martes, 7 de mayo de 2013

No decir nada


Si se llega a la conclusión de que vivimos en la oscuridad, será mejor no decir nada hasta salir a la luz, aunque puede que entonces tampoco veamos con claridad. Es posible que lo que creo sea sólo producto de un sueño, entonces prefiero permanecer en silencio y pensar. Al fin y al cabo,si nos encontramos en el fondo de una caverna, ¿qué más da? Cierro este blog, y dejo de escribir en la prensa  por ahora.

Se han recogido la totalidad de los artículos del autor desde el mes de septiembre de 2008 hasta abril de 2013, en el Diario El Mundo. Incluye también una parte de los publicados en el mismo periódico desde el 2000 al 2008, así como en los diarios del Grupo Joly, y en El País.

En diciembre de 2017 reanudo colaboración en prensa, primero con ABC de Sevilla y después con el Mundo, edición nacional. Cuando pongo esta nota, el 23 de marzo de 2020, en plena crisis del "coronavirus", sigo, con dudas, aportando colaboraciones que se van incorporando al blog. He incluido artículos del año 1978, mientras restan los comprendidos entre 1978 y 1994.


sábado, 27 de abril de 2013

¿Qué nos pasa?




Un importante miembro del Poder Judicial se ha descolgado con unas declaraciones sobre los “escraches” que, probablemente mal interpretadas, han fortalecido la posición de quienes sostienen que es una práctica totalmente legal. Ciertamente, el derecho de manifestación tiene un carácter fundamental que nadie puede discutir. Sin embargo, me gustaría reflexionar sobre la intimidación que supone el simple hecho de convocar un acto ante el domicilio de una persona, no una institución, en protesta contra la misma. ¿De verdad carece de toda relevancia penal? Y los actos qué pueden producirse a continuación, desde insultos hasta vejaciones de toda índole, ¿tampoco la tienen? Me da la impresión de que debería ser más cauto en sus palabras, los medios de comunicación no suelen destacar por los matices de sus noticias. Hasta hace pocos años, en la Escuela Judicial te enseñaban que un Juez debería limitarse a hablar a través de sus sentencias.

Por otra parte, un representante del pueblo se ha dado el placer de un parcial striptease, de nulo interés erótico desde luego, en el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Al parecer, dice ser de un partido de izquierdas. ¿Se imaginan lo que pensaría Dolores Ibarruri de tamaño espectáculo? No duraría en su formación ni media hora, pues si ha habido un partido serio en España ha sido el de ella. En la ejecutiva del PCE estuvieron personalidades de la talla de Santiago Carrillo, Jorge Semprún y Fernando Claudín, jamás hicieron el ridículo. Algunos de ellos fueron depurados precisamente por su falta de frivolidad. ¿Por qué este hombre no se dedicará a estudiar? Podría hacerlo sobre lo que más le parece interesar: las implicaciones sociológicas de los procedimientos hipotecarios. Sería más útil.

Nuestros respetables conciudadanos, por su parte, se vienen dedicando al barato deporte de insultar a los políticos como si se tratase de una actitud bien digna y valiente. Y la verdad es que nuestros representantes no destacan ni por su inteligencia ni seriedad, para colmo a veces tampoco por su honestidad. Pero hay una cosa que tengo clara: no son mejores ni peores que el resto de los españoles, los reflejan muy bien. Al parecer, hemos llegado a una situación en que la enfermedad, la bancarrota y el fracaso son siempre culpa de los demás. A veces lo son, pero no es infrecuente que su origen se encuentra en la propia culpa personal.

Lo único cierto es que la democracia representativa, su mundo de valores, está en crisis. El Parlamento constituyó el símbolo de la libertad, hicieron falta muchas generaciones para que se pudiera consolidar, algo que muchos niñatos no parecen saber. Por eso, lo quieren matar.

sábado, 13 de abril de 2013

Un robot sin intimidad



¿Vivimos en una sociedad libre? Por supuesto que no. ¿Padece usted una depresión, o tiene síntomas de ansiedad? Si es así, nada extraño en los tiempos actuales, después de la consulta del médico se dirigirá a una farmacia para comprar la prescrita medicación. Para su sorpresa, le pedirán inmediatamente el documento nacional de identidad, y después de mirarle inquisitivamente anotarán todos sus datos en el ordenador, junto con los del doctor. Finalmente, y por si fuera poco, dejarán escrupulosa constancia de la fecha de la expedición estampando un sello en la receta. No solamente se trata de una humillación innecesaria, constituye también una vulneración de nuestro derecho a la intimidad.

