martes, 27 de abril de 2010

Garzón y la política


En un país normal, observar a la ciudadanía apasionarse por una cuestión estrictamente jurídica implicaría una señal de amor por el Derecho propia de mentes cultivadas, amantes de las las sutilezas intelectuales y, sobre todo, cultas. En España, en cambio, nos hallamos al borde de la fractura social, a causa del encausamiento de un magistrado, por pura ignorancia conceptual: por no sabe separar las reglas que rigen el comportamiento político de las que presiden el ordenamiento penal. Ante el problema en que nos encontramos habría que precisar unas cuantas cuestiones bien elementales:

Primero.-Garzón está siendo objeto de procedimiento por haber iniciado unas diligencias sin tener competencia para hacerlo. También por haber vulnerado el principio de legalidad, al no respetar la Ley de Amnistía cuya vigencia, en principio al menos, no puede ser puesta en cuestión por un Juez. Si los tribunales dejaran de aplicar el ordenamiento jurídico, con todo su abanico de interpretaciones posibles, volveríamos al “estado de naturaleza”.

Segundo.-Es totalmente falso que los miembros del Tribunal Supremo procedan del franquismo. Por elementales razones de edad, la inmensa mayoría de sus componentes accedió a la judicatura bien muerto el Dictador. Muchos de ellos, como debe conocer cualquier jurista, expresan en sus resoluciones posiciones doctrinales progresivas y avanzadas.

Tercero.-Para que el Poder Judicial pueda ejercer adecuadamente su funcion en un Estado de Derecho, es necesario no sólo que los jueces sean imparciales sino que los ciudadanos crean que lo son. Para ello es imprescindible que todos, en particular las instituciones y los creadores de opinión, respeten sus resoluciones y, en el caso de que las critiquen, sus objeciones se mantengan en un terreno estrictamente intelectual. Un país con unos magistrados sometidos a sospecha no puede funcionar, pues la sociedad surge solamente cuando se confía en un tercero independiente que dirime las discordias. Constituye una auténtica irresponsabilidad politizar la justicia.

Cuarto.- Cosa distinta, desde un punto de vista estrictamente jurídico penal, es que, en la fase de juicio oral, con alegaciones de derecho, pueda discutirse la inocencia del Sr. Garzón. Yo particularmente considero que será absuelto; cualquier defensa podría utilizar argumentos doctrinales de peso para ello. Pero esa es otra cuestión, que además no remediará ya el desprestigio de nuestra justicia, y convertirá en héroe a quien ha transformado a nuestros tribunales en un circo. Todos seremos responsables de un error.

martes, 20 de abril de 2010

La política del cotilleo


Nuñez de Arce en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, en 1874, hablando de la Inquisición señaló que “en nombre de un Dios de paz, los tribunales de la fe pusieron la honra y la vida de los ciudadanos a merced de delaciones, muchas veces anónimas, inspiradas quizá por la ruin venganza y por la sórdida codicia”. Bastaría con sustituir la mención a Dios por la palabra transparencia o por las necesidades, tan exquisitamente correctas, de la opinión pública para reflejar con exactitud lo que está ocurriendo actualmente en España. La política de ideas ha desaparecido, sustituida por una cultura basada en la investigación policiaca de las conductas ajenas, la sospecha y la destrucción de la personalidad. Pero esto no es más que pura y simple carroña.

Aquí lo único que parece importar es la mayor o menos corrupción y bajeza de los adversarios, lo que interesaba a los inquisidores de otros tiempos. Y es que, cuando no se tienen proyectos ni la suficiente generosidad de espíritu para realizarlos, es muy fácil caer en la pura y simple ruindad. Si los socialistas parecen haber cogido a Jaume Matas ahora sale el tema Bono. A continuación, aparecerá otro sinvergüenza en las filas populares, y así sucesivamente. ¿No se dan cuenta de que la política es algo distinto a un confesionario o una sala de justicia? Los sacerdotes y los policías nunca han servido para gobernar a un país, salvo en los estados estalinistas o clericales. Si la vida pública se convierte en un estercolero, nadie con dignidad estará en ella.

Es verdad que actualmente lo único que cuentan son las masas, y que no es posible obtener un triunfo electoral sin su concurso pero sería absurdo pensar que tienen que comportarse siempre como si estuvieran en un patio de vecinos; la responsabilidad de que así ocurra dependerá de la actitud de quienes pretendan dirigirlas. Lo que pasa es quienes carecen de altura intelectual y no tienen grandeza de miras, ni la han tenido en su vida, se mueven mucho mejor en los bajos terrenos de la denuncia irresponsable, que permiten mantenerse cobardemente en la oscuridad. Las personalidades brillantes ofrecen proyectos, las que no la son se complacen en destruir la de los demás.

Cuando a mis dieciséis años, en un lejano 1968, ingresé en las Juventudes Comunistas, los camaradas de célula me advirtieron, en forma bien solemne, que me preparara “para tirarme al monte” cuando me ordenaran. Con la emoción, no me percaté que en todas las islas Canarias no existía más monte que el Teide, y la verdad pensar que allí pudiera organizarse una guerrilla no podía ser más que una ridícula ingenuidad. Lo que sí me dejaron claro es que dedicarse a la política no era ninguna tontería ni vulgaridad. Se equivocaron.

martes, 13 de abril de 2010

Revolución moral

Desde el final del siglo XVIII Occidente ha vivido un proceso revolucionario político y social que parece haber concluido, a la manera marxista, en una síntesis entre las libertades formales del capitalismo y la sustancial igualdad del “socialismo real”. El Estado del Bienestar representaría ese “final de la historia” en el que el debate dejaría de existir por carencia de alternativas. Ya no habría nada que discutir, y la humanidad podría dedicarse a jugar, ni siquiera sería necesario ejercer la libertad, ¿para qué si todo está conseguido? A lo mejor es así, y en España al menos, la ideología habría desaparecido, nuestros políticos no tienen otro motivo de diferencia que la mayor corrupción de unos u otros. Es verdad que cabría advertir que el mundo no se reduce a nuestros confines.

