”. ¿Qué diría hoy? Por lo que respecta a la urbanidad, las cosas han cambiando mucho. Nuestros militares van ya muy monos, pimpantes incluso. Desgraciadamente, en lo que se refiere al valor sería difícil también que pudiera seguir sosteniendo sus apreciaciones. Es verdad que, a lo mejor, el problema no es de nuestros soldaditos y soldaditas sino de sus mandos.

Desde la retirada aprisa y corriendo de Irak, sin prácticamente advertir a los aliados, y sin dar tiempo para que nos sustituyeran, nuestra credibilidad ha quedado seriamente dañada. Por mucho que el Gobierno pudiera pensar que la inmensa mayoría de la población estaba en contra de la intervención militar, las espantadas nunca son recomendables, máxime cuando lo que estaba en juego era el propio interés democrático del mundo occidental al que se quiera o no pertenecemos. Por gran simpatía que podamos tener a los musulmanes, no parece muy prudente que pretendamos alinearnos con ellos, y volver otra vez a una idílica Edad Media. Al menos no resulta sensato, siempre hubiera sido posible actuar en forma más hipócrita cubriendo las apariencias.

Con posterioridad, no da la impresión de que las cosas hayan mejorado sensiblemente. Aceptar que en Melilla, ciudad española desde hace más de quinientos años, unos cuantos energúmenos humillen desde planteamientos claramente machistas a mujeres integrantes de las fuerzas de policía rebasa todos los calificativos. ¿Cómo es posible que no haya habido ninguna reacción oficial? ¿No habíamos quedado en que nuestro Gobierno se caracterizaba por impulsar la igualdad de género? Puede darse la imagen de que, cuando se trata de mantener la dignidad y el tipo, las cosas cambian sustancialmente. A lo mejor es que la “Alianza de Civilizaciones” aconseja que nuestras señoras se queden en casa y vuelvan a llevar el velo.

Finalmente, constatar que a la hora de reaccionar frente a los secuestros de compatriotas la única respuesta sea la de callarse y pagar, y que esto sea considerado como muestra de alta política, y exquisita prudencia, suscita auténtica indignación. ¿No se dan cuenta que cualquier desalmado, sea o no integrista, puede pensar, en Marruecos o en Irak, que un español constituye una poderosa tentación a la hora de labrarse una fortuna? Siempre han existido chalados, pero no parece recomendable confiarles la política exterior.

martes, 24 de agosto de 2010

La melancolía de Leire Pajín

Hace cerca de cuatro mil años, en un papiro del Imperio Nuevo (conocido como Chester Beaty IV) podía leerse esta conmovedora frase: “el hombre perece, su cuerpo se vuelve polvo, todos sus semejantes vuelven a la tierra; pero el libro hará que su recuerdo sea transmitido de boca en boca”. No bastaba con la momificación, la historia y los sucesivos expolios de las tumbas reales habían convertido en escépticos a los egipcios. Con angustia, se daban cuenta que los hombres pasaban “y sus nombres eran olvidados, si los escritos no perpetuaban su memoria”. La única esperanza de encontrar la inmortalidad radicaría en que en el devenir de los siglos se siguiera hablando de ti, para eso era necesario narrar la propia vida o que otros lo hicieran.

“Escribe para que no se lo lleve el viento” nos aconseja actualmente Isabel Allende, lo que no puedes contar desaparece para siempre. De hecho, millones de personas en el mundo le están haciendo caso, y los diarios autofinanciados, con destino a familiares y amigos, proliferan por todos lados. Somos tan tremendamente ingenuos y tiernos que aspiramos a vivir para la eternidad. En el fondo se trata de una esperanza bien vana; aunque llegáramos a protagonizar una revolución política y cultural del alcance de la de Akenatón, dentro de diez mil años no quedará absolutamente nada. Y si algo queda, no podrá reflejar la esencia de cada alma, ni nuestra profunda debilidad personal.

Además, ¿qué podemos realmente transmitir? Hay que ser muy optimista para creer que somos capaces de legar algo a la posteridad. George Steiner, cuyas “Diez posibles razones para la tristeza del pensamiento” recomiendo vivamente, alude a la máxima de Heidegger según la cual los grandes pensadores sólo han tenido un argumento, que exponen y reiteran en todas sus obras. De hecho, el propio Einstein afirmaba que en su vida no había desarrollado estrictamente hablando más que dos ideas, que habría expresado en forma distinta al formular sus principios. Con razón, se dice que los estudiantes de Harvard, cuando realizan el doctorado, ruegan por tener una, tan sólo una, idea brillante en su trayectoria profesional.

La verdad es que la Pajín lo tiene difícil: cuando dentro de dos mil años alguien, rebuscando en polvorientos archivos, se tope con su profundo razonamiento acerca de la conjunción estelar, puede pensar que, en el siglo XXI, existían todavía creyentes en los astros y demás fuerzas ocultas de la naturaleza. Llegaría a conclusiones bien tristes sobre nuestro grado de desarrollo. ¿Subsistían entonces los magos y nigromantes? Es el riesgo de la política, si la dejamos en manos de niños las posibilidades de confusión son enormes. ¿A qué juegan?

martes, 17 de agosto de 2010

Ritos presocráticos

En cierta ocasión, Querefonte se dirigió a Delfos para preguntar “si había algún hombre más sabio que Sócrates”, y le respondieron que nadie. Como el pensador estaba convencido de su ignorancia y limitaciones, comentó que lo que habría querido decir el oráculo era lo siguiente: “Hombres, aquel de vosotros que ha caído en la cuenta de que no vale nada en verdad en lo tocante a sabiduría, es el más sabio”. Y para despejar cualquier tipo de dudas, afirmó algo que se ha convertido en señal distintiva de la auténtica filosofía: “sólo sé que no sé nada”. En su momento, Descartes llegó a conclusiones muy semejantes cuando, hablando del conocimiento, señaló que: “de las diversas acciones y empresas de los hombres no hay casi ninguna que no me parezca vana e inútil”.

