miércoles, 20 de octubre de 2004

El PP en el laberinto

¿Cuál es el programa ideológico del PP? Si un partido quiere ganar unas elecciones debe tenerlo, es elemental. Es verdad que en los modernos Estados de bienestar, al existir un elevado consenso social, las diferencias entre los partidos son mínimas pues todos aceptan los rasgos esenciales del sistema. La cuestión es completamente distinta en los momentos de cambio, es decir, en aquellos períodos históricos en los que se produce una transformación profunda de las condiciones de vida. No hace falta para ello una revolución en el sentido clásico con que tuvo lugar en Francia en 1789 o en Rusia en 1917. Puede desarrollarse de manera pacífica, sin estridencias, y con sólo seguir las lúdicas sugerencias de los medios de comunicación, precisamente lo que hoy ocurre.

Los europeos del siglo XX hemos estado viviendo en un mundo basado en un individualismo que se educaba en la familia y encontraba protección dentro de los límites del estado nacional. Todo ello se encuentra en crisis y, paradojicamente, parece como si nadie tuviese nada importante que objetar. ¿O es que el pensamiento único impide hacerlo? Realmente, ¿estamos todos de acuerdo en el matrimonio homosexual, o en una inmigración que ponga en peligro el progreso y la libertad de nuestra sociedad? Si no se está, un partido político debe decirlo y hacerlo sin miedos pues estaría dando voz a una parte nada despreciable de la sociedad y que necesita ser oída.

Durante siglos, nos hemos movido en un universo en que la originalidad era la característica determinante de la individualidad. La libertad de los hombres implicaba tanto como la posibilidad de ser diferentes. Así pensaba Stuart Mill, y no sólo él. Hoy día las televisiones determinan, desde la infancia, las costumbres, valores, las reglas de lo normal y lo anormal…Es decir, construyen un universo “perfecto”. Y como lo es, entre otras cosas, porque todos lo aceptan, será casi imposible disentir. Si lo haces, probablemente sea porque te encuentres enfermo. En este aspecto, las premoniciones de Orwell no estarían tan lejos de haberse hecho efecti¬vas. Y de seguirse por este camino, paradojicamente, la lucha por la autodeterminación humana podría haber conduci¬do simplemente a la estupidez de la sociedad de masas. Todos somos ya iguales ¿pero somos más libres? Desde luego, la civilización occidental aspiraba a crear seres conscientes, no robots.

La familia ha sido, por otra parte, la institución encargada de la educación de los hombres transmitiendo los valores del sistema. Ciertamente, ha habido muchos tipos de ella pero la burguesa, que nace en las ciudades europeas del medievo y encuentra magnífica expresión artística en Los esposos Arnolfini de Van Eyck, es la que desde hace siglos ha determinado los códigos de conducta de nuestra civilización. Y, desde luego, parece a punto de desaparecer. La admisión normativa de uniones de carácter homosexual constituye la mejor expresión de que su mundo está a punto de ser superado. Podrá ser más o menos justo, o racional, pero lo que no admite dudas es que, de imponerse estos modelos, las próximas generaciones van a vivir conforme a otras reglas. Hay una razón elemental, el matrimonio encontraba un fundamento de carácter religioso inexistente en otras formas de sexualidad.

Finalmente, la coherencia y estabilidad de la población encontraba su mejor expresión en la idea de Nación, y en un proceso de siglos el continente europeo ha ido evolucionando hacia la creación de una sola nacionalidad que, aspirando a convertirse en Estado, se fundamenta en valores de libertad e igualdad y en una tradición común que se remonta a la antigüedad grecorromana. Una civilización que no puede entenderse sin el cristianismo, sin los principios de la revolución francesa, del marxismo o de los intentos de establecer el denominado “socialismo real”. Europa es también una tradición literaria, artística o intelectual hasta el punto de que el siglo XX carecería de sentido sin Unamuno, Albert Camus o Aldous Huxley. La inmigración masiva que estamos viviendo en estos momentos, en gran parte, es cierto, producto de nuestro propio egoísmo e insolidaridad, pone también en cuestión la pervivencia de este modelo.

