martes, 29 de diciembre de 2009

El test de Turing y Zapatero

El Test de Turing constituyó una excelente prueba, expuesta por primera vez en 1950 en la revista Mind, para detectar los avances en la inteligencia artificial. Ante una pantalla de ordenador, que impedía ver al objeto examinado, se colocaba un observador que formulaba muy distintas preguntas, generalmente relacionadas con los aspectos más característicos de la sensibilidad individual. Todavía en 2010 ningún robot había sido capaz de superarla; aunque a principios del siglo XXII todo cambió. No es ya que cualquier computadora del tres al cuarto pudiese hacerlo, lo esencial era que la especie humana empezaba a ser francamente superada en el desarrollo evolutivo. El test, entonces, dejó de tener sentido.

Sin embargo, es conocido que las máquinas recién salidas de la fábrica practicaron, durante mucho tiempo, una especie de juego dirigido a comprobar sus condiciones de calidad. Se les exhibían imágenes de un ser humano para que, a la vista de su comportamiento y palabras, indicasen cuál pudiera ser la actividad a la que se dedicaban. La rapidez en la respuesta era sinónima de indudable excelencia. Así, en el año 2132, a un grupo de ellas se les proyectó la intervención de un tal Zapatero en una conferencia dedicada al clima en la ciudad de Copenhague. Pudieron oír, en forma ciertamente solemne, que en el mundo había pobres, muy pobres, y ricos, demasiado ricos, y que “la tierra no pertenecía a nadie, salvo al viento”.

En forma unánime, las examinadas respondieron que se trataba de un poeta. Dos de ellas se atrevieron a añadir que malo, y una tercera, muy meticulosa, dijo que debía de ser pomposo. La sorpresa fue morrocotuda cuando, abiertos los registros, resultó que el hombre no había escrito verso alguno en su vida, al menos que mereciera la pena de ser publicado, y se trataba del presidente de gobierno de una potencia media europea del siglo XXI. ¿Cómo era posible? La verdad es que el error sirvió para que las máquinas más avanzadas pudieran impartir toda una lección sobre las causas que habían dado lugar a la decadencia de los humanos, y más rápidamente aún de los que la historia política llamaba españoles.

Por entonces, la “rebelión de las masas” había llegado al final. Había surgido un tipo de ser caracterizado por la inmadurez, infantilismo incluso. La brillantez y el trabajo habían sido desterrados como muestra de un peligroso elitismo, que era necesario superar. Como la inteligencia generaba problemas, los estadistas fueron sustituidos por aspirantes a poetas que hacían soñar, aunque fuesen malos y no tuviesen pajolera idea de política.

martes, 22 de diciembre de 2009

La monstrua

Decía John Ruskin, uno de los pensadores más originales del siglo XIX, que las grandes naciones escriben su autobiografía en tres manuscritos: “el libro de sus hechos, el libro de sus palabras y el libro de su arte….pero de los tres el único fidedigno es el último”. Si fuera verdad, y probablemente lo es, parece interesante examinar el de España, nos ayudaría a comprender las características profundas de nuestra sensibilidad. Propongo tres obras, en primer lugar “la monstrua”, representa a una pobre niña, Eugenia Martínez Vallejo, extraordinariamente fea y obesa, que servía de distracción en la corte de Carlos II. Juan Carreño Miranda la pinta desnuda para mejor exhibir su horrendo aspecto.

A continuación, el “finis gloria mundi”, atroz espectáculo de unos prelados descompuestos en su tumba con una fría advertencia: “ni más ni menos”, la pompa no sirve en el más allá. Nadie que dibujara una cosa así, aunque se llamase Valdes Leal, y represente uno de los grandes nombres de la pintura universal, podría considerarse sano. Era un enfermo, aquejado del mismo mal de sus contemporáneos: la obsesión por el pecado y la muerte. Por último, me gustaría llamar la atención sobre “la mujer barbuda” de otro de nuestros genios, Ribera. No puede haber nada más impactante; el realismo sin matices, la pura y simple crueldad, se refleja en ella. Los ejemplos podrían continuarse, pero nos basta con citar a los enanos y bufones de Velazquez.

Si hacemos ahora un giro, y contemplamos el libro de nuestros hechos, tendríamos que convenir que lo que realmente ha dado personalidad específica a esta nación ha sido el descubrimiento y conquista de América. Tenía razón Bernal Díaz del Castillo cuando afirmaba que “no había habido nadie, ni entre los antiguos ni entre los modernos, que tal atrevimiento tuviesen”. Las hazañas de Hernán Cortés no tienen parangón, es cierto, pero son las propias de un genio iluminado. La verdad es que hemos sido un país de locos y santos, algo muy difícil de adaptar a una civilización cartesiana como la que los occidentales pretendieron crear. Francia simboliza su idiosincrasia en la Revolución de 1789, Italia en el Renacimiento y el recuerdo de Roma, Estados Unidos en el culto a la individualidad. Y Alemania puede refugiarse en la filosofía.

Somos un país atormentado, y nada lo expresa mejor que la fiesta de los toros: belleza y sangre en rara unión. Es lógico, y triste, que pretendan abandonarnos quienes alardean de distinta identidad. De hecho, Ortega pensó que nos quedaríamos reducidos a Castilla. Pero lo cierto es que, con sus virtudes y defectos, la historia de Occidente no puede comprenderse sin la nuestra. Y como me atraen los seres torturados, España expresa mi propia angustia personal.

martes, 15 de diciembre de 2009

¿Somos culpables?

Para la Iglesia, el pecado original constituyó una mancha que nos hizo nacer a todos malvados y sucios. Es lógico que, durante siglos, la Inquisición al investigar cualquier herejía partiese de una presunción de culpabilidad. Y no iban mal encaminados; los pensamientos y los hechos del hombre son siempre equívocos, pueden ser interpretados de la más diversa manera. En la historia del crimen son muy conocidos los casos de personas que confiesan los delitos más horripilantes cuando, al cabo del tiempo, se comprueba su total irrealidad. No se trata de fabuladores o locos; lo que ocurre es que, al examinar los aspectos más recónditos de su mente, llegan a encontrar motivos para dudar.

La policía, y los acusadores en general, juegan con una gran ventaja: son los primeros que ofrecen una narración coherente de los hechos. El imputado se encuentra con la obligación de destruirla, y si es inseguro, o su conducta ha sido compleja, puede llegar a convencerse de su propia culpabilidad. Tenemos un ejemplo bien reciente: el joven acusado de la violación y asesinato de su hijastra. En su interrogatorio, según la filtración difundida, se recoge lo siguiente: “dice que perdió sus casillas, que la niña estaba llorando y quejándose, por lo que la zarandeó…y le apretó fuerte la barriga, la verdad es que bastante fuerte”. Añade “que se puso muy nervioso, que se arrepiente”. El informe forense es sin embargo concluyente: el acusado no realizó ninguna acción reprobable, todo ocurrió por mero accidente. ¿Por qué, entonces, declaró en esa forma? Probablemente, porque llegó a dudar de sí mismo.
El apocado señor que pasa todos los días, a la misma hora, delante de una casa para observar a una bella señorita que riega sus plantas en la ventana, sin atreverse a dirigirle la palabra, puede encontrarse, de buenas a primeras, con la acusación de haber participado, al menos como cómplice, en el atraco de la joyería del bajo. La policía le exhibirá las imágenes grabadas por la cámara situada en la puerta, que le sacan semana tras semana con rostro vigilante, y de lo más sospechoso. Cómo explicará que se limitaba a participar en una aventura amorosa imaginaria. Le tomarían por un imbécil; por otra parte, es cierto que en ocasiones soñó con poder regalar a su amada alguno de los bellos brazaletes que allí se mostraban ¿No tendrían razón?

El TEDH ha dicho con reiteración que la angustia del procesado debilita su capacidad de defensa. Si los medios, en vez de informar, participan de la acusación, la posibilidad de expresar la propia versión disminuye con intensidad. Cuando el universo entero te considera culpable, ¿cómo sostendrás tu propia inocencia?

martes, 8 de diciembre de 2009

El país del miedo

Isaac Rosa, un brillante escritor novel, ha publicado hace poco tiempo un sorprendente relato denominado “El país del miedo”, “un lugar imaginario donde se haría realidad todo lo que tememos”. La verdad es que no podemos adivinar dónde pretendió situarlo, si es que quiso hacerlo en alguna parte, pero, desde luego, España sería un perfecto candidato, a juzgar por las reacciones en materia de política internacional de su clase dirigente. Desde la “marcha verde”, todas y cada una de las decisiones adoptadas con respecto al Sahara han sido inspiradas por un temor que excede de lo prudente y normal para llegar a la patología del pánico, que paraliza e impide actuar con cabeza y serenidad. Edward Munch debió inspirarse en nosotros a la hora de abordar su célebre cuadro.

Cedimos la administración del territorio saharaui a Marruecos cuando, desde el punto de vista del ordenamiento jurídico, al menos si se toma en consideración el Dictamen del Tribunal Internacional de Justicia de la Haya de 1975, no existía razón en derecho suficiente para ello. Además, lo hicimos prescindiendo de la opinión pública mundial que nos recomendaba la consulta a unos ciudadanos, que se encontraban en la paradójica situación de tener la nacionalidad española. Para mayor vergüenza, habíamos bautizado pomposamente a su demarcación como una provincia, al mismo nivel que Sevilla o Lérida. Nos largamos de allí porque tuvimos pura y simplemente miedo: el de meternos en líos en el peligroso momento de la muerte de Franco. La injusta consecuencia fue que dejamos tirados a los nuestros.

Si en aquellas circunstancias nos lavamos las manos como un Pilatos cualquiera, una vez consolidada la democracia podíamos haber optado por mantener la dignidad, lamentablemente no lo hemos hecho así, y lo que ha pasado con Haidar lo confirma. ¿Por qué actuamos de tan cobarde manera? Probablemente, por una impresentable y descorazonadora razón: nuestros gobernantes tiene un miedo cerval a que nos reclamen los peñones, a que hagan lo mismo con Ceuta y Melilla y a que nos inunden con pateras. Para evitar problemas, hemos decidido convertirnos en privilegiados aliados del reino alauita. Y no nos damos cuenta que, de una u otra forma, cuando mejor les convenga, pasarán a la acción.

La debilidad de los Estados propicia el chantaje, así como otra cosa todavía más peligrosa: la desconfianza de la población. Es un hecho conocido que una parte importante de los habitantes de Ceuta y Melilla ha adquirido viviendas en la península pura y sencillamente porque no se fía de las promesas de nuestro Gobierno. Cuando cedes una y otra vez, lo único que consigues es retrasar la amenaza final. Pero es seguro que llegará, y entonces será muy tarde para reaccionar.

martes, 1 de diciembre de 2009

Reivindicación de los godos

Al parecer se ha revelado falsa la noticia relativa a que un grupo de parlamentarios habría presentado una proposición no de ley dirigida a pedir el público arrepentimiento de los países árabes por la invasión del año 711, que, además de producir la ruina del próspero reino godo, habría alterado el sentido de nuestro devenir durante ocho siglos. Se ha dicho que la historia es la ciencia de la desgracia de los hombres, se puede intentar conocer pero es imposible volver atrás. ¿Cómo podemos determinar las causas exactas que motivaron un acontecimiento cuatrocientos, quinientos, o mil años después? Su moralidad o justicia sólo podría medirse en el contexto de la época que no tiene nada que ver con el actual, ¿cabría precisar ahora el carácter quintacolumnista de la minoría morisca en relación con el imperio turco, o nuestros enemigos europeos, en el año 1609?

