Un
importante miembro del Poder Judicial se ha descolgado con unas declaraciones
sobre los “escraches” que, probablemente mal interpretadas, han fortalecido la
posición de quienes sostienen que es una práctica totalmente legal.
Ciertamente, el derecho de manifestación tiene un carácter fundamental que
nadie puede discutir. Sin embargo, me gustaría reflexionar sobre la
intimidación que supone el simple hecho de convocar un acto ante el domicilio
de una persona, no una institución, en protesta contra la misma. ¿De verdad
carece de toda relevancia penal? Y los actos qué pueden producirse a
continuación, desde insultos hasta vejaciones de toda índole, ¿tampoco la
tienen? Me da la impresión de que debería ser más cauto en sus palabras, los
medios de comunicación no suelen destacar por los matices de sus noticias. Hasta
hace pocos años, en la Escuela Judicial te enseñaban que un Juez debería
limitarse a hablar a través de sus sentencias.
Por
otra parte, un representante del pueblo se ha dado el placer de un parcial
striptease, de nulo interés erótico desde luego, en el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Al parecer, dice ser de un partido de izquierdas. ¿Se
imaginan lo que pensaría Dolores Ibarruri de tamaño espectáculo? No duraría en
su formación ni media hora, pues si ha habido un partido serio en España ha
sido el de ella. En la ejecutiva del PCE estuvieron personalidades de la talla
de Santiago Carrillo, Jorge Semprún y Fernando Claudín, jamás hicieron el
ridículo. Algunos de ellos fueron depurados precisamente por su falta de
frivolidad. ¿Por qué este hombre no se dedicará a estudiar? Podría hacerlo
sobre lo que más le parece interesar: las implicaciones sociológicas de los
procedimientos hipotecarios. Sería más útil.
Nuestros
respetables conciudadanos, por su parte, se vienen dedicando al barato deporte
de insultar a los políticos como si se tratase de una actitud bien digna y
valiente. Y la verdad es que nuestros representantes no destacan ni por su
inteligencia ni seriedad, para colmo a veces tampoco por su honestidad. Pero
hay una cosa que tengo clara: no son mejores ni peores que el resto de los
españoles, los reflejan muy bien. Al parecer, hemos llegado a una situación en
que la enfermedad, la bancarrota y el fracaso son siempre culpa de los demás. A
veces lo son, pero no es infrecuente que su origen se encuentra en la propia
culpa personal.
Lo
único cierto es que la democracia representativa, su mundo de valores, está en crisis.
El Parlamento constituyó el símbolo de la libertad, hicieron falta muchas
generaciones para que se pudiera consolidar, algo que muchos niñatos no parecen
saber. Por eso, lo quieren matar.