¿Por qué nadie ha planteado todavía una acción de carácter jurídico? Por una razón bien sencilla: todo el mundo tiene miedo de dar todavía más publicidad a su enfermedad. Además, si se atreve a insinuar la más mínima objeción, le contestarán que la sociedad necesita defenderse del comercio, o la proliferación sin control de sustancias potencialmente lesivas. Parece muy sensato, pero de aceptar un razonamiento de esta índole, a medio plazo el conocimiento de nuestra personalidad no podrá ser más intenso. Además, ¿quién maneja los datos? Por muy honestos que pudieran ser los funcionarios, nadie puede garantizarnos que no vayan a utilizarse al final por chantajistas, aunque la moralidad social pudiera constituir su objetivo declarado.

Si después del disgusto, se dirige usted a su trabajo, sobre todo si se trata de cualquier Administración Pública, será objeto de un espionaje muy superior al que sufrieron los alemanes sometidos al régimen hitleriano. Desde todos los ángulos, le enfocarán innumerables cámaras de televisión. Todo el mundo lo acepta, convivimos con ellas como si fuera una cosa completamente normal. Y no lo es, desde el momento en que la integridad de nuestras relaciones, comportamientos, incluso palabras, van a ser conocidas por lo demás. ¿Quién controla el invento? Los defensores del sistema dirán que, hoy día, es completamente necesario por razones de seguridad. Muy correcto sí, pero habrá que reconocer que la diferencia individual corre el riesgo de desaparecer.

¿Por qué no leen “Defensa de lo privado” de Wolfgang Sofsky? Las dictaduras más peligrosas son las que están basadas en el consentimiento de la inmensa mayoría. Los totalitarismos clásicos perseguían una sociedad utópica, basadas en el orden o la justicia. Se mostraron ineficaces por razones técnicas, no tenían instrumentos para vigilar las conciencias, el alma permanecía siempre en libertad. La tiranía es perfecta hoy, el control ya es absoluto.

viernes, 5 de abril de 2013

En defensa de Urdangarín



Las últimas decisiones judiciales en el caso Urdangarín están sirviendo para el regocijo de los defensores del sistema: se trataría de la mejor muestra de un país en el que todos seríamos iguales ante la ley. Es falso de toda falsedad, volvemos a las técnicas inquisitivas propias de otro tiempo. Es cierto que una ciudadanía desconocedora de las técnicas procesales, y ávida de noticias que coloquen a los poderosos bajo la sombra de la guillotina parece bien satisfecha también. Pero en mi opinión lo que está ocurriendo es lamentable, basta para llegar a dicha conclusión con analizar la incondicionada admisión de los email remitidos al Juzgado por la defensa de Torres. Su incorporación a la causa, al menos en la forma en que se está haciendo, vulnera las exigencias de un proceso acusatorio con daño al principio elemental  de la “igualdad de armas” que debe regir en el mismo.

El acusado, en cualquier procedimiento, debe saber  en cada momento no sólo de lo que se le acusa, sino también de las armas con las que cuenta el acusador. En caso contrario, carecerá de los instrumentos necesarios para planificar su defensa. Como dice el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, si un imputado se ve limitado en sus derechos organizará su defensa con una capacidad considerablemente disminuida, pues le dominará la angustia. Cualquiera de nosotros puede colocarse mentalmente en el lugar de Urdangarín, ¿qué hacemos cuándo el que nos denuncia posee un material que administra a su antojo en la forma en que más le conviene? ¿De qué se nos va a acusar en cada momento?  Procesalmente, las posibilidades de remediar una vulneración de dicha naturaleza son claras: conceder un plazo límite para la entrega de la documentación en poder de las partes. Es cierto que Torres no forma parte técnicamente de la acusación, pero de hecho opera como tal.  