Además, qué tenemos que ver con nuestros antepasados de tantas generaciones atrás. La historia es la que es, y se ha formado sobre cimientos de sangre e injusticia. Los Estados Unidos de Norteamérica constituyen actualmente el país más próspero de la tierra, y lo han llegado a ser con la esclavitud, la eliminación de la población india, la intolerancia puritana y el uso de la guerra hasta los inhumanos límites de Hiroshima y Nagasaki. ¿Es posible borrar todo de un plumazo? Al mismo tiempo, representan la patria de la libertad, el individualismo y el progreso tecnológico, y en conjunto, con lo bueno y lo malo, han creado esa nación, por cierto, incluyendo la atrocidad que cometieron con España al volar el Maine.

Uno de los acontecimientos que ha marcado Occidente en los últimos siglos es la Revolución Francesa, y a nadie se le ha ocurrido hasta ahora, aunque las paranoias pueden surgir, pedir perdón por ella. Sin embargo, bastaría con acudir a sus apologistas Lamartine o Michelet, cosa que encarecidamente recomiendo, para constatar que una de sus notas características fue la crueldad, la pura y simple bestialidad incluso, con la que los montagnards se comportaron con la nobleza y los miembros del antiguo régimen. Si quien me lee es un poco más frívolo que repase la biografía “María Antonieta” de Stefan Zweig. Saint Just incitaba a eliminar no sólo a los culpables, a los sospechosos también. De hecho, la guillotina estuvo trabajando a destajo durante todo el período convencional.

Por otra parte, constituimos un país cuya identidad se encuentra en franca crisis. Nuestra realidad nacional y su cultura, incluida la cristiana, están puestas en cuestión. Aunque yo nací en la ciudad marroquí e internacional de Tánger, y a mucha honra, no quiero que se pueda dudar de mi carácter occidental. Lo de los moriscos, que lo planteen en otro momento, actualmente me parece peligroso. Sería el colmo, y ridículo, que ahora se pretendiese volver a los reinos de taifas.

martes, 24 de noviembre de 2009

El secuestro de la fragata

Se dice que el mayor orgullo para un viejo jacobino era el de poder afirmar que había combatido a las órdenes de Napoleón en Austerlitz, Wagram o Jena. Las conquistas de la revolución francesa pudieron ser defendidas gracias a la leva de un ejército de sans culottes que, a los acordes de la Marsellesa, se opuso primero a la invasión de las potencias del antiguo régimen para luego extenderse por todo el continente europeo. Y en la guerra civil española sin la existencia del Quinto Regimiento, convertido en la base del ejército popular, la sublevación militar se hubiera impuesto en pocos meses. Un Estado debe utilizar la violencia, y no tiene que sentir ninguna vergüenza por ello. ¿Por qué habría de tenerla? Por muy pacifista que se quiera ser, hay momentos en que resulta necesario defenderse.

Nosotros no solamente hemos eliminado el servicio militar obligatorio, que, por cierto, constituyó siempre un objetivo revolucionario sino que pretendemos transformar a las fuerzas armadas en una organización humanitaria, lo que implica una enorme confusión conceptual, que afecta a la esencia misma del Estado. Los soldados tienen una legitimidad que deriva del “pacto social”; se les concedió el monopolio de la coacción física con la finalidad de superar el anárquico mundo de lobos primigenio. El Ejército constituye un instrumento de política exterior y de protección de los intereses nacionales, sobre todo los de defensa, ¿o es que ya no los tenemos?

Es evidente que sí, somos uno de los pocos países europeos con riesgo cierto, a medio plazo, de conflicto bélico. Ningún político responsable puede olvidar que poseemos enclaves poblacionales, como los de Ceuta y Melilla, por no hablar de los peñones o las islas Chafarinas, que son objeto de reivindicación permanente por otra potencia. Cuando nos los reclamen, y todo el mundo sabe que más pronto que tarde lo van a hacer, ¿qué haremos? Cabe una opción, la de retirarnos sin disparar un tiro; ya lo hicimos en el Sahara, provincia teóricamente tan española como Cádiz, pero hacer el ridículo otra vez no parece muy sensato.

De todas las maldades que se han oído con ocasión del Alakrana, la más graciosa ha sido la del tertuliano que se atrevió a preguntar si eran ciertas las noticias relativas a que la fragata Canarias había sido también secuestrada. Gracias a Dios no fue así, aunque más de uno se lo creyó. Maquiavelo decía que más valía ser temido que amado. Nosotros hemos optado por lo segundo, y nos van a terminar adorando con pasión los piratas del Índico, las milicias armadas de Somalia, a las que vamos a formar para que luego nos extorsionen, y los desalmados de todo pelaje que pululan por tierra y por mar.

martes, 17 de noviembre de 2009

Adiós, Lenin,adiós

Jean Paul Sartre pensaba que “todo relato introduce en la realidad un orden falaz”, pues da coherencia, con un principio y un final, a unos hechos siempre caóticos, y que pueden ser interpretados de la más diversa manera. Por ejemplo, la caída del muro de Berlín, que ahora se conmemora, es entendida en Occidente desde unas ideas previas que la explican con un cariz esencialmente negativo: el fracaso del sistema comunista, la tristeza y la ausencia de libertad. “La vida de los otros”, excepcional película de Donnersmarck, nos proporciona el marco, una sociedad asfixiante, en la que todos actúan como policías, hasta los amantes se convierten en chivatos, y la libertad no es más que un sueño. Nada de esto puede discutirse, porque responde a la verdad.

Pero los hechos pueden ser ordenados utilizando esquemas distintos, como los que permite el dato escasamente difundido de que miles de berlineses, a los pocos días de la desaparición del muro, se reunieran para entonar juntos, melancólicamente y puño en alto, los sones de La Internacional. No pretendían nada, ni siquiera una protesta, constituyó un gesto estético de lamento por la pérdida de un mundo que consideraban bello. Hace pocas fechas, yo mismo pude observar en la Alexanderplatz como una viejecita, muy parecida a la de “Good bye Lenin”, sentada en un banco con un acordeón, tocaba con orgullo la canción de “El Partisano”. De tiempo en tiempo, otros ancianos se iban acercando disimuladamente para dejar caer su óbolo. Se trata de una narración tan falaz como la primera, pero nos sirve para recordar que las cosas no son nada simples, y que el comunismo fue la ideología de los pobres de la tierra, de los desamparados.

Por otra parte, sus militantes lucharon contra el fascismo con un coraje y solidaridad admirables, sin ellos no hubiera sido posible la democracia, al menos en España. ¿Por qué perdieron? Basta leer al propio Marx para comprenderlo, la realización del socialismo sólo sería posible en países con un alto desarrollo económico, Inglaterra y Alemania esencialmente. En cambio, triunfó en Rusia y China, países feudales donde la apropiación de los instrumentos de producción daba lugar, como señalaron los teóricos, a “la generalización de la miseria”, y nada pueden las ideas, por utópicas que sean, contra el primitivo y egoísta instinto de sobrevivir.

En cuanto a la libertad, carecieron de ella, la eliminaron. Pero es posible que, de manera más divertida, y con dinero, los occidentales lleguemos al mismo resultado, convirtiendo en enfermos a los que disienten, y uniformando los deseos de los hombres a través de la publicidad. Con formas inteligentes de control, sin tortura, ni policía política, aplicando pura eficacia capitalista, puede operar también el “Gran Hermano”.

martes, 10 de noviembre de 2009

Los delirios de Segismundo

Clamaba Segismundo en su prisión: “¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”. Y bien razón que tenía; la historia de todas las generaciones que en el universo han sido se ha basado en percepciones completamente falsas de la realidad, en delirios. Al menos de manera intuitiva siempre lo hemos sabido, basta para constatarlo la influencia cultural en Occidente del “mito de la caverna”. Somos conscientes de que avanzamos a tientas y sobre los cimientos del error, no obstante los seguimos cometiendo una y otra vez. No escarmentamos.

El 9 de diciembre de 1484 el papa Inocencio VIII publicó la bula “Summis desiderantes afectibus” en la que comunicaba a los fieles: “recientemente ha venido a nuestro cierto conocimiento, no sin que hayamos pasado por un gran dolor, que en algunas partes de la alta Alemania, cierto número de personas de uno y otro sexo, olvidando su propia salud y apartándose de la fe católica, se dan a los demonios íncubos y súcubos por sus encantos”. A nadie se le ocurrió pensar que no regía bien, todo lo contrario, el sumo representante de Dios en la tierra no podía equivocarse en materia tan seria como la del pecado. Las consecuencias no tardaron en llegar, Europa se llenó de hogueras. A lo mejor no estaba loco, pero no interpretaba correctamente el mundo exterior, tenía malos sueños, y cuando la humanidad se dio cuenta no había tiempo para reaccionar.

En los años treinta del pasado siglo, “el padrecito Stalin”, en la cumbre de su poder, adorado como el Dios de la racionalidad y del desarrollo histórico por la mitad de la humanidad, decidió incoar los denominados “procesos de Moscú, arrojando al banquillo a los fundadores del estado soviético: Bujarin, Kamenev, Zinoviev y Radeck entre otros. Se les acusó del asesinato de Kirov, de estar al servicio de Alemania y de haber traicionado a la patria del comunismo. Las acusaciones era disparatadas, y desde luego Stalin no era tan crédulo como Inocencio VIII, pero las calles se llenaron de millones de manifestantes gritando: “muerte a los perros fascistas”. Fueron ejecutados a virtud de un delirio.

Actualmente, creemos que vivimos en el más sensato de los mundos, en la patria del progreso y la libertad. Sin embargo, cabría preguntarse si los paradigmas políticos en los que nos movemos, desde el pacifismo militante a las estrategias de la paridad, pasando por el papel representativo de los partidos políticos y la bondad de las autonomías territoriales, no se revelarán también falsos espejismos. Los hombres de todas las épocas se han creído sabios y justos, el tiempo ha demostrado que soñaban, eran simples ilusos.

martes, 3 de noviembre de 2009

La Inquisición del corazón

En una sociedad inquisitorial el alma individual carece de peso frente a la finalidad de un partido, del aparato estatal o, incluso, de las exigencias del espectáculo. Si el hombre no tuviese valor, ¿qué sentido tendría respetarle sus secretos? En cambio, desde el momento en que se reconoce que lo tiene tanto que es titular de un derecho a vivir con absoluta libertad, y que la organización de la sociedad debe ir encaminada a garantizarlo, estamos optando por un determinado tipo de colectividad que encuentra su último fundamento en el propio individuo, que es tanto como decir en su esencialidad. En la excelente obra de Arthur Koestler, El cero y el infinito, el comunista Rubachov le pregunta despreciativo a un oficial zarista ¿qué es la dignidad? Y la respuesta: “una cosa que la gente como tú no comprenderá jamás”.