Mientras tanto, sin estridencias ni ruido, se está imponiendo en forma que recuerda a los sistemas evolutivos darwinianos una revolución que tiene un carácter moral, y que está convirtiendo en eslabones extintos propios de una especie próxima a desaparecer a los ejemplares que se oponen a ella. Es cierto que no es sensato luchar contra las fuerzas de una naturaleza irresistible pero, por lo menos, podemos permitirnos el lujo de dudar. Es posible que tengan razón quienes denuncian el matiz sexista del cuento de Blancanieves puesto que la mujer no solamente sería igual en derechos y deberes, como preconizaban los ya achacosos ilustrados, sino también en sensibilidad y estructura cerebral. Pero si el papel tradicional de la feminidad tuviera sólo un carácter cultural, estaríamos en presencia de un fenómeno transformador de tal magnitud que merecería un interrogante, ¿o no?

Es indudable también que nadie en su sano juicio puede discutir la libertad de las distintas modalidades de unión sexual, a condición de que se acepte que la familia tradicional burguesa, la que hasta ahora hemos tenido, es puesta en cuestión. No es un simple problema teórico, repercutirá inmediatamente en la reproducción de la sociedad occidental, lo que no dejará de tener efectos frente a un universo, muy cercano, todavía subdesarrollado a nivel intelectual, que crece y crece indefinidamente. ¿Contemplarán impávidos nuestra debilidad demográfica? ¿Y la religión? Es muy probable que Dios no exista, que sea una mera ilusión, pero si la sociedad se acostumbra a vivir sin él, los mecanismos de responsabilidad colectiva cambiarán esencialmente. ¿No afectará a nuestros posibilidades de reacción frente al Islam?

Hubo un tiempo en el que Mona Ozouf pudo decir que la opinión pública se había convertido en la reina del mundo, lo que presuponía intercambio de ideas e información. Hoy día la única que queda es la frivolidad, no es necesario pensar. ¿Podrá mantenerse indefinidamente?

martes, 6 de abril de 2010

¿Hombre alternativo?


Reflexionando el otro día sobre la última ocurrencia de Bibiana Aido, recordé, siempre es bueno hacer incursiones por la antropología, que Lévi-Strauss había señalado que el nacimiento de la sociedad había sido la consecuencia de un triple proceso de intercambio: el de bienes, el de palabras y el de mujeres, pero este último habría sido, con diferencia, el más importante. Habrían impedido el estado de guerra continua entre parientes, contribuyendo a desarrollar lazos de afectividad y solidaridad entre grupos anteriormente rivales. La civilización no hubiera sido posible sin ellas; se trata de algo que nunca ha sido puesto en cuestión.

En la época de la Ilustración, de la que la historia occidental actual es deudora, se pensó que los hábitos intelectuales del buen gusto, el arte y la conversación constituían los únicos instrumentos serios para conseguir la felicidad, a la manera que le gustaba preconizar a Madame de Châtelet. Y así, en los elegantes salones parisinos, especular sobre el sentido de la vida, los distintos artículos de La Enciclopedia, o los asombrosos descubrimientos que día a día se iban realizando se puso de moda. Se trataba de un espectáculo estético dirigido por las mujeres más sensibles de su tiempo, basta con observar el maravilloso retrato de Madame de Sorquainville, obra de Perronneau, para constatarlo.

La inteligencia y la sensibilidad eran un producto de la feminidad, y en plena revolución francesa la deslumbrante girondina Madame Roland seguía dirigiendo uno de los clubs más influyentes del momento. Sin embargo, cuando los energumenos de la Vendée y las potencias reaccionarias pusieron cerco a las conquistas democráticas tuvieron que ser los feroces y bigotudos montagnards quienes salvasen a Francia. Ciertamente, en esta materia toda preocupación es poca pues el hombre es un ser frágil, mucho más que la mujer. Nuestro excepcional cronista de Indias, Cieza de León, desgraciadamente tan poco estudiado por sus compatriotas, realizó en el siglo XVI un sorprendente estudio de antropología al analizar las causas por las que los varones incas habían dejado de procrear: al destruirse por culpa de la conquista su visión del mundo, habían perdido toda su seguridad vital, no supieron cuál era su exacto papel, y dejaron de estar interesados en vivir.

Todas las civilizaciones que en el mundo han sido, al llegar a la cúspide, desarrollan caracteres tradicionalmente atribuidos a las hembras, se convierten en femeninas. Lamentablemente, siempre ha ocurrido cuando los bárbaros estaban muy cerca, en los mismos umbrales de la frontera. Y hoy día, si el Islam integrista llegase a triunfar, siglos de lucha por la igualdad de la mujer, por el triunfo de sus valores de ternura, delicadeza y profundidad se esfumarían sin rastro.