lunes, 1 de mayo de 1978

Los jóvenes, hoy. Universitarios de ahora. Tierras del Sur


Frente a la conflictividad universitaria de los años finales del franquismo, resulta interesante observar cómo el apoliticismo y la moderación han constituido las notas características de los últimos cursos académicos.

Le explicación es, en principio, fácil si se tiene en cuenta que la institución universitaria se convirtió durante las últimas décadas en la mejor caja de resonancia de que disponían la pequeña y mediana burguesía para reflejar la inadecuación de sus intereses económico-sociales con las estructuras político-ideológicas existentes en el país.

A falta de otros cauces legítimos de oposición, la Universidad, por sus propias peculiaridades, los centralizaba todos. En definitiva, los universitarios cumplimos, en ese tiempo, un papel que en pura lógica política no nos correspondía.

Entonces, y a pesar de los problemas, contábamos con un proyecto de sociedad, con una alternativa real. Todos nuestros esfuerzos   se limitaban a derribar al “régimen”. Lo que viniese después era, hasta cierto punto, secundario.

Y, efectivamente, comenzó la democratización: se cumplieron parte de nuestros objetivos.

Las generaciones posteriores se han quedado sin posibilidad de elaborar una alternativa racional a su propio “status”. La sociedad española ha empezado a asemejarse a lo que constituyó la ilusión de su intelectualidad: el mundo occidental. Pero, como siempre, lo ha hecho tarde y en un momento de crisis de ese mundo.

Tras el último intento de crear un universo  paralelo, el de las colectividades “hippies” con su aspiración de conseguir al igual que el “Siddharta” de Herman Hesse, la última verdad a la vera de cualquier río perdido, la juventud actual aparenta haberse sumido en un tremendo nihilismo.

Parece como si, ante la decepción derivada del desgaste de todos los programas de ordenación sistematizada de la existencia, los grupos juveniles de hoy se orientaran hacia lo irracional, hacia el caos.

Fuerza Nueva y grupos anarquistas han sustituido a los antiguos militantes de izquierda. En las horas libres, el porro y “El Viejo Topo”  reemplazan la lectura de El Capital