Louis Antoine de Saint-Just, el “arcángel de la guillotina”, uno de los más brillantes líderes de la Convención francesa, afirmó que “los reyes nunca son inocentes”. Una contundente frase destinada a la inmortalidad, en la forma que tanto gustaba a los jacobinos. En la práctica sirvió para que la condena a muerte de María Antonieta se fundamentase en acusaciones tan deleznables como la de haber incurrido en incesto con el delfín. Lo que se quería era la muerte de la familia real, las exigencias de un proceso justo se convertían entonces en meros obstáculos.

Todos incluso los reyes somos inocentes. La sociedad de hoy, como la de otros tiempos, disfruta con la ejecución de los “privilegiados”, una simple muestra de su envidia y crueldad. Vichinsky ha sido sustituido por un fiscal más cruel: la opinión pública. A todos nos alcanzará.

sábado, 16 de marzo de 2013

La Inquisición de la transparencia


La exigencia de un mayor control de la ciudadanía sobre los políticos se ha convertido en tópico, todos están de acuerdo:  las instituciones, desde la casa real hasta el último de los ayuntamientos, deberían someterse a transparencia. A veces, como si estuvieran descubriendo el Pacífico, algunos contertulios aseveran bien solemnemente que "nos deben rendir cuenta hasta de la última peseta". Muy bonito y muy correcto; pero, aparte de no constituir ninguna novedad, lo expresaron los primeros constituyentes franceses, no se dan cuenta que, hoy día, reivindicaciones de esa índole están más cerca de un temperamento inquisitorial que de otra cosa.

No reflejan más que desprecio hacia los representantes del pueblo, y puede que se lo merezcan. Pero debemos darnos cuenta que vivimos la destrucción de una civilización. Durante siglos, los parlamentarios fueron caracterizados por notas inmateriales, prestigio, popularidad, carisma, tanto más fuertes cuanto profundas sus relaciones con los ciudadanos. La relación elector-electo teóricamente construida sobre los mecanismos geométricos de la razón se revelaba, en la práctica, de connotaciones mágicas. Los políticos aparecían revestidos del aura de la respetabilidad: honrados, serios y sabios. Inconscientemente, el mundo de lo onírico fue utilizado instrumentalmente para el fortalecimiento de la racionalidad. Pero la magia ha desaparecido ya, al fin y al cabo una lógica más del proceso revolucionario. Y, completamente desnudos, no sólo aparecen ridículos y fatuos, se les considera también sospechosos.

Las sospechas conducen a la investigación, proceso en el que actualmente vivimos: en toda España se están estudiando medidas de transparencia y control. En el fondo, nos comportamos como los inquisidores de otros tiempos: la oscuridad sería pecado. Bien lo expresaba León Meurín, S.J., Arzobispo-Obispo de Port-Louis: ‘La luz ha venido al mundo, y los hombres quieren más las tinieblas que la luz, porque sus obras son malvadas. Pues quien hace el mal odia la luz y no viene a ella, para que no se le acuse por sus obras. Pero el que cumple con la verdad se acerca a la luz, para que sus obras sean manifiestas, pues se hacen en Dios”. Por tanto, todo lo que concierna a los diputados debe ser conocido.

Perfecto, siempre que la opinión pública no se convierta en un inmundo carcelero. La policía de una dictadura somete al detenido a tratamiento permanente de luz. Está enferma, le obsesiona el pecado. A las sociedades inquisitoriales les preocupa la pureza: bien provenga de Dios o de los hombres. Pero, al final asfixian, y nadie sujeto a continua sospecha será capaz de representarnos bien.

jueves, 7 de marzo de 2013

Usurpadores en el Parlamento

Se preguntaba el girondino Pierre Vergniaud en una sesión de la Convención Nacional celebrada el 31 de diciembre de 1792: "¿Qué es la soberanía del pueblo?" Y respondía, “es el poder de hacer las leyes, los reglamentos, en una palabra todos los actos que interesan a la felicidad del cuerpo social. El pueblo ejerce este poder por sí mismo o por medio de representantes. En este último caso, las decisiones de los representantes son ejecutadas como leyes; ¿pero por qué? Porque se presume que son expresión de la voluntad general”. Por eso, entendía que, en el caso del juicio de Luis Capeto, la mayoría de la Asamblea realizaba una usurpación de esa voluntad, pues la presunción había sido destruida desde el momento en que se estaba violentando la prerrogativa regia, de carácter constitucional, de la inviolabilidad.

