sábado, 22 de diciembre de 2012

El secreto es revolucionario


A la altura del siglo XXI, la reivindicación del secreto individual empieza a constituir una exigencia de carácter progresista, revolucionaria podríamos decir. Si negamos que los planetas giran alrededor del sol seremos objeto de escarnio y risa pero nada más, aunque en el futuro ya se verá quién ríe mejor pues hasta lo más evidente puede cambiar. Pero si la imposibilidad de disentir afecta a las costumbres, o a lo que entendemos comúnmente por moral, empezaremos a encontrarnos muy cerca de la tiranía. Sobre todo cuando para asegurar la unanimidad nuestra vida íntima, nuestros mismos pensamientos, puedan ser objeto de vigilancia e información.

Los jóvenes, los deportistas y los limpios de mente podrían darse el lujo de exhibirse sin complejos porque actúan conforme a los códigos dominantes.  El problema es que existen viejos, incluso de espíritu, enclenques y complicados que también tienen derecho a existir. En otros tiempos, además, y con otro orden de valores, eran precisamente los ancianos los que merecían el respeto de la sociedad, los deportistas se consideraban frívolos y poco viriles, y los hombres atormentados gozaban del beneficio de la sabiduría y la profundidad. Puede que los actuales sean mejores, pero ¿cómo se puede estar seguro? Desde el punto de vista mental, no cabe llegar a conclusiones acertadas sin pasar por la duda, el error y la tentación, que incluiría el deseo de oposición a la mayoría y la critica. También la indecencia y la inmoralidad desde el momento en que en los últimos siglos hemos creído que la mente es libre.

Si un ojo oculto pudiese entrar en cualquiera de estas fases previas, singularmente en la de la tentación, y las eliminase o reprimiese ¿cómo se podría llegar de manera libre al pensamiento correcto? Si se lograse controlar la mente, desaparecerían los hombres de la tierra para ser sustituidos por robots. Quizá sea nuestro final. Los hermanos de la antigua Inquisición escudriñaban de manera generalizada las vidas ajenas, se consideraban legitimados por las exigencias del Altísimo. La verdad es que actuaban chapuceramente mediante delatores que espiaban a través de las cortinas. Hoy día, en cambio, la tecnología permite acceder a la más oculta de las relaciones personales, conversaciones y deseos sexuales. Las redes sociales, vehículo actual de socialización de las masas, prescinden de zarandajas teológicas: chismorrean y hunden a los demás en función de exigencias del interés público, es decir, la chabacanería y la ruindad.   

El daño para la personalidad individual de todo esto no puede ser más grave. En la guerra civil española, los señoritos se quitaron los sombreros y las corbatas, pues era indispensable pasar desapercibido, esconderse dentro de la mayoría. Al paso que vamos, todos los que se sientan distintos disimularán sus diferencias, y a la larga los seres libres desaparecerán. Desvelar lo oculto uniforma, pues todos seríamos imperfectos y sucios Reivindico el secreto, allí reside mi pecadora individualidad. 

sábado, 8 de diciembre de 2012

¿Es Rajoy independentista?



Desde algún tiempo, participo en un ciclo de conferencias y coloquios bajo el título “¿Hacia dónde va España?” Hasta el momento he sacado las siguientes conclusiones, nada optimistas:

Primera.- Los independentistas han ganado las elecciones en Cataluña. Una cosa es que Mas haya hecho el ridículo, y otra bien distinta es que sus planteamientos no hayan sido acogidos por una mayoría, casi apabullante, de los electores.  A la vista del resultado, en poco tiempo nos encontraremos con la reivindicación de un referéndum. De nada servirán las apelaciones a la legalidad cuando un sector, al menos significativo, de la población desea otra cosa.

Segunda.- Los partidos españoles no tienen, hoy por hoy, nada que hacer. Alicia Sánchez Camacho, por su propia personalidad, no es capaz de conectar con la burguesía catalana.  Es vista como un personaje populista antes que otra cosa. Y el Partido Socialista, alejado de sus bases obreras, no tiene nada claro cuáles son sus reales objetivos. ¡Qué lástima que Albert Rivera no sea el dirigente del PSC!

Tercera.- No nos engañemos, si Cataluña se separa, surgirá inmediatamente el problema vasco. Y a medio plazo el navarro y el balear. Luego, hay tantos locos que Canarias, incluso Andalucía, pueden deslizarse por la espiral soberanista. ¿En qué nos convertiremos? En España existieron un día las taifas pero ya Nostradamus señaló que somos un país tan desgraciado que la historia se volverá a repetir. 

Cuarta.-Es cuando menos dudoso que una Cataluña independiente sea apartada de la UE. Jugar con esa idea es peligroso, será muy difícil que un país de su potencialidad económica y su enclave continental pudiera ser aislado por algo más de un tiempo prudencial.

Quinta.- La opinión pública española no se siente realmente concernida por el problema. Ya Ortega decía que los países  que carecen de proyectos e ideas eligen sistemáticamente a los peores hombres, los más incompetentes, para dirigirlas. Rubalcaba  no tiene, al menos por el momento, un proyecto coherente y único. En cuanto a Rajoy, muy a la gallega, ha optado por el silencio, por una política de perfiles bajos. Esos perfiles no sirven de nada, hay que combatir con grandeza adelantándose al contrario en el terreno de la táctica y el de la estrategia.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Grandeza y miseria del Parlamento




Hace mucho tiempo que escribí, valga la inmodestia, que los Parlamentos como todas las construcciones humanas estaban destinados a la desaparición. Los hombres y sus instituciones están sujetos a cambio, nacen y mueren. Al menos desde Maquiavelo, el pensamiento europeo ha aceptado que las formas de gobierno no son perennes, no hay nada eterno. Es evidente que el Dios parlamentario ha empezado a fallar ya, por lo menos tiene serios defectos, e inevitablemente aumentará el número de los descreídos. Lo que no es admisible, cuando todavía no ha surgido el modelo destinado a sustituirlo, es que por pura y simple irresponsabilidad aceleremos su destrucción sin ser capaces de ofrecer alternativas. Creo que eso es lo que está ocurriendo.

Las comisiones norteamericanas, a pesar de su deslizamiento a la paranoia cuando “la caza de brujas”, actúan con seriedad y si investigan lo hacen sin el defecto intelectual del prejuicio. En otro caso, en lugar de buscar la verdad, analizando con mentalidad matemática las pruebas de que se disponen y las declaraciones de unos y otros, se intentará confirmar los planteamientos previos siempre interesados y, por tanto, parciales.  Decía Jean Cocteau que nunca pertenecería a un partido porque si lo hiciera renunciaría a su alma por servir a consignas. Para ser miembro de una digna Comisión hay que combinar, al estilo de Max Weber, la actitud del político con la del científico. En otro  caso, se caerá en la demagogia y el oportunismo. Es lógico que las masas, siempre incultas, se desmoralicen. Sólo existe la verdad que se busca honestamente y con imparcialidad.

¿Y qué decir de los ciudadanos y sus medios? Cuando, como ha ocurrido, en el curso del interrogatorio de un importante representante político masas alocadas cercan una Asamblea Legislativa, dejo al lector adivinar cuál de ellas, están demostrando que no creen en nada. Han perdido algo elemental para la convivencia civilizada: el respeto hacia la autoridad y sobre todo a la esencia de un sistema democrático que es el concepto de soberanía popular. ¿Se han vuelto locos? ¿Cómo se puede impedir la deliberación de la institución que los representa?  Por su parte, la actitud de algunos medios de comunicación, no éste desde luego, dedicados a filtrar sistemáticamente los debates de un órgano teóricamente secreto me demuestran que no saben lo que es informar, practican un chismorreo interesado y deleznable. ¿Saben lo que significa la revelación de secretos? Yo sí lo sé.

En las investigaciones a las que me estoy refiriendo, no digo cuáles, ha habido hombres honrados y dignos, nunca faltan. Lástima que el sectarismo haya imposibilitado ofrecer a la ciudadanía una mínima explicación. En cierta ocasión, al término de una conferencia, un compañero magistrado me acusó de catastrofista. Creo que no lo soy, simplemente pongo pasión en lo que amo: en el Parlamento al que como institución respeto porque, hoy por hoy, carece de recambio. Por cierto, hay quienes no saben leer porque, si supieran, sabrían que hay documentos que dicen muchas cosas sin necesidad de recurrir a la simplificación, al insulto,  ni al estereotipo. Repito, hay quienes no saben leer, y sé por qué insisto en ello.

sábado, 24 de noviembre de 2012

¿Dice Bretón la verdad?

"¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?" preguntan a los testigos en las películas norteamericanas y la respuesta es siempre la misma: "Sí, lo juro". Pues lo hacen en falso. Las verdades absolutas no existen ni siquiera en el campo matemático, cada cual tiene la suya. Sartre ya advirtió que todas las historias personales tergiversan la realidad, pues intentan dar coherencia, con un principio y un final, a unos hechos que, mientras transcurren, son caóticos y susceptibles de infinitas interpretaciones. Nadie ve lo que el otro ve, pues cada uno parte de prejuicios distintos, y selecciona los fragmentos de la realidad que se acomodan a ellos.