Ganar las elecciones es el objetivo de cualquier partido, es indudable pero sería incoherente pretenderlo sin un proyecto ideológico sólido que realizar. ¿Cuál es exactamente el del PP? Sería absurdo pensar que todos los partidos piensan igual, si así fuera ¿para qué votar?







sábado, 26 de junio de 2004

El Sahara y la decencia

Marruecos se niega a ceder un ápice con respecto al Sahara, el Plan Baker parece paralizado y mientras tanto la población refugiada en Tinduf va siendo olvidada por todos: la comunidad internacional y los propios españoles. Para colmo, desde ciertos sectores empieza a oírse que el tema exige una política realista que atienda a los intereses de las distintas partes. ¿Qué significa eso? Desde luego nada bueno, sobre todo si se pone en conexión con la aproximación política y militar de los Estados Unidos hacia Marruecos. A veces resulta indignante, aparte de vergonzoso, tener que recordar lo obvio:

Primero.- El Sahara era una provincia española en la misma forma que Sevilla, Córdoba o Cádiz. Se mire como se mire, los saharauis son entonces compatriotas nuestros.

Segundo.- Tras una política de chantaje que culminó con la “marcha verde”, y aprovechándose de la debilidad española en los momentos de la enfermedad y muerte de Franco, Marruecos obtuvo de nuestro país, a finales de 1975, la cesión de la administración del territorio, procediendo a su ocupación.

Tercero.- Nuestro vecino carecía de título para ello, por lo menos con el suficiente grado de legitimidad. De hecho, el Tribunal Internacional de la Haya en octubre de 1975 había concluido que “ni los actos internos ni los internacionales invocados por Marruecos indican la existencia ni el reconocimiento de lazos jurídicos de soberanía territorial entre el Sahara occidental y el Estado marroquí”.

Cuarto.- A partir de la ocupación, Marruecos ha venido realizando una sistemática política de eliminación de los símbolos de la presencia cultural española, entre ellos, la lengua. Y, a manera de “hecho consumado”, ha sustituido progresivamente la población originaria del territorio, desplazada a los campos de refugiados de Argelia, por colonos de absoluta confianza.

Quinto.- Tras la superación de la “guerra fría” y el derribo del muro de Berlín, Estados Unidos adoptó una política de sincera simpatía hacia las aspiraciones nacionales de los saharauis, apoyando distintas resoluciones internacionales dirigidas a favorecer un referéndum de autodeterminación. Dicha actitud solamente cambia como consecuencia del avance integrista en el mundo árabe y los riesgos de desestabilización de la monarquía alauita.

Sexto.- Los países que aspiran a ser respetados y mantener un cierto prestigio internacional no pueden permitirse el lujo de abandonar a su suerte a los suyos. Tenemos un ejemplo bien cercano, el de Portugal, cuya clase política se empeñó en la liberación de la antigua colonia de Timor, invadida por Indonesia, hasta que lo consiguió.

Con independencia de todo ello, ¿cómo se puede ser tan ciego? Las relaciones con nuestro vecino marroquí han venido caracterizándose por la cesión permanente. Ni siquiera nos damos cuenta de sus maniobras a medio y largo plazo: o es que no está claro que si se retiró de la isla del Perejil fue por la intervención norteamericana y que viene fomentando una política de aumento de su población en las ciudades de Ceuta y Melilla para encontrarse en una excelente posición en el momento de plantear su reivindicación. Somos el único país europeo con un riesgo real de confrontación militar exterior. En los últimos cincuenta años lo hemos experimentado tres veces: Sidi Ifni, el Sahara y los sucesos del Perejil. ¿Queremos seguir concediendo ventajas?

En el fondo, además, lo que está realmente en juego es una simple cuestión de honestidad. No podemos desentendernos de una población a la que no dimos la más mínima posibilidad de decidir su destino y a la que entregamos a una potencia extranjera por simples razones de política interna: las de la transición. Pero es que hay algo más vergonzoso que no se ha puesto suficientemente de relieve, la existencia en aquel año de 1975 de un poderoso grupo de presión promarroquí, constituido por políticos y empresarios, cuyos intereses exclusivamente económicos se vieron favorecidos por la maquiavélica política de seducción y compra del rey Hassan II. ¿Ante quién respondemos de todo esto? Evidentemente, en primer lugar deberíamos hacerlo ante los propios saharauis que, por desgracia, no están en condiciones de reclamarnos nada.