Entonces, acusaba a los montagnards: “No existe para vosotros otra soberanía que la de vuestras pasiones”. Por desgracia, en España, dos siglos después, presenciamos en las Asambleas Legislativas, también en la nuestra, una nueva usurpación protagonizada por los partidos políticos. La diferencia, sin embargo, es de importancia: carece de la estética que Robespierre y Saint-Just supieron imprimir. La falta de preparación, la mezquindad, a veces la pura y simple mala fe, son  las que dominan.  Además, las pasiones son sentimientos bien poderosos, pueden llegar a justificar cualquier acción. Ahora, los partidos actúan por puro y simple interés: se han convertido en maquinaría para atraer clientela e influencia, sin ideología seria de clase alguna.

Se nos podría alegar que la democracia actual no puede entenderse sin los partidos políticos. Es cierto, en el caso español aparecen consagrados en el artículo 6º del texto constitucional cuando señala que “expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”. Pero han dejado de servir a esos objetivos: ¿alguien puede creer que el PSOE y el PP, otros también, están promoviendo género alguno de contienda ideológica? ¿Cuál es su ideología? No distinta que la de adaptarse a conveniencias de carácter táctico dirigidas a obtener o conservar el poder. ¿Qué razón puede justificar que prácticamente todos los partidos del arco electoral se dediquen en Cataluña a espiarse los unos a los otros? Desde el punto de vista ético, ninguna. Sólo el chantaje y la intriga lo pueden explicar. ¿Y Barcenas?

En un Parlamento, bien próximo a nosotros, se desarrolló hace poco el trabajo de una denominada Comisión de Investigación que de tal sólo tenía el nombre. En lugar de dedicarse a realizar un examen basado en pruebas, contraste y estudio, partieron de prejuicios que no hubo posibilidad de desmontar. Unos querían implicar a toda costa al Presidente del Gobierno, y otros salvarlo. En vez de inspirarse en modelos, como el norteamericano, caracterizados por la objetiva imparcialidad, se dedicaron a desprestigiarse los unos a los otros sin preocupación por la dignidad de la Institución, y su propia credibilidad. Al final, cosecharon el más absoluto de los fracasos. No les importó la opinión de los ciudadanos, lo único que interesaba era la victoria táctica, cuando un estadista debe moverse por la grandeza de los planteamientos.

Al final, cabría preguntarse para qué sirven diecisiete Parlamentos. Si la soberanía nacional reside en el pueblo español en su conjunto del que emanan los poderes del Estado (artículo 1.2 CE), ¿podemos hablar de un auténtico Poder Legislativo en el caso autonómico? Hace ya algún tiempo, un prestigioso profesor de derecho constitucional llamó la atención sobre el dato de que las denominadas leyes de dichas Asambleas constituían más bien normas de carácter reglamentario; a veces ni eso, simples órdenes ministeriales diría yo. Es lógico, nuestra ordenación territorial es de naturaleza competencial. Las decisiones básicas de carácter político y las que garantizan la igualdad y uniformidad en todo el Estado corresponden a las Cortes Generales. En realidad, salvo en el caso vasco y catalán, y por razones simbólicas, Parlamento no hay más que uno.

¿Entonces, para qué crear tantas Asambleas? El Parlamento es una liturgia; durante siglos se ha considerado como un auténtico Dios, el de la ciudad, dotado de idéntico o más prestigio, al menos para los laicos, que el los creyentes.  Se servía también de mitos: uno de ellos, y no el menor, el de que las leyes surgían como consecuencia del contraste entre los hombres más preparados y sabios de la comunidad, con independencia del estamento o clase social de la que procedieran. Por eso, en la República pudieron estar sentados juntos Azaña, Ortega y Gasett y Alcalá Zamora, después Dolores Ibarruri. Ahora, en cambio, ¿quiénes están? Muchos de ellos carecen incluso de comprensión lectora, han dejado de ser creíbles para los ciudadanos.