Los objetos tienen la forma, colores y características que les da nuestra estructura ocular. Y, lo que es más importante, su significado será comprendido a la medida en que las propias  experiencias y la genética han construido cada complejo cerebral. Somos universos cerrados, nadie puede ponerse en el lugar de los otros porque todos vivimos experiencias únicas e irrepetibles. Un viejo inquisidor actuaba en el convencimiento de que debía eliminar el mundo de herejes, y en su mentalidad El Maligno estaba presente en la vida diaria. Para sus víctimas, no sería otra cosa que un obseso que proyectaba su sadismo y miedo hacia los demás. Y los rusos que invadieron Alemania en 1945, violando a un número increíble de mujeres, actuaban en el convencimiento de que no hacían más que reparar los daños infligidos a su pueblo. No ejecutaban otra cosa que un acto de estricta justicia pues las alemanas constituirían simples y despreciables botines de guerra.

Todos los juristas saben que la inmensa mayoría de los acusados aseguran que son absolutamente inocentes, y no mienten pues así se lo han llegado a creer. Basta con acudir a los locutorios de una prisión, los asesinos se consideran víctimas de la sociedad o de los demás. Se me podrá objetar que Bretón tiene que saber si mató o no a los niños, y si lo hizo, y lo niega, une la mentira a la vileza y la crueldad. Pues no es exactamente así, pues el despecho, los odios y los celos llegan a justificar cualquier acción. Y de justificación en justificación, llegará un momento en que no sepa cuál es la verdad. Utilizará entonces la que más le convenga.

Es cierto, existen psicópatas incapaces de sentir piedad, complaciéndose en el daño que experimentan los demás. Están en condiciones de distinguir el bien, y optan deliberadamente por el mal. En estos casos, no hace falta ser calvinista para concluir que Dios, la naturaleza o sus genes les han hecho así. No tienen posibilidad de cambiar, la sociedad tendrá que apartarlos de su seno. Pero desde el punto de vista moral carecen de íntima responsabilidad.

sábado, 10 de noviembre de 2012

¿De izquierdas?



¿Qué significa ser de izquierdas? Desde luego no lo mismo que en el siglo XIX, en nuestra guerra civil o en la lucha contra el fascismo. Muchos de los que así se consideran tienen una empanada mental antes que otra cosa. Para juzgar si lo son habrá que estar a su actuación en el terreno ideológico, en la calle y, por qué no señalarlo, también en su comportamiento ante las huelgas. Personalmente he dejado de creer en el sistema, pero si un partido actúa en la vida política tiene que ser coherente y aceptar sus premisas, si no ¿a qué juega? Por tanto, si concurre a las elecciones es que entiende, salvo cinismo o esquizofrenia, que el Parlamento es el centro de la vida política porque representa al pueblo, es decir, a todos y cada uno de los ciudadanos.

 La defensa de la voluntad popular, que encuentra su sede en las Asambleas Legislativas, ha sido una de las características de la socialdemocracia desde que el dirigente alemán Lassalle, en un discurso en 1862, señaló: "El Estado os pertenece a vosotros, a las clases necesitadas, no a nosotros, los acomodados, pues el Estado se compone de vosotros". De hecho, tanto él como otros muchos comenzaron a ver en el aparato estatal algo más que un simple instrumento de represión, podía ser utilizado para la redención del proletariado sin necesidad de romper con el sistema. Todo lo contrario, bastaría con conseguir la mayoría en las urnas para realizar una revolución sin violencia. Así, en el mundo occidental el Estado del bienestar ha sido en gran medida un producto de los esfuerzos de la clase obrera, detentadora de parcelas de poder en las Cámaras.

En cuanto al Partido Comunista, la lucha por la libertad que supuso el fenómeno de la resistencia durante la II Guerra Mundial fue consecuencia esencialmente de su capacidad de movilización. Y al menos desde la "primavera de Praga" y el eurocomunismo, la historia del partido ha ido unida a la reivindicación de la soberanía popular. En España, el enorme prestigio que tuvo el carrillismo entre los jóvenes de los años sesenta y sesenta derivo en gran parte de su lucha por las libertades públicas. Y la personalidad de Berlinguer no puede entenderse sin sus intentos repetidos por conquistar en Italia la mayoría en las urnas.

Las Asambleas Legislativas no funcionan un día sí y otro no como si de un centro de trabajo se tratase. De hecho en Europa ha sido costumbre dejar encendida durante la noche alguna de las habitaciones principales del edificio donde se alojan. Es una cuestión de símbolos, a cualquier hora del día los Diputados  trabajan. Es  absurdo que el Parlamento haga huelga, si fuese así la soberanía popular habría dejado de existir. ¿Es que la izquierda ha muerto?


sábado, 27 de octubre de 2012

Españolista



Una persona muy querida para mí dijo, no una, muchas veces que se definía como españolista, y eso que desempeñó un alto cargo en el gobierno de una Comunidad Autónoma. No es extraño, ya Azaña en plena guerra civil había advertido que defender a España no significaba otra cosa que apostar por “ese caudal de belleza, de bondad y libertad, en suma, de cultura, que es lo que nuestro país, como cada país, aporta en definitiva a la historia como testimonio de su paso por el mundo y como ejecutoria de su nobleza”. España no es sólo Castilla, nuestro patrimonio común es plural y se nutre muy esencialmente de aportaciones catalanas y vascas. A diferencia de la mayoría de los europeos, de carácter homogeneo o jacobino, nos caracterizamos por la diversidad.

Ser español es ser también vasco, es decir, miembro de un pueblo cuya lengua se remonta al origen de los tiempos, y tan peculiar que todavía nadie puede determinar con precisión de dónde pudo venír: ¿son los restos más puros de los iberos o vienen del Caucaso? El padre Barandiarán, en su Ataun natal, se dedicaba a buscar restos de sus cráneos, desechando los que no encajaban con un despreciativo: “éste era un celta despistado”. Pero no es nada difícil distinguirlos, basta con preguntar por sus apellidos. Von Humnboldt llegó a afirmar que nunca había visto un ejemplo más claro de nación que en Euskadi. Por eso, y muchas cosas más, me siento orgulloso de ser vasco.

 España tampoco puede entenderse sin Cataluña, y no nos deben  escandalizar sus intentos de diferenciación. Ya Azaña, en las Cortes en 1932, señaló que “no hay en el [proyecto de] Estatuto de Cataluña tanto como tenían de fuero las regiones españolas sometidas a la monarquía de los Austrias”. Su política de expansión mediterránea, Roger de Flor, Roger de Lauria y los almogávares son tan nuestros como lo es el pasado musulmán andaluz. La Renaixença, “Els segadors” y Lluis Llach  son españoles como usted y como yo. La figura de Companys, con sus intentos de proclamación de la República catalana, forma parte de lo más íntimo de nuestra idiosincrasia.

Si se fuera Cataluña, España dejaría de existir, pues no somos otra cosa que la resultante de la unión de Castilla y Aragón. Pero sin liderazgo, esto no se va a mantener. No es el momento para una política de perfiles bajos, hace falta la grandeza que no tiene  Rubalcaba ni, me temo, tampoco Rajoy. Durante estos años nos hemos comportado como provincianos encerrados en un “café para todos”, propio de individuos celosos de sus parcelas de poder. Azaña decía que la patria no era otra cosa que un “caudal de belleza”, que había que defender. Hoy no hay nadie que sepa hacerlo, volverán las taifas.

sábado, 13 de octubre de 2012

¿Desaparece el PSOE?

Todos los partidos mueren, es lógico son el producto de una serie de circunstancias que se transforman con la historia. Del de D. Manuel Azaña, por ejemplo, que constituyó el centro de la II República, no queda más que el recuerdo. Y en tiempos más recientes, en Italia, ¿qué ha sido de la Democracia Cristiana o del PCI? Prácticamente han dejado de existir, lo que es algo lamentable si se tiene en cuenta que nadie podrá reemplazar la categoría intelectual de Berlinguer o Gramsci. Es ley de vida, el tiempo reduce a cenizas las ideas, sería absurdo rebelarse contra ello. 

El problema encierra mayor gravedad si la desaparición se produce en el transcurso de una legislatura, es el caso de Grecia donde el partido de Papandreu ha dejado de contar. ¿Puede ocurrir en España? Es muy difícil de pensar en el PP, aun cuando descienda en votos, por la sencilla razón de que en tiempos convulsos una buena parte del electorado conservador se aglutinará en opciones seguras, y Rajoy se asemeja a una roca cuyo silencio parece guardar la promesa de una solución. En nuestra opinión es en el PSOE donde se encuentra el riesgo, basta con analizar las últimas encuestas catalanas que quieren reducirlo a la marginalidad. 