Somos vanos e inútiles, efectivamente, además desde un punto de vista estrictamente filosófico resulta muy difícil poder distinguir la vigilia del sueño, ¿cuando estamos realmente despiertos y cuando creemos que lo estamos? ¿Quién lo puede decir con seguridad? En este sentido, me gustaría recomendar la película “Origen” de reciente estreno; a pesar de aspectos burdamentemente comerciales incita a pensar. En España, en cambio, nuestros dignatarios se manifiestan muy seguros de sus acciones, por claramente irracionales y ridículas que puedan parecer, carecen de género alguno de angustia existencial.

Por ejemplo, en una Comunidad Autónoma, cuyo nombre es mejor reservarse, qué más da que sea la de Murcia, La Rioja u otra distinta, acostumbra a celebrarse al comienzo de todos los veranos un sacrificio propiciatorio a una especie de ídolo al que llaman “padre de la patria”. Una ceremonia tan respetable resulta más bien cómica pues, que se sepa, las patrias no tienen padre ni madre ni perro que les ladre, debe de tratarse de un nuevo descubrimiento. En dicho acto participan la totalidad de las fuerzas políticas con representación parlamentaria, que se dedican inveteradamente a reprocharse la mayor o menos entidad de la asistencia de unos y otros, lo que exhiben como muestra de su absoluta falta de conciencia nacional y de la perfidia de sus dirigentes. La impresión que dan no es seria, se asemeja a una farsa. A lo mejor, nada de lo que hacen es real y se trata de un sueño. Caso contrario, el absurdo superaría todos los límites.

Parece demencial que la izquierda se tome en serio este tipo de espectáculos, ¿no habíamos quedado en que el nacionalismo constituía una añagaza de la burguesía para ocultar los problemas de clase que existen en cualquier sociedad? ¿Y los conservadores? Alentar diferencias regionales no es propio de un partido prudente y de orden. Desde luego, a este país lo que va es la juerga, no la política.

martes, 10 de agosto de 2010

Problemas de bragueta


Somos herederos de un mundo de ilusiones que arranca en el siglo XVIII, y que aspiraba a conseguir la erradicación de las tinieblas. “Con el martillo y el cincel hemos construido catedrales, con el martillo y el cincel nos haremos constructores de hombres”, afirmaron los masones especulativos a partir de las Constituciones de Anderson en 1723. Pretendieron la creación de un hombre nuevo, cimentado sobre la estricta racionalidad. La época de las catedrales de piedra habría concluido ya, era el momento de que el Gran Arquitecto del Universo se preocupase de edificar otro templo, el de una sociedad destinada a realizar los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. El ser humano estaría en condiciones de protagonizar un inmenso salto sobre el vacío siempre que se le proporcionara, a la manera de Goethe, luz y más luz, pues era su alma, su inteligencia, sobre la que había que trabajar.

Y, efectivamente, a todo lo largo de los siglos XIX y XX, la técnica ha transformado el mundo, lo ha hecho saltar en pedazos mediante un nuevo proceso de creación, basado en la utilización del método cartesiano, que es tanto como decir de la ciencia y la información. El futuro era nuestro, la historia parecía linealmente encaminada hacia el progreso, que implicaba la liberación de las irresistibles fuerzas de la naturaleza, así como de la miseria y la enfermedad. Al final del camino, como es bien conocido, la decepción se impuso: la Razón no condujo más que al “holocausto”, al totalitarismo igualitario soviético y a Chernobil. Bien; cabría pensar que la cuestión radica simplemente en ser más modestos: nada nos podrá traer el Paraíso, pero la combinación de racionalidad y prudencia podría permitirnos vivir sin demasiados sobresaltos. Las cosas parecen, sin embargo, más complicadas al menos en España.

La prensa nos ha comunicado que un militante de un partido regional ha afirmado, sin muestra alguna de pudor, que el dirigente de una formación rival “tenía problemas de bragueta”, lo que estaría condicionado su actuación; parece una broma pero no lo es, véase la edición de El Mundo de hace pocos días. ¡Vaya por Diós! tal género de problemas era hasta ahora desconocido en las esferas de la alta política, debe de tratarse de una peculiaridad española. La verdad es que la cuestión me ha inquietado en un terreno estrictamente intelectual porque si, como decían los hegelianos, la historia implica el paulátino desenvolvimiento de la oscuridad hacia la luz, ¿cómo calificamos este nuevo fenómeno, que parece capaz de condicionar las relaciones entre gobierno y oposición?