¿De verdad los partidos representan al pueblo?  A lo mejor lo hacen muy bien. Un país que sólo se interesa por el cotilleo y el mal ajeno, e incurre en los defectos que achaca a los políticos: desde ocultar sistemáticamente las renta de  viviendas en alquiler, hasta los pagos en negro y el ancestral vicio de la recomendación, no puede aspirar a nada más. Mientras tiene lugar una nueva transición, con la aspiración a la independencia de importantes sectores del pueblo catalán, nosotros nos dedicamos a la práctica del chismorreo y la delación. ¿Quién tendrá el tiempo necesario para estudiar una salida a la cuestión? No nos merecemos otra cosa, es la sociedad española la que está infectada en su conjunto: constituye en sí misma pura y simple inmoralidad.



sábado, 2 de marzo de 2013

La lepra de Urdangarín

Se ha llegado a decir que "la peor enfermedad no es la lepra ni la tuberculosis, sino la sensación de no ser respetado por nadie, de no ser querido, de ser abandonado por todos"; es cierto, el hombre está imposibilitado para vivir en soledad. Desde el inicio de los tiempos ha establecido redes de solidaridad que le proporcionan seguridad, pues su debilidad no es sólo física, es también mental. Es el único ser en la naturaleza consciente de su yo, necesitando reafirmarlo mediante la admiración, el respeto o la simple consideración ajena que le demuestran que existe, que tiene individualidad. Los seres rechazados la sienten en peligro, al ser negada por los demás. Todo esto es tan antiguo como el mundo, pero en los últimos tiempos las sociedades se han organizado conscientemente sobre la base de que lo importante, también desde el punto de vista político e institucional, es la opinión de los otros. Sólo vale lo que se quiere comprar, es decir, lo que es querido y apreciado, pues la opinión pública se ha convertido en la reina del mundo.   

Necker, en vísperas de la Revolución Francesa, analizando la naturaleza de dicha opinión,  señaló que se trataba de “un verdadero tribunal ante el cual todos los hombres susceptibles de atraer la atención deben comparecer”. Y desde luego la idea de una jurisdicción resulta enormemente sugestiva, basta con pensar en el miedo que ha inspirado siempre el qué dirán al “honesto padre de familia”. Existiría un código no escrito de reglas y costumbres cuya trasgresión podía implicar la condena social, pues la sociedad forma sus propios criterios de lo bueno, lo malo, lo justo o lo injusto. Y con arreglo a ellos juzga, absolviendo o condenando, a los que intervienen en los asuntos públicos.

Se trataría de un juez imparcial que examina y decide sobre todo lo que le interesa a la sociedad. De manera expresiva, Malesherbes señaló que un nuevo tribunal había sido erigido por encima de todos los poderes, al objeto de evaluar los talentos y pronunciarse sobre las personas de mérito. Pero, ¿y si estuviese constituido, en vez de por jueces bondadosos, por envidiosos, mezquinos, y sobre todo crueles? En el siglo XVIII, se creyó que el progreso dulcificaría las costumbres y generalizaría la sabiduría y la bondad. Podría ocurrir, sin embargo, que las ansias progresivas de igualdad estuvieran conduciendo a las masas a la destrucción de todo lo que destaca.

Si es cierto todo lo que se dice, habrá que probarlo, Urdangarín ha actuado como un niñato aprovechado e imbécil. Pero el linchamiento público que está sufriendo es de una inaudita crueldad. ¿Qué será de sus hijos? Una sociedad democrática castiga los delitos, pero destierra las hogueras inquisitoriales por infames.

sábado, 16 de febrero de 2013

El bien morir

Cuando no existía la sedación ni los cuidados paliativos, se moría a lo bestia. Santa Teresa de Ávila podría lamentarse de un tiempo sin Dios: “¡Ay, que vida tan amarga do no se goza el Señor! Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero". Pero se trataba de una santa, en la realidad no era nada extraño que el miedo hiciese que los hombres blasfemasen y renegaran de sus últimas creencias. Los caracteres inquisitoriales lo sabían muy bien, se cuenta que los más próximos a Lutero le rogaron que confirmase la “Reforma” antes del final. Voltaire, por su parte, no se libró de la visita de confesores en su lecho. Los buitres, los hay de muchas clases, siempre han estado pendientes del último momento, aunque estuviesen llenos de buenas intenciones. 