Sería un desastre, en primer lugar porque en las “nacionalidades históricas”, donde el rechazo a las opciones españolistas hacía alejarse del PP, el PSOE constituía una solución atractiva para los sectores de la población que aceptaban el sistema constitucional. Si desaparece, o se desprestigia, ¿a quién votarán? Y en el resto del Estado, su debilitamiento no haría más que fomentar las ofertas folclóricas, radicales y antisistema. Se quiera o no, el Partido Socialista ha vertebrado España durante los últimos treinta años, y junto con el Partido Popular e Izquierda Unida ha dado respetabilidad a nuestro país. 

Besteiro, Julián Zugazagoitia y Ramón Rubial fueron personas honestas y serias, y España  puede sentirse orgullosa de ellas. La tragedia ha marcado nuestra historia, y se puede repetir. Para evitarlo, se necesita poseer la inteligencia, carisma y honradez que aquellos hombres tuvieron. Lamentablemente, no veo entre los dirigentes actuales nadie, o casi nadie, a su altura. Defender las pequeñas parcelas de poder hasta morir no sólo es mezquino, es antiestético. ¿Qué más nos da a los españoles que triunfe Rubalcaba en vez de Chacón? ¿Cuáles son sus ideas? A estas alturas, de nada sirve que unos se identifiquen como federalistas simétricos y los otros como asimétricos. Me da la impresión de que ni siquiera saben de lo que están hablando. Si no sirven, habría que pedirles que se retiraran a tiempo porque España necesita todavía al PSOE.

jueves, 4 de octubre de 2012

Pura patología (y II)

Los juristas medievales decían que la verdad convertía lo blanco en negro y lo cuadrado en redondo. Y si la verdad puede hacer eso, ¿de qué será capaz la propaganda? Las personas que deliran transforman la realidad, de tal manera que un loco desatado no sólo se verá en posesión íntegra de sus facultades, se convencerá de que trata con orates cuando se relaciona con las personas más sensatas y respetables. Si un chalado interno en un centro sanitario llegara al convencimiento de que es Napoleón Bonaparte, no ha sido infrecuente, creerá que su compañero de sala es el general Murat, por más alejado que el hombre se encuentre de cualquier virtud militar. 

No hace falta estar loco, todos recreamos el mundo exterior aunque no seamos capaces de darnos cuenta. Los independentistas catalanes también, y mucho. Pero existen distintos tipos de delirio: el de la gloria por ejemplo. Tomemos el caso de Oriol Pujol, ¿no pretenderá simplemente superar a su padre? Es muy posible que su posición política venga motivada por el puro y simple deseo de convertirse en Presidente de una República catalana, un inconsciente deseo paterno que no pudo realizar. Y el pobre Maragall, ¿no es sospechoso que se aliase con ERC, un partido alejado de la tradicional política socialista en Cataluña? ¿No lo haría por el deseo puramente personal de alcanzar el poder? Las posiciones políticas de ambos, una ya en el pasado, vendrían motivadas por el delirio efectivamente, por una visión de lo que les rodea falsa pero interesada.

 Hay muchos tipos de delirio, el que se transmite por la educación por ejemplo. Si una Comunidad Autónoma llegara a contar con competencias decisivas en este aspecto, podría incidir de tal manera en el cerebro de los jóvenes que, al final, creyesen que una unión de al menos 500 años pudiese ser calificada de explotación colonial. De nada serviría que la realidad fuese completamente distinta, pues nadie ve otra cosa que la que le han enseñado. Los canarios podrían tener la misma falsa percepción que los catalanes si desde niños les hubiesen transmitido que los guanches pertenecían a una raza vinculada con la Atlántida, y que su posición geográfica les convertía en un país más ligado a América que a España. Por fortuna no ha pasado así. 

No cabe entenderse con quien ve cosas distintas a ti. Nuestros independentistas están convencidos de que España les oprime, es negativa para su progreso y les rechaza cultural y humanamente. Nosotros creemos lo contrario. Pero lo cierto es que nos llevan al abismo cuando estamos en una crisis próxima a la de 1898. No está bonito. Es cierto que la historia de la humanidad sólo puede explicarse mediante la locura, basta con contemplar el desgraciado siglo XX en el que han proliferado todo tipo de enajenados: estalinistas, fascistas, franquistas, estos últimos más catetos que locos, etc. Al lado de todos ellos, los internos en manicomios podían considerarse seres de lo más cartesiano. Son los primeros los capaces de tocar el tambor. 

En el caso catalán, la locura es bien triste, en primer lugar porque millones de castellanos y andaluces nos sentimos especialmente ligados a ellos. Pero además porque si quieren desvincularse hay un manera bien sencilla y sin traumas: participar en el esfuerzo de profundización europeo, pues una Europa unida llevaría a la desaparición paulatina de los antiguos Estados nacionales. De forma pacífica conseguirían su objetivo. Pero a los locos les gusta el escándalo, el enfrentamiento y, sobre todo, sentirse víctimas porque da muchas ventajas psicológicas.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Pura patología I

Érase una vez que se era una Comunidad, de las denominadas de manera algo cursi históricas, cuyos ciudadanos se dedicaban sistemáticamente a silbar el himno nacional español y al Jefe de su Estado. No se trataba de una cosa aislada, se había convertido en un fenómeno masivo y tan corriente que todo el mundo era consciente que en cualquier acto público se iba a producir. Para más inri, cuando en una ocasión a un realizador de televisión se le ocurrió disminuir el volumen de la retransmisión fue inmediatamente acusado de recibir órdenes de un inmundo represor. El pobre Jefe de ese Estado no solamente nunca les había hecho nada, para colmo había tenido la infeliz ocurrencia de casar a una de sus hijas con un señor, que no tenía otro mérito que el de jugar con un equipo de balonmano del lugar.

Se trataba de una comunidad unida desde tiempos remotos al resto del estado, y en los modernos, desde finales del siglo XV, una bagatela al fin y al cabo, se hallaba integrada en el seno de una misma personalidad jurídica internacional. En el XVIII, sus ciudadanos se dividieron en una guerra fratricida entre dos bandos, austracitas y borbones, dando lugar la victoria de estos últimos a una visión de la historia según la cual por razones de pura venganza las libertades de ese país habían sido suprimidas, iniciándose una dominación colonial que habría persistido hasta nuestros días. Olvidaban el pequeño detalle de que la eliminación de tales fueros fue una consecuencia obligada del paso de una sociedad estamental a otra burguesa. La verdad es que no era muy difícil saberlo, bastaba con mirar al otro lado de los Pirineos, pero les daba pereza hacerlo.

Era un país que, desde los inicios de la revolución industrial, había adquirido un nivel de riqueza y bienestar muy superiores a los del resto del Estado, en gran medida gracias al esfuerzo de innumerables extremeños y andaluces que se habían trasladado allí en unas condiciones laborales que nunca podrían calificarse de explotación so pena de recibir todo tipo de escandalizadas descalificaciones.  De manera bien curiosa, a pesar de todo esto, los habitantes de dicha  comunidad proclaman a grandes voces que están dolorosamente hartos del desprecio español, en consecuencia se niegan a aportar un duro a las arcas estatales, pues lo de la solidaridad les parece una malévola invención imperialista.

Se trata de Cataluña, país al que siempre había admirado, entre otras razones, por su cosmopolitismo y modernidad. También soy del Barça, desde que tenía ocho años y perdimos con el Benfica. Ahora deliran, me voy a tener que olvidar de Kubala y Ramallets pues unos aguerridos y algo enfermos nacionalistas me los quieren quitar.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Políticamente incorrecto

 Cuando los sistemas políticos mueren, las sociedades se quedan sin criterios seguros de conducta con los que poder orientarse. ¿Qué significa ser progresista?, ¿dónde está los antiguos reaccionarios? Hasta que no surja un nuevo paradigma, aceptado por la generalidad, todas las cuestiones pueden plantearse. Es posible que la desmoralización cunda, los descreídos suelen caer en la depresión, pero la verdad es que vivir constituye entonces un espectáculo apasionante para quienes tienen el vicio de pensar. A la manera cartesiana, los puntos de partida pueden reconsiderarse aun cuando fuese políticamente incorrecto hacerlo, al fin y al cabo los miedosos suelen ser muy aburridos. Si las ideologías desaparecen, ¿por qué no poner en cuestión las que han sido dominantes? Por ejemplo, ¿tiene sentido el sufragio universal? Hasta muy avanzado el siglo XIX, relevantes sectores de la intelectualidad europea estaban convencidos de que no podían formar la voluntad de la Nación quienes carecían del talento necesario para comprender sus reglas y necesidades. 

Los elementos más cultos y preparados de la sociedad europea de la época, que ciertamente coincidían desde luego con los más adinerados, y de ahí el sufragio censitario, a la hora de plasmar jurídicamente el contrato que oficializaba el nacimiento de la nueva sociedad, se plantearon el problema de los límites de la participación política. De hecho, en los constituyentes franceses de 1791 influyó una idea hasta cierto punto recurrente en la historia del pensamiento, la de que "las instituciones democráticas puras destruirán, tarde o temprano, la libertad o la civilización o ambas". Era la expresión de un enorme miedo a la "la manada común", en expresión de Burke, pero reflejaba también la convicción de que solamente las personas preparadas están en condiciones de participar en los asuntos públicos aun cuando, paradójicamente, la propia Declaración de Derechos hubiera proclamado solemnemente que todos los ciudadanos tenían derecho a participar personalmente, o por sus representantes, en la elaboración de la Ley. 

