sábado, 31 de diciembre de 2011

José Bretón y la calumnia

¿Están protegiendo nuestros tribunales el derecho de información? En mi opinión no, salvo que por ello entendamos la calumnia, la insidia o el puro y simple cotilleo. En los siglos XVII y XVIII, los ilustrados consideraron que una sociedad democrática no sería posible sin debate intelectual. Es decir, sin la creación de un mercado en el que se expusieran ideas carentes de censura previa. Hasta entonces, sólo los poderes públicos habían estado en condiciones de crear un mundo a su medida, esparciendo las informaciones que les servían para arrojar a las tinieblas a sus enemigos reales o imaginarios. John Milton, en su Aeropagítica, polemizó vigorosamente a favor de la libertad de expresión pero sabía que tenía límites situados en el profundo respeto a la dignidad de todos los seres humanos. Era consciente de que ninguna libertad, por importante que fuese, podía constituir una patente de corso.

Milton se desmayaría si pudiese ver la realidad del “mercado de las ideas” en nuestro tiempo, entre otras razones, porque se daría cuenta de que no existe ninguna. Para mi asombro, leo hoy en una nota digital, al parecer muy reproducida por la televisión, lo siguiente: “Soledad fue asesinada hace casi 20 años en Córdoba. Justo antes de que se archive el caso definitivamente, el nombre de José Bretón ha salido a la palestra. El padre de los niños desaparecidos de Córdoba podría tener alguna relación con ella”. Y se añade: “La familia de Soledad no tiene constancia de que la mujer conociera a José [pero] al tener una edad similar, se rumoreaba que podrían pertenecer a la misma pandilla”. ¿Quién ha podido elucubrar una cosa así? Por el hecho de tener la misma edad de la víctima se quiere relacionar a Bretón con un asesinato de hace veinte años. ¿Estamos locos?

Es posible que Bretón haya secuestrado, asesinado incluso, a sus hijos. No existe ninguna certeza, juega a su favor desde luego la presunción de inocencia, pero deben haber aparecido los suficientes indicios en su contra como para que la autoridad judicial decida mantenerlo en prisión. Sin embargo, aun cuando se llegase a demostrar la realidad del delito, conserva intactos la totalidad de sus derechos, entre ellos el estricto respeto a la parte de su honor que no se ha desvanecido por el hecho criminal que hubiere podido cometer. Las penas infamantes, que iban destinadas a destruir la integridad moral de quienes las sufrían, han desaparecido de nuestro ordenamiento jurídico, o así lo habíamos creído.

Las noticias que se difunden por Internet, incluso por la prensa considerada seria, constituyen una burla a los derechos al honor de los ciudadanos. ¿Qué se enseña actualmente en nuestras Facultades de Periodismo?

sábado, 17 de diciembre de 2011

Santos en el infierno

Una de las mejores novelas del siglo XX español es sin duda “San Manuel bueno, mártir” de Miguel de Unamuno. Es la historia de un párroco dedicado con fervor a su ministerio sacerdotal, próximo a los más necesitados y querido por todos. Cercano a la ancianidad, se reconoce poseedor de un angustioso secreto: en realidad ha dejado de creer, no puede aceptar la idea de un Dios que tolera el mal. Sin embargo, apartarse de la Iglesia significaría reconocer que el universo carece de sentido, no puede dejar a sus feligreses sin esperanza, y finge hasta el final. Muere como un santo, quedando para siempre como un ejemplo de vida y de fe. La verdad es que un creyente inteligente tiene que dudar, lo que implica una existencia en tragedia.

Existen muchos dioses en los que creer, así en los años sesenta y setenta la generación de jóvenes españoles que tuvo noticia del mayo francés de 1968, y protagonizó la lucha contra los estertores del franquismo, estuvo también marcada por la fe, aunque una de carácter laico: el Estado de Derecho, la conquista de la democracia y un universo construido desde el combate ideológico constituían sus pilares fundamentales. Muchos terminaron en la cárcel, algunos incluso, caso de Enrique Ruano, perdieron la vida. Sin embargo, lucharon con la pasión propia de los iluminados: los buenos estaban a un lado y los malos al otro, entonces no era posible dudar. Han pasado los años, quizás demasiados, y muchos de aquellos chicos han dejado de creer. Como diría un marxista, las ideas son simples superestructuras, lo malo es que, debajo de ellas, ahora sólo se ve deseo de poder, ambición, violencia y sexo: los impulsos que en todo tiempo han dominado a los seres humanos.

La lucha política fue el gran motor de aquella juventud. Sin embargo, en el fondo es legítimo pensar que lo único que mueve realmente a los que la practican es el instinto de supervivencia, el dominio sobre otros hombres y el universal deseo de ser reconocido y amado. Todo lo demás son zarandajas a utilizar a la mejor conveniencia de unos y otros. Es verdad que la historia ha supuesto un largo camino por la ampliación de la titularidad del poder, desde una ínfima minoría hasta su asunción por las masas, es decir por la totalidad. Y ahora puede verse lo que realmente se pretendía, que nadie fuera más que nadie: un simple problema de competitividad animal.

Sin embargo, la historia del hombre no puede entenderse sin los sueños, incluso de los revestidos de ciencia y racionalidad. Y como, hoy por hoy, no hay alternativa al sistema, será preciso seguir luchando por él. Personalmente, he dejado de creer incluso en las elecciones, pero para morir en santidad, cosa que nunca viene mal, fingiré que sigo interesado en ellas. Ser canonizado no deja de ser estimulante.

sábado, 3 de diciembre de 2011

El escándalo de Urdangarín

Decía Kenneth Clark que una sociedad conserva su vitalidad cuando tiene confianza en el mundo en que vive, fe en su filosofía, en sus leyes y en la propia capacidad mental. Nosotros estamos tan desmoralizados que vivimos las noticias sobre Urdangarín como si fueran una cosa normal cuando no lo son. Anunciar que en la Junta Directiva de una entidad de su creación participan la infanta Doña Cristina y un “asesor de la Casa de S. M. El Rey” no es ya escandaloso, es patético. En cierta ocasión, un aristócrata, relacionado con el mundo de las letras, llegó a decir que el problema de los hijos de nuestros monarcas radicaba en que no eran capaces de entender la esencia de su institución, probablemente es verdad.

Los japoneses creyeron que su emperador poseía naturaleza divina hasta el fin de la segunda guerra mundial, y estudios recientes han puesto de relieve que algo semejante pasaba en Inglaterra en el momento de la coronación de Isabel II. ¿Por qué los Estuardo, los Braganza, los Austrias o los mismos Borbones reinaron durante siglos? Entre otras cosas porque la sociedad estaba convencida que los miembros de sus dinastías se elevaban muy por encima del común de los mortales. Luis XIV no sólo constituía en sí mismo el Estado francés, era un taumaturgo, de hecho fue consagrado con la “santa ampolla” que le daba poder para curar enfermedades como la escrófula.

Era imposible que un rey llegara a casarse con un plebeyo pues perdería todo su carisma. Nuestros príncipes han querido demostrar su carácter democrático, y se han unido con una periodista, un jugador de balonmano y un ciudadano algo extravagante. Muy bien, han demostrado su sensibilidad pero, entonces, tendrán que estar a las consecuencias de ello, lo que implica justificar sus actos como un ciudadano normal. Suponiendo que fuese cierto lo publicado, y es verdad que las filtraciones desprestigian la justicia y eliminan las posibilidades de defensa de los afectados, la Casa Real no puede seguir guardando silencio, tiene que reaccionar de una vez. No vale decir que su intención es evitar injerencias. Cuando se implica a un pretendido asesor de la Casa Real, hay que negarlo y hacerlo claramente. Los españoles no podemos aceptar que la jefatura del Estado siga sometida a sospecha, sería inmoral.

Por desgracia, por razones de elemental responsabilidad, si las explicaciones se producen lo sensato será aceptarlas por mucha desconfianza que nos puedan producir. Son tantos los peligros que se ciernen sobre nuestro país, y los menores los económicos, que sería el colmo tener que enfrentarse con un problema como el del Rey, por muy frívolo e imprudente que haya podido ser. ¡Apañados vamos!

sábado, 19 de noviembre de 2011

El macho dominante

Creemos que nos comportamos como seres inteligentes cuando en realidad nuestro inconsciente sigue condicionado por su pasado animal. Muchas especies no pueden entenderse sin las vicisitudes del “macho dominante”, que para dominar la manada necesita demostrar su fuerza sobre los demás. Su vida es una permanente alerta, pues cada poco tiempo le surgirán rivales deseosos de ocupar su lugar. Además, siempre cabe la posibilidad de que todos los débiles se unan contra él…Por más que el gorila se de golpes contra el pecho, llegará un tiempo en que tenga que inclinarse ante otro que se los dará mejor. En materia de poder, los hombres se asemejan mucho a los monos en celo aunque digan actuar en nombre de la fría razón.

Un politólogo “progresista” dirá que el motor evolutivo de las sociedades humanas ha sido, al menos en los últimos siglos, la lucha por la igualdad. Y es cierto, a través de un largo camino en el que pueden destacarse la emancipación de los siervos en Rusia en 1861, la abolición de la esclavitud en Norteamérica, y la lucha de clases en la vieja Europa, se han consolidado sociedades justas y sanas como nunca antes se había visto. ¿Pero no habrá algo más? Al estallar la revolución francesa, la burguesía se encontraba en una situación de dominio económico muy superior al de la nobleza. Fueron los privilegios honoríficos los que la impulsaron a la acción. ¿No tuvo algo que ver la envidia?