Desde luego, nuestra actual sociedad mediática parece que no es capaz de hacerlo, la prueba es que la vida pública y el pensamiento han dejado de interesar. Lo único que importa son los recovecos más morbosos de la privacidad. Pero, si nuestra esfera íntima deja de estar amparada por el secreto, si todo el mundo, también los poderes públicos, pudiese conocerla, se llevaría a la perfección el 1984 de Orwell. Es decir, estaríamos ante una comunidad totalitaria, que, se lo propusiera conscientemente o no, sofocaría la libertad. El propio individuo dejaría de existir, pues el control mental eliminaría toda manifestación de diferencia.

El miedo a la sanción jurídica o moral, al simple desprecio de los demás, traería como consecuencia la búsqueda de la uniformidad. Una sociedad tan igualitaria que eliminase la personalidad no es una lejana posibilidad, al menos a nivel estético ha sido contemplada de manera bien brillante: Así, literariamente, Mr. Forster, alardeando de los avances en la ingeniería genética, señalaba que “ellos [los científicos] no se limitaban a incubar embriones…También predestinamos y condicionamos. Decantamos nuestros embriones como seres humanos socializados, como Alfas o Epsilones”. Desde el punto de vista de la eficacia, un universo de seres idénticos, genética o artificialmente programados, no dejaría de constituir una conquista, al menos para los partidarios de las máquinas, pues el pensamiento original implica sentido de la diferencia, por tanto posible oposición, que dificulta su rítmico funcionamiento.

Cuando han dejado de plantearse posibilidades de organizar la vida política, y los ciudadanos se apasionan exclusivamente por los defectos de los demás, la conclusión no puede ser más triste: nada puede cambiar, todos los hombres somos enfermos. Más valdría que el Estado, o los medios de comunicación, nos programaran iguales y tontos.

martes, 27 de octubre de 2009

La ciénaga

Decía Aldous Huxley que el remordimiento constituía un sentimiento sumamente indeseable, “si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y esfuérzate por comportarte mejor la próxima vez”, pero sería absurdo ensimismarse con la pesadumbre de las propias faltas porque “revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse”. Es una recomendación que la sociedad española debería tener muy en cuenta: Camps, el caso Gürtel, la Presidenta del Parlamento balear, Mercasevilla…No se habla de otra cosa, y podría dar la impresión de un país escandalizado, en busca de regeneración. Es falso de toda falsedad, lo que hacemos es desplazar nuestra propia responsabilidad, satisfaciendo de paso la primaria necesidad de espectáculo y circo. En el fondo, para lo que sirve la protesta es para obtener la tranquilidad psicológica de que todos son iguales, no hay nadie ejemplar.

Muy probablemente sea la propia sociedad española la que esté enferma. Ortega y Gasset supo verlo con claridad cuando advertía que quienes no tienen ningún proyecto, y no se interesan por nada, buscarán indefectiblemente los peores hombres para dirigirlos. La advertencia no puede ser más oportuna: si una parte considerable, y destacada, de la clase política española es corrupta habrá que pensar que somos nosotros quienes la hemos elegido. Cuando, consulta tras consulta, el gobierno de una Comunidad Autónoma o del mismo Estado recae en un sinvergüenza o, pongamos por caso, en un tonto, tendremos que deducir que también nosotros somos corruptos o tontos. Si una y otra vez te toman el pelo con el timo del “tocomocho”, es indudable que algo de culpa estará en ti.

Parece un poco ridículo reconocer sistemáticamente que tus representantes te engañan; una vez es perfectamente posible pero más…Denunciaba también Ortega la perversión de valores que nos ha llevado con frecuencia “a preferir los hombres tontos a los inteligentes, los envilecidos a los irreprochables”. Una comunidad de filósofos confiará sus asuntos a seres íntegros y responsables, no puede haber dudas, pero si es inmoral y carece de educación los buscará de otra clase. A veces, la denuncia del corrupto opera a la manera de los autos de fe de la Inquisición, que servían para regodearse con la maldad de los demás, y de alivio por la propia supervivencia pues muchos otros podían haber caído.

Si realmente queremos una política de otra índole, lo que deberíamos hacer es presentar proyectos e ideas, formas distintas de concebir la sociedad. Mientras tanto, tenemos lo que merecemos.

martes, 20 de octubre de 2009

Usos amorosos del siglo XXI

En el año 3594 de nuestra era, Liu, prometedor licenciado de la Universidad de Nanking, decidió abordar una tesis doctoral sobre los usos amorosos de Occidente en el siglo XXI. Disponía de una documentación, ajada e incompleta por el tiempo, compuesta esencialmente por las grabaciones de una conversación entre el presidente de gobierno de una comunidad española y un ciudadano en el que se decían cosas como la de que “lo nuestro es muy bonito, precioso”. A la que se unía otra en que la mujer del primero incidía en lo mismo, añadiendo que los regalos ofrecidos a manera de homenaje eran excesivos. Sorprendentemente, muchas personas “estaban en el ajo”. Liu dedujo que se trataba de una sociedad claramente liberal, todos los intercambios afectivos, con independencia de su orientación, eran consentidos. Sus conclusiones no pudieron ser más positivas, la tesis iba a ser rompedora.

Sin embargo, empezó a tener dudas, su tribunal tenía fama de riguroso, un error sería fatal y sus años de esfuerzo podían irse al garete. Como buen chino era trabajador y concienzudo, había seguido recopilando material encontrándose con pistas que invalidaban sus primitivas seguridades. La difusión de las conversaciones no había sido bien acogida; todo lo contrario, los protagonistas del enredo habían recibido incesantes críticas. Es más, de cierto registro podía interpretarse que alguno de ellos había terminado con sus huesos en la cárcel. Se había equivocado: en vez de un país avanzado, era autoritario y represor. Menos mal que todavía estaba a tiempo para reinterpretar todos los hechos.

Pasaban los meses y los meses, la lectura de la tesis se acercaba, y Liu se encontraba cada vez más desconcertado pues nada encajaba. De los documentos que continuamente examinaba no se deducía ningún escándalo de raíz moral. Los datos extraídos de una cosa muy primitiva llamada “Internet” parecían sugerir, incluso, que el problema estaba en que aquellas expresiones amorosas eran engaños utilizados para asegurarse fidelidades y obtener ventajas de carácter contractual. ¿Pero cómo algo tan chapucero podía dar lugar a una polémica de naturaleza política, en la que intervenían gobierno y oposición? Además, los protagonistas se referían unos a otros con nombres de lo más pintoresco: “El mostachos”, “El padrino”…Llegó a pensar que podía tratarse de una broma colectiva, carnavalesca y teatral. Tuvo una conmoción nerviosa, y abandonó la docencia.

Alcanzada la ancianidad, nuestro fracasado investigador, después de años y años de reconcomio mental, tuvo una revelación: lo que pasaba es que se trataba de un país de bobos profundos. Al fin logró la paz.

martes, 13 de octubre de 2009

Hypatia y el mundo pagano

La película de Amenabar, dedicada a la astrónoma y matemática Hypatia, merece la pena; constituye un manifiesto ideológico de reivindicación del paganismo, propio de nuestro tiempo. Aunque sólo fuese desde la estética, la mitología de la antigüedad es fascinante. Los dioses participan de los sentimientos de los hombres, uniéndose a ellos; el mismo Zeus, en el centro de la creación, no duda en disfrazarse de toro salvaje para raptar a Europa. Un universo así es capaz de generar un espléndido arte, y llenar de historias y leyendas, trágicas unas, divertidas y pícaras otras, la mente de los mortales. Recordar la ciudad de Alejandría, con sus filósofos y pensadores paseando por calles adornadas de una exquisita estatuaria, resulta un impresionante sueño. Existe un requisito elemental: que se den las condiciones necesarias para divertirse y ser feliz.

Los tiempos del cristianismo fueron bien duros. Es lógico que la figura de la crucifixión llegase a inspirar más miedo que amor, y que los antiguos paganos desconfiasen de una religión triste y represora. Uno de los padres de la Iglesia, el polemista Tertuliano, no dudaba en amenazarles en forma ciertamente sádica: "Vosotros que tan gran afición sentís por los espectáculos aguardad el mayor de todos los espectáculos, el último y eterno juicio del universo. Como admiraré, cómo me reiré, cómo me alegraré, cómo me regocijaré cuando contemple a tantos supuestos Dioses derritiéndose en fuegos más violentos que cuantos prendieron contra los cristianos”. El panteón romano se ve sustituido por un solo Dios, que es duro y celoso. Y puede haberse manifestado, en el curso de los siglos, incluso con crueldad: caso de la tétrica Inquisición.
Pero no puede olvidarse que fue también la religión de los débiles de la tierra, Nietzsche sabía lo que decía, y en este sentido ha supuesto la más importante revolución en dos mil años de historia. La misma Virgen, la película es también un alegato feminista, fue colocada al lado de Dios, y ha constituido a lo largo de los tiempos un singular instrumento para elevar la dignidad del género femenino. Su figura ha servido para que la ternura y sensibilidad hayan sido identificadas como elementos de civilización, atenuando la brutalidad de los hombres. Ciertamente, carecía de sexualidad pero recomiendo leer “La tyrannie du plaisir” de Guillebaud, para constatar que tampoco las paganas la tenían. Basta con analizar a Hypatia, la protagonista del film.

Es curioso observar el carácter repetitivo de los ciclos históricos, el poéticamente denominado “eterno retorno”. Los primitivos cristianos vivieron en las catacumbas dando un ejemplo de coraje y solidaridad. Después se convirtieron en represores es verdad, pero cabría preguntar si lo que se quiere es devolverlos a los leones y al circo.

martes, 6 de octubre de 2009

El moldavo fútbol club

En la antigua Grecia, los juegos se celebraban siempre en el monte Olimpo. A nadie se le hubiera ocurrido la peregrina idea de trasladarlos a la península de Calcidia o a Macedonia para contentar a unos u otros. El lugar había sido elegido por los Dioses para toda la eternidad. Desgraciadamente, ahora que han abandonado el mundo, los criterios de selección resultan a veces de lo más pintoresco. Al parecer, ya no se busca la perfección del proyecto, la belleza de las instalaciones o, no vayamos a excluirlo, el designio del mismo Zeus. No, ahora lo importante va a ser cumplir todas y cada una de las normas que impongan la corrección política, es decir, la pura y simple memez.

Desde el mismo momento en que Lula señaló que ningún país sudamericano había organizado los juegos, y que ya era hora de que le correspondiesen a un país pobre, y no a los poderosos de la tierra, todo quedó sentenciado. Será mejor que Madrid se despida para siempre de la ilusión de celebrarlos: los de 2020 corresponderán a Bamako, flamante capital de Mali, país del África negra que por el sólo hecho de serlo reúne todos los merecimientos. Bien es verdad que antes estará Rabat que, a su condición africana, añade el hecho de ser de confesión musulmana y origen árabe, mérito sin duda cotizadísimo y nunca suficientemente ponderado.

Que el Barça tenga mucho cuidado, de nada le va a servir contar con Iniesta, Xavi y Messi en su equipo, ni practicar con diferencia el mejor juego del continente, fuentes de toda solvencia han confirmado que el Moldavo Fútbol Club, pundonoroso equipo del este europeo, recibirá una prima inicial de siete goles en todos los partidos internacionales que pase a disputar. La razón es de toda justicia: compensar la debilidad estructural de su país y, sobre todo, la sistemática explotación de que ha sido objeto a lo largo de siglos por las crueles y sanguinarias potencias occidentales. La única duda está en si la ventaja a conceder quedará en los siete tantos ya indicados, o subirá a ocho para lograr una mayor nivelación.