Pero un Estado decente responde también ante la opinión pública internacional que, de manera todo lo imperceptible y lenta que se quiera, va formándose una idea del estilo y comportamiento de los miembros de la comunidad de naciones y puede pasar factura. Por otra parte, hay algo que en nuestro país hemos olvidado y que, entre todos, contribuimos a desacreditar: el orgullo nacional. Podrá parecer una entelequia de carácter decimonónico, pero que le pregunten a ingleses, franceses o norteamericanos...Todos ellos sabrán responder en qué consiste y las exigencias que implica. En lo que a mí concierne, me siento día a día avergonzado por la parte que me corresponde en el abandono de un pueblo a su suerte, por razones de prudencia tan fáciles de confundir con las de la pura y simple debilidad.




martes, 25 de mayo de 2004

Irak y Vietnam (en los diarios del Grupo Joly)

¿Será Irak un nuevo Vietnam? La propaganda americana ha dicho siempre que los Estados Unidos son el único país que nunca ha perdido una guerra. Los escépticos matizarían enseguida que hay una que tampoco ganaron, la de Vietnam. De hecho, la entrada en Saigón, en 1975, de las tropas del Vietcong no puede analizarse en la práctica más que como la caída de la ficha del dominó que desde 1954, año del desastre francés en Dien Bien Phu, habían querido mantener. Desde el punto de vista estratégico, el triunfo revolucionario en la antigua Cochinchina podía arrastrar a Laos y Camboya para luego extenderse por toda Asia. El tiempo ha demostrado lo erróneo de tal apreciación pero lo indudable es que el esfuerzo militar estadounidense había tenido un único objetivo: evitar la expansión del comunismo.

Se trataba de un problema político, en tanto que lo que está en juego en Irak es de naturaleza cultural. Los contendientes, entonces, por mucho que estuvieran a favor o en contra de Hô Chi Minh, pertenecían al mismo universo mental, el occidental. El pensamiento marxista leninista estaba inserto dentro de unas claves que encuentran su inicio en la vida de la polis griega: racionalidad, confianza en la ciencia y en el progreso, creencia en el sentido de la vida temporal, posibilidad de transformar la naturaleza...Todavía en los años sesenta y setenta del siglo pasado las élites de los países subdesarrollados se habían formado en universidades europeas, y estaban imbuidos de sus valores. En el fondo, la guerra de Vietnam fue también la nuestra de tal manera que el triunfo de Hanoi fue sentido como propio por los estudiantes de Nanterre, Madrid o el mismo San Francisco.

El problema ahora es completamente distinto, una parte importante del pueblo árabe siente auténtico odio hacia Occidente. Desde luego, tiene motivos de peso: la político de ojo por ojo israelí, la prepotencia norteamericana al embarcarse en la destrucción de un país partiendo de datos que se han revelado falsos, o su doble rasero al pretenderse legitimada por la defensa de la libertad o de los derechos humanos, despreciando, al mismo tiempo cuando le interesa, las mínimas garantías de defensa. Desde un punto de vista moral, la legitimidad de la resistencia palestina o iraquí parece indudable. El problema radica en las consecuencias de su victoria. Las cosas han llegado a un punto en que para muchos musulmanes no existe ya otro objetivo que el de destruir nuestro mundo.

Sería suicida no constatar que, en el conflicto iraquí, las justificaciones intelectuales y los intentos de legitimación jurídica han dejado de existir o han pasado a un plano bastante secundario. Solamente desde la ingenuidad puede creerse que la retirada de las tropas norteamericanas supondría exclusivamente el restablecimiento de la integridad territorial de un país y la búsqueda de compensaciones económicas por los daños ocasionados. Eso es lo que ocurrió en Vietnam, pero desde luego no ahora. Lo que representa Osama Bin Laden permanece oculto en las montañas de Pakistán y se extiende, como sabemos, hasta los suburbios de Casablanca. Además, y a la manera de los bárbaros de Roma, están también entre nosotros “dormidos” en una masa de inmigrantes que no hemos sabido integrar ni canalizar.