Ciertamente, los franceses, eran más finos, aconsejaban “cherchez la femme” a la hora de averiguar la causa última de los actos; pero cuando se trata de nuestra insípida política resulta más bien tonto e innecesario.

martes, 3 de agosto de 2010

Kant y los toros


Kant, al estudiar las carácterísticas nacionales, atribuyó a los españoles el espíritu de lo sublime, lo que no debe llevarnos a engaño. Puede incluir la belleza pero también la grandiosidad, la tragedia, incluso la crueldad. Lo que sí es cierto es que las cosas sublimes no son vulgares, no cabe permanecer indiferente ante ellas. Es evidente que los toros encajan perfectamente en esta descripción. Señalar que su prohibición en Cataluña obedece a mezquinas razones de índole nacionalista es una obviedad, que no oculta el problema de fondo: ¿es indigna la “fiesta” de un país civilizado? Desde el punto de vista educativo, mostrar a los niños, como si fuera normal, el espectáculo de un animal agonizante, que chorrea sangre y es herido repetidamente hasta morir no resulta edificante, puede llegar a influir en la propia manera de comportarse un pueblo, en su historia.

Es indudable que los toros encierran aspectos estéticos difíciles de igualar, basta con desplazarse a Sevilla en una buena tarde de Feria o considerar los matices intelectuales de que se rodea en Francia, mezclados con el culto solar. También que la cultura española no puede comprenderse sin ellos, la referencia a Picasso no pasaría de un tópico. Me gustaría recordar, sin embargo, que durante siglos, hasta el final del XIX, los “castrati” representaron la cima de la musicalidad, un espectáculo que aproximaba al extasis angelical, no en vano fueron muy apreciados en los círculos vaticanos, que sólo se podía mantener mediante la castración de niños al llegar a la pubertad. Hoy día nadie canta como ellos, y en la historia de la sensibilidad su desaparición constituye una pérdida, ¿podía mantenerse? Es verdad que ya no puede existir un Farinelli pero, si lo hubiera, probablemente no produciría más que horror.

Ciertamente, su prohibición en Cataluña es difícilmente explicable sin un trasfondo político: el rechazo de la identidad española. Su signicado era ya simbólico. Como en muchos otros lugares, basta con citar a Canarias, la asistencia a los toros era mínima. ¿No hubiera sido mejor esperar tranquilamente su extinción? Toda restricción de la libertad debe ser excepcional, sobre todo cuando lo que se quiere prohibir posee valores, aunque fueren meramente estéticos, dignos de consideración. Por otra parte, ¿qué necesidad había de causar un daño gratuito a la población de un Estado con la que llevas conviviendo centenares de años? Es una cuestión también de buen gusto y educación.

Kant distinguió la esencia de cada nacionalidad, pues todas tenían propia personalidad. En el futuro, no será posible hacerlo. Todos nos dedicaremos a cosas correctas, pensaremos igual y comeremos hamburguesas. Si no, nuestro destino será el psiquiátrico por malos.

martes, 27 de julio de 2010

Torpeza nacional

Si, como dicen los teóricos, la conciencia de Nación es subjetiva, habrá que concluir que actualmente Cataluña la tiene ya, por pocos efectos jurídicos que pueda tener esa calificación. No es ninguna novedad, desde Azaña se ha aceptado que España era un Estado plurinacional, y no constituía un demérito, todo lo contrario, potenciaba nuestra diversidad aunque obligaba a los estadistas, entonces claramente los había, a realizar un esfuerzo de arquitectura institucional para impedir la ingobernabilidad y la independencia. De repente, todo se ha ido al garete como consecuencia de un cúmulo de torpezas que cabe resumir en la siguiente forma:

Primero.-La de Pascual Maragall al pactar por ambición política, muy probablemente también personal, con un partido como Esquerra, de carácter abiertamente independentista, al objeto de alcanzar el poder.

Segundo.- La de nuestro Presidente del Gobierno al comprometerse a aceptar la reforma estatutaria que aprobase el Parlamento catalán. Si hubiese tenido mínimos conocimientos históricos, así como de teoría política, se habría dado cuenta de lo arriesgado de su proceder.

Tercero.- La de la clase política catalana, singularmente la nacionalista, que irresponsablemente conduce de manera demagógica a sus masas hacia un camino que se justifica esencialmente por razones de índole bien interesada: La independencia implicaría repartirse prebendas, gloria y cargos, que los oportunistas no suelen desdeñar.

Cuarto.- La de los españoles en su conjunto, singularmente sus dirigentes, que abordan el tema autonómico desde el agravio comparativo, las promesas irrealizables y la confrontación de comunidad a comunidad. Todos somos responsables por haber exacerbado unos sentimientos diferenciadores inexistentes en el año 1978.

Sea como fuere, ya nada tiene solución. Nos enfrentamos con un problema separatista, basta con leer diariamente La Vanguardia, que no cabe arreglar con paños calientes y la estupidez de la que tan frecuentemente hacemos gala. En mi opinión, ya no es posible salvar los muebles sin abordar en serio una reforma constitucional que plantee en todos sus términos el problema del norte, imposible de tratar en la misma forma que el andaluz o el canario. Siempre me he sentido españolista y, como tal, también catalán. Por tanto, acepto cualquier fórmula que mantenga la unión. Eso sí, con otros políticos.

martes, 20 de julio de 2010

Políticos cuánticos

Se dice que Einstein afirmó de manera enérgica que “Dios no juega a los dados”, rechazando las conclusiones de la física cuántica por introducir un factor de azar en el cosmos que lo hacía incomprensible. Sería absurdo pensar que somos fruto de la pura casualidad. El paso del tiempo no termina de darle la razón, todo lo contrario, no sabemos nada de un universo que parece existir y no existir al mismo tiempo, como si fuera un producto de la ciencia ficción. Sólo la teoría de las “supercuerdas”, tan apasionadamente descrita por Brian Greene, está en condiciones de llegar algo a captar, aunque sea a base de admitir dimensiones ocultas a la realidad, que el ojo humano no puede percibir.