Cuando la vida se regía por criterios cartesianos, las distinciones eran concedidas por razones de mérito. Ahora todo se quiere cambiar, olvidando que la igualdad ha sido el objetivo permanente de la humanidad, y así tenemos un universo más justo. Pero igualdad no es uniformidad, al final del proceso lo que se deseaba era que los mejores gobernasen el mundo, ya fuese en política, cultura o, incluso, en el deporte. Los cien metros lisos no puede ganarlos un anciano, por muy bonito que pudiera quedar. Tampoco se podrá conceder el Nobel de Economía a Zapatero, aunque vaya usted a saber.

martes, 29 de septiembre de 2009

De profundis

Hace bien pocos días, un querido compañero de trabajo, en una liturgia celebrada con ocasión de un desgraciado accidente familiar, recitó el primer párrafo del salmo De profundis: “Desde lo más profundo grito a ti, Yahveh: ¡Señor escucha mi clamor! ¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis súplicas!”. Durante siglos, la humanidad ha implorado una y otra vez, con la sensación de que era en vano; lo hizo Oscar Wilde desde la cárcel, y lo hemos hecho todos ¿Cuál es la razón del mal? ¿Por qué nos persiguen la desgracia, la enfermedad, la muerte? Nos lo preguntamos eternamente y lo único cierto es que, como diría Albert Camus, la muerte no está hecha a la medida del hombre; por lo tanto piensa que es irreal, “un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan”.

“Mi alma aguarda al Señor más que los centinelas la aurora; más que los centinelas la aurora aguarda Israel a Yahveh”, sigue diciendo el salmo. Pero la verdad es que, hoy día, lo único que la inmensa mayoría desea es la pura y simple felicidad o, al menos, la serenidad, la proporcione Yahveh o no. Sin embargo, cuando nuestros seres queridos mueren, para reencontrarlos seguirá siendo preciso pensar en Dios, aunque también fuese un sueño. Paradójicamente, cuando la angustia cede, el mundo se vuelve tan loco que sólo importa el ego individual con sus ruindades, celos y envidias; olvidando que, como advierte Bertrand Rusell, “el hombre que sólo está interesado en sí mismo nunca consigue la paz”.

Actuamos como si fuésemos dueños de nuestra vida, y no lo somos, por eso cuando el desastre llega el choque es mayor. Hubo un tiempo en que la humanidad renunció a toda esperanza en la vida terrenal, asumiendo el infortunio como un acontecimiento corriente. Era la época en que Pieter Brueghel, El Viejo, pintaba ejércitos de esqueletos, que esgrimiendo todo tipo de armas asaltaban en filas compactas la ciudad de los vivientes. El que no caía hoy lo hacía mañana, era imposible huir. Actualmente nos obsesionamos con la búsqueda del placer, y creemos que lo podemos obtener pero, como diría el clásico, al final “no hallamos más que miseria y muerte”.

Desde Madame de Châtelet a Rusell, los mejores pensadores se han preocupado de aconsejarnos sobre la felicidad. Siempre me impresionó que, para casi todos, el amor de los padres es imprescindible. Pero se ha dicho, y debe de ser verdad, que es difícil darlo si no existe también en la propia pareja. Frivolizamos sobre el amor cuando es de las pocas cosas realmente esenciales, la única al menos que puede mantenernos la ilusión de vivir, y mira que es difícil…De profundis es un canto de esperanza, y desde luego a Javier le queda Nena, toda una vida juntos, y José María, digno hijo de ambos.

martes, 22 de septiembre de 2009

La niña de la peineta en campaña electoral

Cuentan las crónicas que, en las elecciones generales de 2016, los partidos políticos españoles, como muestra de su lucha contra el peligroso elitismo, decidieron presentar candidatos sencillos, bien enraizados en el pueblo. Al parecer, el fenómeno se había iniciado cuando una formación, presidida por una tal Rosa Díez, que decía preconizar la renovación y la seriedad, inicio contactos con un televisivo pastor evangélico, conocido por sus sermones bienintencionados y correctos. Todos estaban conformes en que ya era hora de que el poder pasase a manos de la gente corriente, olvidándose de los antiguos dirigentes, pesados e insufribles.

El Partido Popular, después de honda reflexión, escogió a la denominada “Niña de la Peineta”, famosa por su salero y encantos, que estableció como primer punto de su programa el objetivo de que todos los ciudadanos vistiesen obligatoriamente a la manera española: las mujeres con traje de flamenca, y los hombres de corto, y sombrero cordobés. Se dice que sus mítines tuvieron un éxito loco, a lo que contribuyó el hecho de que entonase siempre distintas coplas, para los que estaba especialmente dotada. A su influencia, parece que se debe el retorno en nuestro país de los paseos a caballo para acudir a espectáculos de carácter público.

El Partido Socialista, deseoso de mostrar su talante de izquierdas, optó por Pepe, “el pacifista”, de espíritu beatífico, conocido por sus proyectos de paz perpetua, consistentes en licenciar todo tipo de fuerza armada para sustituirla por grupos ecologistas dedicados a difundir el amor por el medio ambiente. Es verdad que su popularidad derivaba también de la asidua participación en programas televisivos del corazón, donde había destacado por la enorme variedad de sus conquistas así como la gracia de los chismes con los que entretenía a la audiencia. Era además titiritero, lo que elevaba su prestigio.

Se desarrollaron dos debates moderados por un tal Peñafiel, algo cascado, pero con habilidad para amenizar, con anécdotas relativas a la vida amorosa de los candidatos, la exposición de sus planteamientos. No ha quedado constancia del resultado, con seguridad muy reñido. Sí se recuerdan extrañas incidencias, como el hecho de que, durante la campaña, aumentó considerablemente la afluencia a centros psiquiátricos de intelectuales aquejados de distintos grados de desequilibrio nervioso. Se cuenta también que un raro ejemplar de filósofo marxista decidió quitarse la vida, de manera bien violenta, e histérica, por el procedimiento de golpearse en la cabeza con una bombona de butano. Sus últimas palabras fueron: “las leyes de la dialéctica adolecían de un error de consideración”. Nadie supo qué quiso decir, probablemente desvaríos…

martes, 15 de septiembre de 2009

Un marciano en Madrid

Cuenta la leyenda que cierto día, del año terráqueo de 2009, un habitante del lejano sistema estelar de Sirio tomó conocimiento de las andanzas de un paisano, casualmente el Micromegas al que se refirió Voltaire, por un planeta poblado por extraños especímenes, subdesarrollados pero singularmente pedantes y fatuos. Incitado por la curiosidad decidió trasladarse a ese universo, utilizando no el cometa aprovechado por aquél sino el mucho más moderno método de la “tele-transportación”. Y, mira por dónde, apareció en Madrid, encontrándose con una lugareña de nombre Bibiana, que le aseguró que había llegado al mejor de los mundos.

Se trataba de un país cuyo único trauma real, durante siglos, había sido el de la invisibilidad de género, solucionado de manera bien inteligente mediante técnicas de desdoblamiento lingüístico, es decir, hablando de miembros y miembras, jóvenes y jóvenas y así sucesivamente. Lo que restablecía el reino de la completa igualdad, y convertía a sus moradores en seres pulcros y correctos. La verdad es que nuestro protagonista se sintió desconcertado: ¿cómo era posible que en un sitio tan primitivo existieran seres ocultos a la luz, y que además el problema pudiera ser arreglado mediante conjuros de carácter verbal?

Como no entendía nada, y no quería que el viaje fuese inútil, buscó al mandamás del lugar, de nombre José Luis, quien se mostró encantado de recibirle pues, en su opinión, había llegado a un reino presidido por la diversidad cultural: aquí se podía ser macho, hembra o hermafrodita con total libertad. Igualmente, era lícito adorar a Mahoma, Cristo o Buda sin ninguna restricción. Todo marchaba la mar de bien, animándole, dado su extraño aspecto, a que reconociera que debía ser adorador del fuego u otra rara divinidad así como su carácter transexual, que sería aireado por los medios de comunicación, como muestra de que nos habíamos convertido en tierra de asilo interestelar.

A la vista de tal marabunta, nuestro protagonista se desplazó unas yardas hasta llegar a un sitio denominado Barcelona en el que, después de interrogarle con desconfianza sobre la posibilidad de que se tratase de un madrileño disfrazado, le comunicaron que allí se vivía muy mal. La raíz de todas sus desgracias parecía estar en que ellos eran descendientes de un tal Roger de Flor, que se había dedicado a repartir mandobles por Neopatria mientras que sus enemigos lo habían hecho por América, lo que originaba una esencial diferencia de identidad. Ya en camaradería, le ofrecieron un líquido llamado cava, lo que determinó que, harto de tanto disparate, y algo achispado, volviese lanzado a su tierra. Lamentablemente se equivocó, reapareciendo a muchos años luz de donde partió.

martes, 8 de septiembre de 2009

Guerra en Afganistán

No llamar a las cosas por su nombre conduce al engaño o al error. Pretender que en Afganistán nuestras tropas realizan una simple labor humanitaria o de solidaridad es falso de toda falsedad, hacen la guerra. Participan en un conflicto del que depende el mantenimiento de la forma de vida que define el Estado del Bienestar, desde el papel de la mujer en el mundo hasta la legitimidad de la intervención en política del sacerdote o ayatollah. Lo que está en juego es el triunfo de la civilización sobre la barbarie, y es completamente lógico que en un combate de esa naturaleza no se pueda aceptar la neutralidad. Hay quienes prefieren que nuestro país siga viviendo al modo de una adolescente ciudad alegre y confiada, pura y simplemente se ofuscan o sueñan, que es tanto como actuar con irresponsabilidad.

Una derrota en Afganistán significaría el fortalecimiento de Al Qaeda, y la caída, más pronto que tarde, de Pakistán con todo lo que supone que los islamistas se hagan con el potencial atómico de esa nación. En los últimos diez años hemos presenciado los horrores del 11 de septiembre así como los atentados de Londres y Madrid, es decir, los hemos sufrido en nuestra propia casa. Echar la culpa de los mismos a tal o cual gobierno constituye un absurdo que no puede obviar el hecho de que por razones bien evidentes, el recuerdo mítico de Al Andalus, entre ellas, nuestro país es un objetivo de primer nivel para los integristas. Sería suicida pensar que se trata de un peligro teórico, es real y está muy cerca: en el próximo sur, en los círculos fanáticos de nuestros vecinos, ¿queremos darles más armas?

El pensamiento de izquierdas nunca ha sido pacifista, bien al contrario. Ha defendido sus ideas de justicia y libertad con las armas en la mano, desde la Comuna de París en 1870, o la resistencia contra los alemanes en la segunda guerra mundial, hasta la misma defensa de la República española, y gracias a ello el mundo ha llegado a ser lo que es. ¿Desde cuando los antiguos revolucionarios se han hecho almas de la caridad? Las técnicas de apaciguamiento han sido siempre propias de los espíritus pusilánimes, los que en 1938, en Munich, fueron incapaces de impedir el expansionismo nazi. ¿Queremos volver a empezar?