Nuestra sociedad política está regida hoy día por las masas, el proceso de alargamiento del poder que se inició en 1789 ha llegado a su fin: todos los hombres son iguales, todos en consecuencia pueden elegir y ser elegidos. ¿Es justo esto? Indudablemente lo es, lo malo es que al final será la mediocre mayoría la que decida nuestros destinos. De Gramsci a Berlusconi hay un trecho bastante largo. Si los brillantes desaparecen de la escena, ¿quiénes se quedarán? Ortega ya señaló que el advenimiento de la sociedad de masas suponía un grave riesgo para la sociedad occidental. 

 He sido comunista, y he admirado a Dolores Ibarruri, Santiago Carrillo y Margarita Nelken. Ellos no eran masa, pues poseían la enorme virtud de la originalidad. No es una cuestión económica, en España los ricos tampoco han leído nunca. Lo que critico es un mundo dominado por la pereza mental. Una Inquisición dirige las conciencias: la de los pobres de espíritu e incultos.

sábado, 1 de septiembre de 2012

La historia y los bobos

En el fondo, el avance arrollador que viene experimentando Occidente desde hace siglos no deja de suscitar inquietudes y angustias: ¿Sabemos hacia dónde vamos? Desde niños, somos conscientes de que la vida es un proceso que termina con la muerte. Por mucha altura que consigamos, tarde o temprano se producirá la caída. Los seres vivos, las ideas, los grandes imperios...a todos les llega su hora. Es más, el momento del triunfo presagia siempre el de la derrota. Hace poco más de una década, un sistema que parecía constituir la más perfecta expresión del desarrollo científico, el del socialismo marxista, se derrumbó en el más absoluto de los fracasos. Sería una muestra absurda de soberbia pensar que estamos hechos para toda la eternidad, y nuestros contemporáneos han venido advirtiéndolo al menos desde Oswald Spengler, con La Decadencia de Occidente.

 ¿No podría estar muriendo nuestra civilización, precisamente ahora que de manera desafiante se extiende por todo el universo? La muerte es un hecho real y además no hay duda de que es universal: alcanza al hombre, y también a los productos de su civilización. El miedo ante ella es lógico pero la mayoría de las veces está mezclado con elementos de carácter psicológico. Afecta especialmente a quienes son capaces de sentir dolor porque aman las cosas que poseen, y quisieran conservarlas. Los perdedores, aquellos cuya vida carece de valor, en ocasiones se enfrentan de manera indiferente a su propia destrucción, la desean incluso. Cuando se alude a la vulgarización de la opinión pública, a su mediocridad, en realidad se añora un modelo, desde luego ya inexistente: una sociedad en la que existía un profundo respeto hacia los productos culturales, y en la que nadie podía compararse con un “sabio”, pues el dinero constituía un factor despreciable frente al talento. 

Tal estado de espíritu se difundió en Europa desde la época del despotismo ilustrado hasta prácticamente la segunda guerra mundial, cuando en sociedades como la vienesa, basta con leer El mundo de ayer de Stefan Zweig, la práctica totalidad de la población estaba al tanto de las incidencias diarias de los distintos espectáculos artísticos. La vida pública estaba destinada a las personalidades brillantes, por eso no podía existir mayor satisfacción para un intelectual que alguien le comentase la impresión que le había producido su último artículo en el periódico. Los mediocres se encerraban en su mundo privado, nadie les obligaba a ello pero era la lógica consecuencia del hecho de que no tenían nada que decir. Los hombres inteligentes se exhibían aunque hubiera un fuerte componente narcisista en ello. 

Actualmente el universo se ha vuelto del revés. Las personas que valen se retiran de la escena, pues es peligrosa al propiciar los dardos de la envidia. Son los bobos los que actúan, el teatro está para ellos destinado. Como saltar al ruedo legitima todas las críticas, sólo se tirarán a él los que no tienen nada que perder. Sólo cabe el éxito en el deporte, la fuerza no genera rechazo.

sábado, 18 de agosto de 2012

Como un Dios inmortal

Para los darwinistas sociales las leyes de la evolución nos llevarían al dominio de los más fuertes, los más preparados, física o intelectualmente, para enfrentarse a las complicaciones de la existencia. Una posición que favorecía singularmente a los partidarios del capitalismo primario, de hecho fue acogida con regocijo en los Estados Unidos por los privilegiados del sistema. Se trataba de una lógica perfectamente puritana, los que triunfaban estaban predestinados desde el principio. ¿No será todo lo contrario? ¿No se dirigirá la humanidad hacia una mediocre uniformidad, en la que la personalidad individual dejará de contar? A lo mejor la originalidad constituye un obstáculo para adaptarse a un universo cambiante. 

La verdad es que el culto al hombre es reciente, nace con el Renacimiento cuando el gran arquitecto León Battista Alberti le dedica una loa apasionada: "A ti ha sido concedido un cuerpo más gracioso que el de otros animales, a ti la facultad de realizar movimientos aptos y diversos, a ti sentidos agudísimos y delicados, a ti ingenio, razón y memoria como un dios inmortal". Es posible que en un determinado momento histórico la ciega naturaleza hubiese necesitado potenciar la conciencia de la propia individualidad, hasta el punto de que la soberbia sirviese a sus reglas. No sería extraño que Miguel de Mañara quisiera enterrarse bajo una pesada losa con la inscripción “aquí yace el mayor pecador del mundo”, ¡no uno cualquiera por Dios, el mayor! 

En estos últimos siglos, las leyes del capitalismo, esencialmente competitivas, han fomentado la búsqueda de la perfección individual. Como diría Rousseau, "Estoy hecho de modo distinto a cualquier otra persona que yo conozca; diría, incluso, que no hay otro en el mundo como yo. Quizá yo no sea mejor, pero al menos soy diferente". Stuart Mill lo señaló con claridad: “Es cierto que las personas de genio son, y probablemente lo serán, una pequeña minoría; pero para tenerlas es necesario preservar el suelo en que crecen. Los genios sólo pueden respirar libremente en una atmósfera de libertad". Sin embargo, la cultura dominante no exigía la excelencia, lo determinante era que cada uno siguiese su destino, pues lo tenía y era único. 

Actualmente, la diferencia es peligrosa. Las leyes de la evolución parecen haber encontrado un instrumento singular de igualación en las redes de comunicación. La libertad de información fue una consecuencia de la lucha contra la tiranía del antiguo régimen, con ella podría conseguirse un auténtico mercado de las ideas. Ahora parece haberse convertido en el medio ideal para el objetivo de que nadie sea más que nadie. Todos somos pecadores, sobresalir es indecente.

sábado, 4 de agosto de 2012

Un mundo de lobos

Érase una vez un país sumido en una crisis económica como nunca antes se había visto, a punto de perder importantes parcelas de soberanía, y con un notable deterioro de su prestigio internacional. Su clase dirigente, en vez de aunar esfuerzos, se dedicaba al deporte de ponerse zancadillas los unos a los otros, hundir al contrario y dedicar todas sus energías a recuperar, o mantener, el poder. No se daban cuenta que, de hecho, habían dejado de representar al pueblo y se movían por viles consideraciones de interés estrictamente personal. Para colmo carecían de altura intelectual, en el fondo porque no tenían estilo. Habían vuelto a la fase anterior a la de la firma del “pacto social”. Se habían convertido en lobos sedientos de sangre y con miedo. 

Por su parte, los ciudadanos de ese país habían dejado de analizar sus problemas en términos intelectuales o ideológicos. Se habían transformado en seres morbosos dedicados a la búsqueda de sensaciones fuertes, que sólo parecían encontrar en la lectura de truculentos escándalos proporcionados por unas redes de comunicación para quienes la dignidad del ser individual había dejado de tener ningún tipo de valor. Cuanto más daño se hiciese, más posibilidades de difusión tendría cualquier noticia. También ellos se habían transformado en lobos, pero tan cobardes que sólo se alimentaban de carroña. El rigor, la seriedad y el simple respeto humano habían desaparecido para no volver. 

Se trataba de un país que había destrozado todas sus instituciones: en el Parlamento ya no contendían ideas sino insultos. Además, sus miembros tenían tan poca consideración sobre su propio valor que habían accedido a las reivindicaciones más demagógicas de las masas: tenían los sueldos más bajos de Europa, se sometían a los dictados de los medios de comunicación sin la menor capacidad de análisis crítico, y aceptaban las mayores insidias contra ellos sin ninguna posibilidad de reacción. Los tribunales, por miedo, se mantenían al margen con lo que el honor había desaparecido de la política. En consecuencia, nadie de valía se arriesgaba a intervenir en ella. 