Se ha dicho que los hombres excesivamente brillantes acaban siempre en la cárcel, se podría decir que también en la hoguera o en el exilio. Con los españoles siempre ha sido así, desde Miguel Servet a Goya. Las grandes personalidades poseen un magnetismo que origina tanto atracción como repulsa, y al final esta última se suele imponer. En la lucha por el poder, los tiranos físicos fueron desplazados poco a poco por los constructores de palabras, los que hablaban bien: el guerrero se vio sustituido por el chamán. ¿No lo era Kennedy? Al final, todo el mundo sabe como terminó. El discurso ante el muro de Berlín fue pura poesía en un mundo que rechaza incluso a los poetas.

¿Por qué ha sido posible Berlusconi? Porque se ha desarrollado una conjura de los necios que ya no quiere seductores de ninguna clase, ni siquiera de la inteligencia. En el reino de la mediocridad, la igualdad habrá sido perfectamente realizada, pero por abajo. Nadie podrá ser más que nadie, pues la uniformidad debe ser incluso mental. Un mundo de charlatanes y payasos no tiene ya nada que envidiar, y habrá tenido lugar la última y definitiva revolución: la diferencia personal desaparecerá. De un universo de machos celosos y fuertes habremos pasado al de los idénticos robots, ¡menuda evolución!

sábado, 5 de noviembre de 2011

Espectáculo morboso

¿Es conveniente acudir a los medios de comunicación en el caso de desaparición de tus hijos? La pregunta se ha planteado muy recientemente por una cadena de televisión. La respuesta debe ser radicalmente negativa. Utilizarlos para difundir sus fotos, o pedir auxilio, por supuesto que sí, pero para nada más. Hay una razón elemental: el contacto con las cámaras fomenta el exhibicionismo, altera los propios mecanismos de conducta de los afectados. Al final, los padres terminan trastornados no sólo por el hecho, en sí dramático, que han vivido sino también porque se convierten en actores a la fuerza sin estar preparados para ello. Su ego se desequilibra; no saben cuál es exactamente su papel. ¿Expresan exclusivamente dolor, o participan en una lucha social? ¿Cómo comportarse ante el ojo inquisitivo, y vigilante, del público? Si no son suficientemente fuertes, corren el riesgo de caer en la más absoluta confusión mental, y no harán mas que experimentar  sufrimiento añadido.

Pero es que, además, los medios no actúan gratuitamente, lo que necesitan es llevar al extremo un negocio que proporciona jugosos rendimientos. Hoy día, la noticia carece de interés si no va acompañada de morbo, sexo o escándalo. Cuanto más horrible sea el delito más se venderá. En consecuencia, necesitan contar con las víctimas y desnudar sus sentimientos. Los matices no valen, sólo la contemplación circense del mal ajeno. Y todo ello con daño absoluto de la Justicia, y de la serena represión del crimen. Durante siglos, la Inquisición concibió el castigo como un espectáculo público en el que el delincuente era llevado al cadalso ante una muchedumbre sedienta de sangre y horror. De lo que se trataba era de conseguir la humillación de los pecadores, y de provocar el pánico de  los demás.

A partir de Beccaria todo cambió, los sambenitos quedaron desterrados, y el ordenamiento punitivo iba a estar presidido por la idea de racionalidad. El Derecho quedaría separado de la Religión, y no se impondrían más penas que las necesarias para prevenir el delito, de manera proporcionada al hecho cometido. Los Tribunales de Justicia presididos por la idea de imparcialidad y la sujeción a la norma jurídica han sido una de las más grandes conquistas de los tiempos modernos. Desgraciadamente, no sólo están siendo objeto de sistemático desprestigio, lo más grave es que se pretende sustituirlos  por los “juicios de papel”.

Un pueblo inculto, sediento de emociones fuertes, y soez  quiere hacerse nuevamente dueño de la condena de los malvados, lo que quiere decir simplemente que volvemos a la Edad Media y a la hoguera.  



miércoles, 26 de octubre de 2011

Enrique Zapata

Enrique Domínguez Zapata (1934-2011). Dirigente histórico del Partido Comunista en Andalucía.

El pasado viernes, día 21 de octubre, murió Enrique Zapata. Le falló un corazón que había empezado a darle problemas desde su detención en los calabozos de la Brigada de Investigación Social en el año 1970. Se había decretado el Estado de Excepción con motivo del proceso de Burgos, y Creix, el Jefe Superior de Policía de Sevilla, desde luego con enorme eficacia, lo aprovechó para la desarticulación del Partido Comunista de Andalucía. Enrique era responsable del aparato de propaganda, cayó de los primeros. Era consciente de que de su silencio dependía la libertad de numerosos militantes, y aguantó los interrogatorios hasta que el primer infarto llegó. A veces nos olvidamos que España vivió en una Dictadura hasta el año 1977, y que sobre el heroísmo de muchos obreros de la época está construida nuestra democracia.

Ingresó en el Partido Comunista en el año 1964, y fue responsable de su sección de propaganda en la provincia de Sevilla en los años setenta, fundador de Comisiones Obreras en el sector del transporte y Presidente de la Cooperativa Sevillana del Táxi al inicio de su andadura. Pero lo fundamental es que era un hombre bueno, esencialmente bueno, un comunista forjado en los moldes de Gorki. Con toda seguridad, España hubiera sido muy distinta si el PCE hubiera obtenido en las elecciones de 1977 el resultado que, por su contribución a la recuperación de las libertades públicas, había merecido. No fue así, y una cantera de trabajadores cultos, con sentido moral y, sobre todo, responsables y honestos se perdió para siempre. Preferimos quedarnos con los oportunistas, así nos ha ido.

Enrique vivió siempre en una modestia extrema, y cuando la democracía llegó se retiró a la vida privada sin percibir jamás un sueldo público. Nada reclamó, pues a los viejos comunistas les bastaba con el orgullo de servir a sus ideales y a la liberación de la clase obrera. Muy pocos quedan como él.


martes, 25 de octubre de 2011

¡Viva Gadafi!

Se ha dicho que la historia es la ciencia de la desgracia de los hombres, de su crueldad también. Han pasado ya unos días desde el asesinato de Gadafi, y, salvo muy escasas excepciones, no he encontrado ninguna manifestación de repulsa, ni de horror, por las torturas y humillaciones que sufrió el dirigente libio antes de su muerte. ¿Cómo es posible que los países occidentales nos hayamos embarcado en esto? Teóricamente, se dijo que se trataba de proteger a un pueblo que luchaba por la liberación, y podía ser masacrado. La verdad es que, si unos eran salvajes, los otros lo eran también, incluso más. Torturar a una persona hasta morir, sin tener el más mínimo gesto de piedad, constituye una práctica que nos remonta a la Edad Media.

La verdad es que en Ocidente, durante siglos, hemos sido expertos en infligir sádicamente daño a los demás; basta con estudiar sus períodos revolucionarios. Mussolini y su amante Claretta Petacci, por ejemplo, fueron objeto de todo tipo de vejaciones por una furiosa muchedumbre antes de ser colgados cabeza abajo en una plaza de Milán. Casi con toda seguridad sus verdugos habían sido antes fervorosos fascistas, pues la cobardía y la traición son características propias de los asesinos. Años después, antiguos comunistas, en un episodio infame, sometieron a una parodia de juicio a Ceaucescu y lo ejecutaron sin ningún tipo de garantía procesal. Nadie, o casi nadie, en el mundo democrático se decidió a protestar.

¿De verdad estamos civilizados? Casi con toda seguridad no. Contemplar cómo centenares de bestias hieren, escupen y humillan a un ser agonizante, que parece implorar piedad, demuestra que no lo somos. Para colmo, sin ninguna responsabilidad hemos ayudado militarmente a unos grupos, muchos de ellos integristas musulmanes, sin conocer las consecuencias políticas de nuestra intervención. ¿No nos hemos dado cuenta de que posiblemente Gadafi será sustituido por un régimen sujeto a la Sharía? ¿Estamos locos? Lo estemos o no, su muerte inspira pura y simple vergüenza, y parece el momento de pedir perdón.

Los antiguos griegos amaron la tragedia, creían que todos los hombres estaban dominados por el destino. En el caso de Gadafi así ha sido. Por muchas barbaridades que hubiese cometido, su muerte ha sido heróica, pues ha defendido su suerte hasta el final. Sus ejecutores, en cambio, han sido seres dominados por el bestialismo y la vileza. Y no hace falta ser cristiano, basta con poseer un mínimo de sensibilidad, la que todos los demócratas dicen tener, para unirse al coro de la indignación. Yo no pago impuestos para que aviones de mi país ayuden a torturar a un ser humano, me rebelo.

sábado, 22 de octubre de 2011

Una sociedad enferma - Sur de Córdoba

¿Qué pinta Kofi Annan?

En todas partes existen chalados, a nivel internacional también. No es insólito encontrar caracteres mesiánicos dispuestos a exportar sus recetas por medio mundo: si tienen medios económicos, o alguien está dispuesto a pagarles, se trasladarán sucesivamente de Somalia a Ruanda, a Kenia o hasta la misma Conchinchina si se diese el caso. La vanidad y soberbia de los hombres es infinita, así que nada de esto puede resultar sorprendente. Lo extraño es que un gobierno europeo acepte que personalidades de ese calibre puedan entrometerse en asuntos internos. Y es que tanto el terrorismo como el sentimiento independentista de una parte de la población, por grande que pudiera ser, son problemas que sólo afectan a los nacionales de cada Estado, por lo menos de los que tienen una naturaleza democrática. España, desde 1977, la tiene.

Kofi Annan no debe de estar loco, todo lo contrario, ha sido Secretario General de la ONU; en principio al menos se trata de un hombre respetable y con prestigio, ¿qué pinta entonces en el País Vasco? Obviamente le habrán recordado la importancia decisiva que tuvo la mediación para la solución del conflicto del Ulster. Sin embargo, hay un dato elemental del que no es posible prescindir: en aquel caso sí existía un problema internacional pues afectaba a dos Estados, Irlanda y el Reino Unido, y derivaba de la independencia del Eire que excluyó a los condados del norte. Además, dos comunidades, la católica y la protestante, se enfrentaban en una auténtica confrontación armada. A los propios británicos les interesaba la colaboración irlandesa, o norteamericana, pues el origen de todo tenía una carácter colonial.