Toda sociedad debe saber dónde están sus aliados y, cuando nos enfrentamos con la intolerancia y el terror, los nuestros están en los países occidentales, comparten nuestros mismos principios: los inspirados en la Ilustración, las Declaraciones de Derechos y la Revolución francesa. No parece muy sensato volver atrás, sería reaccionario, y lo es aún más no explicar todo esto a los ciudadanos.

martes, 1 de septiembre de 2009

Bleikeller

Si alguien quiere conocer las características que definen la civilización europea, a la manera que se preguntaba François Guizot, le recomiendo que visite Bremen, en Alemania; particularmente su centro medieval, con la plaza del Ayuntamiento. Toda nuestra historia, con sus mitos, leyendas y miedos, se encuentra reflejada allí. Por ejemplo, desde hace varios siglos, sus ciudadanos saben que una bóveda, el Bleikeller, situada bajo el claustro de la catedral, tiene extrañas propiedades de momificación. De hecho, expuestos a la curiosidad del público, reposan en su interior los cadáveres de ocho personas en relativo buen estado de conservación.

A la entrada, la Iglesia ha colocado una placa que recuerda la fugacidad de la vida, y previene para el más allá. Resulta ciertamente macabro, pero no mucho más que contemplar, en la Iglesia de la Caridad sevillana, “Las postrimerías” de Valdés Leal advirtiendo, frente al espectáculo de obispos descompuestos en su tumba, que no son “ni más ni menos”. La desazón frente a la muerte constituye una nota bien característica de la cultura occidental, y en general la de nuestra especie. No es nada extraño que Hal 9000, el robot que adquiere sensibilidad humana en la extraordinaria película de Stanley Kubrick, “2001. Odisea del espacio”, cuando se da cuenta que están a punto de desconectarlo, musite con enorme angustia: “tengo miedo, tengo miedo”…El mismo que asalta a todos los que se enfrentan solos al momento final.

Todos lo tenemos, y cada vida personal consiste en inventarse historias para olvidarlo. Unas veces lo consiguen, otras, la mayoría, no. A pocos metros del Bleikeller, unas mujeres pertenecientes a una secta evangélica entonan día tras día, al menos mientras permanecí allí, himnos religiosos exhortando a la búsqueda de Dios. Sus caras son ingenuas pero reflejan una enorme paz. Sin saberlo, repiten lo que, desde hace muchos años, desde siempre, distintos predicadores han intentado: difundir la esperanza. El mismo sitio que ocupan ahora contempló como los rebeldes luteranos recomendaban hablar directamente con la divinidad, por medio de las Sagradas Escrituras.

El problema es que, hoy día, nuestra civilización tiene un carácter científico, sólo confía en la técnica y en la experimentación. Los monjes y los jóvenes místicos van convirtiéndose en elementos folclóricos útiles, tal vez, para la promoción del turismo, pero pocos creen en ellos. El mito del desarrollo indefinido constituye el último gran sueño del hombre, y probablemente también se desvanecerá.

martes, 25 de agosto de 2009

La txupinera

Hace pocos días, la inmensa mayoría de los periódicos de difusión nacional dedicó sus primeras páginas a una información según la cual la txupinera de las fiestas de Bilbao (¡sepa Dios cuál pueda ser su exacta función!), hermana de un preso etarra, había recibido un sobre con una bala. El texto venía acompañado de una fotografía, no se sabe bien si más ridícula que cómica, en la que aparece mirando a las cámaras, encantada de sí misma, vestida con atuendo bien folklórico, y asumiendo actitudes de mujer heroica, muy por encima de las amenazas centralistas de “los de Madrid”. Aparte de constituir un monumento al despropósito, cabría preguntar por el interés real del tema.

La bala que le habían mandado podía obedecer a una broma macabra, a simple pitorreo o, efectivamente, a un serio intento de intimidación por parte de fanáticos desalmados. Cualquier cosa es posible, pero absolutamente ninguna de ellas parece tener la más mínima relevancia, y menos para merecer titulares de primera página. Todos los días, en una sociedad tan radical como la de Euskadi, los militantes de las distintas formaciones políticas (unos más que otros desde luego) han estado amenazándose en las formas más burdas posibles, y no digamos en centros rurales dominados por el mundo batasuno. ¿Qué necesidad hay de proporcionar munición a los amigos de Eta? Es verdad que una noticia debe ser suministrada en forma neutral, independientemente de a quién pueda beneficiar. Pero, en este caso, lo que se nos ofrece es una mera anécdota carente de significado, luego nos quejamos de la crisis de la prensa…

Cuando estudiaba en la primitiva escuela de periodismo de La Laguna, los profesores nos enseñaban a distinguir los datos serios de los que no lo eran. Los buenos periódicos lo sabían hacer, y en el diario de mi infancia, el España de Tánger, las noticias frívolas, los sucesos y los chismes tenían su sitio bien determinado: la última página, de donde no debían salir, a no ser que pretendieras degenerar hacia el puro y simple amarillismo. Desde luego, es una opción como otra cualquiera pero si se sigue por ese camino, en bien poco tiempo, nos quedaremos sin prensa.

Es sabido que el diario, como lo conocemos, nace con la Revolución francesa: Brissot dirigía el "Patriota Francés"; Condorcet "La Crónica de París"; Laclos "El diario de los jacobinos"; Fauchet "La Boca de Hierro"; Tallien "El amigo de los ciudadanos" etc, etc. Si, a la vista de un mundo que se tambaleaba, y de una Monarquía condenada a la guillotina, alguien les hubiese hablado de la carta a una “txupinera” se hubieran carcajeado sin pudor. Doscientos años después, una chica de Bilbao arrebata las portadas a María Antonieta, puede que ésa sea la verdadera noticia.

martes, 18 de agosto de 2009

El mundo de las abejas

Las abejas siempre interesaron a los primeros estudiosos de la ciencia política. Frente al caos de las sociedades humanas, su mundo parecía caracterizarse por el orden y la perfección, hacían lo que tenía que hacer y punto, no se planteaban dudas. Es verdad que cabría objetar su falta de libertad, pero ¿qué es eso? Si sólo sirve para generar angustia, ¿qué utilidad puede tener? De manera bien soberbia, el gran arquitecto León Battista Alberti refiriéndose al hombre decía: "A ti ha sido concedido un cuerpo más gracioso que el de otros animales, a ti la facultad de realizar movimientos aptos y diversos, a ti sentidos agudísimos y delicados, a ti ingenio, razón y memoria como un dios inmortal". Pero nuestra miseria ha merecido siempre justificaciones grandiosas que no tienen por qué ser ciertas, en cualquier caso no podrán demostrarse jamás.

Recientemente, en nuestras librerías están apareciendo muy diversos trabajos relativos a la superación de la especie humana, Así, acabo de leer una fascinante novela de Bernard Beckett, “Génesis”, que plantea una sociedad dominada por la inteligencia artificial, próximo escalón de nuestro desarrollo evolutivo. Contiene un inteligente diálogo entre el último de los hombres, Adán, y una de las nuevas máquinas a la que le dice, creo recordar, lo siguiente: Yo soy capaz de emocionarme, lloro con facilidad, cosa que tú jamás podrás hacer. Y la contestación no dejaba de ser previsible: “Es que has sido programado en forma bien imperfecta”. Si la angustia, la enfermedad y la muerte constituyen rémoras del hombre, y en muchos sentidos evidentemente lo son, la prepotente respuesta del robot no admite ninguna discusión.
Muy pocas cosas nuevas hay bajo el sol, y es evidente que “Génesis” recuerda al “mundo feliz” de Aldous Huxley. En el clásico, nuestra especie sería superada mediante la ingeniería genética, mientras que ahora por la artificial. Pero el problema en esencia sería el mismo: la conciencia de libertad que nos sirvió para rebelarnos contra un mundo hostil, y transformarlo a la medida de nuestras necesidades, se revela ahora un inconveniente: nos crea expectativas irreales, y hace sufrir. ¿No sería mejor alcanzar la serenidad de la máquina? Si a la manera de las laboriosas abejas, nos limitamos a cumplir una función, y ese constituye nuestro único objetivo, el sentido de la diferencia que proporciona el ego individual carecería de razón de ser.

No hace falta esperar a un lejano futuro para plantearnos el problema de la conciencia individual. Si basta con un psicofármaco, un vulgar antidepresivo, para cambiar al funcionamiento de nuestro cerebro; siguiendo a Eduardo Punset cabría que nos preguntásemos ¿dónde está ya el alma? La verdad es que deseo tenerla.

martes, 11 de agosto de 2009

Leonard Cohen

He conseguido entrada para el concierto de Leonard Cohen en Atarfe, Granada, el próximo día 13 de septiembre. Se dice que la gira viene motivada por el hecho de que la novia, aprovechando su retiro en un monasterio budista, le ha dejado prácticamente sin blanca. Y la verdad es que considero perfectamente justificado gastarme cien euros por escuchar a una persona que a su genialidad musical une la capacidad de arruinarse por amor a los 74 años. Nuestra hedonista sociedad ha convertido la pasión en una cosa estrictamente física, que no merece locuras de ningún género. Así somos de aburridos.

Estoy seguro de que cantará “The future”, lo que me permitirá soñar olvidándome de los soporíferos discursos que, a través de todos los medios de comunicación, nos sueltan personas que se dicen políticos y que, en la realidad, nunca han sabido lo que pueda ser un sistema ideológico, entre otras razones, porque a lo único que están acostumbrados es al ejercicio constante de la ruindad desde la mediocridad y mala fe. Mi generación, en cambio, creía que la transformación del mundo permitiría hacernos más buenos y más sabios, desgraciadamente no ha sido verdad.

Es evidente que, en Granada, tocará también “Take this waltz”, dedicada al asesinato de García Lorca. Podré así recordar mis tiempos juveniles en que nuestra guerra civil constituía un pretexto para admirar la resistencia de Madrid, en noviembre de 1936, o a figuras míticas como Constancia de la Mora, Margarita Nelken o La Pasionaria. Ahora, en cambio, se ha convertido en un arma arrojadiza para oportunistas que, sin tener la menor idea de quiénes pudieran ser Arturo Barea, Ramón Sender o Max Aub, quieren actuar como herederos vengativos de los vencidos cuando, paradójicamente, son en su inmensa mayoría nietos de los vencedores, y les da vergüenza reconocerlo, demostrando así que lo único que les importa es el arte de verlas venir.

Estoy deseando oír “Dance me to the end of love” para pensar en aquella chica que amé y que adoraba también a Leonard Cohen con el que, espero que sólo fuese platónicamente, siempre me compartió. Ojalá que la vida nos permitiese danzar eternamente con la mujer amada, y olvidar que, día tras día, nos estamos volviendo más viejos, más solos y más tristes. El 13 de septiembre, en Granada, tenemos todos una cita a la que deseo acudan los viejos amigos. Confío en que, incluso, los adalides de la modernidad, bien situados en los instituciones públicas, tan deseosos de figurar en fotos que puedan proporcionar réditos, se desplacen a Atarfe para disfrutar juntos de la noche. Eso sí, no quiero que me la estropeen, ni que me quiten a traición a la chica con la que pienso bailar.

martes, 4 de agosto de 2009

Descartes y los tontos

Hay veces, dado el espectáculo que diariamente contemplamos, que se tiene la tentación de afirmar que nuestra vida pública, el mundo en general, se ha llenado de tontos, algunos de un remate próximo a la genialidad. Sin embargo, hay que tener mucha medida a la hora de juzgar: Baltasar Gracián, en su jesuítico “Arte de la prudencia”, después de coincidir en que “el universo está lleno de necios”, pues, en su opinión, lo son “todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen”, advertía que el mayor de todos “es el que no se considera tal pero califica así a los demás”. Vayamos con cuidado, pues, no sea que hagamos el más espantoso de los ridículos obviando nuestra propia necedad.