Es un país poseedor de una de las civilizaciones más interesantes de la historia, con una lengua universal y unas personalidades únicas desde Cervantes a Goya: se llama España Desde hace cuatro generaciones, los miembros de mi familia se consideraron, ya fueran gilroblistas, republicanos, comunistas o falangistas, que de todo hubo, profundamente patriotas. Cuando llegó mi turno pertenecí al PCE hasta los 25 años. Desde entonces, aunque convertido en escéptico, me he sentido tan español como lo fueron mis bisabuelos. Ahora, experimento vergüenza, rabia y, sobre todo, pena.

miércoles, 25 de julio de 2012

Reflexiones estivales para no publicar I

Los hombres y sus instituciones están sujetos a cambio, nacen y mueren. Al menos desde Maquiavelo, el pensamiento europeo ha aceptado que las formas de gobierno no son perennes, no hay nada eterno. A veces, sin embargo, puede sorprender la rapidez de los cambios. Paradójicamente, en pleno siglo XX, tan pronto como las Asambleas Legislativas consiguen representar al pueblo en su conjunto surgen serias dudas sobre la eficacia de su funcionamiento. Para empezar, el fenómeno totalitario de los años treinta puso de manifiesto cuestiones que ya habían sido señaladas por Burke: "Se dice que veinticuatro millones de personas deberían prevalecer sobre doscientas mil. Esto sería cierto si la constitución de un reino fuera un problema de aritmética [...]La tiranía de la mayoría no es sino una tiranía multiplicadora".

  Era una crítica inteligente pues ponía de relieve el problema real: se pretendía dejar la sociedad en manos de los hombres. Y como nadie podía ser más que nadie, una vez que las explicaciones metafísicas habían sido desterradas del juego político, ello iba a implicar que todos los ciudadanos de un país serían los que determinasen el futuro del mismo. El peligro, entonces, sería que la inmensa mayoría se comportase a la manera de un tirano, pues la tiranía de millones personas es mucho más efectiva que la de uno solo. Los individuos más radicales, o sencillamente los mejor organizados, poseen los medios necesarios para seducir a las multitudes empleando el miedo, la demagogia o la capacidad de manipulación. Y la mayoría así conseguida puede hacer moral lo que es inmoral y convertir lo justo en injusto, pues sería absurdo pensar que el contenido de verdad de una proposición depende del número de personas que la pudieran aceptar. 

 La accidentada historia de nuestro siglo ha determinado que el pueblo haya dejado de ser, en sí mismo, una garantía. Todo lo contrario, su voluntad puede conducir también a la injusticia y la sinrazón. Incluso, y es lo que pasa hoy, a la vulgaridad y a la estupidez. Las personalidades brillantes se alejan de lo público, ha dejado de merecer la pena. Las masas no utilizan el análisis reflexivo, ni la inteligencia, tampoco le interesan los pensadores ni las dudas. Se comportan como niños mal criados, convencidos que tienen derecho a todo sin ninguna responsabilidad. Además, rechazan cualquier factor de diferencia, por tanto sus dirigentes serán exactamente como ellos: ingenuos, a veces sinvergonzones, envidiosos y poco cultos. Berlusconi es el mejor ejemplo de nuestro mundo, ¡qué diferencia con Berlinguer o Pertini!

 ¿Significa esto que la democracia ya no sirve? No lo creo, el problema reside en que el pueblo se ha convertido en populacho que sólo reivindica sus deseos más inmediatos y primarios. La reflexión ha sido eliminada. Lenin se hubiera escandalizado, hablaría de alienación. Es cierto que contra las corrientes subterráneas de la historia nada cabe hacer. Sin embargo, los momentos históricos en que las verdades tenidas por inmutables se resquebrajan animan a pensar. Aunque no sirva para nada, siempre es bueno, al menos nos mantiene la ilusión de vivir.

sábado, 21 de julio de 2012

Cuestión de estilo

Pierre Bérégovoy, primer ministro francés, se suicidó en 1993 empleando la pistola de un guardaespaldas, como consecuencia de un escándalo financiero: se le acusaba de haber recibido un préstamo sin interés de un empresario, luego envuelto en problemas judiciales. Bérégovoy era de origen obrero, y toda su vida había constituido un modelo de militante honesto y bondadoso. Además carecía de bienes, y no pudo aportarse prueba alguna de conducta criminal. Su único patrimonio lo constituía la opinión de los otros, no pudo resistir el infierno de la duda y prefirió morir. Era un hombre de los de antes: para él la vida no merecía la pena sin honor.

Vino entonces la hora de los arrepentimientos, y se denunció la actitud de muchos políticos, también periodistas, acostumbrados a medir su éxito por el número de carreras personales capaces de arruinar. Actualmente, las cosas han cambiado tanto que la buena fama ha dejado de cotizar en el mercado. Como los individuos de mérito se refugian en la vida privada, evitando el riesgo de la exposición a los demás, sólo quedan a merced de la crítica las personalidades duras, que están en condiciones de aguantar cualquier cosa. En el siglo XIX, la gente era capaz de dar la vida por una buena frase, incluso por una afortunada exclamación, desde el simple “merde” de los arrojados militares franceses hasta pomposos discursos sobre la patria y la libertad acallados por las balas de los fusileros.

¿Qué es la dignidad? le preguntó Rubachov a un viejo oficial zarista. Y la respuesta: algo que la gente como tú no es capaza de comprender. Hoy día, la inmensa mayoría de los que nos rodean no tiene la menor idea de lo que pueda ser.  Tampoco sabe nada sobre la buena fama o la moral. Vivimos en una civilización relativista para la que no existen conceptos transcendentes, lo único que importa es sobrevivir aunque sea a costa de los demás. Por eso, es posible desarrollar las campañas más sucias contra una persona aun cuando partan de pruebas dudosas o totalmente inexistentes. Si Dios no existe, y tampoco otros valores que los puramente individuales, ¿sobre qué base se juzgará nuestra conducta? En la práctica, sobre el puro y simple provecho personal.

No es nada extraño que nuestros actores sociales se insulten los unos a los otros como vulgares verduleros, verduleras también. Como además la vía judicial carece de posibilidades de ser utilizada con eficacia, todo el mundo se sabe impune. En una sociedad sana, sin embargo, caracteres así quedarían desprestigiados para siempre. En España, no. Todo lo contrario, serán ensalzados por su rapidez de reflejos y capacidad incisiva. La verdad es que son malvados.

sábado, 7 de julio de 2012

La existencia del Jeque

El pobre Descartes inauguró la modernidad con su célebre “pienso luego existo”. Pero, ¿quién piensa? Nuestro cerebro es esencialmente químico, y tan ello es así que basta con tomar una pastilla de trankimazin, o cualquier otro psicotrópico, para analizar las cosas en forma completamente distinta: un depresivo en tratamiento continuado puede transformar su propia capacidad de percepción, y convertirse en un ser tranquilo cuando estaba torturado, u optimista cuando era incapaz de salir del más negro de los abismos. Nuestros genes nos programan, y vemos solamente lo que nos dejan ver. ¿Quién nos puede asegurar que existe una realidad, o que ésta es tal como creemos contemplarla?

¿Tiene existencia el mundo exterior? ¿La tienen nuestros amigos o nuestras amantes? Segismundo decía que “la vida es una ficción, una sombra, una ilusión”, y tenía razón. En el “show de Truman”, de Peter Weir, su protagonista cree desarrollar una vida normal cuando está inmerso en una serie televisiva dedicada a observar su personaje desde el nacimiento hasta la muerte: relaciones amorosas, trabajo y contratiempos son provocados por el realizador al objeto de aumentar los índices de audiencia. ¿Formamos parte también nosotros de un Gran Hermano colectivo? No tenemos manera de comprobarlo, aunque a veces lo parece.

Si así fuere, en España al menos, el guionista del espectáculo posee singulares cualidades para el humor. Lo que ha ocurrido en Barcelona con unos sinvergüenzas acompañados de un pretendido jeque qatarí, en realidad un camarero brasileño, reuniéndose con distintos presidentes de club de fútbol con el objetivo de engañarse los unos a los otros, supera a la mejor de las películas de Buster Keaton. ¿Y qué decir de las últimas fotos de los miembros del Poder Judicial con su nuevo mandamás al frente? Han hecho el mayor de los ridículos, se han denunciado los unos a los otros sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, con un grado de crueldad impropio de seres con un mínimo de piedad; algunos de ellos, además, olvidan sus propios gastos en distintos viajes de carácter cultural cuando, de nos ser miembros del Consejo, nadie los hubiera invitado ni a Alcorcón de los Ciruelos pues, al menos en una importante minoría, no han escrito ni un solo artículo doctrinal digno de ese nombre. No obstante, posan ante las cámaras muy contentos.

Al mismo tiempo, Zapatero es fotografiado con el cardenal Cañizares para desarrollar un debate intelectual. ¿De qué hablará? Nuestros políticos se han convertido progresivamente en cómicos, y no parecen ser conscientes de ello. Sin embargo…¿No será que mi propia estructura cerebral me está engañando? A lo mejor el tonto soy yo.

sábado, 23 de junio de 2012

¿Es inocente Dívar?