En el País Vasco, los que practicaban la violencia eran terroristas y punto. Desde la llegada de la democracia, cualquier “actividad armada” no puede tener otra naturaleza que la delictiva, y para solucionarla están la policía y los tribunales de justicia. También los instrumentos políticos, pues no es posible eludir el deseo de “autodeterminación” de una parte de tu pueblo, que es necesario abordar mediante el diálogo y las urnas. Pero la intervención de mediadores ajenos al Estado implica el reconocimiento de que somos incapaces de resolver el tema con nuestros propios medios. Es una confesión de debilidad, que inspira vergüenza.

¿Alguien se puede creer que Kofi Annan se habría trasladado a España si se hubiese producido una simple llamada telefónica de nuestra más alta representación gubernamental? ¿Con Felipe González o con Aznar habría tenido lugar algo así? Es evidente que no. Ahora, nos recomiendan que “abordemos las consecuencias del conflicto”. ¿Cuáles? Si son políticas, implicaría aceptar que vivimos en un país tercermundista en el que el terror obtiene réditos.

sábado, 8 de octubre de 2011

Pura vanidad

¿Qué impulsará a innumerables personas a convertirse en candidatos de un partido en las próximas elecciones? La mayoría, muy sensatamente, contestará que el sentido cívico, o el espíritu de servicio como decían los franquistas. Muchos otros nos asegurarán que la convicción ideológica, cosa poco creíble cuando han muerto todas. En mi opinión, estas respuestas son casi siempre falsas: lo que les mueve es la pura y simple vanidad. Hegel decía que el deseo de reconocimiento constituye el motor fundamental de los seres humanos: necesitan ser admirados, y para ello buscan el poder. En el fondo, el exhibicionismo es un comportamiento animal, que el hombre conserva en grandes dosis. Los gallos en sus peleas, para intimidar a los demás, cacarean mucho. Lo que suele resultar un poco ridículo cuando lo hacen señores con bigote.

Chateaubriand, el autor de El genio del cristianismo, nos cuenta en sus Memorias de ultratumba, sin ningún género de pudor, que conoció a Napoleón en una recepción en la que el Emperador se dirigió directamente a él para decirle: “en esta sala hay dos grandes hombres: usted y yo”. ¡Valientes bobos debían de ser los dos! Si existiera algún “gran hombre”, cosa que dudo, no se le ocurriría ir pregonándolo a diestro y siniestro por un elemental sentido del ridículo. Es verdad que, en épocas convulsas, las sociedades buscan las personas más adecuadas para dirigirlas. En estos casos, la vanidad no desaparece, pero se sublima, hasta el punto de no resultar perceptible ni para el individuo, que la padece, ni para sus contemporáneos. Pero, cuando la normalidad vuelve, las coartadas se desvanecen.

¿Han contemplado alguno de los autorretratos de Durero? Se pinta para mostrar urbi et orbi su propia belleza, es una nota característica de los seres humanos. Con razón, los Estados Unidos viven obsesionados con la idea del fracaso individual; sin necesidad de mayor análisis psicológico, demuestran que lo único que les importa es el éxito: en los negocios, en el deporte, o en el comportamiento erótico. La política constituye también un escenario en el que combaten egos, y sería sensato que lo tuviéramos en cuenta. Por mucho que se nos ofrezcan recetas económicas, al final lo que importará será mostrarse más atractivo que el contrario.

La mitología griega nos cuenta que habiendo llegado un día Narciso, célebre por su belleza, al borde de una fuente contempló su propia imagen y quedó prendado de sí mismo. Enloquecido, al no poder alcanzar el objeto de su pasión, se fue consumiendo de inanición y melancolía hasta quedar transformado en la flor que lleva su nombre. El mito es hermoso, y sirve también para evitar el ridículo.

sábado, 24 de septiembre de 2011

La incertidumbre

A lo largo de los siglos, hemos creído las cosas más locas con la seria convicción de su realidad. En el siglo XV, por ejemplo, Kramer y Sprenger sostuvieron en su Malleus maleficarum que los demonios, para degenerar a la humanidad, y con permiso divino, se procuraban semen adoptando forma de súcubos, que después transmitían a la mujer como íncubos. No padecían ninguna enajenación mental, todo lo contrario, eran prestigiosos doctores de la Iglesia, cuyas afirmaciones fueron sostenidas por el Papa Inocencio VIII en 1484, en la Bula Summis desiderantes afectibus. Era cierto, [los diablos y las brujas] “mediante conjuros, y otras infamias supersticiosas y excesos mágicos, hacen morir, ahogarse y desaparecer la descendencia de las mujeres […] Y no temen cometer ni perpetrar un gran número de otros crímenes y sacrilegios infames por instigación del enemigo del género humano”.

A la vista de tanto disparate, no es extraño que los ilustrados pensaran que, después de Descartes, el mundo había quedado desencantado, pues la magia no tendría nada que hacer. Eran unos optimistas, nos seguimos comportando con el mismo grado de error; estupidez también. En 1919, por ejemplo, al discutirse los tratados de Versalles, la delegación japonesa planteó la reivindicación de que la Sociedad de Naciones estableciera como uno de sus principios básicos la “igualdad racial”. No podía ser más sensato, ¿verdad? Sin embargo, David LLoyd George, Clemenceau y Wilson, tenidos unánimemente como estadistas, auténticas eminencias, consideraron la propuesta como una ingenuidad: “No puede negarse que constituye una bella idea, pero impracticable”, comentó el sudista Wilson.

En época más contemporánea, todas las ideologías totalitarias han sido entendidas como expresión del final de la historia, convicción particularmente relevante en el comunismo. Y en el caso del fascismo, ¿cuántos intelectuales, no solo Céline, se adhirieron a su dialéctica irracional? En España, desde luego, muchos. Nos equivocamos en todas y cada una de las cuestiones, incluso cuando jugamos con la ciencia: La idea del universo estable ha sido sustituida de manera generalizada por la tesis del Big Bang, paradigma que parece no puede someterse a discusión. Casi con toda seguridad, su modelo devendrá obsoleto dentro de doscientos años.

Solo los actos de los hombres permanecen, no su calificativo moral. El más santo puede actuar por vanidad, y habrá quienes adoren ser víctimas con tal de que otros sean verdugos. Es necesario dudar incluso de los que dudan siempre. A veces es pura y simple cobardía.



sábado, 10 de septiembre de 2011

El peligroso ego

Reflexionaba Siddharta, nos cuenta Hermann Hesse, sobre el sentido de la individualidad: “Era el yo, del cual me quería librar, al que quería superar. Pero no lo conseguí, tan sólo podía engañarlo. Únicamente podía huir de él, esconderme. ¡Ninguna cosa del mundo me ha obsesionado tanto como este mi yo, este enigma de vivir: que soy un individuo separado y aislado de todos los demás, que soy Siddharta!”. Es la conciencia de nuestra identidad la que convierte en drama el dolor, y nos sumerge en la angustia. No es extraño que, para los budistas, no exista animal más dañino que el ego, al cual deberíamos eliminar mediante la inmersión paulatina en la nada aprendiendo la técnica del ensimismamiento, que consiste en ayunar, orar y esperar.

¿Dónde reside el yo? Un materialista podría responder que es la simple consecuencia de la estructura de nuestra mente, de su composición química. De hecho, uno de los grandes intelectuales del siglo pasado, Aldous Huxley, se atrevió a abordar el problema en el ensayo “Las puertas de la percepción”, al narrar la experiencia que realizó consumiendo peyote para determinar sus efectos: en la fase final de la desaparición del ego existiría “un oscuro conocimiento de que todo está en todo, de que todo está realmente en cada cosa”. Formamos parte de lo absoluto, y sin embargo al morir unos al lado de los otros nos sentimos extraordinariamente solos, estamos condenados a padecer como si fuéramos únicos e irrepetibles. A lo mejor, en realidad somos el resultado de una ilusión, pero de las que hacen sufrir.

Es posible que seamos un simple incidente en el proceso evolutivo. La naturaleza, en la lucha por la supervivencia, estaría utilizando el instrumento de la conciencia de la propia identidad: al creer que existimos participamos tal vez en un plan que nos es impuesto. Así, si alguna vez por nuestro intermedio se llegara a la pura objetividad de la máquina, a la inteligencia artificial, podríamos al fin retirarnos de la escena y conseguir la paz. No resulta muy consolador, el creador que se oculte detrás de todo esto no podrá librarse de la acusación de crueldad. ¿Quién nos ha preguntado nunca si nos interesa participar en este juego?

La verdad es que, después de sentir dolor y mucho, morimos. Y el resultado parece ser la nada, ¿qué sentido ha tenido el viaje? Probablemente ninguno, y si lo tuviese sólo al final de los tiempos otros seres lo podrán vislumbrar. Entonces, ¿qué nos va ni nos viene a nosotros? Se ha dicho que la última revolución será la biotecnológica, que servirá para crear otra humanidad. Es posible que nos convirtamos en los dioses de una nueva creación. ¿Qué extraño e indescifrable dios ha sido el de la nuestra?, ¿qué ha pretendido?

sábado, 27 de agosto de 2011

Eternas brujas de Salem

Decía Arthur Miller que “el nuestro es un mundo dividido en el que ciertas ideas, emociones y acciones son de Dios, y las opuestas de Lucifer. Es tan imposible para la mayoría de los hombres concebir una moralidad sin pecado como una tierra sin cielo”. Durante mucho tiempo, en Salem también, el Diablo se hallaba representado por el sexo y la herejía. Hoy día, la actividad sexual se ha pasado al campo de la divinidad. Es lógico, el puritanismo norteamericano la considera ya como algo normal y correcto; pues es sana, y la salud es esencial para los que aspiran a comportarse bien. En cambio, los herejes, los que se apartan de la inmensa mayoría, siguen siendo sospechosos. Los personajes famosos son objeto así de estricta vigilancia, pues se salen de los límites de la normalidad.

