miércoles, 24 de febrero de 2010

La corte de los necios

Víctor Hugo contaba la historia de un poeta que, deambulando por París, empezó a ver una legión de tullidos, leprosos y tuertos pululando por su alrededor aparentemente sanos. Sorprendido, preguntó: “¿Dónde estoy que veo a los ciegos que ven y a los cojos que andan”. En la Corte de los Milagros, le contestaron. La misma respuesta debería recibir si se encontrase, en la España de hoy, con las consejerías de una Comunidad convertidas en nidos de espías, almacenando los pecadillos financieros o de cama de los rivales de turno, o con la Asamblea Legislativa devenida coso taurino, jaleando a un ministro con gritos de “torero, torero”. ¿Y si viese a los predicadores dedicados a la magistratura?

Sea producto de una intervención milagrosa, o no, nuestro país ofrece un espectáculo bien extraño, se diría que ridículo. A veces algo peor, pues el fenómeno de una audiencia que se deleita cuando unas menores, acompañadas de sus dignas mamás, narran las incidencias de su relación con asesinos especialmente sanguinarios, rebasa todos los calificativos. Es de sobra conocido que Ortega advirtió que las sociedades que carecen de proyectos eligen las personas menos preparadas para dirigirlas, ya sea en el pensamiento, la comunicación o la política. La responsabilidad no es de ellas sino de quienes las eligen.

De manera muy correcta, expulsamos a los drogadictos de la convivencia cuando, en realidad, estamos presos de la mayor de las adicciones: la del consumo indiscriminado de espectáculos bien morbosos, vulgares y cotillas, sobre todo si sirven para confortarnos con la seguridad de la propia normalidad. Ciertamente, si la vida se transforma es un circo, lo más cómodo será asumir el papel de pasivos televidentes. Además, si no intervenimos, evitaremos la posibilidad de convertirnos en culpables protagonistas. El riesgo estriba en que, poco a poco, sin apenas darnos cuenta, el “1984” de Orwell se habrá instalado confortablemente entre nosotros, de hecho, de manera más grosera ya lo está.

Herbert Marcuse denunció que "una ausencia de libertad cómoda, suave, razonable y democrática, señal del progreso técnico, prevalece en la civilización industrial avanzada”. A lo mejor es el destino de la humanidad y, dado que todo el mundo quiere el bienestar, el cuento habría terminado bien, podríamos dedicarnos al sueño eterno. Pero una condición es imprescindible: que nadie sea capaz de parar la máquina de la felicidad porque, en otro caso, habiendo desaparecido las personas capaces de pensar, nos espera un angustioso despertar. Como ya nada se puede hacer, más vale que nos durmamos con el tenis, es más estético.

martes, 23 de febrero de 2010

Palabras de Humpty Dumpty

En el célebre relato de Lewis Carroll, Alicia a través del espejo, Humpty Dumpty nos dice “en un tono bastante burlón” que cuando “utilizo una palabra significa exactamente lo que quiero que signifique, ni más ni menos". La verdad es que a todo lo largo del siglo XX hemos asistido a un proceso continuado de perversión del lenguaje. Así, los regímenes autoritarios decidieron calificarse sistemáticamente como democracias, y se quedaron tan contentos. El problema es que no cabe ninguna comunicación cuando las palabras no quieren decir nada, ¿cómo va a ser posible si carecen de un significado preciso? Sin embargo, un proceso de esta clase posee indudables ventajas sobre todo para la psicología invidual.

Si un memo, bien memo, decide proclamarse brillante e inteligente y se lo cree, lo que no es muy difícil dada su necedad declarada, hace un verdadero negocio. De repente su autoestima va a quedar reforzada y las posibles burlas de sus compañeros serán consideradas como muestra de envidia y de acomplejada incomprensión. El problema deja de ser personal, estará en los demás, que no son capaces de entenderle. ¿Y si un cobarde se autodenomina héroe? Hace bien pocas fechas un grupo de arrojados ecologistas interrumpió por las buenas, entrando en la sala, una cumbre internacional en un país del norte de Europa. Como es de toda lógica dieron con sus huesos en la cárcel. Sus simpatizantes quedaron escandalizados ante muestra tan bárbara y cruel de autoritarismo. ¿Pretendían quizás que les condecoraran?