Si hay algo que tengo claro en el caso Dívar es que no me siento representado. Para ser Presidente del Tribunal Supremo de un país como España pienso que se debe tener la categoría de Antonio Hernández Gil. Pero como aquí lo importante es no crear problemas ni poseer una brillantez capaz de dejar en ridículo la mediocridad de la inmensa mayoría de nuestras autoridades, parece lógico que fuera propuesto por Zapatero, era un personaje que convenía. Por otra parte, hay que reconocer que es una vergüenza gastar el dinero público en vacaciones caribeñas o hawaianas, aunque me da la sensación de que su propia falta de nivel le ha impedido defenderse bien. Otros lo hubieran hecho mucho mejor, pues creo que contaba con elementos para ello. 

Dejando aparte lo anterior, que reconozco que me puede servir de excusa para lo que sigue, lo cierto es que todo lo que está ocurriendo demuestra el verdadero carácter de nuestra sociedad. En el fondo, lo que se ha aireado por los medios de comunicación y las tertulias barriobajeras es el hecho de su formación cristiana y la pretendida contradicción con las cenas que protagonizó con un individuo de su mismo género, para colmo policía o guarda personal, lo que ha llevado la maledicencia a sus extremos más groseros. Basta con haber seguido los programas de televisión dedicados al caso, algunos pretendidamente serios, para deducir el verdader talante de los acusadores. Si Dívar ha tenido una formación cristiana, no hay nada malo en ello; al contrario, constituye un timbre de gloria en un mundo tan inmoral. 

Por otro lado, si comió con un señor, al que han fotografiado desde todos los ángulos en una muestra de lo que entiende este país por derecho a la intimidad, tenía pleno derecho a hacerlo, cosa distinta es quién lo pagó. ¿No estamos hartos de decir que debe respetarse la libre orientación sexual? Además, ¿cómo se puede ser tan ruin para derivar de ello cosa distinta que el placer compartido de una buena mesa? En el fondo, en este asunto estamos demostrando el nivel de maldad, bajeza y represión que seguimos teniendo los españoles. Parece que hemos vuelto a los años cuarenta cuando una señorita de buena familia no podía compartir mantel con un caballero sin que las malas lenguas presumieran que había otra cosa. 

El problema de Dívar es que en sus manifestaciones públicas se ha mostrado como lo que es: un individuo de escasa talla intelectual, inapropiado para presidir el Tribunal Supremo. Pero de eso quien ha tenido la culpa es Zapatero, también los políticos populares que lo aceptaron. Con tal de eliminar a personas que destaquen, nuestros políticos son capaces de elegir a cualquiera. Voy a huir a Tananarive, allí no destruyen reputaciones ajenas por morboso placer.

sábado, 9 de junio de 2012

Una sociedad inmoral

La verdad es que la élite política española no está dando muchos motivos para conservar la función rectora que teóricamente le debiera corresponder, todo lo contrario, nos escandaliza, además de meterse en circos singularmente cómicos: se dice que el Sindic dels Greuges catalán protagoniza variopintos viajes a lo largo del mundo, al parecer con el pretexto de difundir el conocimiento de la señera y aumentar su nivel de lectura, el alcalde del pacífico y autonómico pueblo de Casares es acusado de complicidad con la mafia rusa, espléndido argumento para una obra de Jardiel Poncela, y distintos diputados autonómicos son detenidos por todo un elenco de fechorías de la más diversa índole. ¿Se han vuelto locos? Más bien podría pensarse que algo sinvergüenzas.

Por su parte, la prensa transmite diariamente, con singular deleite, pelos y señales de todas y cada una de estas barbaridades. Así, se afirma que nuestra sociedad se encuentra desmoralizada y con una crisis de credibilidad hacia el sistema. Es falso de toda falsedad, se halla bien cómoda en esa situación aunque con comportamientos de lo más fariseos. Lo que hacernos es desplazar cobardemente nuestra responsabilidad hacia terceros destinatarios de todos los golpes, cuando no se diferencian en nada de la inmensa mayoría de los que los critican. Sólo vemos aquello que estamos interesados en ver. Y como, entre nuestras características nacionales, están la envidia, la desconfianza hacia lo público y la crueldad, nos fijamos en los comportamientos que encajan en esa visión.

Cuando tenemos tantos pícaros en la vida política es porque nuestra sociedad también lo es. Además, el chismorreo constituye uno de los instrumentos más eficaces para remediar el aburrimiento. Si amáramos el arte, todos nuestros diputados conocerían a Giorgio Vasari cuando lo cierto es que la inmensa mayoría no tienen ni pajolera idea de quién pudiera ser. Pero como aquí lo único que interesa es el fútbol y la práctica de la maledicencia, los periódicos verán aumentar sus índices de venta cuanto más porquería revelen, hasta que al final todo de igual, que es lo que terminará por pasar. Manuel Azaña, Felipe González y Fraga tuvieron el estado en sus cabezas, si sus sucesores se asemejan a Roldán más valdría exiliarnos en las Antillas neerlandesas.

Si aquí nadie respeta a las instituciones, sobre todo al Parlamento, y se burla sistemáticamente de quienes nos dirigen es porque carecemos de todo tipo de proyectos en común, no estamos interesados en nada, salvo en el propio y cateto beneficio, y somos tan ruines que nos resulta imposible aceptar decencia y bondad en los demás. Al final, como dijo Ortega, volveremos a los reinos de taifas.

sábado, 26 de mayo de 2012

Ya no hay democracia

Todos los sistemas, por muertos que estén, mantienen su organización jurídica, sus ritos y símbolos mucho tiempo después de haberse extinguido. Así, cuando Luis XVI fue llevado a la guillotina, la monarquía absoluta francesa hacía años, antes incluso de la Revolución, que había dejado de existir. Lo mismo ocurre ahora. ¿Creen ustedes que en España pervive el Estado de Derecho? En absoluto, los partidos no expresan el pluralismo y se han convertido en organizaciones de intereses, basadas en la profesionalidad de sus miembros, que utilizan, es posible que inconscientemente, la coartada ideológica para subsistir. El poder ya no es un instrumento de lucha política sino un medio para la renovación o el mantenimiento de las “castas” que se valen del sistema electoral para justificar su legitimidad. 

¿Y el Legislativo? En su momento, Blackstone declaró con solemnidad que su poder es absoluto y sin control: “En verdad, lo que hace el Parlamento ninguna autoridad sobre la tierra puede deshacerlo”. El pobre no tenía la menor idea de su futuro. No solamente está perdiendo progresivamente parcelas de soberanía, que era lo que le dotaba de independencia. La razón y la sabiduría que estaban en él representadas han sido sustituidas por la disciplina tiránica de los grupos. Los mejores de todas las clases sociales que, mediante la palabra, expresaban la final voluntad popular ya no están allí, entre otras razones, porque esas mismas clases han desaparecido, sólo cuentan las masas. El debate, al menos el ideológico, ha muerto también. 

Por su parte, la jurisdicción penal, que constituía la última ratio del Estado, ha perdido su independencia. Las exigencias de publicidad, necesarias para asegurar la transparencia del poder, han llevado progresivamente a que los medios de comunicación ejerzan una influencia de tal índole que al final el resultado de los juicios estará subordinado al veredicto de la prensa. El proceso se convierte en un espectáculo en el que todo dependerá no del rigor, el resultado de las pruebas o la formación de los jueces sino de la fuerza de los estados de opinión y de su capacidad de demagogia. 

Las construcciones de los hombres mueren, es su sino y todos los seres maduros son conscientes de ello. Cuenta Lamartine que Luis XVI intentó dirigirse a la multitud inmediatamente antes de arrodillarse ante la cuchilla. Los tambores lo impidieron, ya era demasiado tarde para hacerse oír. Un nuevo mundo nació entonces basado en los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, la belleza también. Dos siglos después, las instituciones en que se expresaron están en peligro. La historia funciona como una cruel guillotina que no se detiene ante nada, y cuando nos toque a nosotros no se parará.

sábado, 12 de mayo de 2012

Un príncipe tiránico. Diario El Mundo

El pensamiento de Ortega es elitista pero eso no puede servir para desecharlo sin más. Hoy día, más que nunca, siguen teniendo vigencia sus consideraciones sobre una multitud que, “sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad. Como se dice en Norteamérica, ser diferente es indecente. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto”. Si le reconocemos legitimidad para imponer sus criterios, más pronto que tarde, desaparecerán los seres independientes, es decir, los que son capaces de formar su pensamiento al margen de lo que decidan los demás. Es muy posible que las corrientes subterráneas de la historia, si es que existen, nos estén llevando hacia una revolución química y biológica en la que se redefinan conceptos, tenidos por esenciales, como el de la libertad. A lo mejor es mucho más eficiente un cerebro colectivo que el defectuoso y débil individuo que ha existido hasta hoy. 