¿Qué hacemos? Nuestra civilización tiene defectos es evidente, y parece haber llegado a los límites de la decadencia. Pero reposa sobre conceptos como la belleza, la libertad, la justicia e igualdad que hemos perseguido prácticamente desde toda la eternidad. Sería absurdo que no lo tuviéramos en cuenta. Ciertamente, es difícil oponerse a lo que los científicos llaman las corrientes subterráneas de la historia que pueden habernos ya sentenciado. A lo mejor, ya es tarde para reaccionar...Si así fuese, habría que pedir que nuestra salida de la historia tenga lugar con un mínimo de dignidad. Y, a tenor de las indignantes fotografías relativas al tratamiento de los prisioneros en Abu Ghraib, no parece muy fácil que lo vayamos a conseguir.

La idea de Occidente surgió sobre la base de que el hombre tenía derecho a la felicidad y, a través de un esfuerzo de siglos plagado de lucha y revoluciones, parecía que estábamos en camino de conseguirla. Pero existen unos límites situados en la bondad, en el respeto profundo al valor de absolutamente todos los seres humanos y su libertad. El sadismo y la gratuita crueldad no son más que una manifestación de las sociedades enfermas, condenadas irremediablemente a la decadencia y por las que, a lo mejor, no merece la pena luchar.










domingo, 11 de abril de 2004

El retorno de las Cruzadas


Cuenta Mohamed Charfi en su excelente libro Islam y Libertad que para los integristas “Occidente se habría convertido en una sociedad de homosexuales y lesbianas. Un mundo hediondo que habría urdido una conspiración contra el Islam al intentar sembrar los gérmenes de su cultura en nuestra casa, a través de unos intelectuales occidentalizados que pretenden que el Corán también contiene democracia y derechos humanos cuando es totalmente incompatible con ellos”. Ciertamente, podría parecer simplificador pero nos proporciona una guía de lo que viene ocurriendo en política internacional en los últimos años.

El erudito árabe Hichem Djait lo habría explicado perfectamente en Europa y el Islam al señalar que lo característico de la cultura musulmana es su fascinación por la divinidad. Por mucho que la ciencia europea haya penetrado en el análisis del mundo físico, el problema para el Islam se encuentra en la real necesidad de su conocimiento: “Dios habló. Después se hizo el silencio en un mundo huérfano de Dios; habría que estudiar el Libro, porque es más bello y sublime que el mundo, porque representa la huella de una aparición fugitiva de Dios”. Las sociedades temporales no tendrían ningún sentido, entre otras cosas, porque la idea de progreso no habría figurado jamás en el plan de Alá.

En consecuencia, todo sistema construido sobre la base de la soberanía de los pueblos, y con el objetivo de conseguir su felicidad, constituiría una blasfemia pues deificaría al hombre, olvidándose de Dios. El lenguaje de los integristas es, en consecuencia, apocalíptico, rechazando todo intento de racionalidad. ¿Para qué? La razón constituiría un instrumento más de Occidente en su lucha contra el Islam. Se explican así las palabras del portavoz de Hamas, ante el asesinato de Ahmed Yassin: “el crimen ha abierto las puertas del infierno. No están declarando la guerra a los palestinos, lo hacen a los árabes y musulmanes, a todos nosotros”.

Desde luego, Ahmed Yassin, con independencia de su torpe asesinato por los israelíes, constituye un espléndido símbolo de la cosmovisión islamita. Se trataba de un personaje ciego, sordo y paralítico. ¿Qué visión de la realidad podía tener un personaje así? Su mundo de sueños podría ser todo lo hermoso que se quiera, pero si pretendiera dirigir a su pueblo por los senderos de la política correría el serio riesgo de llevarlo hacia la locura. Y, sin embargo, para un importante sector del pueblo palestino constituía un importante guía, y no sólo espiritual.