El espectáculo de la muerte era tan horrendo, la verdad es que lo sigue siendo, que durante siglos la Iglesia ha exhortado a sus hijos a preparar el “bien morir”. Es imprescindible retirarse a tiempo, razones de elemental prudencia así lo exigen: ¿cómo estarás seguro de tu conducta última? La vida es un conjunto de contradicciones, ¿qué contarás? Lo que digas en la agonía no tiene posibilidad de réplica, y puedes dejar la interpretación a tus enemigos, incluso a los que te quieren. Además, antes del final la persona que fuiste desaparece, no solamente estás más viejo y enfermo, el problema radica en que tus facultades mentales se transforman, te conviertes en otra persona. ¿Cómo te comportarás? 

Juan Pablo II era un actor, y estaba tan seguro de sí mismo que no le importó convertir sus últimos instantes en un espectáculo: el de la capacidad para morir bien y con dignidad. Pudo salirle mal, desde luego, incluso hay quienes lo piensan así pero nadie le podrá negar la grandeza que mostró. Al fin y al cabo quiso expresar que la muerte forma parte de la vida: la crítica más radical a una civilización que busca obsesivamente la felicidad, y trata a los enfermos como apestados de los que da miedo hablar. Pero los hombres pasan y la muerte permanece. 

Se ha llegado a decir, creo que por el obispo de Cracovia, que “de la Cruz no se puede bajar”. Es falso, se puede y se debe, depende de las fuerzas de cada uno. De creer los Santos Evangelios, Cristo se mantuvo en ella porque su misión era realizar una representación: la de la Pasión. Pero la inmensa mayoría de los seres humanos son débiles y lo saben. A la hora del final, lo que desean es morir en paz, ya nada pueden hacer por los demás. Benedicto XVI pretende retirarse a un convento de clausura, allí, como buen cristiano, podrá recordar las enseñanzas de Buda: la vida es un río, eternamente cambia pero sigue igual. Los santos se convierten en barqueros.

sábado, 2 de febrero de 2013

¿Corrupción?



No es cierto que los regímenes totalitarios se basen siempre en la represión. Todo lo contrario, es la unanimidad social, o al menos la cobardía generalizada, la que los crea. Los especialistas del III Reich nos recuerdan que el número de miembros de la Gestapo era muy reducido. No sólo eso, cuentan que el ochenta por ciento de su trabajo venía motivado por denuncias. Al inicio de la II Guerra Mundial, casi todos los alemanes se comportaban como vulgares delatores, aunque ni siquiera fueran conscientes. ¿Y la Brigada de Investigación Social franquista? Es cierto que, aparte de brutos, eran algo mantas, pero, salvo en Euskadi, casi todos los españoles supieron adaptarse perfectamente a ella. Cuando la inmensa mayoría se muestra conforme en algo, y no hace falta que sea el odio hacia los judíos, no es necesaria ninguna policía política. 

Por lo general, los chivatos pretenden estar cumpliendo honestamente su deber. Saint-Just les daba la razón, pues quería que la Virtud dominara en el mundo. La verdad es que hay que desconfiar de los hombres virtuosos, son capaces de llevarte a la guillotina. Actualmente, estamos viviendo en España una nueva variante del jacobinismo: la de la lucha contra la corrupción. Hay corruptos por todas partes: en el clero, las finanzas, la política y hasta en la medicina. Así recientemente, en un programa de máxima audiencia televisiva, dedicaron más de una hora a una presunta negligencia médica comentada como si de un partido de fútbol se tratara. ¿Es que los españoles nos hemos vuelto muy honestos? Es evidente que no, como buen país católico mediterráneo nos hemos caracterizado siempre por la identificación con el Buscón o el Lazarillo, somos algo sinvergüenzas por qué no decirlo. ¿Entonces?

Pienso que, en gran parte, la proliferación de las denuncias de corrupción en las redes sociales constituye una forma de desviar hacia el cotilleo, por tanto al morbo y la charlatanería, los problemas que realmente vivimos: la desintegración de la realidad nacional española, la ausencia de ideas y el arrumbamiento de los modelos de conducta que nos han presidido desde hace siglos. Desde el concepto de mérito y capacidad hasta la noción misma de "genero" todo está en cuestión. Asistimos, además, contra lo que frecuentemente se dice, a una extensión de la necesidad de igualdad que lleva al rechazo de cualquier diferencia, incluso la de la originalidad y la inteligencia.