Lo mejor será que utilicemos el único método que, durante siglos, ha servido para obtener resultados matemáticos, es decir, que se pueden experimentar y demostrar: el racional. Para Descartes, su primera regla, era “no aceptar nunca como verdadera ninguna cosa que no conociese con evidencia que lo era”, evitando la precipitación y el prejuicio. Así, cuando vemos a Berlusconi proyectando videos de sus reuniones con altos dignatarios a preciosas señoritas, no conocidas precisamente por la profundidad de juicio ni por su dominio de la política internacional, no tendremos más remedio que deducir que se trata de un caso particularmente patológico de cerril vanidad. No hay ninguna duda de la estulticia, y si la afirmamos no corremos riesgo de ir contra prestigiosas normas de carácter científico.

Hay que reconocer que analizar el tema en España es más complicado por elementales razones: no se puede ir llamando por las buenas tonta a gente conocida y, en principio, respetable. Para evitar problemas será mejor que nos limitemos a sacar conclusiones en casos tan extremos que merezcan el calificativo de “capirote”, así obviaremos los dudosos que puedan inquietar a nuestro sentido ético. Pues bien, incluso con esta prevención, el examen de nuestra clase política no puede ser más desalentador, basta con poner de relieve un solo incidente: cómo calificar a unos dirigentes que dedican sus fuerzas de policía a espiarse los unos a los otros, no para proteger trascendentales secretos de estado, que desde luego no han tenido nunca, ni son capaces de tener, sino para chantajearse con líos y chismes.

La verdad es que existen motivos para preguntarse con preocupación en manos de quién estamos. Tomando el tema con cierta seriedad, en principio difícil de tener, cabría deducir que las denominadas “corrientes subterráneas de la historia” de las que nos han hablado relevantes tratadistas, contra las que el individuo aislado nada puede hacer, nos llevan al dominio de la general estupidez.

martes, 28 de julio de 2009

Un país duro

Se preguntaba Kenneth Clark, en el prólogo a su obra “Civilización”: ¿qué ha hecho España por ampliar la conciencia humana y colaborar al progreso de la humanidad? Y concluía que la respuesta “no es clara…ha sido sencillamente España”. Confieso que, durante años, esa afirmación me llegó a preocupar, sobre todo teniendo en cuenta que no tenía un carácter aislado. El gran historiador Ernst H. Gombrich al analizar el episodio que siempre hemos pretendido que nos defina como nación, el descubrimiento y conquista de América, se atrevió a decir que se trataba de un suceso “tan terrible y vergonzoso, para nosotros los europeos, que prefiero no hablar de él”.

En el imaginario occidental, especialmente en su literatura, España ha sido siempre un país supersticioso a merced de la Inquisición. Con un ejemplo nos basta, “El pozo y el péndulo “, de Edgar Allan Poe. Cuando, en los tiempos de la II República, una nueva generación de intelectuales nos hizo objeto de análisis, la apreciación se reforzó. Si se lee a Henry Buckley, por ejemplo, cabría pensar que no era posible entendernos sin hacer referencia al analfabetismo, la fiesta de los toros, las procesiones religiosas con toques que hacían pensar en prácticas propias del mundo musulmán, la ignorancia generalizada, la falta de higiene...

Pero, sobre todo, si hay algo que pueda dolernos especialmente es la idea extendida de que nuestra característica nacional es la crueldad. Así, Henry de Montherlant llegó a afirmar que la piedad era una virtud de la que carecían nuestros compatriotas. Nunca podré olvidar que, hace muchos años, al pasar por el Parque García Sanabria, en Santa Cruz de Tenerife, a la salida del colegio, oí como una joven extranjera se revolvía contra un hombre que al parecer la había atacado gritándole con odio: ¡español!Para ella, serlo, constituía en sí mismo algo vergonzoso. Para mi desazón todas las lecturas infantiles, desde el Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, me habían confirmado que se nos consideraba al margen de Europa.

Ciertamente, es absurdo sentir ningún género de complejo, basta con considerar nuestra aportación al arte y la literatura para alejar cualquier temor. Pero no puede haber ninguna duda de que somos un país difícil. Aquí no se combate al adversario político con ideas, se prefiere mandarlo a la cárcel. La televisión nos confirma que no estamos acostumbrados a discutir sobre el mayor o menos vigor de la cultura occidental, las razones que justificarían una distinta estructura territorial o la crisis del parlamentarismo. No, de lo que se trata es de aportar las suficientes pruebas para llevar a prisión al mismo lucero del alba, llámese Camps, Bárcenas o el socialista de turno, da igual. Por este camino, seguiremos siendo igual de brutos y poco sabios.

martes, 21 de julio de 2009

Medicina defensiva

¿Alguien puede seriamente creer que el accidente ocurrido en el Gregorio Marañón tiene un carácter excepcional? Desde luego, no. Su difusión obedece al carácter mediático de la muerte de Rayan, y al hecho de que, inteligentemente, la Comunidad de Madrid, al objeto de eludir responsabilidades, probablemente ordenó a la dirección del hospital que revelaran lo ocurrido. Pero el ejercicio de la medicina supone una práctica científica que no puede avanzar sin el error. Día tras día, tomamos decisiones equivocadas en cualquier profesión; y es normal, lo que ocurre es que todo cambia si lo que está en juego es una cuestión vital. Las sociedades modernas, infantiles por esencia, creen que poseen derechos sobre la salud y la enfermedad, lo que es una estúpida ilusión: la muerte no se anuncia con antelación.

En mi ya lejana infancia, en el Tánger de los años sesenta, aquejado de una “seca” en la pierna que prácticamente me impedía andar, acudí al célebre doctor Mani, de origen hebreo, al que mi tía, que me acompañaba, describía como un hombre tan venerable, que más que médico era un mago. Efectivamente, bastó que tocara el tumor para que se abriera sin dejar rastro; volví a casa completamente curado. Muy posiblemente, Mani también cometía errores pero a ningún paciente se le hubiera ocurrido exigirle responsabilidades, pues su relación estaba dominaba por la fe. Si fallaba, a lo mejor es que tú no habías tenido la necesaria. La vulgaridad científica actual llamaría a esto un “placebo”.

Desde que avispados abogados norteamericanos empezaron a acudir a la puerta de los hospitales para animar a los pacientes a interponer todo tipo de demandas, engrosando de paso sus bolsillos, las cosas han cambiado. La asistencia sanitaria ha devenido estrictamente contractual: Si no te curas, el culpable deberá pagar, da igual que sea el doctor, la enfermera, o la dirección del centro. Como consecuencia, la medicina se hace defensiva, convertimos a los médicos en burócratas que siguen miméticamente unos protocolos llamados a cubrirse las espaldas frente a las compañías de seguros. El “ojo clínico” y la genialidad son peligrosos, no constituyen coartada suficiente ante los tribunales de justicia.

Se diría que con esto racionalizamos la práctica médica, sin darnos cuenta que en cuestiones de salud lo fundamental ha sido siempre el tacto y la humanidad. Obligamos a los enfermos a análisis, la mayoría innecesarios, y les hacemos firmar formularios y formularios que más valdría no leer si quieres someterte a una operación con un mínimo de tranquilidad. Al paso que vamos, los antiguos doctores desaparecerán sustituidos por máquinas seguras carentes de sensibilidad, que también fallarán.

martes, 14 de julio de 2009

Regalo envenenado

Es asombroso comprobar como este país se dedica a pontificar sobre los extremos más complejos sin tener el menor conocimiento de nada. Cuando se trata de noticias relacionadas con el mundo del derecho, los disparates llegan a extremos próximos al delirio. Hay que ser muy osado para opinar sobre cuestiones que están sub iúdice, tienen carácter técnico y, para colmo, están amparadas por el secreto sumarial, haya sido levantado o no para las partes. Filtrar su contenido es siempre ilícito, carece entonces de garantía alguna de fiabilidad.

El simple hecho de hablar sin saber es malo, pero aún lo es más si se hace sobre cuestiones nada vulgares, que requieren conocimientos especializados, y que, si se difunden sin cuidar los matices, siempre relevantes en derecho, pueden producir daños irreparables para la dignidad de los que comparecen ante el Juez. En el caso que afecta al presidente de la comunidad valenciana, aparte del deleite con el que los informadores presumen de conocer que se trata del denominado “cohecho impropio” (soplado por al amigote abogado de turno), la mayoría de lo que se oye es absurdo. Suponiendo que lo transmitido sea cierto, y es mucho suponer, hay una serie de cuestiones elementales:

Primero: El artículo 426 del Código Penal tipifica, es decir, describe como delito, la conducta de la autoridad o funcionario público que admitiere regalo en consideración a su oficio, o para la consecución de un acto no prohibido legalmente. No se requiere finalidad ilegítima alguna.

Segundo. El bien jurídico protegido, lo que se pretende con el tipo delictivo, es el mantenimiento de la confianza pública en que los funcionarios ejerzan sus responsabilidades sometidos exclusivamente al imperio de la Ley, y no dependan de los privilegios, regalos o trato de favor de los particulares. Si los aceptan, por el simple hecho de hacerlo, incurren en delito, pues infringen una prohibición cuya razón última es moral.

Tercero.- La jurisprudencia ha aclarado de sobra que los presentes de cortesía, establecidos por la convivencia y la costumbre, no forman parte del tipo. Lo de las anchoas es una tontería sin base. El sentido común sabe distinguir unos casos de otros.

Cuarto. Sin embargo, un regalo de un amigo no está hecho en consideración al oficio. Todo lo contrario, su razón de ser es la persona, no el cargo, y aquí puede estar la cuestión. De todas maneras, hay amistades nada recomendables, sobre todo las dedicadas a tejemanejes y líos, que hay que evitar cuando se ejercen funciones públicas.

martes, 7 de julio de 2009

El desfile de los niños

No es infrecuente que las sociedades humanas hayan sido dirigidas por niños. Hay muchos ejemplos, algunos reflejan fuertes paradojas, como el del III Reich: Un régimen sanguinario protagonista del holocausto, una guerra mundial y el sacrificio de millones de seres en función de ideas irracionales sobre la raza y la nación. Sin embargo, nadie ha sabido describirlo mejor que Charlot, en el Gran Dictador, un simple imbécil creyéndose el amo de un mundo. con el que se divertía en jugar. Pero donde se refleja con perfección su esencia es en las paradas, las militares y las del partido. Leyendo un libro de Richard J. Evans encuentro muchas fotografías de ellas, en primera fila Hitler, Goering, Hess, junto con otros jerarcas menores, con correaje, botas altas y uniforme de la organización, se pasean con mirada arrogante.

La mayoría son cuarentones, calvos, y barrigudos, no se dan cuenta, todo lo contrario, se comportan como gallos en busca de pelea. Enseñan con orgullo sus crestas nacientes ante un público enfervorizado, que les aplaude desde las ventanas. Están expresando, sin saberlo, la más elemental manifestación de la inmadurez sexual: la del exhibicionismo. Muestran universalmente sus encantos, se creen más potentes, interesantes, incluso bellos, que nadie. Y este género de bobos decidió la suerte de la humanidad durante décadas, así nos fue. Leni Riefenstahl, al filmarlos, quiso tratarlos como Dioses, no percibió que, el paso del tiempo, pondría de relieve su infantilidad.