No es difícil sacar la conclusión de que nuestro mundo es absurdo; algo loco también, lo que puede hacerlo más atractivo. Sin embargo, hay gente que no tiene dudas y se comporta con una aplastante seguridad. Por ejemplo, el día de la manifestación catalanista, un periódico tan serio y respetable como La Vanguardia se atrevió a titular su primera página, a grandes caracteres, con la palabra “provocación”. Se refería al hecho de que el Tribunal Constitucional hubiese publicado la sentencia completa sobre el Estatuto el día anterior, lo que constituiría una grave y humillante ofensa para todos los catalanes. ¿Deliran? ¿No son capaces de darse cuenta que cualquier tribunal está obligado a hacer conocer sus resoluciones a la partes y a los ciudadanos?

Cabe la posibilidad de que los españoles, incluidos desde luego los del norte, vivamos en una dimensión particularmente oscura, incluso tenebrosa, que ni siquiera los teóricos de las “supercuerdas” han llegado todavía a imaginar. Desde un espectro ideológico opuesto al de los nacionalistas, la percepción de las cosas empieza a sufrir también graves signos de distorsión. Así, un Partido que tuvo representantes de tanta categoría intelectual en Cataluña como Alejo Vidal-Quadras o Josep Piqué utilizan ahora a jóvenes en los inicios de su formación intelectual. ¿No se dan cuenta que la burguesía catalana destaca en España por su desarrollo y educación? Cómo se va a sentir representada por unos chicos, chicas también, a los que incluso se puede calificar prudentemente de un poco alocados.

Somos polvo de estrellas acostumbran a afirmar los románticos, un poco cursis, de la astronomía. Hay que reconocer que elevarse desde ese estado a la claridad de ideas constituye una labor singularmente difícil. En España hemos creado un Estado de la Autonomías pura y exclusivamente para eludir el problema catalán, y al final éste nos estalla. Zapatero quiere arreglarlo a base de chapuzas, cree que domina el azar cuántico, ¡siempre ha sido un soñador!

martes, 13 de julio de 2010

La destrucción del derecho



Hace pocos días, ha sido objeto de escandalizada crítica una sentencia judicial por la que se absolvía, por falta de pruebas, al acusado de un delito de “violencia de género”. Con indudable ligereza, el Juez ha sido tachado de falta de sensibilidad por no dar crédito a las palabras de la víctima. Tal actitud no ha motivado ninguna clase de reacción, cuando lo que refleja es el más absoluto desprecio a las reglas de derecho. Sobre ello, me gustaría indicar lo siguiente:

Primero.- El 17 de septiembre de 1793, en plena Revolución, fue aprobada la denominada “Ley de los Sospechosos”, propuesta por los radicales hebertistas, a la izquierda de Robespierre. Estaba inspirada en un discurso de Saint Just, bien expresivo: “Tienen ustedes que castigar no sólo a los traidores también a los indiferentes, tienen ustedes que castigar a todo aquel que sea pasivo en la República y que no haga nada por ella. No hacían falta pruebas, bastaba con una apariencia contrarrevolucionaria. Cualquier ciudadano se encontraba a merced del sectario de turno.

Segundo.- Paradójicamente, tal género de represión encontraba su antecedente en los totalitarismos clericales que en el mundo han sido. Su justificación era muy sencilla: el enemigo tiene un carácter infernal y es capaz de las más reprobables acciones, sería demasiado ingenuo permitirle obrar en libertad. Por otra parte, jamás habría que darle crédito pues, como la gente sabe, el Diablo es el padre de la mentira. Entonces, todo resulta legítimo, desde la tortura a la condena en la hoguera. Sería absurdo aceptar que el error gozara de los mismos derechos que la verdad. Un razonamiento de esta clase se puede invalidar con una sencilla pregunta: ¿quién está en condiciones de distinguir lo verdadero de lo falso? En la práctica, los intolerantes, los que creen que no existe más Justicia que la suya.

Tercero.- Los modernos Estados de Derecho parten de una convicción opuesta: la verdad es relativa, y encierra matices. Es mejor ser prudente y desarrollar hábitos de tolerancia y duda. En materia penal, dado lo que se pone en juego, será necesario respetar al máximo las garantías del acusado. Condenar por simples sospechas, y sin base suficiente, convierte a los ciudadanos en culpables a los que cabe llevar a la cárcel por los delirios y deseos de venganza de los sectarios de cada momento. Es posible que, al final, tengan razón pero los mentecatos que siempre han existido han estado tan convencidos de que obraban bien que han sido capaces de los mayores desatinos. A la vista de ello, por la cuenta que nos trae, será imprescindible reclamar un buen Juez, que decida sobre pruebas no contaminadas por los prejuicios de la pública opinión.

martes, 6 de julio de 2010

El peligro de las zorras


Hace pocos días un tertuliano televisivo llamó zorra a la Consejera de una Comunidad Autónoma. Poco después añadió que también era una guarra, probablemente para no dejar ninguna duda sobre su talento expresivo. En esto adoleció de falta de precisión, no es lo mismo zorra que guarra, y no parece muy conveniente llevar a confusión a la gente en materia tan relevante como el exacto género animal al que uno se pretende referir. En los años sesenta, los niños aprendíamos urbanidad y buenos modales; a la vista de lo anterior da la impresión de que los resultados de tal enseñanza han alcanzado escaso éxito. Cabe la duda, es cierto, de que el opinante tuviese razón, y los miembros de nuestros gobiernos hubieren empezado a andar a cuatro patas. Sería curioso aunque no demasiado sorprendente.

