domingo, 31 de diciembre de 2017

Golpe de Estado y soberanía española ABC



         En los años treinta del pasado siglo, época dominada por agitaciones revolucionarias que liquidaron el pacífico mundo de formas jurídicas ideado por decimonónicos intelectuales burgueses, Curzio Malaparte publicó un deslumbrante ensayo, Técnica del golpe de Estado, en el que describía de forma estrictamente objetiva los distintos modos de acceder al poder por la fuerza, es decir, por vías no previstas legalmente. En su ensayo se ocupó de los supuestos más conocidos: “la marcha sobre Roma”,  los golpes de Piłsudski y Primo de Rivera, en Polonia y España, y, sobre todo, el leninista por el que parecía mostrar singular predilección pues bastaba controlar los centros reales de poder sin necesidad alguna de violencia. Su relación es bien interesante, sin embargo no pudo conocer una forma mucho más eficaz, la pujolista, que cabría sintetizar en dos frases: avui paciència, demà independència” y “fer país”.

Con esas dos frases, el genio maquiavélico que es Jordi Pujol sintetizó el golpe de estado que actualmente perpetran los independentistas. Se trataba de dejar transcurrir el suficiente  tiempo para “socializar” la población, es decir, homogeneizarla en el pensamiento nacionalista: bastaba controlar la educación, la enseñanza de la historia e imponer el catalán como “lengua vehicular y propia” de la Comunidad. Si se hace creer  a generaciones de niños que forman un pueblo con un destino especial, y conformas una historia a su medida, el golpe de estado independentista se hará efectivo a medio o largo plazo. De hecho, al cabo de cuarenta años de separación intelectual, una parte muy considerable de la sociedad catalana se ha desconectado. ¿No han observado como sus dirigentes, desde Marta Rovira a Puigdemont, sin necesidad de aludir al caso realmente espectacular de  la Consejera de Educación, son incapaces de expresarse correctamente en castellano? Los que no hablan la misma lengua, viven cerebralmente en mundos distintos, y cualquier antropólogo así lo reconoce.

¿Qué hacemos? Algo elemental, poner de relieve la falsedad conceptual del independentismo: ¿Cuál es el sujeto del derecho de autodeterminación? Sin resolver este problema, ¿cómo puede abordarse algo de tanta trascendencia? Los partidarios de la Esquerra nos dirán que ese sujeto se encarna en los ciudadanos que residen en dicha comunidad, sin ninguna restricción, y así lo establecen, en esencia, en su ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la Republica. Pero es  absurdo, y conduce a que un ciudadano de Marruecos, muy respetable desde luego, por el mero transcurso de cinco años de residencia se convierta en catalán, en tanto que los españoles de otras Comunidades quedan excluidos. Con este argumento, son catalanes exclusivamente los que tengan actualmente vecindad administrativa en esa región. Si no fuera tan dramático, sería risible. Y  demuestra que no saben lo que es una Nación, incluso en el sentido romántico y clásico del término.

El célebre Ernest Renan, en su opúsculo Qué es una Nación, se contestaba diciendo que era “un sueño de porvenir compartido”. Es decir, carece de connotaciones objetivas. Como diría un conocido profesor de derecho administrativo español, “forman parte de una Nación todos los que lo quieren hacer”. Si es así, los españoles somos catalanes por el simple hecho de nuestra condición nacional, que nos viene atribuida por el ordenamiento jurídico. El Derecho es un producto de la civilización, y la adhesión a sus preceptos no sólo determina un cuadro de facultades y deberes, moldea la personalidad hasta el punto de que, al darte una nacionalidad, te hace partícipe de su historia. El nacimiento, con arreglo a los requisitos establecidos en el Código Civil,  te atribuye la cualidad de español, que integra una complejidad territorial con plurales historias, y nadie te puede privar de ella. El sentimiento de pertenencia a un país, a una "patria", es algo subjetivo, simbólico, y no hay nada que contribuya más a la creación de símbolos que el ordenamiento jurídico.

   El imperio mediterráneo, obra en gran medida de una dinastía catalano aragonesa, las expediciones por Neopatria, la Renaixença y Tirante el Blanco constituyen el patrimonio de un gaditano en la misma medida que el de un barcelonés, y no nos lo pueden robar. Ramallets, Olivella, Segarra, Gensana, Tejada, Kubala y Czibor son tan nuestros como el canto de Els Segadors o Joan Manuel Serrat, también Gaudí. ¿En nombre de qué nos pueden privar de ellos? La historia de Cataluña es mi historia, así como la del califato omeya la de un barcelonés. La Constitución española de 1978 es nuestra fuente de patriotismo constitucional y, en tanto no la modifiquemos los españoles,  Cataluña es España. No cabe negociación alguna ni referéndum pactado. El artículo 1.2 de la CE señala que “la soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan todos los poderes del Estado”. Mientras no se modifique, y depende de todos nosotros, no será posible independencia alguna. Si nos quitaran Cataluña, nos estaría usurpando nuestra nacionalidad.