Más recientemente aún, una joven catalana fue detenida por la policía israelí por participar en actividades consideradas clandestinas en Cisjordania. No ingresó en prisión, simplemente la metieron en el primer avión con destino a España, y ya está. Pero la indignación de sus amigos fue morrocotuda ante lo que consideraron una muestra más de una política fascista. Al parecer, no tomaron en consideración que todo país civilizado tiene sus reglas, por muy dura que sea su conducta y discutible su política. ¿Por qué no se fue a Irán? Hubiera sido bien valiente protestar contra las atrocidades de un régimen medieval de carácter teocrático. No lo hizo poque era consciente de los riesgos, y no tendría la posibilidad de salir en las fotos. Prefirió el heroísmo fácil.

En este país nos estamos volviendo bien locos. Llamamos progresistas a los autores de las acciones más autoritarias, ya sean musulmanes fanáticos, nacionalistas radicales o chalados de toda índole, mientras que arrojamos a las tinieblas a quienes defienden una racionalidad que nace con la Ilustración y las revoluciones europeas. Así, volveremos al medievo en forma políticamente correcta, pues los bárbaros se entienden bien con los que no saben hablar.

martes, 16 de febrero de 2010

Las tribulaciones de Marichalar


Hace pocos días, la estatua de Marichalar ha sido arrojada del museo de cera, con luz y taquígrafos. Cabría pensar que resulta lógico, dado que ha perdido todo relieve institucional al dejar de formar parte de la familia real. Es posible, pero me gustaría preguntar, con toda la delicadeza necesaria, si era imprescindible llamar a tantos periodistas para inmortalizar la acción. Es más, ¿fue deliberado fotografiarlo en forma tan ridícula? Si lo fue, no sería sorprendente; es lo propio de un país caracterizado por su crueldad, y la humillación de los que, en un momento u otro, se quedan solos y desprotegidos. Distintos intelectuales extranjeros han coincidido en afirmar que carecemos de piedad, y no mienten.

Me gustaría saber también quién fue el responsable del museo que decidió convocar a los medios. ¿No podía haberse hecho en forma un poquito más discreta? No parece que hubiera inconveniente en aprovechar la noche o la prudencia de una puerta excusada, o posterior. Un primario defensor de las libertades expresivas contestaría que algo tan relevante exigía la necesaria publicidad. Pero, ¿qué interés tenía la expulsión del museo de la estatua de Marichalar? En mi opinión ninguno, salvo el de satisfacer las pulsiones más sádicas y burlescas de las masas, lo que no constituye auténtica información, no sirve para crear opinión pública, y en rigor tampoco es noticia salvo que se considere como tal el pitorreo vulgar.

Un lector poco avezado de la jurisprudencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos podría decirnos que el Duque de Lugo, dignidad que por cierto también le han quitado, es responsable de las consecuencias de sus actos. Al contraer matrimonio con un personaje público, debió ser consciente de que se hacía accesible a la prensa en tanto el ámbito de su intimidad iba a verse notablemente debilitado. La verdad es que habría que preguntarse qué ventajas ha obtenido el pobre Marichalar de emparentar con la familia real, y casarse con Doña Elena. Es una cuestión subjetiva, a lo mejor su ego se vio reforzado a raíz del matrimonio. Es posible, pero lo cierto es que desde que tuvo el accidente vascular su figura ha sido siempre presentada en forma bien patética.

Le quitan de las fotografías oficiales, como hacían con Trotsky, le privan de su ducado, y terminan expulsándolo con rechifla y regodeo de un museo de cera. Más le valdría andarse con cuidado, porque a este paso decidirán tirarlo a los leones. Eso sí, como somos bien demócratas, todos los medios de comunicación serán convocados previamente al circo. ¿Por qué no se casaría con una simple licenciada en exactas? Aunque sin título y sin consejos de administración, que al final también perderá, hubiera vivido más tranquilo.

martes, 9 de febrero de 2010

La historia de los vencedores


Siempre se ha dicho que la historia la escriben los vencedores, pero es algo más: reinterpretan los hechos de una manera que no pueden ser explicados sin su victoria. Por ejemplo, el universo que creamos los hispanos en los siglos XVI y XVII, y que logró defenderse a todo lo largo del XVIII, fue arrojado a las cavernas no sólo por una eficaz propaganda, la “leyenda negra”, tan excelentemente estudiada por Julián Juderías, o recientemente por Joseph Pérez, sino porque a partir de entonces el mundo no pudo entenderse en forma distinta a la de la separación entre la Iglesia y el Estado, el espíritu de empresa, la tolerancia y la libertad de los pueblos. Las potencias protestantes crearon un marco ideológico que carecía de intersticios, y España quedó situada fuera del mismo.