La capacidad de previsión de Orwell es digna de admiración, en su “Rebelión en la granja” adivinó que llegaría un día en el que los cerdos tomarían el poder. Desde luego, eran animales bien intelectuales pues actuaban inspirados en la ideología marxista, y aspiraban a conseguir una sociedad comunista que eliminase la opresión de los seres humanos. En España, al contrario, como la inteligencia ha sido siempre muy mal vista, nuestros guarros se limitan a hacer guarradas no sea que alguien les pueda imputar cualquier atisbo de disidencia ideológica. Es conveniente evitar problemas en materia tan peligrosa como la del pensamiento. Si hemos llegado a la cima de nuestra evolución no parece apropiado ir corriendo riesgos sin ton ni son.

Los que estaban evidentemente equivocados eran esos filósofos que pronosticaban un pretendido “fin de la historia”. Lo que realmente ha desaparecido para no volver, aparte del buen gusto, que va de suyo, es la idea misma de racionalidad en la vida pública. Nuestros políticos y creadores de opinión lo saben muy bien, la dictadura del voto les ha enseñado mucho. Se rumorea que este año en las escuelas de verano que organizan los partidos ha tenido un éxito loco de inscripción una ponencia de tan sugestivo título como “Lo exquisito del rebuzno”, aseguran que todos los aforos serán insuficientes.

Hegel de manera optimista señaló que el Estado no era otra cosa que “la realización del Espíritu en la historia”. El pobre no tuvo en cuenta que todo puede tener vuelta atrás. De hecho, se dice que prestigiosos antropólogos vienen observando en los últimos tiempos, entre nuestras masas y sobre todo en sus líderes, una extraña evolución que va desde el sapiens sapiens hasta el “homo erectus”. Menos mal, todavía no hemos llegado al “australopitecus afarensis”, pues entonces la diferencia con el eslabón perdido sería imperceptible.

martes, 29 de junio de 2010

La visión del mal


Siempre se ha dicho que un francés es capaz de admirar, al mismo tiempo, al campesino de La Vendée que se alza en armas en defensa de su religión y al soldado del Ejército revolucionario movilizado en su contra por los jacobinos. En España, una cosa así sería bastante difícil, lo que pone de relieve nuestra mezquindad. En línea de principio, no existiría ningún obstáculo para que una persona de derechas, si es que eso existe aún, se enorgulleciese de la grandeza de los combatientes republicanos, que se suicidaron por centenares en Alicante antes que caer en manos de los sublevados, o con la actitud del Partido Comunista en la clandestinidad, al elaborar una “política de reconciliación nacional” entre vencedores y vencidos, que constituyó la base de la transición democrática.

No obstante, sería ingenuo reivindicar en su totalidad la resistencia antifranquista, entre otras razones, por la elemental de que las sociedades enfermas contaminan tanto a los verdugos como a sus víctimas. Lo que explica el comportamiento de los mismos comunistas capaces de abandonar a los suyos, incluso de delatarlos, cuando se hacían culpables de disidencia ideológica, y ello en los momentos más duros de la represión política. No se trata de una mera afirmación, ocurrió realmente en los casos bien conocidos de los dirigentes Monzón, Quiñones y Trilla, que, además, fueron objeto de las mayores calumnias; no hubo piedad para ellos. Pero es que la actitud de muchos perseguidos, acosados por el miedo y la policía, distó mucho de la necesaria dignidad, y, sin estética, no es posible mantener la admiración

En este sentido, me gustaría recomendar un excelente libro de Andrés Trapiello, “La noche de los cuatro caminos”, que narra la historia real de unos militantes, algunos de ellos héroes de la resistencia francesa, que detenidos en Madrid a mediados de los años cuarenta se denuncian los unos a los otros, imputándose las mayores villanías, al objeto de conservar la vida. Desde luego, inspiran compasión. Si actuaron así, fue como consecuencia de las torturas. Los únicos culpables estaban del lado de la policía, pero a la altura de estos tiempos sólo producen rechazo y horror. La conducta del partido no queda manchada por ello, sin embargo sería absurdo querer mantener la memoria de lo sucedido.