Estoy harto de leer noticias sobre la inmoralidad de mis semejantes, no quiero más mierda, y eso que siempre me he considerado influido por los jacobinos. Necesito proyectos que me permitan vivir.

sábado, 19 de enero de 2013

Tocqueville y España

Decía Alexis de Tocqueville que el riesgo de los regímenes aristocráticos radica en  el despotismo, mientras que en los populares está en la corrupción. Desde el punto de vista psicológico sería natural, las clases privilegiadas no necesitan dinero, lo importante es la vanidad que proporciona el poder. Como lo tienen, pueden permitirse el lujo de despreciar el vil metal, y se obsesionan con el honor y la inmortalidad. Por el contrario, los titulares de funciones políticas en una democracia proceden del pueblo, carecen de seguridad económica, y pueden ser tentados por el enriquecimiento. Si fuera cierto, España sería el país más democrático del mundo a la vista del generalizado robo de los caudales públicos. ¿En manos de quién estamos?

En mi opinión, el análisis de Tocqueville es cierto, pero, en España al menos, el problema ya es de otra naturaleza. Aquí, la democracia ha muerto, nadie cree en ella. Los partidos políticos han desaparecido, la separación de poderes es irreal y no existe auténtica libertad de expresión sustituida por una dictadura del pensamiento único que arroja a las cavernas a los seres independientes. La valoración de la inteligencia se ha reducido a la nada sustituida por una civilización del espectáculo, tiene razón Vargas Llosa, que sólo se interesa por el escándalo, y la frivolidad. La complejidad y el matiz tienen muy mala prensa, aquí lo que domina es el sí o el no, basta con comprobar que todo quiere ampararse en  encuestas bien simples (provenientes de las redes sociales en donde opinan niños a los que se trata como si fueran respetables contertulios).

Por otra parte, todos los personajes relevantes, en cualquier parcela de la vida social, son objeto de investigación inquisitorial por parte de  los demás. La destrucción del contrario se ha convertido en un deporte mucho más popular que el fútbol, lo único que parece interesar en este país es despellejar a los que destacan: sería lícito para ello meterse en cualquier terreno desde la sexualidad a los negocios, todo vale. ¿A quién le puede convenir en esas condiciones participar en política?  A nadie que tenga dignidad. Tenemos muy mala fama los españoles, incluidos por supuesto los catalanes bien reflejados en el "Conde de Montecristo", somos un país cruel y duro, por qué no leen a Montherlant, a Defoe o a Gombrich.

Creo, además, que no hay ya nada que hacer. Las corrientes subterráneas de la historia llega un momento que no pueden pararse. En medio de la crisis económica, y los ataques a la Monarquía, propiciados por seres cotillas atraídos por el morbo de Corinna, nos estalla el problema catalán. A ver si mi Tánger se independiza.

miércoles, 16 de enero de 2013

Los franquistas contra Wert



Hace ya muchos años, todavía en el franquismo, un familiar mío asistió a una reunión convocada por la asociación de padres de un colegio sevillano para tratar de cuestiones de carácter moral y educativo; por la razón que fuera el acto tenía cierta trascendencia y la concurrencia fue masiva. Era bastante conocido tanto por su trayectoria personal como por su profesión y publicaciones. Además, alguno de sus hijos había padecido cárcel por pertenecer a un partido de izquierdas. Tomó la palabra y, casi inmediatamente, fue objeto de insultos y abucheos de enorme violencia. Después nos enteramos de que entre el público se encontraba más de un miembro de la policía política, la Brigada de Investigación Social. No le dejaron hablar, le llamaron rojo y comunista con un odio de tal naturaleza que impactó en su pobre mujer, que lloraba asustada. Eran unos fascistas, y como tales se complacían en el daño personal, no sabían dialogar.

La gente que no es capaz de oír chilla y, cuanto más miedo le da la opinión del contrario, más se desgañita. Observen a los presos de ETA en la Audiencia: se ríen o gritan porque no quieren enfrentarse con su propio rostro tal y como lo describen los testigos. Hacen ruido para no tener que recordar lo que han hecho. Los franquistas lo tenían claro, si tus palabras eran peligrosas corrías el riesgo de que te llevaran a la cárcel, el mejor modo de silencias a los demás. Al menos no engañaban a nadie pretendiéndose progresistas. Amaban la dictadura, no mentían.  Es cierto que los titulares de los poderes públicos se equivocan, a veces mucho, pero siempre tienes la vía de la oposición a través de la prensa y las manifestaciones públicas. Cuando un gobernante es malo, los países civilizados lo cambian y punto. Si lo amordazas es que no tienes capacidad suficiente para discutir con él.