Desde ese momento, la única opción que nos quedaba era la puramente defensiva: si habíamos aniquilado a los indios, los ingleses también lo habrían hecho, y aún más cruelmente. Si expulsamos a los judíos en 1492, los franceses habrían actuado en la misma forma sólo que un siglo antes, cuando todavía no existía la imprenta; y aun aceptando que la Inquisición se hubiese comportado en forma represiva, al menos no habríamos desarrollado las quemas de brujas que proliferaron en el centro de Europa por caminos y aldeas. Sin embargo, de haber triunfado los españoles, nuestros enemigos hubieran sido descritos como simples rebeldes, piratas y herejes, que pretendían sabotear la idea de un Imperio al servicio de la cristiandad. Ellos habrían sido los malos y nosotros los buenos, y hubiera podido ocurrir porque la historia no está prefijada de una vez y para siempre, todo es posible.

Realicemos entonces un juego, avancemos en el tiempo hasta el año 2004. ¿Qué hubiera pasado si las elecciones las hubiera ganado el PP? Entre otras cosas, una segura: Los atentados del 11 de marzo hubieran sido interpretados en forma radicalmente distinta a la que se ha venido haciendo desde los círculos del poder. Se nos podría decir que si hubieran mantenido la imputación de ETA, la falsedad habría sido tarde o temprano descubierta. No se trata de eso, sería muy burdo. El problema está en que, aceptando, el origen islamista de las bombas, las conclusiones a las que hubieran llegado serían completamente distintas. Y no mentirían, o lo harían en la misma medida en que lo hace el PSOE.

Los hechos son siempre tan complejos que cualquier narración a posteriori es siempre interesada y parcial, falsa por tanto. Los científicos lo saben, en tanto que los políticos, por lo menos los actuales, simplifican por razones de propaganda, que es tanto como decir pura y simplemente electorales. Lo malo es que a veces de tanto simplificar da la impresión de que unos y otros nos toman por tontos.

martes, 2 de febrero de 2010

Bajeza animal


Estos días se está exhibiendo en las carteleras de toda España una película que me gustaría recomendar: “La cinta blanca”, de Michael Haneke. Frente a las simplezas propias de una sociedad infantil, que adora el espectáculo circense y abarrota los cines para ver la tontería de “Avatar”, la que indico es una obra de arte, amarga y dura, pero que permite pensar. Se han ofrecido muchas interpretaciones, pero en mi opinión lo que en esencia plantea es la búsqueda obsesiva de la perfección, que ha presidido el devenir de las sociedades humanas. Durante siglos hemos pretendido parecernos a un Dios tan vigilante de nuestras conductas que el más leve defecto debía ser objeto de represión. Lo que nos ha convertido en enfermos, porque lo que se oculta termina por estallar en forma explosiva, es decir de la manera sucia y pecaminosa que obsesivamente queríamos evitar.

Una persona sana sabe que su intimidad tiende a la transgresión, pues los defectos son una parte de su propio ser, que se pueden controlar siempre que sepamos expresarlos con normalidad. En este sentido, hay una cuestión que raramente se ha puesto de manifiesto, pero que es digna de consideración: en la historia de los hombres ha tenido una importancia esencial la comparación con el resto de los animales. Y es que la suciedad y bajeza de las bestias, especialmente de las más repugnantes, lleva al individuo sobre todo en épocas en que la miseria y zafiedad estaban completamente generalizadas a buscar un elemento de diferencia que nos haga únicos, y nos eleve sobre el resto de los seres de la naturaleza. No podemos ser iguales a ellos, hay algo, quizás un soplo divino, que nos marca eternamente.
Bernard Mandeville, en La fábula de las abejas, se refiere a los hombres que "desprecian todo lo que pueden tener de común con las criaturas irracionales, resisten, con la ayuda de la razón, sus inclinaciones más violentas; y en continua lucha consigo mismos anhelan nada menos que el dominio de sus propias pasiones”. En este sentido, es necesario señalar el miedo patológico al sexo, que se revela como el elemento humano más próximo a la cruda animalidad. Paradójicamente, esos mismos seres que preconizan un amor exclusivamente espiritual y santo sucumben, una y otra vez, a los aspectos más sórdidos de la genitalidad, véase la película.

Estamos obsesionados por la necesidad de distinción, bien nos la otorgue el alma o la razón. Los científicos dicen que lo propio de nuestra naturaleza es la conciencia del yo. Sin embargo, hay monos que son capaces de reconocerse en un espejo, y distintas especies experimentan dolor por la muerte de sus seres queridos. En muchos casos, las diferencias son meramente cuantitativas y, si lo aceptáramos, seríamos capaces de superarnos sin morbo ni enferma represión.