Se lee en el Evangelio según San Juan (18:37,38) que Jesús afirmó en el pretorio:"Yo para esto he nacido, y
para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. A lo
que Pilatos le contesta: “¿Qué es la verdad?”. Es la pregunta eterna de la
filosofía: ¿Cuál es la verdad? Si no somos
capaces de ver la luz, sería mejor proceder en la forma que aconseja Ludwig Wittgenstein, en su Tractatus Logico-Philosophicus, cuando nos dice que «sobre lo que no es posible hablar, es preferible callar». Y
efectivamente, cuando la velocidad y complejidad de los cambios te llenan de
dudas, parece conviene retirarse a tiempo. Me despido de ustedes entonces,
agradeciendo al ABC la forma en que me ha tratado durante este año, ha sido un
honor colaborar en el periódico. Pero, como hay que terminar de alguna forma,
aprovecho para expresar las pocas certezas que me restan por si de algo sirven:
La que está ocurriendo en estos momentos en
Occidente, y por supuesto en España con singular intensidad, es el resultado de
la atribución real de la soberanía a la universalidad de los ciudadanos. Una
vez que el sufragio censitario fue eliminado y las clases obreras y campesinas,
como diría un leninista, accedieron al juego del poder, su participación tuvo
lugar a través del mecanismo representativo. Es decir, se creó una burocracia
partidista preparada profesionalmente, y ello tanto en la izquierda como en la
derecha. La justificación se encontraba
en que la inmensa mayoría no estaba capacitada ni tampoco interesada en la
participación directa. Sin embargo, el acceso universal a la educación y el
aumento constante del nivel de vida determinan actualmente que todo el mundo
tenga el tiempo libre necesario para ocuparse de los vericuetos del juego político. Y al final Rousseau va a tener razón, pues la
gente termina creyendo que la representación
supone una usurpación.
Decía Alexis de Tocqueville que todo proceso
democrático conduce a que la gente entienda que cualquier diferencia, por mínima
que sea, ofende a la razón. Y la cualidad de representante pasa a considerarse
como un privilegio, pues nadie es más que nadie. La igualdad se reclama como un
bien muy superior al de la libertad. Los representados se vuelven contra sus
representantes, los señalan como enemigos y utilizan a los medios de comunicación
para su desprestigio. No es que quien
quiera dedicarse a la política tenga que
vigilar los rincones ocultos de su alma, también debe preocuparse de las de sus
abuelos y tatarabuelos. Ha vuelto la Inquisición. En conclusión, nadie que
tenga un prestigio que defender se dedicará a la política; solamente a los más
osados e irresponsables podrá interesarles.
Es un proceso fatal: el triunfo de la inmensa mayoría, lo que Elías Canetti
y Ortega y Gasset llamaron las masas, puede suponer el hundimiento real de la
democracia, que no puede existir sin inteligencia ni racionalidad. Es un
pensamiento políticamente incorrecto es cierto, pero ni a la izquierda ni a la
derecha les conviene la destrucción del Estado de Derecho tal y como las
revoluciones burguesas y proletarias lo concibieron.
Y por lo que se refiere en concreto a la vida
política española de estos agitados tiempos, lo único que tengo claro es que
nuestro régimen constitucional y la defensa de la unidad del Estado dependen de
la fortaleza de los tribunales de justicia. Son los jueces, desde el Presidente
de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, Manuel Marchena, el instructor
Llarena, también Paúl de Velasco en Andalucía,
o Ángel Juanes en la Vicepresidencia del TS quienes con su inteligencia
y preparación están defendiendo las instituciones democráticas. Por eso, los
independentistas quieren debilitarlos, sembrando dudas sobre su imparcialidad. Parece
que no nos damos cuenta de que, como dice el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos, el ordenamiento jurídico pertenece al mundo de las apariencias.
El prestigioso magistrado de ese Tribunal Sr.
M. Zekia señaló, en más de una ocasión, que “igual de importante que hacer
justicia es parecer que se hace”. Si de una manera irresponsable alimentamos
sospechas sobre su honestidad podemos inevitablemente generar “prejuicios”
desfavorables en el TEDH. Y si llegaran a fallar en su día, en el tema del
procés, en contra de nuestro Estado, el
daño sería irreparable. Es conveniente que todos lo tengamos en cuenta, la
opinión pública también. Sobre todo cuando somete las decisiones judiciales,
fundamentalmente las de manera bien cursi llamadas “de género”, otras
también, a un escrutinio desconfiado de
carácter policial. Así no se puede seguir…
Nos cuenta Hermann
Hesse que Siddharta se convirtió en barquero, el agua corre, pero el río
permanece. Y se dijo: “¡He necesitado tiempo para aprender, y aún no he
conseguido entender que no se puede aprender nada!”. Pasarán los años, y
ninguna de nuestras creencias se mantendrá porque somos una angustiada
esperanza de eternidad quizás sin sentido.