La situación de los resistentes durante nuestra dictadura queda reflejada en la película “La vida de los otros”. Es decir, lucharon en una sociedad en la que el amante no podía fiarse de la amada ni el hermano de la hermana, pues, en ocasiones, todos actuaban como confidentes. Es indudable que el responsable final no fue otro que el franquismo, también que hubo héroes, y muchos. Con respecto a todo lo demás quizá sea mejor olvidar, ¿o es que vamos otra vez a empezar?

martes, 22 de junio de 2010

Okonkwo


En los últimos días, de manera bien masoquista, me ha dado por consultar en Internet distintos rankins de la literatura universal. En castellano, existen varios aunque, si se observa, la mayoría son copias de los elaborados en los Estados Unidos. Con independencia de que, aparte de El Quijote y algún libro de García Lorca, la publicada en lengua española brilla por su ausencia, lo que me resultó verdaderamente asombroso fue encontrar, en casi todos ellos, entre las consideradas cien mejores obras de siempre “Todo se desmorona” del nigeriano Chinua Achebe. No me da ninguna vergüenza confesar que no sólo no la había leído sino que llegué a pensar que se trataba de una broma. Un librero amigo, Reguera, al percibir mi ansiedad, me la proporcionó en veinticuatro horas.

Después de devorarla, he de confesar que se trata de una buena novela pero resulta absurdo pensar que esté entre las grandes de cualquier tiempo, ni siquiera entre las cien mil primeras. En esencia, constituye un lamento por la pérdida de un mundo hermoso, el africano, con su propia mitología, tradiciones y palabras, que fue destruido por la colonización europea. El protagonista, Okonkwo, después de diversas vicisitudeses es perseguido por una justicia incapaz de comprender el código mental de los nativos, regido por leyes muy distintas a las impuestas por una civilización que no reconoce al diferente.

En mi opinión, la razón de su éxito obedece no sólo, tengo que reconocerlo, a una indudable calidad y a la creciente influencia de la población afroamericana sino, en esencia, a la imposición de lo “políticamente correcto”, que considera la expansión europea como una simple lacra. Sin embargo, según la propia prologuista de “Todo se desmorona”, el denominado reparto de África “que siguió a la infame conferencia de Berlín” tuvo lugar en 1884-1885. Entonces, como quiera que la descolonización subsahariana termina casi completamente con la caída de la dictadura portuguesa en 1974, puede deducirse que el dominio de los occidentales alcanzó escasamente un siglo. Y es cierto que cometimos muchas barbaridades, basta con tener en cuenta el espíritu de “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, pero lo que nadie puede dudar es que, en ese tiempo, África pasó de la Edad de Piedra a la globalización.

Me temo que, al paso que vamos, Bibiana Aído va a convertirse en la única referencia de prestigio en materia literaria. De hecho, se rumorea que títulos tan sugerentes como “La sufrida mujer ibérica”, “El machismo español en América” y “La crueldad de los occidentales” pasarán a ser, gracias a sus consejos, obras de imprescindible consulta, de obligatoria compra también, para el lector consciente.

martes, 15 de junio de 2010

Niní


En el año 1969, a punto de entrar en la Univesidad de La Laguna, la célula de las Juventudes Comunistas, de la que era responsable, recibió la visita de un miembro del Comité Provincial que presidió lo que se llamaba, en la terminología del Partido, “un juicio crítico” hacia mí. En su opinión, no era más que un joven pequeño burgués que carecía de la formación propia de un militante y que en donde encajaba realmente era en el Frente de Liberación Popular, caracterizado por mantener actitudes estrictamente reformistas bajo una fraseología revolucionaria. Delante de todos los compañeros, sufrí una humillación que todavía no he olvidado, a pesar de que me siento bien orgulloso de haber pertenecido al PC en plena clandestinidad.

En el fondo, los comportamientos estalinistas encajaban perfectamente con mi formación cristiana, obsesionada con la culpa y la búsqueda de la perfección. La introspección servía para derrotar la vanidad, y darte cuenta de las motivaciones ocultas de tus actos. ¿Hasta qué punto no interpretamos el papel que en cada momento nos favorece? Por ejemplo, y descendiendo a los bien triviales aspectos de la vida diaria, la crítica que los viejos cascarrabias como yo venimos haciendo a la vida política española ¿no estará encubriendo nuestra incapacidad de adaptación a unos tiempos que ya no nos pertenecen? Todas las posiciones son psicológicamente interesadas, las nuestras también.

Cuando las dudas te asaltan, lo único que cabe es acudir al sentido del humor. Puede ser verdad, más allá de nuestras razones subconscientes, que la conducta de socialistas y populares sea ridícula, de circo incluso, dejo a salvo a los comunistas que, además de haber sido los míos, ya no cuentan y les tengo un respeto. Sin embargo, si se estudia con detenimiento la política de de este país, al menos en los últimos cien años, da la impresión de que asistimos a un espectáculo bien cómico. Por ejemplo, nos narra Miguel Maura, en “Así cayó Alfonso XIII” que el gobernador civil, Sr. Cruz Conde, le comunicó repetuosamente, en cierta ocasión, que una conferencia que había de pronunciar en Sevilla quedaba suspendida por orden expresa de Miguel Primo de Rivera. Al pedir explicaciones, se le indicó, en confidencia, que lo que pasaba en realidad era que el Dictador había roto con la señorita Niní Castellanos y estaba “de un humor insoportable”.