En los momentos en que escribo estas líneas recibo la información de que el Ministerio Fiscal ha retirado todas las acusaciones que mantenía contra Strauss-Kahn. Lo hace por falta de pruebas, es cierto, en teoría entonces la sospecha de culpabilidad moral puede mantenerse. Pero como los Estados Unidos constituyen un Estado de Derecho, o así lo creemos, habrá que aceptar a todos los efectos su absoluta inocencia. Cómo, entonces, con pruebas tan débiles pudo procederse a una detención humillante, a la vista de todo el mundo, cuando ya estaba en el avión y, sobre todo, cuando no hubiera podido eludir una acusación por su relevancia pública. En España, por ejemplo, nuestra centenaria Ley de Enjuiciamiento Criminal exigía siempre que la detención se realizase “en la forma que menos perjudique”.

Con independencia de que la cultura norteamericana es muy partidaria del “sheriff”, y de los caracteres justicieros, en mi opinión hay algo más: el morboso deseo de hundir a los que destacan. Se ha dicho que el hecho de detener al Director Gerente del Fondo Monetario Internacional acredita la esencial igualdad que preside la justicia de aquel país. Todo lo contrario, demuestra el peligro de alejarse de la vulgaridad: en las sociedades mediocres distinguirse es enormemente peligroso. Excita la envidia de los demás, que pueden utilizar la prensa y los tribunales de justicia para hundir a cualquiera: basta, a la manera de Goebbels con deslizar una sospecha, que después, será imposible de lavar.

Para la Inquisición el Diablo era un ser esencialmente malo. Hoy día, la Iglesia ha llegado a negar su existencia, al menos en la forma en que históricamente se entendió, pero los seres ruines siguen actuando. Por desgracia ahora utilizan a los jueces y a los medios.

sábado, 13 de agosto de 2011

La venganza de Marx

Es cierto que la situación económica actual es en gran parte consecuencia de métodos de ingeniería financiera, que transcienden de las fronteras nacionales. También que los desequilibrios cíclicos son considerados como una característica típica del capitalismo, que no ha impedido su posterior fortalecimiento. Igualmente, sería preciso aceptar que la incompetencia o falta de credibilidad de los gobiernos internos puede agravar cualquier crisis, por muy ajeno que hubiera podido ser su origen. Sin embargo, en todo lo que está ocurriendo hay algo más, que en mi opinión se encuentra ligado a la propia naturaleza del Estado del Bienestar.

Para Marx, la historia no podía ser explicada más que como un proceso dialéctico en el que toda tesis generaría una antítesis, su negación, y en la lucha entre ellas se llegaría siempre a una síntesis superadora. Paradójicamente, la caída del “socialismo real” pudo ser explicada perfectamente en esa forma: a la afirmación agresiva del primer capitalismo, se habría contrapuesto desde la revolución soviética un ejemplo comunista, que sirvió como poderosa fuerza de atracción para el proletariado universal. Después de una lucha sin cuartel se llegó a una gran síntesis: el “Estado del Bienestar”, que habría operado a la manera de un “final de la historia”, garantía a la vez de libertad e igualdad.

El acceso de todos los ciudadanos a la educación, la cultura y la sanidad proporcionaría la base necesaria para un ejercicio maduro de la libertad. Sin embargo, poco a poco, en vez de realizar una selección de objetivos propia de cualquier planificación inteligente, los gobiernos occidentales se han dejado tentar por el ventajismo fácil que ofrecen las urnas, pues de lo que se trata es de ganar las elecciones, a veces a costa de lo que sea. Como consecuencia, se elevará hasta el infinito el nivel de las prestaciones, se intentará la conquista de nuevos votantes mediante la integración de colectivos de inmigrantes, por muy alejados que estén de nuestro universo cultural, o se aceptarán reivindicaciones sucesivas de las masas con independencia de su sensatez o razonabilidad.

Cualquier sociedad tiene límites económicos. Si no se respetan, llegará un momento en que todo estalle. Y cuando así suceda, los que hasta ahora habían sido beneficiarios se convertirán en “indignados”, que se dirán decepcionados por el sistema y sus injusticias. Al final nos quedaremos estúpidamente sin libertad y sin igualdad.

sábado, 30 de julio de 2011

El conferenciante pelmazo

Hace algunos años, decidí asistir a una conferencia de un profesor anglosajón, eminente especialista en Lerroux y el Partido Radical. A la hora señalada en la puerta del salón no estábamos más que el conferenciante y yo, un cuarto de hora después se unió nervioso el presentador, pero nadie más. Como es natural, hubo que suspenderla a pesar del viaje y los consiguientes honorarios que, supongo, debieron pagarse. Más sonrojo experimenté en un acto organizado por una universidad, bajo el título “El exilio en México”, en el que tenía que hablar un muy anciano superviviente al que se le había hecho venir desde el otro lado del Atlántico. Llegué tarde, y en una enorme sala sólo se encontraba en primera fila una señora, que resultó ser su esposa. Ello no obstante, con una moral a toda prueba, el respetable exilado pronunció su conferencia, algo pesada todo hay que decirlo, hasta el final.

No es difícil concluir que las conferencias están a punto de desaparecer. En mi opinión, sólo hay tres maneras de celebrarlas con éxito: ofrecer una copa bien servida al final, en cuyo caso el acto tendrá una asistencia considerable, y de los canapés no quedará ni el rastro; entregar un título de cualquier clase que sirva para obtener lo que en la Universidad llaman “créditos”, también se llenará; o finalmente convertir la conferencia en un espectáculo, invitando por ejemplo a Mourinho. Si se decidiese a aceptar, y con independencia de su mayor o menor tono circense, habrá gente capaz de ir a la reventa para asegurarse una entrada.

Todo tiene explicación: la sociedad de masas reniega de la comunicación cultural vertical, nadie acepta la figura del “sabio”, pues todos creen serlo. En el fondo, consideran una insolencia la pretensión de dirigirse hacia los demás desde la superioridad intelectual. La transmisión de conocimientos se produce ya en forma exclusivamente horizontal: todos quieren participar en ella, y han encontrado el instrumento idóneo en los foros de Internet. Lo mismo ocurre con la prensa: el periodismo de papel corre el riesgo de desaparecer y no puede sustituirse por el digital, por muy cómodo que nos lo quieran plantear, por la elemental razón de que la lectura de un editorial requiere una posición reflexiva que sólo puede darse recostado en un sillón.

Desde un punto de vista periodístico la “red” sólo sirve para proporcionar titulares y críticas injuriosas, precisamente aquello en lo que todos pueden intervenir. Cuando acaben con los libros, y todo se andará, nuestra sociedad será cada vez más necia y manipulable.

sábado, 16 de julio de 2011

Justicia sospechosa

El Consistorio de Ginebra, en 1550, implantó una “dictadura de la virtud” utilizando una política de terror contra sus ciudadanos. Calvino había decidido redefinir la esfera de la vida privada, de tal manera que hasta lo más íntimo, incluso la sexualidad y el amor, pudiera ser sometido a estricta inspección. Todo podía ser pecado y objeto de implacable represión. Pretendía traer el reino de los justos a la tierra; lo que implicaba la muerte o el destierro para los blasfemos y herejes, pues la misericoria ofendería a Dios. La verdad es que muchos de sus contemporáneos pensaron que se trataba de un ser soberbio, lleno de vanidad y deseos de poder. No actuaba por justicia sino por pura y simple venganza.

Muchos ingenuos pensarán que eso es cosa del pasado, consecuencia del fanatismo de las “guerras de religión”. No es cierto, aunque de una manera mucho más sutil y sin hogueras, el aparato represivo estatal, singularmente la policía y el Ministerio Fiscal, también muchos jueces al desarrollar labores de “instrucción”, ha abandonado las exigencias de la tutela judicial, para dejarse seducir por deseos de protagonismo, espíritu inquisitorial, o las exigencias halagadoras de unos medios de comunicación interesados en satisfacer el morbo de las masas, que siempre proporcionan dividendos. Ya nadie puede estar seguro. Cuanto más famoso seas, más probablemente serás objeto de persecución sin base suficiente, y sometido al tratamiento cruel de una opinión pública que en el fondo, al menos en los Estados Unidos, se sigue pareciendo a la que condenó a las Brujas de Salem.

La Justicia se está convirtiendo en un espectáculo circense, todos podemos ser culpables. La inmensa mayoría de nuestros actos, hasta los más insignificantes, son equívocos, pueden ser interpretados de muy diversa manera. Una de las mayores conquistas del Derecho Penal, desde los tiempos de Beccaria, fue esperar a que lo equívoco se convirtiese en inequívoco antes de poder proceder contra una persona. Hoy día, en cambio, basta con observar cómo un deportista entrega un medicamento a otro para deducir que le ha ayudado a doparse. Los medios de comunicación actúan en base a simples sospechas, y lo grave es que los tribunales, a veces por simple vanidad o deseos de ser enaltecidos como celosos justicieros, les siguen por ese camino.

Presumimos de haber eliminado la Inquisición, y gozar de garantías propias de un moderno Estado de Derecho. Es falso de toda falsedad, Torquemada sigue actuando aunque de una manera mucho más inteligente que cuando se dirigía contra los conversos. Su crueldad está intacta, pero se disfraza ahora de moderno. Ya no sirve a Dios ni a la Justicia, sólo a su propio exhibicionismo personal.





sábado, 2 de julio de 2011

Nos representan demasiado

La única idea original del movimiento de Los Indignados es la que se refleja en su eslogan No nos representan. Pero si los elegidos a través de las urnas han dejado de identificarse con el pueblo, entonces, ¿quiénes? No existe sistema alguno, distinto al democrático, que permita hacer efectiva la necesidad de “hacer presentes a los que no lo están”, objetivo último de toda representación, pues sería absurdo reverdecer el viejo anarquismo español y resucitar a Durruti. En el fondo, nuestros nuevos revolucionarios no hacen más que dar la razón a Alexis de Tocqueville cuando decía que, en los siglos presididos por la reivindicación de la igualdad, hasta los ínfimos privilegios, incluso los de la inteligencia, chocan a la razón.