 Si así fuere, a los seres a punto de la extinción, a la manera de achacosos neandertales, nos quedaría el recurso de alzar la voz. La revolución en las comunicaciones está imposibilitando una defensa adecuada, al menos en el tiempo, de nuestros derechos a la salvaguarda de la intimidad y el honor, que son los que definen la individualidad. La “red” es tan veloz que la protección diseñada por un ordenamiento jurídico que nace con la codificación y las revoluciones burguesas en el siglo XIX se ha quedado vieja. Y si las acciones procesales en restablecimiento de nuestro derecho han perdido su eficacia, a medio plazo no habrá nada que hacer: tendremos que convivir con el mal gusto y la envidia en nuestra vida diaria, que pretenden uniformarnos en la mediocridad. 

En nuestro inconsciente, están profundamente enraizados la alegría por el mal ajeno, el sadismo y la morbosa curiosidad por los secretos de los demás. La red permite satisfacer todo esto con eficacia y sin riesgos, pues el anonimato tiene una fuerte posibilidad de mantenerse. Un nuevo totalitarismo está triunfando, quizá el más peligroso de todos, porque técnicamente no lo es, al menos desde la ciencia política clásica; es divertido, y está basado en el bienestar y la capacidad económica. Es una dictadura que no envía a la cárcel al disidente, todo lo contrario su objetivo final sería conseguir tratarlo como un enfermo al que habría que atender con comprensión para recuperarlo. 

La personalidad individual es impotente ante una civilización de la mayoría mediocre e inculta, que se complace en la eliminación de la originalidad con el cínico pretexto de la libertad. Como diría Burke, la tiranía de la inmensa mayoría no es más que una tiranía multiplicadora. Cuando todo el mundo piensa igual, distinguirse es peligroso.

sábado, 28 de abril de 2012

¿Quién es Juan Carlos I?

Si un extranjero, no demasiado culto, preguntase quién es Juan Carlos I, se le podría contestar que es el representante de una dinastía cuyos miembros, salvo el dudoso caso de Carlos III, no han destacado, al menos en España, ni por su sabiduría ni por su carácter democrático. Fernando VII constituye el mejor ejemplo de un déspota cruel capaz de plegarse a un invasor para luego jurar una constitución que no tenía ninguna intención de cumplir. El recuerdo de todos ellos va unido al de la decadencia, no es su culpa, pero la verdad es que cabría haberles pedido ciertas dosis de grandeza, que no consiguieron manifestar. Sería una mezquindad  responsabilizar de eso a nuestro rey, pero en el análisis histórico es un dato que permanecerá.

En lo que a él respecta, puede pensarse que, junto a D. Juan, protagonizó una especie de doble juego entre Franco y la oposición con el único objetivo de alcanzar el poder. Y si fuera verdad que tuvo que decidirse entre su padre y el dictador, no parece que merezca un juicio muy favorable quien elige la segunda opción. Por otra parte, si el estilo es el hombre, ¿cómo juzgar a una persona que acepta el proceso de Burgos, las condenas de 1975, o la represión de miles de estudiantes y obreros demócratas sin un gesto de protesta? Considerar que lo importante era la Corona no dice mucho sobre su decencia y responsabilidad. Nicolás Salmerón renunció a la presidencia de la primera república, como todo el mundo sabe, para no verse obligado a firmar unas penas de muerte.

Pienso que todo esto es verdad, pero también lo es que sin él no hubiera sido posible la democracia en España, que su rostro derrocha bondad y que el golpe del 23 de febrero no hubiera sido desarticulado sin su intervención. Sus características personales conectan demasiado bien con las del pueblo español, que parece preferir sistemáticamente la gracia y la campechanía a la cultura o la inteligencia. España es un país duro, en el que la política se suele deslizar por los caminos del odio, la intolerancia y la mala fe. Nada de esto puede predicarse de Juan Carlos, lo que ya es bastante. Además, hemos contado con la ventaja de una reina que parece haber operado sabiamente como elemento de control y estabilidad.

Por otra parte, estamos a punto de ser intervenidos económicamente, el País Vasco y Cataluña, más pronto que tarde, nos plantearán un referéndum de autodeterminación, y para colmo en cualquier momento Marruecos nos puede suscitar un incidente internacional en relación con Melilla.  Lo que se nos viene encima es de tal gravedad que parece suicida enfrentarnos con un problema de abdicación. En el futuro ya vendrá la República, ahora mejor no.

sábado, 14 de abril de 2012

Ingenuo Saint-Just

En las “danzas macabras”, que se convierten en uno de los temas artísticos más interesantes de la Edad Media, aunque sólo fuese por la realidad psicológica que expresan, la muerte sacaba a bailar a todos los personajes de la escala social. Su finalidad era moral, recordaban el fin de todas las ilusiones temporales: la belleza, la distinción, la sabiduría y el poder, no digamos la vanidad y la soberbia, terminaban en la pura y simple descomposición física. La vida era tan fugaz que en cualquier momento te podían invitar a danzar, sin que pudieras negarte. Mejor era no aspirar a nada, dedicándose a la oración y a prepararse para el buen morir, pues la vida inspira miedo. Con motivo de la epidemia de peste que azotó Londres en el año 1665, Daniel Defoe publicó un impactante Diario de la misma que todo el mundo debería leer.

Con la Ilustración todo cambió, y Saint-Just, de manera bien altanera, escribio que “la conquista de la felicidad era una idea nueva en Europa”. Los constituyentes franceses en distintos textos normativos proclamaron en forma solemnne que los hombres tienen unos derechos sagrados e inalienables cuales son vida, libertad y felicidad ¡Qué estupidez! No existen otros derechos que los que el sistema normativo esté en condiciones de ofrecer. ¿Y cómo se puede garantizar algo que depende del azar, de los accidentes de la naturaleza o de la pura y simple reserva de serotonina personal? Si nos lo creemos, y la gente termina por creerse cualquier cosa, generaciones de frustrados estarán buscando culpables de su desgracia por todas partes.

La felicidad ha llegado a constituir tal obsesión que internamos a nuestros abuelos en residencias, a los enfermos en hospitales alejados del centro, y a los muertos los llevamos a tanatorios para después incineralos como un mal sueño que hubo que pasar. Además, como niños mal criados, exigimos de los poderes públicos los más diversos regalitos, a todo creemos tener derecho sin ninguna responsabilidad. Y no nos damos cuenta que, como decía un relato medieval, en los cementerios los muertos les siguen gritando a los vivos: “Lo que sois lo fuimos nosotros, lo que somos ahora también vosotros lo llegaréis a ser”.

Es verdad, la ciencia y la cirugía cerebral están desarrollando tal tipo de avances que es posible que, en pocas generaciones, nos proporcionen al nacer la dosis de serotonina necesaria para superar cualquier adversidad. Y si falla, la intervención hospitaria podrá reparar cualquier accidente Entonces, el proceso evolutivo habrá dado lugar a una nueve especie, que ya no llorará y habrá superado el terror y la angustia personal. Pero no podrá hablarse de hombres sino de otra cosa, de hecho Francis Fukuyama ha pronosticado que la próxima revolución será biológica y química. Dios no pudo haber creado esto salvo que, como decían los ilustrados, se tratase de un perfecto y frío relojero. Perderemos a los poétas, suelen estar simpre tristes. ¿Será posible vivir sin Keats, Lord Byon o el mismo Becquer?








sábado, 24 de marzo de 2012

La elección del robot

El único problema filosófico verdaderamente serio no es el suicidio como brillantemente sostenía Albert Camus, en El mito de Sísifo, cuando afirmaba: "Juzgar si la vida vale o no la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía". La cuestión esencial es la que ha acompañado desde siempre al pensamiento, al menos desde Platón: ¿somos capaces de percibir la realidad o sólo sus sombras? Es muy probable que las ideas que constituyen el fundamento de nuestro mundo sean meros fantasmas inventados por la angustia. Pero aunque fuese así, y estuviésemos en una caverna, si no decidimos acabar con nosotros mismos la única posibilidad que tenemos de vivir es aceptar ficciones que den cierta realidad a nuestra existencia aunque fuesen falsas.

Una de esas ficciones es la de que, periódicamente, somos capaces de decidir en libertad a través de elecciones realizadas por sufragio universal. Es un paradigma que no cabe poner en discusión, pero ¿sigue siendo real? En la vida siempre es conveniente dudar, así se ha dicho, con estilo literario, que la historia puede dividirse en varias etapas: la de los Dioses dio paso a la de Dios, que se vio sustituido por el hombre, y después por el progreso que creó el robot, punto final en la historia de la evolución. ¿Los robots necesitan celebrar elecciones? Sólo si quisieran mantener apariencia humana, y soñar con su capacidad de opción. El sistema funcionaría mejor si se lo creyeran.

¿La humanidad actual ha entrado en la era del robot? Si lo que la caracteriza es la pérdida del sentido de la diferencia, la eliminación de la personalidad políticamente incorrecta, y el rechazo a la originalidad, sería posible responder afirmativamente. Los sistemas ideológicos han desaparecido, y el objetivo parece ser que toda la gente piense igual. Se ha dicho que contradecir la geometría supone negar abiertamente la verdad, y nuestro mundo parece querer organizarse en forma exacta, racional y calculada. Todo esto podrá ser muy perfecto, pero la verdad es que le falta poesía y, sobre todo, pura y simple sensibilidad. Es lógico, vivir apasionadamente ha sido siempre una de las características de los hombres libres.

