Frente a la conflictividad universitaria de los años
finales del franquismo, resulta interesante observar cómo el apoliticismo y la
moderación han constituido las notas características de los últimos cursos
académicos.
Le explicación es, en principio, fácil si se tiene en
cuenta que la institución universitaria se convirtió durante las últimas
décadas en la mejor caja de resonancia de que disponían la pequeña y mediana
burguesía para reflejar la inadecuación de sus intereses económico-sociales con
las estructuras político-ideológicas existentes en el país.
A falta de otros cauces legítimos de oposición, la
Universidad, por sus propias peculiaridades, los centralizaba todos. En
definitiva, los universitarios cumplimos, en ese tiempo, un papel que en pura
lógica política no nos correspondía.
Entonces, y a pesar de los problemas, contábamos con un
proyecto de sociedad, con una alternativa real. Todos nuestros esfuerzos se
limitaban a derribar al “régimen”. Lo que viniese después era, hasta cierto
punto, secundario.
Y, efectivamente, comenzó la democratización: se
cumplieron parte de nuestros objetivos.
Las generaciones posteriores se han quedado sin
posibilidad de elaborar una alternativa racional a su propio “status”. La
sociedad española ha empezado a asemejarse a lo que constituyó la ilusión de su
intelectualidad: el mundo occidental. Pero, como siempre, lo ha hecho tarde y
en un momento de crisis de ese mundo.
Tras el último intento de crear un universo paralelo, el de las colectividades “hippies”
con su aspiración de conseguir al igual que el “Siddharta” de Herman Hesse, la
última verdad a la vera de cualquier río perdido, la juventud actual aparenta
haberse sumido en un tremendo nihilismo.
Parece como si, ante la decepción derivada del desgaste de
todos los programas de ordenación sistematizada de la existencia, los grupos
juveniles de hoy se orientaran hacia lo irracional, hacia el caos.
Fuerza Nueva y grupos anarquistas han sustituido a los
antiguos militantes de izquierda. En las horas libres, el porro y “El Viejo
Topo” reemplazan la lectura de El
Capital