sábado, 24 de marzo de 2012

La elección del robot

El único problema filosófico verdaderamente serio no es el suicidio como brillantemente sostenía Albert Camus, en El mito de Sísifo, cuando afirmaba: "Juzgar si la vida vale o no la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía". La cuestión esencial es la que ha acompañado desde siempre al pensamiento, al menos desde Platón: ¿somos capaces de percibir la realidad o sólo sus sombras? Es muy probable que las ideas que constituyen el fundamento de nuestro mundo sean meros fantasmas inventados por la angustia. Pero aunque fuese así, y estuviésemos en una caverna, si no decidimos acabar con nosotros mismos la única posibilidad que tenemos de vivir es aceptar ficciones que den cierta realidad a nuestra existencia aunque fuesen falsas.

Una de esas ficciones es la de que, periódicamente, somos capaces de decidir en libertad a través de elecciones realizadas por sufragio universal. Es un paradigma que no cabe poner en discusión, pero ¿sigue siendo real? En la vida siempre es conveniente dudar, así se ha dicho, con estilo literario, que la historia puede dividirse en varias etapas: la de los Dioses dio paso a la de Dios, que se vio sustituido por el hombre, y después por el progreso que creó el robot, punto final en la historia de la evolución. ¿Los robots necesitan celebrar elecciones? Sólo si quisieran mantener apariencia humana, y soñar con su capacidad de opción. El sistema funcionaría mejor si se lo creyeran.

¿La humanidad actual ha entrado en la era del robot? Si lo que la caracteriza es la pérdida del sentido de la diferencia, la eliminación de la personalidad políticamente incorrecta, y el rechazo a la originalidad, sería posible responder afirmativamente. Los sistemas ideológicos han desaparecido, y el objetivo parece ser que toda la gente piense igual. Se ha dicho que contradecir la geometría supone negar abiertamente la verdad, y nuestro mundo parece querer organizarse en forma exacta, racional y calculada. Todo esto podrá ser muy perfecto, pero la verdad es que le falta poesía y, sobre todo, pura y simple sensibilidad. Es lógico, vivir apasionadamente ha sido siempre una de las características de los hombres libres.

Hay seres que no han conseguido la frialdad de las matemáticas pero tampoco son capaces de mantener la grandeza de la vieja y atormentada humanidad. Por ejemplo, en Andalucía, se celebran mañana elecciones y son tan cutres que la campaña se ha centrado exclusivamente en intentar determinar quiénes son más sinvergüenzas, los de la derecha o los de la izquierda. La robótica no ha llegado todavía aquí, pero la belleza desapareció para no volver. Hubo un tiempo en el que votar implicaba un sueño de libertad y transformación, ya no. Entonces, ganen unos o ganen otros, ¿qué más da?

sábado, 10 de marzo de 2012

Raskólnikov y los especialistas

Hace bien pocos días, al final de una charla en la Universidad, me atreví a preguntar a los alumnos, más de cincuenta, cuántos de ellos habían leído “Crimen y castigo” de Dostoievski. Para mi sorpresa resultó que ninguno. Cómo es posible que con los medios de hoy, muy superiores a los de nuestra época, y con un cuadro de profesores conocido por su excelencia, absolutamente nadie tuviera la más pajolera idea de quién podía ser Raskolnikov. Sus conversaciones con Porfiri Petróvich son alumbradoras para quien quiera conocer la mente criminal y las razones del delito, cien clases de filosofía del derecho no podrían sustituir su lectura. ¿Entonces?

La verdad es que estamos creando un universo de especialistas, la gente aspira a saber de lo suyo, ya sea el más eficaz método de cultivo de la remolacha temprana, las dificultades de pronunciación del chino mandarín, o los distintos preceptos que regulan el complejo mercado bursátil. Lo que está muy bien, pero ¿qué hacemos con la cultura? Por desgracia, para eso está hoy día Wikipedia. ¡Vaya por Dios! Aparte de que sigue conteniendo errores garrafales, y que jamás podrá compararse con el Espasa o la Enciclopedia británica, supone la aceptación de que la suma de conocimientos ya no tiene trascendencia: de manera peyorativa se la identifica con la memoria, que se considera un método de aprendizaje obsoleto y superado.

El hombre renacentista, que conocía de todo, porque todo le interesaba, se convierte en un ejemplar a punto de la extinción, ya no es necesario. Al paso que vamos, es muy posible que nos convirtamos en una eficiente máquina con alfas, betas y epsilones, cada uno de ellos con un específico papel que realizará a la perfección. Pero, ¿y si el sistema falla? ¿Cómo será posible repararlo si la gente ha dejado de conocer su finalidad? Se podría contestar que siempre quedarán los dueños del tinglado que, por la cuenta que les trae, ya encontrarán la solución. Es una conclusión bastante peligrosa, porque ¿cuáles serán sus intereses? Ingenuamente presumimos de vivir en una sociedad que ha profundizado al máximo en las libertades públicas cuando las personas incultas, por el hecho de su desconocimiento, carecen de real capacidad de opción.

“Sólo sé que no sé nada” decía Sócrates. El pobre tenía razón, si lo hubieran oído hoy le recomendarían que se apuntara inmediatamente a cualquier red social. Aparte de entretenerse con miles de cotilleos, se daría cuenta que, al final de nuestra historia, lo único que contaría sería la necedad. Podría también escuchar en la tele a Tomás Gómez, pero entonces a lo mejor le daba una crisis nerviosa.