Hay seres que no han conseguido la frialdad de las matemáticas pero tampoco son capaces de mantener la grandeza de la vieja y atormentada humanidad. Por ejemplo, en Andalucía, se celebran mañana elecciones y son tan cutres que la campaña se ha centrado exclusivamente en intentar determinar quiénes son más sinvergüenzas, los de la derecha o los de la izquierda. La robótica no ha llegado todavía aquí, pero la belleza desapareció para no volver. Hubo un tiempo en el que votar implicaba un sueño de libertad y transformación, ya no. Entonces, ganen unos o ganen otros, ¿qué más da?

sábado, 10 de marzo de 2012

Raskólnikov y los especialistas

Hace bien pocos días, al final de una charla en la Universidad, me atreví a preguntar a los alumnos, más de cincuenta, cuántos de ellos habían leído “Crimen y castigo” de Dostoievski. Para mi sorpresa resultó que ninguno. Cómo es posible que con los medios de hoy, muy superiores a los de nuestra época, y con un cuadro de profesores conocido por su excelencia, absolutamente nadie tuviera la más pajolera idea de quién podía ser Raskolnikov. Sus conversaciones con Porfiri Petróvich son alumbradoras para quien quiera conocer la mente criminal y las razones del delito, cien clases de filosofía del derecho no podrían sustituir su lectura. ¿Entonces?

La verdad es que estamos creando un universo de especialistas, la gente aspira a saber de lo suyo, ya sea el más eficaz método de cultivo de la remolacha temprana, las dificultades de pronunciación del chino mandarín, o los distintos preceptos que regulan el complejo mercado bursátil. Lo que está muy bien, pero ¿qué hacemos con la cultura? Por desgracia, para eso está hoy día Wikipedia. ¡Vaya por Dios! Aparte de que sigue conteniendo errores garrafales, y que jamás podrá compararse con el Espasa o la Enciclopedia británica, supone la aceptación de que la suma de conocimientos ya no tiene trascendencia: de manera peyorativa se la identifica con la memoria, que se considera un método de aprendizaje obsoleto y superado.

El hombre renacentista, que conocía de todo, porque todo le interesaba, se convierte en un ejemplar a punto de la extinción, ya no es necesario. Al paso que vamos, es muy posible que nos convirtamos en una eficiente máquina con alfas, betas y epsilones, cada uno de ellos con un específico papel que realizará a la perfección. Pero, ¿y si el sistema falla? ¿Cómo será posible repararlo si la gente ha dejado de conocer su finalidad? Se podría contestar que siempre quedarán los dueños del tinglado que, por la cuenta que les trae, ya encontrarán la solución. Es una conclusión bastante peligrosa, porque ¿cuáles serán sus intereses? Ingenuamente presumimos de vivir en una sociedad que ha profundizado al máximo en las libertades públicas cuando las personas incultas, por el hecho de su desconocimiento, carecen de real capacidad de opción.

“Sólo sé que no sé nada” decía Sócrates. El pobre tenía razón, si lo hubieran oído hoy le recomendarían que se apuntara inmediatamente a cualquier red social. Aparte de entretenerse con miles de cotilleos, se daría cuenta que, al final de nuestra historia, lo único que contaría sería la necedad. Podría también escuchar en la tele a Tomás Gómez, pero entonces a lo mejor le daba una crisis nerviosa.

sábado, 25 de febrero de 2012

Urdangarín en la jaula

Es evidente, si se demostrase cierta, que la conducta de Urdangarín en su empresa fue singularmente antiestética, cateta sin más; presumir de sus contactos con el Rey no parece muy elegante. Si constituye o no delito es una cuestión que dependerá de la calificación por los tribunales de justicia. ¿Por qué actuó así? Puede que por complejo, queriendo demostrar la propia valía. Tal vez por pura y simple codicia. Es posible, simplemente, que sea un niñato convencido de que todo se le perdonaría por ser el marido de Doña Cristina. Puede que por una suma de todas estas cosas y de otras más, incluso, si no es muy listo, cabe que fuera utilizado por alguno de los pícaros que se le arrimaron, lo que no sería nada extraño.

Siempre se ha dicho que la justicia deja de serlo cuando su reacción convierte al verdugo en víctima. Y la verdad es que, cuando se le ve corriendo por las calles como alma en pena ante la aparición de una cámara, cualquier persona sensible no puede por menos de sentir piedad, aun cuando sólo fuera por lo ridículo. El Tribunal Europeo de Derechos del Hombre tiene dicho hasta la saciedad que una persona desesperada plantea su defensa con una voluntad considerablemente disminuida. A Urdangarín lo ha apartado de la circulación, por conveniencia desgraciadamente lógica, su propia familia, está siendo objeto de escarnio por la “telebasura”, y no puede acercarse a un supermercado sin que le asalten por todos lados. El mundo entero presume su culpabilidad sin tener la menor idea del sumario. En estas condiciones, ¿cómo se defenderá?

Su situación me recuerda a la de la amiga o la mujer, no lo puedo precisar, de Roldán cuando compareció a declarar en el Juzgado. Rodeada por los medios de comunicación, no podía avanzar. Mientras la empujaban, y hacían fotos, fue sometida a las preguntas más hirientes que cabe imaginar. Su compañero podía ser un sinvergüenza, y así quedó para la historia, pero no es posible la vida en sociedad sin un mínimo de humanidad. Se tenga o no, presumimos de vivir en un Estado de Derecho. Es falso de toda falsedad, cuando la gente no puede desarrollar su defensa con tranquilidad es que han desaparecido las mínimas garantías.

Se dirá que Urdangarín es poderoso, y merece la crítica. Tampoco es verdad, desde que las acusaciones fueron filtradas, una enorme irregularidad, está en peor situación que el más humilde de los ciudadanos. En este país, singularmente cruel, muchos perseguidos fueron exhibidos en jaulas, caso de El Empecinado, hasta su ejecución. La humillación de los demás proporciona una enorme satisfacción a los ruines, les consuela de su propia inanidad. Son sádicos.

sábado, 11 de febrero de 2012

Después de los Dioses

El sacerdote egipcio Manetón nos dice: “Después de los dioses y los semidioses, viene la primera dinastía con ocho reyes. Menes fue el primero. Condujo a su ejército a través de la frontera y se ganó la gloria”. Como él, todos los faraones pretendieron vivir para la eternidad, y sólo dejaron un montón de piedras. A los dieciséis años mi padre me aconsejó que abordara el estudio del mundo clásico. No le hice caso, lo que me interesó entonces, y durante muchos años, fue la revolución francesa y la historia contemporánea. Un error, cuanto más te adentras en las raíces del tiempo más te das cuenta del carácter infantil de nuestra cultura. El sumerio Gilgamesh se consolaba diciendo: “Pero si caigo alcanzaré la fama. Y la fama será eterna”, ¡pobre iluso! Al final, a todos nos espera el polvo y el olvido.

Probablemente Herman Melville no había leído los clásicos, si lo hubiera hecho no se hubiera atrevido a decir que “nosotros los estadounidenses somos un pueblo singular y elegido, el Israel de nuestra época; Dios ha predestinado, y así lo espera la humanidad, grandes cosas de nuestra raza”. No existe ningún pueblo elegido, todos mueren. Se ha dicho que la civilización sigue una línea de este a oeste: Grecia, Roma, España, Gran Bretaña, los Estados Unidos… ¿Y ahora? Fue tan brillante la presidencia de Kennedy que en forma bien soberbia se habló de un nuevo Camelot con sus caballeros de la tabla redonda. Pero Lancelot murió, y los Estados Unidos experimentan ya la sombra de la decadencia.

Hace unos días se ha celebrado el congreso del PSOE y pronto tendrá lugar el del PP. Tanto Carmen Chacón como Rubalcaba se hartaron de afirmar que lo que estaba en juego era un debate de ideas. ¿Cuáles? ¿Se trató, por ejemplo, de la validez de los mecanismos actuales de representación política, o de la misma utilidad de los partidos? Por supuesto que no, ni siquiera de los problemas que nos va a plantear el futuro encaje de Cataluña o Euskadi en el estado español, lo que ya es el colmo. Se habló, eso sí, de renovación, pero los portavoces de una y otra candidatura son los mismos de generación en generación. ¿Entonces? Mucho me temo que algo similar pasará en el del PP.

Todo pasa, lo hacen las ideas y mucho más rápidamente los hombres Poco puede importar que la secretaría general de un partido político español, en los comienzos del siglo XXI, la ostente una persona u otra cuando todas parecen incapaces de abordar el problema central de nuestra época: la destrucción de un mundo conceptual que se inició con la revolución francesa y las declaraciones de independencia americanas. Los individuos son pura vanidad, sobre todo si no se dan cuenta del papel tan ridículo que juegan.