En muchas ocasiones, los mayores desastres son protagonizados por niños, precisamente, porque no han tenido tiempo para reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. Ni tampoco para moderar los instintos primarios de destrucción y crueldad; el valor de la vida humana sólo lo pueden apreciar los seres que han experimentado los sentimientos necesarios para conocer el sufrimiento de los demás. Los que son capaces de darse cuenta de que, en el fondo, nadie vale demasiado, todos morimos desamparados y solos: las crestas quedan ridículas.

El exhibicionismo erótico ha desaparecido ya de nuestra política, ciertamente no demasiado, si se tiene en cuenta la personalidad de Sarkozy. Pero los niños siguen dirigiéndola, lo hacen más que nunca, lo que ocurre es que su inmadurez es ahora fundamentalmente mental: así más de un ministro de defensa no ha oído hablar jamás de Clausewitz, y sitúa a la antigua Könisberg en las antípodas, si es capaz de colocarla en algún lado. Los Presidentes de Gobierno, por otra parte, tienen una visión cultural no superior a la del general Custer, con una diferencia de importancia: preferirían verse en el papel de Caballo Loco. Los indios son ahora los buenos.

martes, 30 de junio de 2009

El Parlamento

Los europeos actuales, al menos quienes nacimos antes de la caída del muro de Berlín, hemos experimentado el trauma de un universo marcado por las experiencias del holocausto, la locura nazi y el gulag. La lucha por la centralidad parlamentaria no estuvo guiada, entonces, por la aséptica racionalidad como desde la propaganda se pretendía. Se trataba de algo más, constituyó una reivindicación moral, por mucho que la idea de moralidad sonase a burdo prejuicio. Es verdad que el Parlamento, frente a lo que pretendería un fundamentalista, tiene una realidad contingente. Surgió para atender a las necesidades de un determinado momento histórico y puede desaparecer. Lo malo es que, por imprudencia de unos y otros, o simple ignorancia, aceleremos su final cuando no existe nada que pueda sustituirlo.

Durante un tiempo, la labor de los diputados se consideró tan esencial que se estableció, incluso, el instituto de la inmunidad para protegerlos, lo que impedía que fueran sometidos a juicio sin autorización de la Cámara a la que pertenecían. Actualmente se considera un simple anacronismo, sin tener en cuenta que su razón de ser era evitar que la formación de la voluntad popular pudiera alterarse si no se contaba con la opinión de todos los representantes del pueblo. El Parlamento constituía el único valladar frente al totalitarismo, y había que defenderlo. Poco a poco, las técnicas de organización y funcionamiento del Legislativo están perdiendo su credibilidad, se las tacha incluso de periclitadas. Bien está que las desmitifiquemos siempre que seamos conscientes que, hoy por hoy, constituyen la última garantía de la libertad, no hay otras.

Es verdad que los ciudadanos somos iguales ante la ley, que los abusos deben eliminarse y que el periodismo de investigación alumbra las zonas oscuras que propician la impunidad; según los norteamericanos el sol sería el mejor de los desinfectantes. Nada de ello es óbice para desear que la lucha política se desarrolle con respeto a la dignidad que merecen todos y cada uno de los ciudadanos, también los representantes del pueblo. Debe haber un límite entre la crítica fundada al político corrupto y la satisfacción obsesiva del interés morboso de los que sólo quieren el escándalo y la destrucción de la personalidad. Entre otras razones, por la elemental de que suponen un público que no está interesado precisamente en los aspectos más profundos del debate de ideas, no merecen la pena.

Si no se establecen distinciones, llegará un momento en que los que estamos cansados, y mucho, de la falta de solidez de nuestra clase política, empecemos a estarlo también de la prensa, la crítica por la crítica no es lo que quería Stuart Mill. De todo esto reflexionaba el otro día con Fuensanta Coves, nuestra honesta Presidenta del Parlamento.

martes, 23 de junio de 2009

Danzas en la Marienkirche

Hace unos días, en Lübeck, en la iglesia de la Marienkirche, pude observar en un panel una reproducción de unas pinturas que existieron en el coro de la misma, desde el siglo XV hasta su destrucción en la guerra. Se trata de unas conocidas escenas en la que doce personajes, cada uno de ellos cogido de la mano de un esqueleto, parecen bailar grotescamente. A pesar de su indudable belleza, la impresión que debían producir era de puro y simple miedo. Constituían un ejemplar más de las denominadas danzas macabras que proliferaron en Europa occidental a todo lo largo del medievo, siempre me interesaron.

La más célebre de todas fue la de los Inocentes, de París. La misma, como nos cuenta Johan Huizinga, fue la representación más popular de la muerte que conoció la Edad Media: “Riendo sarcásticamente, con el andar de un antiguo y tieso maestro de baile, invita al Papa, al emperador, al noble, al jornalero, al monje, al niño pequeño, al loco y a todas las demás clases y condiciones, a que la sigan". No hay nadie que se libre. Era un mundo en el que, como recordaba un relato de la época, desde las cercas de los cementerios, escritos situados junto a horripilantes calaveras advertían a los vivos que por allí se aventuraban: "Lo que sois lo fuimos nosotros, lo que somos también vosotros lo seréis".

No puede obviarse, desde luego, la influencia que ejerció en la psicología colectiva la denominada peste negra. Como nos enseña cualquier enciclopedia, se trataba de "una plaga de los tiempos antiguos, que dio lugar a pandemias. Es quizá la enfermedad infecciosa que se ha cobrado mayor número de víctimas en la historia de la humanidad". Así, la de 1348, procedente de Crimea, se extendió por los países mediterráneos y la Europa central y nórdica hasta llegar a las islas británicas, abatiendo a cerca de un tercio de la población occidental. No existía ningún tipo de remedio médico y su rápido avance hacía pensar en la cabalgada de la Muerte en triunfo, a la manera popularizada en cuadros e imágenes, desde Brueghel hasta El Bosco.

En los tiempos modernos, los avances de la medicina y el desarrollo de los psicofármacos parecen habernos concedido momentáneos respiros, no demasiados, pues como decía el genial Albert Camus lo único real es que los hombres mueren y no son felices. Ciertamente, Fukuyama se ha atrevido a pronosticar que la biotecnología nos aportará en las dos generaciones próximas las herramientas que nos liberen de la muerte y la enfermedad. Hay quien ha dicho que eso significaría “abolir los seres humanos como tales”, pues la angustia sería su nota característica. En lo que a mí respecta, prefiero renunciar de antemano, y solemnemente, a dicha condición por muy provechosa que pudiera ser.

martes, 16 de junio de 2009

La verdad del acusado

Un espléndido artículo de Gómez Marín me hace reflexionar sobre las declaraciones en juicio. Nicolau Eymeric, en el siglo XIV, al establecer las reglas del procedimiento ante el Santo Oficio señalaba: “Lo primero dirá el inquisidor al reo que jure a Dios y a una cruz que dirá verdad en cuanto le fuere preguntado, aunque sea en perjuicio propio”. Si no lo hiciese, o existiesen sospechas de falsedad, cosa nada rara porque “los herejes son muy astutos para disimular sus errores”, todos los medios serían lícitos para obtenerla, incluso la tortura: el catálogo de ellas ha sido de lo más variado hasta tiempo bien recientes. Parecía ridículo que el pecador pudiese alegar derechos frente al Todopoderoso, llámese Dios o Estado. El hecho se había cometido o no, lo demás serían sutilezas.

El ordenamiento jurídico estaba construido sobre bases muy simples: las cosas, sobre todo cuando se trata de juzgar, son blancas o negras, los matices sólo sirven para enredar. Sin embargo, los hechos del hombre no son unívocos, pueden obedecer al mismo tiempo a muy distintas causas. En consecuencia, los Estados de Derecho ofrecen a cada uno la posibilidad de ofrecer su versión. Los totalitarismos religiosos o políticos han entendido siempre que la verdad es única, cuando no lo es. Si se quiere actuar con un mínimo de justicia, los acusados en un proceso penal deberán gozar de la posibilidad de presentar su propia interpretación.

Escandalizarse por la consagración de un pretendido derecho a mentir es absurdo, entre otras cosas, porque muchas veces nadie miente, cada uno tiene su propia visión aunque sea bien contradictoria con la de los demás. Como reacción frente a las autoritarias sociedades del pasado, la Constitución española ha establecido el derecho, no propiamente de mentir, sino de defensa y de no confesarse culpable. En consecuencia, en el curso de su declaración, el acusado puede alterar la verdad, falsearla a la medida de sus intereses, y el ordenamiento jurídico no podrá reaccionar. Es el resultado del reconocimiento de la dignidad del ser humano, que podrá justificar su yo, por muy grave que pudiese ser la conducta imputada.

Cabe volver atrás, a sociedades en las que el criminal carezca de derechos. Si así fuese, ¿qué garantías tendríamos frente a quienes nos acusasen falsamente de delitos basados en hechos parcialmente reales, pero explicados a la medida de sus torcidas interpretaciones? La posibilidad de ofrecer la propia versión, siempre interesada, es la última garantía de la libertad. Si no se reconoce, en vez de jueces, existirían comisarios políticos obsesionados por el crimen.

martes, 9 de junio de 2009

Brujas en el cielo

Durante siglos, los hombres han imaginado las cosas más extrañas y disparatadas. Así, en el siglo XV la creencia en las brujas estaba tan extendida que hubo necesidad de publicar una guía, el célebre “Malleus maleficarum”, para indicar las señales más seguras para descubrirlas, había que evitar que eludieran la hoguera. Años después, el padre Lactance declaró en forma bien solemne, en actas recogidas en los procesos de Loudun, que demonios especialmente rijosos copulaban con cándidas novicias en un respetable convento de ursulinas. El testimonio causó sensación dada su fama de hombre de Dios, metódico y serio. Reputación que no debía ser muy rigurosa si se tiene en cuenta que, poco después, confesó que él también había sido poseído por el Maligno.

Su delirio no era más que la consecuencia de una sociedad intolerante, la represión indefectiblemente conducía a la locura. En comparación, las conjunciones planetarias que observa Leire Pajín parecen bien bondadosas e inanes, ya no existen brujas revoloteando por encima de nuestras casas. Nuestro universo no es peligroso, es infantil. Existen malos, muy malos, pero de cuento; en el fondo se consigue conjurarlos narrando simplemente sus villanías. Los orcos lucharán contra los hobbits y los ángeles contra los demonios, no en vano Dan Brown se ha convertido en el autor preferido de las masas, en escenarios cinematográficos que no generan riesgos. Desde luego, el espectáculo devendrá estelar si son Obama y Zapatero quienes, con capa y espada, se enfrentan a los villanos que, por supuesto, ya no pueden ser musulmanes. No, por Dios, sería indecoroso pensarlo.