Para colmo, nos sigue diciendo Maura, los detalles de dicha ruptura fueron contados pocos días después por el insigne prohombre en una de las cartas públicas que, a través de la prensa, solía dirigir ea todos los españoles. Después de una cosa así, acepto la autocrítica: pido perdón, he de reconocer que este país no es ahora más tonto, sigue igual.

martes, 8 de junio de 2010

Bernardo de Gálvez


Gracias a mis hijos, he leído recientemente dos novelas históricas de Pablo Víctoria que me gustaría recomendar: “El día que España derrotó a Inglaterra” y “España contraataca”, dedicadas a las hazañas de dos de nuestros militares del siglo XVIII, Blas de Lezo y Bernardo de Gálvez. Si quieren pasar un rato entretenido, y recrearse en la historia de este país, sintiéndose, al mismo tiempo, orgullosos de compartir su identidad, no dejen de comprarlas. Cuando los franceses disfrutan leyendo a Michelet, y los ingleses a Walter Scott, nosotros también tenemos derecho a soñar aunque el momento no parezca muy adecuado para los nacionalismos. Por desgracia, hace ya dos siglos, desde la derrota de Trafalgar, vivimos con un complejo de inferioridad que no conseguimos superar.

Podría resultar curioso que una obra de carácter épico en honor de los españoles estuviese escrita por un colombiano. No es extraño, basta con utilizar “youtube” para escuchar, por ejemplo, una apasionante conferencia de Carlos Alberto Montaner, en Miami, sobre la Hispanidad o sintonizar diariamente con Jaime Bayly, para constatar que en ciertos sectores se viene reivindicando intensamente lo español. Hay una razón lógica para ello: el despertar de los indigenismos, que en Bolivia, Venezuela, Ecuador y otros estados reniegan de una civilización que proporciona un sustrato lingüístico y cultural común a cuatrocientos millones de personas. Los antiguos criollos se defienden, entonces, proclamándose dignos herederos nuestros. Y, como siempre, aquí no tenemos pajolera idea de lo lo que ocurre, ni nos interesa. Así nos va…

Constituye ya un tópico afirmar que España fue derrotada por la modernidad, lo que puede haber motivado el desapego de los progresistas hacia nuestras propias raíces. Es una pura y simple memez: se puede ser de izquierdas, comunista, catalanista incluso, y al mismo tiempo enorgullecerse de una común herencia. Azaña señaló que él era un patriota porque serlo no significaba otra cosa que “luchar por el aumento y conservación de ese caudal de belleza, de bondad y libertad, en suma, de cultura, que es lo que nuestro país, como cada país, aporta en definitiva a la historia como testimonio de su paso por el mundo”.

Don Manuel Azaña tenía una magnífica cabeza es indudable, lo que por desgracia no es muy frecuente en España. A veces dan ganas de hacerse malgache y reaccionar a la manera de Estanislao Figueras, un buen catalán por cierto, cuando, al dimitir de la presidencia de la Primera República, se marchó a París diciendo que “estaba hasta los cojones (sic) de todos ustedes”. Él sufrió la época de los cantonalismos, a lo mejor hubiera reaccionado más vivamente si hubiera conocido la España de hoy.

martes, 1 de junio de 2010

La crisis


¿Cuás es nuestro destino? Todas las generaciones se lo han preguntado, y, como brillantemente expuso Pierre Chaunu, el cristianismo, superando anteriores concepciones cíclicas de carácter fatalista, realizó una verdadera revolución al establecer la existencia de un tiempo lineal con un principio y un final, que transcurriría desde la creación del mundo hasta el segundo advenimiento de Cristo. El futuro tenía así un sentido que proporcionaba esperanza. Paradójicamente, la modernidad, sobre todo a partir de la Ilustración y la Revolución Industrial, es hija de tal concepción. La historia encerraría un proceso que se dirige siempre hacia adelante, pues implica la autodeterminación de una humanidad que conquista libertad y felicidad, mediante los instrumentos que le brinda la Razón.

Así, en los últimos siglos hemos vivido convencidos de que la ley del progreso rige el devenir de las sociedades humanas, pues seríamos capaces de conquistar las estrellas y la inmortalidad. Sin embargo, ¿cómo podemos estar seguros? Para empezar, la misma idea de racionalidad e inteligencia que nos definiría no constituye más que una simple hipótesis. ¿Con respecto a quién nos comparamos? Al no existir ningún observador externo que pudiera analizarnos, cualquier autocalificativo no supone más que una especulación, muchas veces vanidosa e interesada. Estamos solos en el universo caminando a ciegas; es muy difícil entonces llegar a conclusiones ciertas sobre nada.

Por ejemplo, hace pocos días, Alain Touraine ha opinado que la actual crisis económica puede no tener fin, lo que afectaría esencialmente a la sociedad occidental. Todo es posible, y poco podríamos hacer a nivel individual para evitarlo, quizá tan solo intentar comprender lo que ocurre sin tener ninguna certeza de poderlo conseguir. Desde luego en España, si el pensamiento clásico tuviese alguna validez, la convicción de que sólo los amantes de la sabiduría estarían en condiciones de ejercer el poder habría quedado tajantemente desmentida: los menos previsores, prudentes y sabios de los hombres lo habrían tenido aquí en sus manos. Así nos ha ido…

Tampoco la oposición merece juicio positivo. Es posible que las ideas de generosidad, elegancia y estilo constituyan simples mitos es verdad. Pero, si no lo fuesen, debería recordarse que la victoria electoral no puede imponerse como el objetivo único de un partido. Duran i Lleida ha demostrado que es capaz de dar una leccion de alta política, por desgracia otros no. Cabe una duda: a lo mejor Montilla, Zapatero y Camps no existen, están situados en el etéreo reino de los sueños. Si es así, habría que pedir humildemente a los que dirijan la función que nos sirvan imágenes más interesantes, pues las pesadillas asustan.

martes, 25 de mayo de 2010

Sócrates derrotado


Platón, en su “Defensa de Sócrates”, recoge el contenido de su último alegato a los atenienses en el que les advierte: “Podéis estar seguros de que si yo me hubiese puesto a intervenir en la política, muchos lustros ha que se me habría dado muerte, y ni a vosotros ni a mí mismo habría sido útil en cosa alguna. Necesario será que el que quiera verdaderamente luchar en defensa de lo justo, si pretende sobrevivir algún tiempo, por poco que sea, actúe en privado y no en público”. Sus palabras han tenido validez en todas las épocas, y mucho más en España. Ningún estadista que haya verdaderamente destacado ha terminado bien.