Los que impidieron ayer las palabras de Wert deben ser seres muy primitivos, anteriores desde luego a la Ilustración burguesa. Hoy día todo el mundo sabe que las convicciones de los hombres se desvanecen con el tiempo. Entonces, ¿cómo estar seguros de que estamos en lo cierto? En pura lógica, el perseguido puede decirle al perseguidor: ¿por qué estás tan convencido de que eres tú el que tiene razón y no yo? Y la respuesta, todo lo absurda que se quiera pero dominante durante siglos, muy simple: porque Dios está conmigo. La consecuencia se refleja en las palabras de San Agustín: "Hay una persecución ilegítima, la que los impíos hacen a la Iglesia de Cristo; y hay una persecución justa, la que las Iglesias de Cristo hacen a los impíos...La Iglesia persigue por amor, los impíos por crueldad". La miseria moral del hombre le hacía incapaz de ponerse en el lugar de los demás. Parece que los alborotadores de ayer se encuentran en la misma situación mental.

¿A qué viene ese grado de violencia? La política, también la relativa a la enseñanza, es compleja, caben muy distintas opciones. Pero los que defienden sus posiciones con chillidos son seres groseros, desde luego no son demócratas y menos de izquierdas.¿Alguien se puede imaginar a Fernando de los Ríos boicoteando un acto electoral?

sábado, 5 de enero de 2013

Soy catalán, quiero votar



Los independentistas nos advierten que ninguna Constitución puede atar para siempre a las generaciones que se suceden en el tiempo; entre otras razones porque la legitimidad jurídica nada puede frente a la democrática, única esencial. De manera altanera, despreciativa también, pretenden recordarnos que la voluntad del pueblo catalán no puede ser condicionada por una legalidad que no les representa. En el fondo, no conocen el sentido exacto de los términos. La palabra democracia viene del griego, y no significa otra cosa que poder del pueblo. Pero, ¿de cuál? Tan pueblo es el de Sabadell como el del conjunto de Cataluña. Los segundos podrían autodeterminarse, los primeros no. ¿Por qué? Yo nací en Tánger, ciudad internacional, ¿no tendríamos los tangerinos,  marroquíes y europeos, derecho a votar por nuestra internacionalidad?

¿Cuál es el sujeto del derecho de autodeterminación? Sin resolver este problema, cómo puede abordarse algo de tanta trascendencia. Los partidarios de la Esquerra nos dirán que ese sujeto se encarna en los ciudadanos que residen en dicha comunidad, sin ninguna restricción. ¿Cuál sería la razón para que no puedan votar los que, por trabajo o necesidad, se encuentran censados en el extranjero? No hay ninguna desde el punto de vista moral, es más sería injusto que no pudieran participar en una decisión que afecta a su existencia como ciudadanos. Es algo elemental, ¿verdad? Pues si lo es todos los españoles tendríamos que votar en un referéndum secesionista, pues somos catalanes, vascos, murcianos, canarios  y andaluces a la vez. A diferencia de la Francia jacobina, España constituye una nación de naciones, como de manera algo cursi se dice, que a todos nos engloba.

En un interesante artículo publicado a finales de los setenta, Amparo Rubiales, hablando del concepto de nación, dijo que constituía una realidad que existía en cuanto de manera estrictamente subjetiva quería existir. Pues bien, yo me siento catalán como deben sentirse absolutamente todos los españoles por el hecho evidente de que la realidad de nuestro Estado se creó con la unión de Castilla y Aragón. Los independentistas son tan tontos que no se dan cuenta que España son ellos; en realidad si se separan destruyen un concepto que surgió con aquella unión.

Desde niño me enseñaron que ser español significaba participar de una herencia americana y musulmana que se combinaba con otra, de vocación profundamente europea, extendida por todo el Mediterráneo hasta Grecia. Si renuncio a una de ellas, me despojo de mi propia historia y no quiero que otros decidan por mí. Por tanto, si se organizara un referéndum de autodeterminación, lo advierto desde ahora, exijo mi derecho a participar. Otra cosa sería una barbaridad.