La misma pretensión de que alguien pueda atribuirse un mandato, que lo distinga sobre los demás es inconscientemente rechazada. Nadie es más que nadie. En todo esto hay una enorme paradoja pues ha sido la propia sociedad de masas la que ha convertido a los políticos, particularmente los españoles, en seres tan insulsos como el resto de los ciudadanos. Gregorio Marañón, Ortega y Gasset o Sánchez Román, políticos burgueses de la II República, no pueden darse ya hoy. Tampoco dirigentes proletarios como Dolores Ibárruri o José Díaz cuya capacidad de agitación los colocaba muy por encima de los trabajadores de la época. Eran distintos, y, sin embargo, nunca el entusiamo de los suyos fue más manifiesto.

Se dice, y puede que sea verdad, que los actuales políticos españoles son singularmente mediocres. Nunca más que la inmensa mayoría de los ciudadanos, que ahora se rebelan por su falta de preparación. También se denuncian sus privilegios. ¿Cuáles? Las llamadas prerrogativas son ya prácticamente inexistentes, sus sueldos están entre los más bajos de Europa y, lo más grave, se han visto privados de sus derechos al honor y a la intimidad, que los tribunales de justicia han decidido desconocer. En estas condiciones, ¿qué profesional de prestigio decidirá dedicarse a la política? Ninguno. Basta con una lectura de las agendas parlamentarias para comprobar que el origen profesional de los miembros de las asambleas se encuentra muy lejos de la excelencia. Ya no constituye ningún timbre de gloria obtener un escaño, todo lo contrario, pero eso es lo que nuestra sociedad ha querido elección tras elección.

Es mentira que los políticos no nos representen. Son iguales que nosotros, con las mismas virtudes, defectos, incultura y falta de sensibilidad. Es cierto que nuestro sistema político está obsoleto, incluso muerto, pero, en cuanto al concepto de representación, será mejor que lo dejen en paz. En España se ha realizado a la perfección.

sábado, 18 de junio de 2011

Flecha en el tiempo

Se ha dicho que los occidentales nos hemos acostumbrado a vivir con la sensación de que el tiempo va a alguna parte. ¿Y si no fuera a ninguna? La idea del progreso no constituye más que el reflejo creado por los científicos racionalistas de la Ilustración del concepto judeo cristiano de la redención. Todo tendría un final consolador: el destino sería siempre positivo, pues la tranformación de la naturaleza nos garantizaría la inmortalidad, que no es cosa distinta a la felicidad. Paradójicamente, el marxismo constituyó la exposición más lograda de una doctrina que tenía un origen religioso, y que ha dado sentido a nuestra vida en los últimos siglos.

El tiempo funcionaría como una flecha, que avanza en dirección conocida, por oposición a la visión cíclica o circular de las culturas paganas según las cuales la vida carecería de historia lineal, pues estaríamos condenados a repetir una y otra vez los mismos sucesos. Observemos la propia idea del individuo: al revés de lo que especulan los antropólogos, ha triunfado desde que se aceptó que gozaba de una existencia independiente frente a la colectividad. El hombre sólo empezó a serlo cuando pudo formar sus convicciones con independencia de la autoridad temporal o religiosa. Todavía, en algunos países africanos, el alma de la tribu sigue condicionando el comportamiento de cada uno de sus miembros.

En Europa la revolución individual tuvo lugar cuando se impuso la idea de tolerancia, se garantizó la propiedad privada, que permitía gozar de un espacio inmune al control de los demás, y los libros contribuyeron al surgimiento de unas clases ilustradas que hicieron de la originalidad el objetivo último de su existencia. Sin embargo, sólo partiendo de la idea del eterno retorno puede comprenderse lo que ocurre en la actualidad: bajo una aparente profundización en la autodeterminación personal, la aldea global nos impone la uniformidad. Si el destino de la humanidad fuese convertirse, como se ha dicho, en una eficiente máquina, no podría haber nada más racional que la supresión de la diferencia. Las libertades burguesas podrían haber constituido un importante elemento en la sustitución de una sociedad estancada y sin capacidad para generar riqueza por otra apta para la producción de bienes y servicios ilimitadamente, transformando el universo.

La exaltación del individualismo habría sido necesaria en ese momento de transición desde un punto de vista estrictamente objetivo, pues la capacidad de sufrimiento del hombre le impelía a rebelarse, protestar, y crear una comunidad que funcionase sin ataduras. Pero, conseguido el progreso, ¿para qué la libertad? Seres iguales, pulcros y correctos, algo bobos también todo hay que decirlo, se adueñan del mundo. El disentimiento será inútil y peligroso.

martes, 7 de junio de 2011

La pérdida de España

La historia de España es mágica, y lo refleja perfectamente el descubrimiento de América, que va a suponer la entrada de lo extraordinario y de la aventura en la vida de los hombres. Todo es posible: encontrar el país de El Dorado, observar a los demonios comerse el corazón de sus víctimas en lo alto de los templos, ríos de oro, amazonas...Un porquero extremeño puede conquistar un imperio, pues quien no quería estar sujeto a la tierra por los siglos de los siglos podía cruzar el océano e intentar la aventura. Bernal Díaz del Castillo refleja perfectamente este sentimiento al narrar las vicisitudes de los nuestros en México: “no eran más de cuatrocientos cincuenta españoles los que entraron en Tenochtitlan, pues no ha habido nadie en el mundo que tal atrevimiento tuviese”.

Hay dos géneros literarios propios de nuestro país: la novela picaresca y las crónicas de Indias. ¿Alguien es consciente, por ejemplo, que el primer ensayo antropológico moderno es el de nuestro paisano Cieza de León cuando redacta la del Perú? Si queremos leer un espléndido relato de aventuras, con base rigurosamente histórica, podemos rescatar el “Naufragios y comentarios” de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca. Y si se trata de acudir a la épica, por qué no repasar las versiones de Bernal y López de Gomara sobre la conquista de México, o La Araucana de Alonso de Ercilla. Lamentablemente, ni se estudian en las escuelas ni prácticamente nadie las ha leído. Y un país que no conoce su historia termina por descomponerse, lo que está sucediendo.

Cuando, hoy domingo, escribo estas líneas no sé qué habrá pasado con Humala. Pero es muy posible que, tarde o temprano, se una a los Chavez, Correa, Evo Morales, y demás líderes indigenistas que ponen claramente en cuestión el papel español en América, y quieren hacer historia contra nosotros sin tener en cuenta que, como ocurrió con los tlaxcaltecas, fuimos sus aliados en las guerras civiles que desgarraban el continente en los tiempos de la conquista. Tampoco que en la independencia estuvieron del lado de la metrópoli contra los criollos. El problema es que en España ni conocemos lo que allí está pasando ni nuestra clase política tiene la suficiente inteligencia como aprovechar los factores que todavía cabe utilizar.

Las últimas legislaturas pueden haber sido lamentables, pero lo que considero indignante es que la élite dirigente, si es que cabe llamarla así, haya carecido de política sobre nuestros intereses en América. Los Zapatero, Leire Pajín, Bibiana y demás compañeros, incluyo también desde luego a Alicia Sánchez Camacho y otros de su estilo, no tienen idea de lo que nos jugamos. A este paso, no es que se separen Euskadi y Cataluña, perfectamente puede ocurrir, nos quedaremos también sin mitos e historia. Y si los perdemos, ¡pobre España!



martes, 31 de mayo de 2011

Solaris y Bildu

“Solaris” de Stanislaw Lem constituye uno de los mejores relatos de ciencia ficción de todos los tiempos, convirtiéndose en una de las llamadas “novelas de culto”. Una civilización terráquea, a la búsqueda de vida extraterrestre, localiza un planeta que, por sus interesantes características, es objeto de observación durante siglos. Allí existe una mente poderosísima, una especie de “Dios imperfecto” lo califican, capaz de corregir su propia órbita, e influir sobre nuestros astronautas, pero no existen seres diferenciados con los que poder establecer una comunicación. Lamentablemente, los españoles de hoy nos encontramos también ante entes con los que cabe el diálogo.

Bildu no es tan inteligente como Solaris, pero también es capaz de incidir sobre nosotros, y de una manera que puede condicionar el devenir estatal en el curso de varias generaciones. No tenemos punto alguno de contacto: parten de la idea de que no tienen nada que ver con España, pues constituyen un pueblo, por no decir una raza, procedente del Cáucaso que nunca ha sido integrado y que dispone de lengua y cultura propia ajenas al resto del Estado. El terror que han practicado sus amigos no supondría más que una suerte de resistencia análoga a la del maquis francés. Están convencidos de que tienen razón, ¿cómo entonces se puede hablar? Por otra parte, mantener en la clandestinidad a más de trescientas mil personas sería un auténtico absurdo.

Más pronto que tarde nos encontraremos con la exigencia de un referendum de autodeterminación, y si , con la confluencia del PNV y Aralar, los partidarios de la independencia obtienen más del 60% del censo electoral, como perfectamente pueden conseguir, la “mayoría suficiente” que exige la célebre sentencia del Tribunal Supremo del Canadá relativa a la cuestión de Quebec habría sido cumplida. ¿Cómo entonces nos opondríamos? Habría posibilidades desde luego, incluso utilizando los mismos términos de la referida sentencia. El problema es que una clase política como la nuestra que tampoco tiene, ni de lejos, la inteligencia de Solaris no parece capaz de ofrecer la mínima confianza. Últimamente, lo único que parece interesarle es el sexo de los ángeles.

