jueves, 22 de marzo de 2018

Cadena perpetua ABC Sevilla



Durante siglos, la justicia constituyó un instrumento al servicio de la intolerancia y la crueldad de los hombres. Con un ejemplo nos basta, el del caballero  de la Barre. Se trataba de un joven de diecinueve años de edad, habitante de Abbeville, que había pasado a unos metros de una procesión sin quitarse el sombrero, lo que aprovechó un enemigo para denunciarle por delito de blasfemia. Fue condenado a “ser conducido a la plaza del mercado, atado a un poste con una cadena de hierro y quemado a fuego lento”. El espectáculo fue terrible hasta el punto de llamar la atención de Voltaire que, escandalizado al conocer el hecho, escribió su “Relation de la mort du chevalier de la Barre”, en el que contó, nos recuerda Juan Antonio Delval, que el pobre muchacho se limitó, mientras lo ejecutaban, a lamentarse al religioso que lo atendía en la siguiente forma: “No creo que se pueda hacer morir a un gentilhombre por tan poca cosa”

Más directamente, el moderno proceso penal no puede entenderse sin las consecuencias del juicio y ejecución de Robert François Damiens, culpable de intento de asesinato a Luis XV: ataron sus extremidades a cuatro tiros de caballos hasta desmembrarlo. Según nos dice Michel Foucault, “esta última operación fue muy larga, porque los caballos que se utilizaban no estaban acostumbrados a tirar; de suerte que en lugar de cuatro, hubo que poner seis, y no bastando aún esto, fue forzoso para desmembrar los muslos del desdichado cortarle los nervios y romperle a hachazos la coyuntura…”. El pobre infeliz repetía: “Dios mío, tened piedad de mí; Jesús socorredme”. La agonía duró veinticuatro horas, y lo arrojaron después a la hoguera vivo todavía. Este tormento tuvo tal repercusión  que dio lugar, tan sólo siete años después, a que Cesare Beccaria escribiese su célebre  “De los delitos y de las penas”. El libro tuvo tal fuerza que, desde entonces, se inicia un movimiento humanitario, también científico, dirigido a someter el proceso a reglas, a una lógica jurídica que evitase la venganza y la arbitrariedad.

Se ha dicho que el problema de la pena radica en que constituye simplemente una amarga necesidad en una comunidad de seres imperfectos como son las personas. Efectivamente, para  Beccaria,  “su fin no puede ser  atormentar y afligir a un ente sensible”. Se trata de una conclusión impuesta desde hace tiempo en la ciencia y en los ordenamientos jurídicos de los estados civilizados.  Todo esto es evidente,  y causa asombro la forma cómo se ha desarrollado recientemente en el Congreso de los Diputados el debate sobre la denominada “prisión permanente revisable”. Sobre ello, convendría decir lo siguiente:

Primero.- El artículo 25.2 de la Constitución Española señala: “La penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas  hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados…”. Por su parte, la jurisprudencia constitucional ha sido bien clara: "Este tribunal ha reiterado en numerosas ocasiones que la finalidad reeducadora y de reinserción social a que constitucionalmente debe servir la imposición de una pena privativa de libertad constituye un mandato al legislador para orientar la política penal y penitenciaria”, por más que la consagración constitucional de esta finalidad no sea excluyente de otras.

Segundo.-La reeducación sería una muestra de humanidad de nuestro sistema penal, y obligaría a arbitrar los medios para que fuera efectiva, y el condenado pudiera volver a la sociedad. Para sus críticos, la cadena perpetua, por esencia, excluye la posibilidad de reinserción en tanto que eliminaría de la sociedad al delincuente, se le impondría una muerte en vivo. Y si la pena de muerte es cruel e irreparable, ¿qué decir encerrar a un individuo para toda la eternidad, sin ofrecerle una mínima esperanza de libertad?

Tercero.-Sin embargo, en el caso en discusión no puede hablarse de “cadena perpetua”, se trata de una “prisión permanente revisable”, que es algo sustancialmente distinto. Es elemental, desde que existe la posibilidad de revisión desaparece el estigma de la perpetuidad. Confundir los conceptos puede dar lugar a la demagogia y a la simplificación. No es lo mismo que te arrojen de por vida a la isla de If, enterrado para siempre, que ser condenado a una pena permanente, sí, pero con posibilidad de reinserción y libertad al cabo de cierto tiempo.