Si fijamos la atención exclusivamente en nuestro país, desde la transición nos encontraremos con el siguiente panorama: A Suárez estuvieron a punto de matarlo el 23 de febrero, arruinándole después en su honra y vida, Felipe González se salvó por bien poco de que lo enviaran a la cárcel y, por su parte, las injurias a Aznar forman parte del desahogo mediático de todos los días. Si nos remontamos atrás, Azaña se libró de ser entregado por los nazis a la dictadura franquista simplemente porque se adelantó, muriendo de pena en Montauban. Como es lógico, Zapatero quedará al margen porque, como todo el mundo sabe, no se dedica a la política.

No es ya que nuestro defecto nacional sea la envidia, es indudablemente cierto pero se ha convertido en un tópico. Hay algo más, relacionado con la irresistible tendencia a la vulgaridad de las sociedades humanas. Nadie puede ser más que nadie; si lo es corre el serio riesgo de ser eliminado. Existe una especie de pulsión de mediocridad que tiende a reaccionar contra las personalidades brillantes e inteligentes. Sócrates se refería a la política, pero se da en todos los ámbitos: la genialidad de Albert Einstein queda atenuada por su desordenada conducta matrimonial, con el abandono de la familia. Igualmente, si es posible admirar a Kennedy será porque inmediatamente se compense por la afirmación de que tuvo relaciones con la mafia, y su padre simpatizó con el nazismo, y así sucesivamente. Un solo campo queda a salvo, el de los deportistas, porque la fuerza o la destreza física no se consideran atributos extraordinarios, cualquiera de nosotros los puede tener.

Con el triunfo de las masas, el fenómeno ha llegado a su fin. Todos, por lo menos los políticos, resultan tan normales que sería absurdo envidiarlos. Esperanza Aguirre o Pepiño Blanco son, con independencia de meteduras de pata, buenos muchachos. Tan ingenuos como cualquier mortal; se creen importantes y serios, nadie querrá eliminarlos. Pero la verdad inspiran aburrimiento, también asombro.

martes, 18 de mayo de 2010

Ley de Amnistía

La defensa del Juez Garzón parece centrarse en una idea fundamental: la invalidez jurídica de las leyes de amnistía a la hora de exigir responsabilidades en los denominados “crímenes contra la humanidad”. Es un argumento falso de toda falsedad, y sobre ello sería necesario precisar las siguientes cuestiones:

Primero: No existe ningún tratado internacional que pueda determinar la carencia de efectos jurídicos de la Ley española 46/1977, de 15 de octubre. Pensar lo contrario supone partir de una enorme confusión conceptual: la de creer que nuestra Ley es equiparable a las llamadas de “punto y final”, es decir, las promulgadas en distintos países sudamericanos al objeto de garantizar la impunidad de los antiguos dictadores a la vista de un cambio democrático. No existe ninguna similitud entre uno y otro tipo de normas.

Segundo. Nuestra ley de Amnistía fue un producto de las Cortes Constituyentes que quisieron eliminar toda exigencia de responsabilidad derivada de “los actos de intencionalidad política, cualquiera que fuese su resultado, tipificados como delitos y faltas realizados con anterioridad al día 15 de diciembre de 1976”. Operó a manera de pacto fundacional del régimen democrático: se trataba de construir un nuevo Estado sobre la base del perdón, lo que se hizo sin ningún tipo de coacción, y partiendo de la idea de que el pueblo español en su conjunto había sido víctima y verdugo del franquismo. Si todos habíamos sido responsables, parecía que ya era hora de terminar.

Tercero.- En Cataluña y Euskadi, y luego en todas las grandes ciudades del territorio español, el lema repetido por los demócratas en sus actos públicos fue el de “Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía”, ¿o es que ya no lo recuerdan? Se trató esencialmente de una reivindicación de la izquierda, que no sólo pretendía sacar a sus militantes de la cárcel sino también, y dice mucho de ella, iniciar la andadura sin venganzas ni hipotecas.

Cuarto.- Es completamente cierto, sin embargo, que resulta doloroso aceptar que los culpables de los crímenes cometidos por el franquismo, desde luego horrendos, basta con mencionar a García Lorca, queden impunes. Pero un jurista debe saber que sus sentimientos personales no pueden imponerse sobre los de la mayoría. Y debe tener en cuenta que nadie está por encima de las leyes por muy importante que se pudiera creer. Además, el “hágase justicia y perezca el mundo” tiene siempre consecuencias muy graves: en este caso, las de haber suscitado otra vez en nuestro país un clima de “guerra civil” que hay que rechazar, más aún si se es Juez.