Ortega y Gasset pronosticó que, tarde o temprano, nos quedaríamos reducidos a Castilla. Al menos, fue un poco más optimista que Nostradamus para quien éramos un desgraciado pais que volvería a ser invadido por los árabes, lo que a la vista de cómo están las cosas no parece muy disparatado. Tenemos un problema económico real, pero junto a él las cuestiones catalana y vasca están a punto de estallar, y nadie se atreve a afrontarlas de una vez. Probablemente, porque a nadie le importa ya España. Así nos va a ir.

martes, 24 de mayo de 2011

El sexo de las moscas

Decía Oscar Wilde que “las vidas privadas de hombres y mujeres no deberían estar expuestas al público. El público nada tiene que hacer con las vidas ajenas”. En el mismo sentido, y bien irónicamente, Vicente Verdú denunció hace algunos años que “nunca se ha insistido tanto [como hoy] en escudriñar la vida sexual de los animales, incluidas las moscas”. Es algo enfermizo porque sobre la idea de dignidad personal ha sido contruida nuestra civilización, por el contrario nos complacemos con lo morboso. Y el resultado de este interés no puede ser más nefasto para las diarias víctimas de informaciones torticeras, infames o que recaen sobre extremos que, por su propia naturaleza, no deberían ser tratados. ¿Nos estaremos dirigiendo a un tipo de sociedad que no va a estar basada sobre los individuos?

Hace pocos días, leí una entrevista con un científico chino de fama mundial en la que aseguraba que el mundo se dirigía hacia la creación de un gran cerebro colectivo mediante la conexión de todos los datos informáticos. Las aisladas características personales ya no tendrían ningún valor, ¡qué semejante al Gran Hermano de Orwel! Ser diferente sería inútil más que indecente, por el contrario Rousseau de manera orgullosa había proclamado: "Estoy hecho de modo distinto a cualquier otra persona que yo conozca; diría, incluso, que no hay otro en el mundo como yo. Quizá yo no sea mejor, pero al menos soy diferente". En su opinión, ser hombre significaba ser original, entre otras razones, porque la esencia de todos y cada uno de los seres humanos es su pretensión de ser únicos e irrepetibles.

A lo largo del siglo XX, los totalitarismos europeos pretendieron, ya sea de manera consciente o inconsciente, la eliminación del alma individual, y superficialmente podría decirse que fracasaron pues comunismo y fascismo han dejado de existir. Cabría preguntarse, sin embargo, si las sociedades modernas no estarán asistiendo al mismo proceso bajo la forma de una intensificación de la capacidad de crítica. Las libertades expresivas sirvieron en su momento para el intercambio de experiencia e información, consiguiendo un fantástico desarrollo del mercado. ¿No estarán siendo utilizadas ahora para reafirmar la radical igualdad, en el mal, de cada uno de los individuos?

Todo debe ser sacado a la luz, pues el secreto sería pecaminoso. Los instrumentos de información, que nacieron para la libertad, se están convirtiendo en control policíaco para la uniformidad. ¿Por qué interesan tanto los escándalos protagonizados por personajes de cierto relieve? Porque demuestran que la excelencia no existe, todos seríamos iguales y sucios. Torquemada se reirá desde la tumba, tenía razón.

martes, 17 de mayo de 2011

El Dios español

Siempre es bueno acercarse al Prado, háganlo estos días. La exposición sobre “el joven Ribera” permite contemplar su “Coronación de espinas”, pertenece a la Casa de Alba, no hay nada semejante en la pintura universal. Aunque no bien situado en la sala, contemplen el rostro de Cristo: les está mirando fija y profundamente sin un mínimo de bondad. Parece conocer hasta el último de nuestros pensamientos, y no le merecen piedad. Portadores de la marca del Maligno, hemos nacido con un “pecado original” y nos vigila. Es tan duro que no reúne los caracteres de la humanidad, un ser omnisciente y justiciero que amenaza con lo que sabe. Aparte de la zozobra que provoca, constituye la más perfecta expresión del entendimiento de Dios que hemos tenido los españoles.

La Inquisición no fue un invento nuestro, es cierto, pero arraigó aquí de manera tan perfecta que hubo que esperar a la invasión napoleónica para que fuese suprimida por primera vez. Durante siglos, los españoles hemos sido seres sospechosos en cuanto por naturaleza participamos de la esencia del mal. Sus prácticas no respetaron nunca la intimidad individual porque no la valoraban. No era un producto de Dios, sino del Demonio, y todo el mundo era culpable de tal manera que los procesos podían seguir aun cuando se demostrase la inocencia por una concreta acusación, con toda seguridad sería cierta por otra. Nadie se rebelaba, en el fondo todos sabían que los inquisidores tenían razón.

Los seres que no se respetan agudizan su crueldad con los demás, una de nuestras características más señaladas. ¿Por qué no leen “El holocausto español” de Paul Preston? Es una obra parcial sin duda, pero exhibe hasta el límite la bestialidad de un pueblo pretendidamente civilizado en pleno siglo XX. Es cierto, los franceses se comportaron de la misma manera durante su Revolución, pero con la importante diferencia de que lo hicieron cerca de ciento cincuenta años antes, toda una historia. Aún hoy, la lucha política no se desenvuelve en el terreno de las ideas sino de la delación. Resulta mucho más fácil llevar a la gente a la hoguera que vencerla con argumentos, a lo mejor porque todos son conscientes de que no tienen ninguno.

El arte religioso italiano nos exhibe imágenes bellas, las Vírgenes de Rafael son pura y simplemente hermosas, me atrevería a decir que sensuales. Es lógico, en el Renacimiento el hombre fue concebido con las mismas características de Dios, cuyas obras por esencia debían ser buenas. España es trágica, siempre hemos creído que somos creación del Demonio, y nos despreciamos.

martes, 10 de mayo de 2011

Chantaje al Tribunal

La doctrina jurídica occidental ha establecido que, en materia de imparcialidad, incluso las apariencias tienen importancia: “no basta que los jueces dispensen justicia, es preciso que parezca que lo hagan”, nos dice reiteradamente el Tribunal Europeo de Derechos del Hombre. Es lógico, la convivencia sería imposible si los ciudadanos no confiasen en las instancias encargadas de dirimir los conflictos. Esto que es algo elemental en España hace tiempo que lo ha dejado de ser. Y el problema no es sólo de los magistrados, por desgracia a veces también, sino fundamentalmente de los partidos políticos y los creadores de opinión, que sólo aceptan las sentencias que les convienen y rechazan las que les perjudican. Desde luego, no saben de qué va el “juego limpio”…

Por ejemplo, en los últimos días ha sido objeto de viva polémica la posición de los Tribunales Supremo y Constitucional en relación con las candidaturas electorales de la coalición Bildu. Desde luego, sería síntoma de la enorme madurez de nuestro país que una cuestión jurídica fuese capaz de interesar a las masas. Pero, como aquí nadie tiene la menor idea de nada, la inmensa mayoría de las opiniones se basa en tesis conspirativas o estrictamente políticas que no tienen en cuenta que el Derecho es una ciencia por mucho que, como diría cualquier aprendiz marxista de tres al cuarto, esté condicionada por factores de carácter infraestructural. Además, es imposible de entender de manera matemática, pues las intepretaciones son infinitas siempre que se hagan desde la preparación y la seriedad.

Se olvida que el TC es el jurisdiccional superior en materia de garantías constitucionales. También que una de las claves de nuestro sistema jurídico radica en el derecho de participación consagrado en el artículo 23 de la norma fundamental, que sólo es posible restringir en forma muy ponderada y excepcional. En cualquier caso, el TC podría adoptar motivadamente cualquier solución: es un asunto complejo y discutible. Lo que no es admisible, sin tener la menor idea de derecho, es intentar condicionar su posición por razones situadas en el propio interés partidario como así se ha venido haciendo.

Al Tribunal Constitucional han pertenecido magistrados de la categoría de Díez de Velasco, Tomás y Valiente y Rubio Llorente entre otros muchos. Incluso ahora la talla de la mayoría de sus miembros sigue siendo excepcional. Intentar desprestigiarlos en base a la cateta consideración de que unos son conservadores y otros progresistas es no conocer cómo funciona un tribunal. A este paso, por irresponsabilidad y en poco tiempo, nos quedaremos sin justicia.

martes, 3 de mayo de 2011

Al final de la vida

El coro de “Edipo, Rey”, la tragedia de Sófocles, nos advertía: “Siendo mortal, debes pensar con la consideración puesta siempre en el último día y no juzgar a nadie antes que llegue al final de la vida”. Reflexiono sobre ello cuando pienso en la historia y vicisitudes de tantos compañeros de generación. Enrique Ruano, por ejemplo, si viviera estaría ahora próximo a los sesenta años. Fue miembro del Frente de Liberación Popular, organización juvenil antifranquista caracterizada por la originalidad de sus planteamientos. Era un idealista, que soñaba con un futuro de libertad y progreso por el que se atrevió a militar en la clandestinidad, siendo detenido por la policía política en 1969.

Si hubiera conocido la realidad “democrática” de nuestro país, ¿le hubiera valido la pena luchar? Cuando llevaba tres días en comisaría, le trasladaron a la casa donde vivía y le arrojaron, o se tiró, por la ventana de un séptimo piso. ¿Le asesinaron? Así se ha creído siempre, en cualquier caso la responsabilidad de la policía fue indudable pues estaba en su poder. Los mismos sectores sociológicos que propiciaron su detención pasaron a votar años después, sin muestra alguna de pudor, a partidos de corte reformista y socialdemócrata. Todo cambió para que nada cambiara con una moralidad oportunista singularmente adecuada. ¿Qué pensará desde la eternidad?