 Cuarto.-Es verdad, en el ordenamiento jurídico no existen soluciones simples, y menos cuando los intérpretes están sometidos a las torpezas y pasiones de la política diaria. Una prisión permanente revisable podría equivaler  a la cadena perpetua cuando el mínimo a cumplir fuese tan elevado que la esperanza de libertad se desvaneciese en el terreno de los sueños. Pero la correcta fijación de los plazos de revisión, y sus condiciones, constituye la misión de un legislador prudente, que tiene para ello a su disposición los trámites del procedimiento legislativo, e incluso utilizar la vía de las enmiendas.  En cualquier caso, cadena perpetua y prisión revisable no son conceptos idénticos ni mucho menos.







viernes, 9 de marzo de 2018

Delito de rebelión y violencia El Mundo. Madrid




Es sorprendente la facilidad con que algunos comentaristas opinan de causas judiciales sobre las que rige el “secreto del sumario”. Si los documentos que figuran en el mismo no pueden ser conocidos en su plenitud, ¿cómo es posible sacar ninguna conclusión? Sorprendentemente lo hacen y además con aires de infalibilidad. En el caso de la prisión preventiva de los Jordis, Junqueras y Forn, se ha llegado a afirmar que no existe causa suficiente, y, con respecto a la acusación por rebelión, que al no haberse podido constar un alzamiento violento la tipificación resulta inadecuada. Si ello es así, y lo afirman con rotundidad, podría pensarse que nuestros tribunales están incidiendo incluso en un delito de prevaricación, lo que es singularmente grave si se tiene en cuenta que se trata nada más y nada menos que del Tribunal Supremo.

Los que así opinan no saben de los hechos, salvo filtración completa altamente improbable, más que lo que usted y yo podemos saber. Muy poco, lo que se reflejó en los medios de comunicación: intervención de la Guardia Civil en la Consejería de Economía, su asedio por la muchedumbre, el estado en que quedaron sus vehículos, el referéndum ilegal del 1 de octubre, la actitud pasiva de la policía autonómica,  las cargas policiales, la declaración de independencia y la existencia de una documentación en la que figuraría la “hoja de ruta del procés”, que es crucial para averiguar la planificación de los hechos, y consiguiente voluntad delictiva. Pues bien, si esto es lo único que pueden saber, ¿cómo es posible que aseguren la inexistencia del tipo de rebelión”. Con independencia de que en el “iter criminis” podrían darse también supuestos de tentativa, lo que no se puede desechar sin más ni más, hemos de indicar lo siguiente:

Primero.-La conspiración existe, dice nuestro Código Penal, cuando dos o más personas se conciertan para la ejecución de un delito y resuelven ejecutarlo, y expresamente está castigada en los supuestos de rebelión. ¿Cómo, sin conocer el sumario, puede afirmarse que no existió? Todo lo contrario, de lo hasta ahora revelado, parece deducirse la realidad de un acuerdo previo encaminado hacia la desconexión del Estado, proceso en el que “podían llover hostias”, como afirman dijo el actual President del Parlement

Segundo.-Avancemos en los hechos, ¿no hubo violencia alguna? Claro que la hubo, y en dos supuestos especialmente: en la intervención en la Consejería de Economía y el 1 de octubre. Con posterioridad, también en los distintos paros. La propaganda independentista alega que, en todo caso, lo que habría es desobediencia, nunca un alzamiento violento y público. Tal afirmación es falsa de toda falsedad pues la resistencia activa constituye pura y simple violencia. Y muchos de los que participaron en el pretendido referéndum la ejercieron. ¿Esa violencia fue prevista por los investigados? Eso es uno de los objetos del sumario, y a priori nadie puede negar la existencia de delito.

Tercero.- Es falso igualmente que el 1 de octubre el objetivo fuese expresar el voto. Ése podía ser el de algunos ciudadanos aisladamente considerados, a nivel colectivo de lo que se trataba era de manifestar un rechazo al aparato del estado, y proclamar el derecho superior de Cataluña a expresar su autodeterminación. Por tanto, sociológicamente se vivió un supuesto claro de rebelión ciudadana. ¿Hubo también un delito de rebelión?, eso es lo que tratan de determinar los tribunales de justicia? En principio, es indudable que sí.

La cuestión es bien simple, el día del referéndum nadie se encontró con un escenario idílico, todo lo contrario: tractores en los centros de voto, vallas, multitudes en las puertas, ataques a la policía, enfrentamientos de algunos mossos con miembros de la Guardia Civil…Las personas convocadas fueron utilizadas, de existir un plan previo, para resistirse a la policía, por tanto para emplear violencia contra violencia. Por tanto, por lo menos en principio y a reserva de lo que resulte del sumario, podríamos perfectamente hablar de un delito de rebelión. Poner en cuestión la independencia de nuestra judicatura, sin base real alguna para ello, se nos antoja bastante arriesgado e irresponsable, y no contribuye demasiado a pacificar los ánimos.