En el fondo, no estamos preparados para lo que se nos avecina. Durante los últimos cien años, hemos vivido en un mundo conforme a reglas, las de la razón. Por eso, hasta el terrorista, por anarquista que fuese, era previsible. Ciertamente, generaba violencia y podía incluso matar pero sus actos pretendían justificarse por la bondad de sus fines terrenales: su objetivo era construir una humanidad mejor. En consecuencia, sus acciones eran selectivas pues entendía que el pueblo debía ser su único aliado. Además, rechazaba el suicidio: ¿no era la felicidad lo que se pretendía?

Desde el momento en que es posible matar en nombre y en beneficio exclusivo de Alá, la vida personal carece de sentido. Cuando ingenuamente creíamos que el destino del hombre era el progreso indefinido, y podíamos alcanzar las estrellas y la inmortalidad, volvemos a la Edad Media. No deja de ser un horrendo despertar...











martes, 16 de marzo de 2004

Los riesgos de Munich

En Septiembre de 1938 tuvieron lugar los acuerdos de Munich, una etapa decisiva en el programa de expansión de la Alemania nazi, en la medida que implicaron la desmembración de Checoslovaquia con la aquiescencia de los países democráticos, singularmente Francia e Inglaterra. Paradójicamente, Chamberlain y Daladier, primeros ministros de dichos Estados, fueron recibidos en sus países como auténticos héroes populares. Se entendía que la cesión de los “Sudetes” serviría para calmar la voracidad de los nazis.

Se trató de un inmenso error, formaba parte de una política, la denominada de “apaciguamiento”, basada en la esperanza de que llegaría un punto en que los alemanes se considerasen satisfechos en sus reivindicaciones de espacio vital, posibilitando la paz y la coexistencia con los regímenes democráticos. La anexión de Austria, la Anschluss, y el abandono del pueblo español en su guerra civil constituyeron trágicos episodios de esa política. De hecho, como advirtió Winston Churchill, “la partición de Checoslovaquia equivalió a una capitulación total de las democracias occidentales ante la amenaza totalitaria…Creer que uno puede obtener seguridad lanzando un pequeño Estado a los lobos constituye una ilusión fatal”.

De hecho, la invasión de Polonia en septiembre de 1939 puso de relieve que no era posible ceder más pues los totalitarios no harían más que interpretarlo como cobardía y claudicación. Y comenzó una Guerra Mundial que se hubiera podido evitar de haber reaccionado con anterioridad. Es la eterna historia del chantaje que se vale del miedo y la angustia de los amenazados para seguir arrancando ventajas. Los terroristas lo saben perfectamente y no sería la primera vez que el uso persistente de la violencia hubiese servido para desmoronar la resistencia de un pueblo, o para llegar a pactos que implicasen su reconocimiento. Y el IRA irlandés, en el fondo, no es más que uno de muchos ejemplos.

Lo anterior es preciso analizarlo a las veinticuatro horas del resultado electoral. La política de Aznar en relación con Irak pudo ser la consecuencia de una simple frivolidad, no es seguro pero ciertamente es posible. Y su derrota, el castigo resultante de un hecho de guerra, la brutal reacción del integrismo islámico, que un político responsable debió siempre tener en cuenta. Aun siendo así, los primeros pasos que el gobierno socialista pueda adoptar en relación con Irak deberán medirse con una enorme prudencia pues cualquier cosa que se haga no dejará de tener importantes efectos.

No es posible dar la impresión de que las bombas ponen de rodillas a un pueblo. Sería el mejor triunfo de los fanáticos. Osama Ben Laden podrá ser un energúmeno, pero desde luego es muy inteligente. Si llegase a la conclusión de que basta con sumirnos en el terror para que cambiemos de política, ¿qué garantías tenemos de que en el futuro, cuando le sea necesario, no volverá a actuar de la misma manera? Si los electores han considerado que la guerra de Irak fue inmoral, el nuevo Gobierno habrá de tenerlo en cuenta efectivamente. Pero lo que nunca será recomendable hacer es que sus próximos actos puedan interpretarse pura y simplemente como una claudicación.