Es ridículo, pero paradójicamente constituye el final resultado de un mundo que se quiere tan igual, que hasta los mismos talentos, factor de diferencia políticamente incorrecto, se pretenden uniformar. La mejor manera de impedir que nadie destaque será asegurar que vivamos el mismo universo de sueños de Leire Pajín. Si la realidad se simplifica hasta el punto de que todo se reduce a un combate entre un Obama progresista y multicultural contra seres reaccionarios, refugiados en oscuras cavernas, singularmente en España, los problemas devienen tan burdos que la inteligencia será innecesaria. Bastará con repetir las consignas de los que mandan, que saben distinguir perfectamente entre el bien y el mal pues les ha sido concedido un don especial.

Es posible que nos volvamos así un poco tontos, quizás sea el objetivo, además los pobres de espíritu fueron siempre bienaventurados. Conseguiremos la gloria eterna, que ya no consistirá en la beatífica percepción de Dios sino en el pase ininterrumpido de películas de acción protagonizadas por políticos honestos y guapos.

martes, 2 de junio de 2009

Un sistema falso

Miles de personas, y sus familiares, dependen en nuestro país de los partidos, de sus vaivenes internos y de la contienda electoral. Su estabilidad económica, las posibilidades de distinción y futuro están así condicionadas por el resultado de las urnas. Es verdad que existe una justificación de peso: al intervenir en la vida pública, sirven a un determinado proyecto de ordenación de la convivencia, actúan por ideas sin las que el sistema democrático desaparecería. ¿Y si fuese falso, si ya no existiesen alternativas ideológicas en nuestro universo político? Es ese caso, una gigantesca coartada estaría encubriendo el puro y simple interés.

La inmensa mayoría de nuestros comunicadores, con notables excepciones desde luego, se sitúan a uno u otro lado del espectro partidista, desarrollando líneas editoriales que favorecen sus respectivas posiciones. Detrás de los mismos, están concretos individuos que se verán directamente afectados por la cercanía o el alejamiento del poder, las políticas de subvenciones y el otorgamiento de cargos. Tienen también una justificación única: si la libertad de expresión es preciosa, mucho más tiene que serlo para los creadores de opinión. Teóricamente el debate sería el único medio para consolidar una sociedad libre. ¿Y si hubiesen desaparecido tal tipo de sociedades en nuestro horizonte cultural? En ese caso, la discusión serviría pura y simplemente para proporcionar legitimidad al sistema.

El riesgo de la igualdad es la uniformidad mental, que destierra al sanatorio psiquiátrico a los que disienten. Si bien se observa, las alternativas reales se han convertido en tabú, no es posible siquiera plantearlas a no ser que quieras poner en peligro tu propia promoción. ¿Es posible imaginar en España a un intelectual, como Garaudy, que se atreviera a negar el Holocausto? Es verdad, existen todavía en nuestro país temas polémicos: la articulación territorial del Estado, la legalización del aborto a plazos, la política de trasvase de aguas y tantos otros. Pero, con independencia de que ninguno de ellos define una posición ideológica, las maquinarías partidistas rehuyen adoptar posiciones cerradas, prefieren los matices que permiten salidas coyunturales. Las decisiones definitivas impiden los necesarios pactos…

En el franquismo, si ingresabas en un partido podías dar con tus huesos en la cárcel. Ahora, si no lo haces, te conviertes en un ser conflictivo, poco de fiar, y, si no tienes cuidado, perderás hasta el honor que es una pérdida mucho mayor que la de la libertad. La verdad es que, entre unas cosas y otras, y a pesar del atractivo de Rosa Díaz, va siendo hora de plantearse si la abstención no será el único instrumento real de oposición al sistema. Al menos es un gesto estético.

martes, 26 de mayo de 2009

La Iglesia y los pederastas

Las modernas sociedades de masas tienden a destruir la respetabilidad, sobre todo de las personas o instituciones tradicionalmente cubiertas por ella. Se quiere la igualdad demostrando que no hay nadie más que nadie, todos seríamos pecadores y sucios. Es la manera de justificarse a sí mismo: la perfección no existe, la miseria moral está generalizada. Al cazar una nueva pieza lo demuestras, y satisfaces también tu ruindad: el daño ajeno produce morboso regocijo. Llega un momento en que no basta con sembrar dudas sobre prósperos empresarios, científicos de renombre o candidatos a presidente, ya están suficientemente desprestigiados. Hay que seguir asaltando reductos, cuanto más altos mejor. ¿Por qué no la Iglesia?

Así, se ha puesto de moda poner de relieve la enfermiza conducta sexual de los religiosos católicos: los casos denunciados sobre los orfanatos irlandeses sirven para establecer una primaria relación psicológica entre el celibato y la anormalidad. Comoquiera que la represión de los instintos básicos puede conducir al desorden, una buena parte del clero sufriría una tara que pondría en peligro a las personas, particularmente los niños, que se relacionasen con ellos. Si bien se observa, tal género de acusación afectaría de lleno a la función que tradicionalmente se ha reservado el catolicismo: la enseñanza. No deja de ser interesante que la polémica se plantee en estos momentos.

El maltrato a la infancia atenta a los valores que han servido de fundamento a la cultura occidental. Por cierto, ¿no fue Jesús quien advirtió que el que escandalice “a uno de estos pequeños más vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar? Si un sacerdote es capaz de abusar de un niño, se hace responsable, incluso penalmente, del daño causado. Pero existe una distinción elemental que no parecen tener en cuenta los actuales torquemadas de la modernidad: la que tiene lugar entre una institución y sus miembros. Con independencia de su origen trascendente, real o no, la Iglesia ha cumplido durante siglos una función social: la de preservar los valores culturales de la antigüedad, el legado de Roma, así como la protección de los infelices frente a los fuertes.

Con razón, Nietzsche decía que el cristianismo había supuesto el triunfo de los débiles, precisamente porque los amparaba. En los inicios de la revolución industrial, y en buena parte del siglo XX, con el trabajo sin descanso y la utilización de los niños como mano de obra barata, la Iglesia realizó una labor de asistencia sin la que el caos moral y la injusticia de la época hubiera sido aún mayor. Cierto, sus miembros provenían de una sociedad enferma, muchos no fueron santos.

martes, 19 de mayo de 2009

Complejo de víctima

Decía Vasili Grossman que “no hay inocentes entre los vivos, todos son culpables”; y ciertamente somos responsables de la inmensa mayoría de las cosas que nos pasan. Sin embargo, es mucho mejor entender que lo malo es una consecuencia de las acciones de los demás. A veces, tal tendencia conduce al delirio, sobre todo cuando piensas que el mundo se ha confabulado en tu contra. Es fantástico, las desgracias obedecen no a tu torpeza, falta de habilidad o inteligencia sino a una conspiración exterior que te impide triunfar. Es un buen negocio, de golpe y porrazo los sufrimientos cobran sentido: eres un héroe víctima de la perfidia de otros; el ego permanece intacto, se refuerza incluso.

Un pensamiento de esa clase puede ser utilizado en forma bien ventajosa, pues tus propias maldades serán realizadas por necesidad de defensa. Así, Artur Mas ha dicho que el comportamiento del público, en la final de la Copa del Rey, era el resultado de la hostilidad generalizada del Estado español hacia Cataluña. ¡Vaya por Dios! tienen una actitud deleznable, nos insultan y, al final, lo que ocurre es que son seres acosados, pobres víctimas que se han limitado a reaccionar: los culpables somos nosotros. Un desorden mental de esta clase, si es individual, será objeto de estudio por la psiquiatría; si se utiliza a nivel político, puede calificarse como demagógico, producto, a veces, de la pura y simple caradura.

Para colmo, nadie se ha dignado presentar ningún tipo de excusas, todo parece normal. No fue una acción aislada, daba la impresión de que la mayoría de los seguidores atléticos y blaugranas participaron de la bronca al himno nacional. En una sociedad que tuviese un mínimo de educación, lo lógico sería que los responsables de ambos clubs hubiesen rechazado el espectáculo. No ha sido así, todo lo contrario, lo único relevante parece haber estado en la censura de imágenes realizada por la televisión, lo que ha conducido a la dimisión del responsable de turno. ¿Por qué? Los televidentes no tienen la obligación de presenciar cómo se les ofende en público. Va a resultar que la persona más infeliz de todas, la que no supo cómo actuar, es la única que recibe las bofetadas. ¡Magnífico!

La paranoia es una enfermedad peligrosa, y si se desarrolla en forma colectiva mucho más. No puedes pasarte la vida echando la culpa de tus problemas a los demás, entre otras razones, porque terminarás cansando, haciéndote pesado e insoportable. Muchos españoles hemos admirado siempre a Euskadi y Cataluña, y lo seguimos haciendo a pesar de sus fobias, ¿no va siendo hora de que vayan al psicoanalista? Las terapias en grupo son más baratas, a veces dan resultado.

martes, 12 de mayo de 2009

El Partido

Durante una buena parte del siglo XX, fue frecuente sacrificarse por las leyes de la historia, que se creía representadas en el Partido Comunista. Así, Bujarin, el gran dirigente histórico de los bolcheviques, enfrentándose a una segura ejecución, no dudó en justificar la posición de sus acusadores reconociendo traiciones y crímenes totalmente imaginarios. Sus palabras ante el Tribunal que lo juzgaba resuenan todavía con enorme fuerza: “El motivo [de mi confesión] estriba en que, durante mi encarcelamiento, pasé revista a todo mi pasado. En el momento en que uno se pregunta: Si mueres ¿en nombre de que morirás? aparecen los hechos positivos que resplandecían en la Unión Soviética. Esto fue lo que en definitiva me desarmó, lo que me obligó a doblar mis rodillas ante el Partido y ante el País”. La grandeza del personaje fue indudable.

Como explicaría Arthur Koestler, Bujarin no era más que un simple cero ante el infinito que representaba la construcción del socialismo. Si además de perder la vida, había que aceptar la eliminación del honor, no había motivos para dudar. Los seres de carne y hueso no contaban nada ante la suerte final del Partido. Pero los sufrimientos son siempre individuales, y si es necesario sufrir demasiado, eliminarse incluso a sí mismo, ¿para qué hacer la Revolución? La supresión del yo no había formado nunca parte de las aspiraciones de la cultura occidental hasta que la deificación del Estado, iniciada con Hegel, había llegado a sus últimas consecuencias.

Actualmente, nadie es capaz de ofrecer su vida por unas pretendidas leyes de la historia cuya realidad es imposible constatar, y no son creíbles. Ahora lo que se entrega al Partido, se llame CIU, PSOE, PP, PNV da igual, por simples razones de comodidad o beneficio personal, es la capacidad de decidir. La diferencia es de importancia, los sacrificios han desaparecido, todo son ventajas. Jean Cocteau había advertido: “jamás perteneceré a un partido porque eso sería tanto como renunciar a mi alma libre”. Sin embargo, a poca gente le molesta la pérdida de una abstracción si, a cambio, se evitan los problemas, desaparecen las inseguridades y se obtienen recompensas. La única restricción que se impondrá será de conciencia: habrá que pensar lo que te digan y repetir miméticamente las palabras del Pepiño Blanco de turno, que además suele ser un hombre bienintencionado, por tanto tranquilizador.

En la época de Stalin, los hombres libres eran eliminados pero Rubachov, antes de ser depurado, era capaz de disentir en el Soviet Supremo, mostrando que la complejidad de su alma estaba por encima de los totalitarismos. Ahora, basta que el correspondiente mandamás, que ni siquiera es Vichinski, levante un dedo para que todos le sigan. Pero los loros no hacen política, si son buenos, sirven para el circo.