Para justificar su muerte, en una actuación vergonzosa que protagonizaron políticos aún en activo, el Régimen llegó a difundir a través de conocidos medios de comunicación fragmentos de su diario personal, que hacían pensar en un muchacho desequilibrado con problemas de conducta. Al parecer, cuando sus padres se atrevieron a protestar, sufrieron amenazas susceptibles de ser calificadas como de auténtico chantaje. Su historia fue trágica, pero muy pocos la recuerdan. Si no hubiera sido un valiente, hoy llevaría una existencia tan normal y anodina como la nuestra, pero sobreviviría. ¿Mereció la pena?

La vida está llena de miedosos y oportunistas, como los que existieron con abundancia en los años del franquismo. Unos y otros, sin embargo, supieron situarse muy bien. ¿Cuántos de ellos han estado militando después en organizaciones perfectamente instaladas en el sistema? Todos sabemos que muchos, probablemente demasiados, pues siempre ha sido muy provechoso colocarse al lado de los que mandan. En cambio, los que entonces se arriesgaron se quedaron en casa o murieron en plena juventud, caso de mi compañero de celda Carlos Castilla Plaza. Me gustaría poder hablar con él, como tenía sentido del humor me imagino que sin rencor se limitaría a reír, pues la carcajada es la única opción sabia.

martes, 26 de abril de 2011

Visca el Barça

Contaba André Maurois que en una sesión de la Asamblea francesa, celebrada en los primeros años del siglo XX, la radicalización de los espíritus impulsó a los miembros de la derecha a levantarse de sus escaños entonando con pasión la Marsellesa. Tan pronto terminaron, los diputados de la izquierda empezaron a cantarla también. Lo harían en forma distinta evocando otros deseos y sueños, pero el himno era el mismo, y cuando los enemigos utilizan idénticos símbolos es imposible la guerra entre ellos. Los ejércitos van al frente llevando a la cabeza diferentes enseñas, no comparten nada en común.

En España, en cambio, basta un simple partido de fútbol para comprobar que no somos capaces de mantener las más elementales reglas de urbanidad. ¿Cómo es posible que los hinchas del Real Madrid enarbolen la bandera española, que debe ser de todos, como propia? No hace falta ser un psicólogo de tres al cuarto, de los que tanto abundan en este país, para darse cuenta que, en lógica reacción, los aficionados del Barcelona la sentirán entonces como extraña, propia de sus enemigos. Como es también una cuestión de estilo y buena educación, sería explicable que el problema pasase desapercibido para los más bestias. El problema es que los creadores de opinión, desde políticos a periodistas, no sólo no dicen nada, a veces incluso jalean la exhibición.

A finales de los años noventa, viviendo en Granada, decidí ver un partido de la Copa de Europa en un restaurante situado en el espléndido mirador de San Nicolás. Cuando al Barça, que jugaba contra un equipo alemán, le metieron el primer gol unos camareros bastante energúmenos empezaron a lanzar gritos de alegría y a explicar, sin que nadie se lo hubiera pedido, que preferían que ganase cualquier equipo extranjero a uno catalán. Todo ello ante la mirada asombrada de unos turistas que no entendían lo que podía ocurrir. A la vista de la situación, manifesté mi indignada protesta, no debí hacerlo: no sólo me dejaron sin cena, que por supuesto tuve religiosamente que pagar, me llamaron rojo separatista, y me libré por bien poco de que me soltaran un tortazo.

Es sabido que el pobre Ortega, en la discusión del Estatuto de Autonomía en el Parlamento de la II República, señaló que el problema catalán era insolucionable, sólo se le podría “conllevar”. No lo sé, pero lo indudable es que sólo será posible mantener la unidad demostrando nuestro respeto hacia unos compatriotas que son tan españoles como nosotros, o eso decimos. Además, en materia de nacionalidades, sólo cabe la inteligencia.

martes, 19 de abril de 2011

La gran farsa

¿Tienen carácter político las elecciones que van a tener lugar en España en los próximos meses? En mi opinión no, ninguna de las grandes cuestiones que nos afectan, y son muchas, van a ser objeto de contienda ideológica. Se abordarán es cierto, pero sobre la base de tópicos e ideas preconcebidas que no merecen, ni de lejos, la categoría de un programa. Lo único que se discutirá con pasión es la honradez o desvergüenza de unos y otros. Se trata exclusivamente de destruir al adversario, no hay nada más. Felipe González y Manuel Fraga hoy día no tendrían nada que hacer, y D. Manuel Azaña no habría salido nunca del Ateneo.

Si no son políticas, ¿qué son? Pura y simplemente el instrumento para proporcionar legitimidad al mantenimiento o la renovación de las castas, conservan todavía el nombre de partidos, que ocupan el poder. Se podría objetar que, en tal caso, nadie acudiría a las urnas. Todo lo contrario, en esa lucha hay miles, por no decir centenares de miles, de interesados. Desde los rectores de universidad hasta los titulares de empresas públicas, pasando por las familias de multitud de concejales y otros cargos públicos, medio país verá su porvenir afectado por el resultado de las elecciones. La ideología ha desaparecido, es una cuestión pura y simple de descarnado interés.

Es cierto, en España todavía funciona la distinción izquierda-derecha, está presente en el inconsciente colectivo de un país que salió del subdesarrollo hace bien pocos años, y padeció una guerra fratricida en tiempos recientes. En consecuencia, en algunas regiones caso particularmente de Andalucía mucha gente seguirá votando en función de sus miedos ancestrales, lo que fortalece un sistema esencialmente falso. Como no existen ideas, el encanallamiento será progresivo hasta que prácticamente no se pueda respirar. Los propios Tribunales de Justicia tienen parte, no pequeña, de responsabilidad. Sobre la base de que la libertad de expresión es preciosa para los representantes del pueblo, como poéticamente dice el TEDH, nadie con un mínimo respeto a su propio sentido del honor se atreverá a perderlo participando en un juego que carece de escrúpulos.

La farsa forma parte de la cultura occidental, no hace falta remontarse a Grecia, pero siempre ha tenido un carácter estético. Cuando es utilizada para engañar a los demás, creando una apariencia de legitimidad inexistente, constituye un espectáculo bien triste y absurdo. Sería un error, sin embargo, que echáramos la culpa con nombre y apellidos a los políticos actuales, en cierta medida son también simples víctimas. La responsabilidad es nuestra, de los ciudadanos, que una y otra vez caemos en la trampa, y no somos capaces de influir en quienes protagonizan el circo.


martes, 12 de abril de 2011

Alegato antidemócrata

En su momento, Blackstone describió a la perfección el resultado de una evolución constitucional cumplida en lo sustancial durante el siglo XVIII al señalar que el poder del Parlamento es absoluto : "tiene autoridad soberana e incontrolable para hacer, confirmar, ampliar, restringir, abrogar, revocar, restablecer, interpretar cualquier ley. En verdad, lo que hace el Parlamento ninguna autoridad sobre la tierra puede deshacerlo". Es cierto que una posición de esta naturaleza podía ser objeto de fáciles ironías, y Tomás Moro con agudeza preguntaba: “Suponed que el Parlamento hiciese una Ley declarando que Dios no era Dios: ¿Diríais entonces, Maestro Rich, que Dios no era Dios?”.

Se le podría contestar que, en ese momento, los racionalistas eran conscientes de que la divinidad parlamentaria estaba hecha de contingencias humanas, fugaces e imperfectas, pero representaba la “voluntad general” con lo que no había autoridad mayor sobre la tierra; en este sentido era omnipotente. Sin embargo, las cosas han cambiado de manera tan profunda que el Poder Legislativo se ha convertido en la instancia legitimadora del sistema y punto. Realiza funciones puramente formales que no tienen nada que ver con aquellas para las que fue concebido. La Ley era el producto de un debate y contradebate, que aseguraban su lógica matemática y claridad intelectual. Nada de eso queda ya, los Grupos políticos dictan sus consignas y los Diputados las siguen. Por la cuenta que les trae, unos y otro se mostrarán fervientes defensores del parlamentarismo; es lógico en otro caso desaparecería todo el tinglado.

El Dios parlamentario ya no existe, sustituido por las urnas que actúan como una instancia mágica que no es posible eludir. El problema es que los electores no forman ya sus convicciones en virtud de ideas. No, actúan siguiendo sus pulsiones más primitivas, morbosas, incluso irracionales. Los partidos políticos y los medios de comunicación, en mi opinión el único poder real, se han dado perfecta cuenta de lo anterior, y han dejado de estar interesados en los programas. Tratan a los ciudadanos como seres infantiles e inmaduros, y les ofrecen lo que creen que necesitan: espectáculo, circo y, sobre todo, escándalo, mucho escándalo. Les convierten además en víctimas permanentes de todos, de los poderosos, de los banqueros, de los americanos, incluso de los mismos políticos.

Los individuos ya no son responsables de nada, la culpa estará siempre en los demás. Como siempre he defendido la centralidad del Parlamento, reniego de la manera más absoluta de la actual democracia de masas que no conduce más que al empobrecimiento intelectual de los ciudadanos, no hace falta recordar que los nazis llegaron al poder legalmente por medio de las urnas. Me proclamo radicalmente antidemócrata, puede que no sea muy difícil dado mi origen comunista, también podría decirse que me he vuelto un reaccionario elitista. En mi descargo, alegaré que lo hago porque en España al menos la democracia real ha dejado de existir, y me rebelo por escrito.


martes, 5 de abril de 2011

¿Nos indignamos?