jueves, 8 de marzo de 2018

España ABC Sevilla




Nací en Tánger, en una familia que se sentía profundamente española Cuando visitábamos a mis abuelos, en una casa llena de recuerdos marroquíes, siempre me impresionó una estatuilla que representaba a Don Quijote y Sancho colocada en el pasillo. El amor por España es uno de los sentimientos que experimenté desde niño,  de hecho me ha acompañado toda la vida, incluso en mi juventud comunista. La  resistencia del Madrid republicano durante cerca de tres años, el paso del Ebro, la poesía de Miguel Hernández o de León Felipe me impresionaban, no por mi ideología, que también, sino porque reforzaban las obras de mi país. Por eso,  me emocionaba tanto el discurso de Don Manuel Azaña en 1938, a punto de perder la guerra, en el Ayuntamiento de Barcelona: “¡Todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo. Ahí está la base de la nacionalidad y la raíz del sentimiento patriótico, no es un dogma que excluya de la nacionalidad a todos los que no la profesan, sea un dogma religioso, político o económico”.

El gran pensador británico John Ruskin dijo que “las grandes naciones escriben  sus autobiografías en tres manuscritos: el libro de sus hechos, el libro de sus palabras y el libro de su arte. No se puede entender ninguno de estos libros sin leer los otros dos, pero de los tres el único fidedigno es el último”. Pues bien, el de las palabras de nuestro país puede sintetizarse en la indicadas de Azaña y, sobre todo, en las que recordaba que ser un patriota significa luchar “por el aumento y conservación de ese caudal de belleza, de bondad y libertad, en suma de cultura, que es lo que nuestro país, como cada país, aporta en definitiva a la historia como testimonio de su paso por el mundo y como ejecutoria de su nobleza”. Picasso, Alejandro Casona, Pau Casals, Max Aub y Sender, entre muchos otros, siguieron aportando belleza en el exilio.

Si queremos contemplar el libro de los hechos, del relativo al arte sería absurdo siquiera hablar, nos bastaría con leer a Bernal Díaz del Castillo en su “Historia verdadera de la conquista de Nueva España” cuando al referirse al encuentro de Hernán Cortés con Montezuma, “que venía cerca en ricas andas, acompañado de otros grandes señores y caciques que tenían vasallos”, nos dice: “teníamos muy bien en  la memoria las pláticas e avisos que nos dieron los de Guaxocingo e Tlascala y Tamanalco, y con otros muchos consejos que nos habían  dado  para que nos guardásemos de entrar en México, que nos habían de matar cuando dentro nos tuviesen. Miren los curiosos lectores esto que escribo, si había bien que ponderar en ello; ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen?” Ciertamente, podría decirse que la civilización española se expresó con intensidad en la premodernidad.

Nuestro universo cultural se forjó sobre la tumba de Santiago, la idea de cruzada, el valor, la conquista, la defensa de la Iglesia, el Quijote, la mística… Creamos obras sublimes como “La vida es sueño” de Calderón, “Las coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique, la poesía de San Juan de la Cruz, y tantas otras. Inventamos géneros literarios como la picaresca o las crónicas de Indias que permanecerán durante siglos, personajes eternos como Don Juan y, sobre todo, una lengua única. Es indudable que la Reforma protestante y el liberalismo sobre los que se edificó la Europa moderna necesitaban destruirnos por razones estrictamente objetivas. No sólo éramos una potencia militar, ejercíamos una influencia decisiva desde el punto de vista cultural. El mundo anglosajón, enfrentado con nosotros a todo lo largo de los siglos XVIII y XIX nos fue derrotando no sólo en los campos de batalla, sobre todo en el terreno del prestigio y la influencia; pero las derrotas son también bellas si las llenas de poesía.

Al parecer, Álvarez Junco nos ha recordado que dentro de tres mil años no existirá España, tampoco Cataluña, ni ninguna de las naciones conocidas. Es cierto, pero los seres humanos necesitamos vivir de sueños y, para la gente de mi generación, España fue uno bien hermoso. Al nacer en el extranjero, soy español por el pasaporte; no soy andaluz ni catalán sino ambas cosas a la vez, y vasco y canario, gallego también. Si alguien quiere quitarme alguna de esas identidades, me estará usurpando mi propia manera de ser. Se dice que la izquierda no se siente española, si fuera así bien poca sensibilidad demostraría. La Unión Soviética venció a Alemania en el mismo momento en que Stalin apeló a la “santa madre patria” y los franceses, de todas las tendencias, se emocionan al oír la Marsellesa. Es lógico, demuestran que tienen una causa que defender.

Pasarán los años y ya no estaremos aquí. Nada de lo que hemos amado se conservará. Como decía el Eclesiastés, vanidad de vanidades y todo vanidad, “todo ha salido del polvo y todo vuelve al polvo”. Pero siempre ha habido gente capaz de conservar sentimientos hermosos, otros que no. Estos últimos suelen ser desleales y tóxicos, y con frecuencia almacenan odio en su corazón.