Stéphane Hessel, héroe de la resistencia francesa, superviviente de Buchenwald, miembro del equipo redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y antiguo embajador ante la ONU acaba de publicar a sus 93 años un apasionado opúsculo, con el título ¡Indignaos!, de asombroso éxito incluso en España. Su tesis central es que la generación protagonista de la lucha contra los totalitarismos del siglo XX se ve decepcionada “por la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia”. Además, “nunca habría sido tan importante la distancia entre los más pobres y los más ricos, ni tan alentada la competitividad y la carrera por el dinero"

No es el único que piensa así, un intelectual tan interesante como Tony Judt ha venido denunciando la progresiva destrucción del Estado del Bienestar. Sin embargo, no estoy de acuerdo con sus planteamientos; claro que hay razones para indignarse, y mucho, pero por causas distintas a las señaladas. Nunca han sido menores las diferencias entre ricos y pobres a escala planetaria; nací en Marruecos en 1952 y sé lo que digo. Siguen existiendo injusticias y relevantes, pero por primera vez en la historia la movilidad social empieza a ser posible, casi nadie está condenado a la tierra para toda la eternidad.

Los motivos de indignación deben estar en otro lado: en la dictadura del pensamiento único, la mediocridad y el control social. Antes éramos conscientes de vivir bajo un régimen opresor, fuera el franquista o cualquier otro, mientras que ahora soñamos que somos libres cuando en realidad nos dominan mentalmente, lo que es mucho más grave, las técnicas manipuladoras del Poder, que esencialmente se encuentra en los medios de comunicación. Estamos creando generaciones tan idénticas que hasta la manera misma de amar, reducto último de la intimidad, se ha uniformado. Para los estudiosos de la ciencia política, lo que distinguía al hombre era el razonamiento, que nos convertía en distintos y únicos, pues la diferencia individual era la cualidad más característica de la inteligencia. Ahora, millones de seres están convencidos de que la felicidad se identifica con la ausencia de angustia, es decir, con el ocio ensordecedor de unos medios audiovisuales que impiden rebelarse y pensar a la contra.

La falta de originalidad nos convierte en autómatas dispuestos a seguir los dictados universalmente aceptados. Para mayor desgracia, sería ingenuo creer en teorías conspirativas pues los responsables finales somos nosotros mismos, que deseamos huir de la tragedia de pensar. Al final, llegarán los de Al Qaeda que, ésos sí, discurren con imaginación, y de manera destructiva para los seres libres.

martes, 29 de marzo de 2011

Charlot en Libia

Se cuenta que un buen día del año 2011 los dirigentes de varios países europeos, entre ellos España, decidieron embarcarse en una operación militar contra un tirano musulmán llamado Gadafi. La verdad es que el momento no parecía muy adecuado pues todo el mundo árabe ardía en revolución, y no podía decirse que tuvieran muy claro sus objetivos. Pero obsesionados por la imagen consideraron que debían estar al lado de los derechos humanos, por más que ninguno de los bandos destacase en este aspecto. Para quedar bien, y evitar que se les acusase de “imperialismo”, enrolaron a un país oriental llamado Qatar con lo que se quedaron muy contentos sin percatarse de que sus gobernantes estaban completamente desprestigiados y eran más una rémora que otra cosa.

Los españoles mandaron un submarino, cuatro aviones y dos fragatas. Sin embargo, los pilotos recibieron órdenes desconcertantes. Se les dijo que tuvieran mucho cuidado no se les fuera a ocurrir matar a los moros buenos, tenían que realizar un esfuerzo de distinción propio de un país moderno y humanitario. Al mismo tiempo se les advirtió, con mayor severidad si cabe, que no podían disparar contra ninguna mujer pues eso iría contra la política del gobierno, y podría enfadarse una tal Leire Pajín. Como desde el aire era imposible distinguir entre moros buenos y malos ni tampoco aventurarse en identidades de género, los pobres pilotos optaron por una medida bien prudente: se adentraron en lo más profundo del desierto líbico y arrojaron su cargamento de bombas contra la cabaña de camellos del país, que resultó muy mermada.

En cuanto al submarino, nadie sabía muy bien qué podía pintar allí. Pero como querían demostrar que se trataba de un país avanzado, y al tanto de las mayores novedades tecnológicas en materia de armamento, decidieron enviarlo. Lo malo es que los estrategas del Ministerio de Defensa eran una panda de mantas, con lo que las cartas de navegación que entregaron estaban completamente equivocadas, y del submarino no se volvió a saber. Se cuenta que, al cabo del tiempo, y después de disparar su carga de torpedos en la costa angoleña sin que nadie conociera la razón, embarrancó en el Atlántico sur después de que su capitán sufriera un telele nervioso diciendo, a grandes voces, que ojalá se hubiera alistado en la marina mercante.

El resultado de aquella operación militar fue la radicalización final de los árabes, dirigiéndose desde entonces de manera frontal contra Occidente. Desde luego, sin los más mínimos conocimientos históricos y de ciencia política, no puede irse a la guerra.

martes, 22 de marzo de 2011

La naturaleza y los tontos

Lo ocurrido en los últimos días en Japón pone de manifiesto la crisis de un pensamiento historicista que llegó a divinizar a la ciencia, pues a la manera de Descartes creía que era posible conocer las leyes y las acciones del fuego, del aire, del mar y de las estrellas para dominarlas, “y hacernos dueños y señores de la Naturaleza”. Nos consideramos herederos de la Ilustración, sin asumir los desastres a que ha conducido. Las dos últimas guerras mundiales, Chernobil y ahora Fukushima nos demuestran no sólo que no tenemos pajolera idea sobre el Universo, tampoco representamos nada en él. Lo único evidente es que somos seres desvalidos y, como tenemos cierta consciencia, queremos sobrevivir.

Ya Stuart Mill señaló que lo más característico de las fuerzas de la naturaleza “es su perfecta y absoluta falta de consideración. Van derechas a sus fines sin tener en cuenta qué cosas o qué personas van a aplastar en su camino. Y realizan todo esto haciendo gala del más arrogante desdén por la caridad y por la justicia, descargando sus golpes sobre los mejores y más nobles junto con los más malvados y peores”. La realidad es que cabalgamos encima de una bola, viva y extremadamente peligrosa, a través de los espacios infinitos, sin tener la menor idea de lo que hacemos aquí. Soñamos con dotar de consistencia a la vida, cuando da la impresión de que no tiene ninguna. Podría decirse que nuestra situación es trágica, si es que eso tiene algún sentido a nivel cósmico.

No obstante, siempre han existido bobos, algunos de perfecto remate, que dedican su existencia a pontificar sobre las más inauditas menudencias, también a hacerse daño sin ninguna necesidad. Así, en España las próximas elecciones están llevando a la clase política, casi sin excepción, a practicar la técnica del derribo del contrario, denunciarse los unos a los otros, y realizar todo tipo de ruindades y bajezas sin más justificación que la de alcanzar un poder que no va a servirles para cumplir objetivos o programas, por muy ilusos que finalmente se pudieran demostrar, sino para disfrutar de privilegios y prebendas en el fondo bien ridículos. ¿Por qué no se dedican a filosofar?

Si lo hicieran, tal vez se dieran cuenta que en la vida no es posible funcionar sin un mínimo de piedad. Y, sobre todo, que en el estado actual de nuestra política unos y otros son igualmente limitados y tontos, así como que la diferencia de altura moral e intelectual que les separa es prácticamente inexistente. Quizá tomaran conciencia también que los votos no pueden ser el único objetivo, pues obtenerlos a base de la idiotización de la población no constituye un triunfo real. Cuando llega el terremoto, el poder es siempre inútil.

martes, 15 de marzo de 2011

Niños robados

Forma parte de la cultura occidental el pasaje de San Mateo según el cual Jesús, reprendiendo a sus discípulos, les dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos”. Ésta ha sido siempre la actitud de la Iglesia, durante siglos ha venido realizando una espléndida labor de protección de la infancia: desde la enseñanza hasta la dirección de orfanatos destinados a los más pobres y desvalidos. Basta con leer a Dickens para deducir cuál hubiera sido su suerte, en los inicios del capitalismo, sin la existencia de instituciones tutelares basadas en las enseñanzas de los Evangelios.

Ahora, en cambio, se quiere presentar a los sacerdotes y monjas como culpables de los más espantosos crímenes desde la pederastia al robo de centenares, miles incluso, de niños en España. No es nada extraño, en todas las épocas la crueldad social ha buscado víctimas propiciatorias utilizando como coartada a la infancia. En Roma, por ejemplo, se acusó a los cristianos de asesinarlos para utilizar su sangre con fines rituales. Más tarde fueron los judíos; Werner Keller nos cuenta que el día de Jueves Santo de 1475 desapareció en Trento un muchacho de tres años, Simón, hallado muerto poco después a orilla del Etsch. No hubo dudas: habían sido los despreciables judíos, miles de ellos fueron torturados. ¿Y qué decir de las brujas en Centroeuropa? Se aseguraba que utilizaban las entrañas de los bebés para sus pócimas y encantos.

¿Es mentira, entonces, lo que ahora se nos cuenta? Es evidente que no, siempre han existido seres sin escrúpulos responsables de los más horribles delitos. Se da entre los abogados, los médicos y los taxistas. Pero sería absurdo pensar que la maldad de alguno de ellos puede extenderse a la profesión en su totalidad. ¿Por qué, entonces, se acusa a la Iglesia de haber organizado una red destinada al secuestro de recién nacidos? Por una razón bien elemental: la de atribuir a otros la propia responsabilidad personal. Fue la sociedad española la que, durante siglos, consideró una deshonra el embarazo fuera del matrimonio, procurando eliminar las pruebas por el procedimiento de entregar los niños a instituciones de beneficencia. Miles de papás obligaron a sus hijas a deshacerse del fruto del “pecado”.

Y las monjitas que se encargaron, quizá torpemente, de buscar solventes padres son acusadas ahora de engaños y enriquecimiento. Es falso, con excepciones, desde luego miserables, la Iglesia no hizo otra cosa que ocuparse de paliar la vergüenza de unos individuos preocupados simplemente por las apariencias. A una morbosa opinión pública le gusta creer lo contrario.