jueves, 28 de junio de 2018

Brujas, herejes y políticos. ABC de Sevilla


Macbeth decía que “la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido”. Se le olvidó señalar que en ese cuento existe buena dosis de crueldad, producida en ocasiones por inquisidores y chivatos de todas clases. Lo que se pone bien de manifiesto actualmente en las incidencias del enjuiciamiento penal, que ya no lo hacen los jueces sino los tribunales populares. Creemos que la Inquisición española fue suprimida en 1808 por José Bonaparte, y nos movemos en la tranquila convicción de vivir en un Estado de Derecho del que habrían desaparecido los sambenitos. La sociedad ya no necesitaría preocuparse de la vestimenta de sus pecadores, ni invertir suma alguna en capirotes u otros adornos infernales. Seríamos el resultado de una civilización basada en el concepto de una dignidad reconocida por la Constitución de 1978 en su artículo 10.

En realidad, lo anterior no es cierto, la Inquisición suprimida es la institucional, pues, si prestamos atención a lo que ocurre en los Palacios de Justicia, podríamos concluir que su espíritu no ha desaparecido, permanece, y con mayor eficacia. La proscripción de la tortura nada significaría, existen medios más eficaces para conseguir la humillación de los delincuentes, y su eliminación del espacio público sin necesidad alguna de burda violencia. Los sistemas inquisitoriales aseguran la cohesión social, atribuyendo los más rechazables defectos a las personas que quieren excluir: durante siglos fueron los herejes y las brujas.  Reginald Scot, en un libro escrito en el siglo XVI, describe a estas últimas en la siguiente forma: “Son, por lo general, viejas, lisiadas, legañosas, pálidas, desgreñadas y llenas de arrugas; pobres, hoscas, supersticiosas…Encorvadas y deformes, sus rostros reflejan melancolía para horror de todos los que las ven. Chochean, gruñen y son rabiosamente malévolas”. El pecado las convertía en feas, repulsivas incluso, y el mundo estaba lleno de ellas. Arthur Miller advirtió “la necesidad del Diablo como arma para obligar a someterse a una determinada iglesia o estado-iglesia”, que ahora es la inmensa mayoría de la población.

Los "chivos expiatorios" han acompañado desde siempre la historia de la humanidad, basta con remontarse a los primeros cristianos. Es un hecho notorio, ¿no pone Girard como ejemplo prototípico al mismo Cristo? El fenómeno puede explicarse desde la psicología de masas cuando "vastas capas sociales se hallan enfrentadas a unas plagas tan terroríficas como la peste o a veces a otras circunstancias menos visibles. Gracias al mecanismo persecutorio, la angustia y las frustraciones colectivas encuentran una satisfacción vicaria en unas víctimas que favorecen la unión en contra de ellas, en virtud de su pertenencia a una minoría mal integrada". Lo cierto es que, en pleno siglo XXI en la Europa moderna, malignas brujas vuelven a volar en el horizonte. Algunas de ellas francamente sorprendentes desde que se las señala con el mismo grado de ignorancia y superstición utilizado en los tiempos “antiguos”. Las personas destacadas por su relieve económico o social, incluso por la mera diferencia cultural, se convierten en seres dignos de toda sospecha. El “poderoso”, aun cuando no pudiera determinarse con exactitud en qué consiste su poder, empieza a inspirar el mismo o parecido recelo que las brujas y los herejes. Lo que varía es su tratamiento represivo, antes era la hoguera, ahora bastará con su desenmascaramiento y la exclusión

El político corrupto, en la práctica todos pueden serlo, pues todos son observados bajo el estigma del pecado, se ha convertido en el nuevo chivo expiatorio con lo que imposibilitamos la función política. Y ha sido la opinión pública aliada con los jueces la que se está encargando de ello. En un apasionante trabajo de Antoine Garapon se señalaba que “en los últimos años, se ha visto a la prensa aliarse con la justicia contra la política. El tercer poder y el cuarto, la justicia y la prensa, se conjuran contra los dos primeros, el ejecutivo y el legislativo, pagando el precio de una inquietante complicidad”. Se trata de una peligrosa alianza, que se está convirtiendo en el único poder real. La jurisdicción penal va a ser así devuelta al pueblo, es decir, en la práctica a los medios de comunicación  que decidirán en función de sus propios criterios. 

¿Por qué el enjuiciamiento del político genera tanto interés? En gran parte por ignorancia, pues un amplio sector de la población sigue creyendo que los titulares de los poderes clásicos tienen facultades, medios e instrumentos que no poseen los demás. En la realidad, su control se ha hecho absoluto en una medida que los convierte en seres tan vulgares como el resto de sus conciudadanos. Confluyen también razones derivadas de nuestro profundo inconsciente: somos animales que queremos derrotar al macho dominante, experimentamos morbosa satisfacción en ello. Hay que destruir a los que destacan, y de ello podemos dar fe en Andalucía en juicios politizados como los de los ERE, sin culpa alguna del tribunal que conoce del “juicio oral” pero con el riesgo de que presiones externas irresponsables, también sorprendentes por su origen, puedan anular la igualdad de armas de los acusados y su sagrado derecho a la defensa.





lunes, 18 de junio de 2018

¿Reforma constitucional? El Mundo Madrid



“Ninguna generación puede sujetar a sus leyes a las generaciones futuras” decía Thomas Jefferson, y tenía razón. Pero una cosa es eso, y otra asumir riesgos innecesarios cuando la estructura total del ordenamiento jurídico se ha puesto en cuestión. ¿Sabe Meritxell Batet lo que está proponiendo cuándo aboga por una reforma constitucional? Por supuesto que los gobiernos españoles desde Zapatero, incluso antes, han sido incapaces políticamente de afrontar el tema catalán y, en general, el problema de nuestra articulación territorial. Pero debería consultar a su compañero Borrell, bien experimentado e inteligente, que le podría recordar la pertinencia del dicho ignaciano “en tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. Veamos:

Primero.-Las diligencias penales incoadas contra Puigdemont y miembros de su govern son objeto de tramitación en este momento, y más pronto que tarde habrá de iniciarse la vista oral.  No parece sensato que el enjuiciamiento de sus actos pueda servir como pieza de cambio a utilizar en un debate que debería estar presidido por la reflexión intelectual. Un requisito elemental de la tutela judicial efectiva es el establecimiento de condiciones que aseguren la imparcialidad de los tribunales, lo que exige un ambiente de serenidad a la hora de decidir. ¿Podría garantizarse en medio de la agitación de una reforma constitucional? Todo lo contrario, el proceso podría convertirse en un espectáculo dominado por alteraciones populares y el simple chantaje.

Segundo.- Claro que es necesaria, por desgracia, una reforma constitucional a la vista del fracaso autonómico. Pero, ¿sabe Batet lo que realmente pretende, y lo que implica abordarla ahora? Gran parte de la sociedad española lo que desea es limitar las competencias de las Comunidades Autónomas, eliminarlas incluso. Y nadie en su sano juicio puede negar los perjuicios que están conllevando a nuestra pacífica convivencia. ¿Está dispuesta a enfrentarse con este rechazo popular?

Tercero.-Por otra parte, si queremos mantener la realidad del estado nacional español, no es posible aceptar un sistema en el que las competencias educativas y lingüísticas de las comunidades impliquen la creación, con técnicas propias de la ingeniería, de diecisiete historias completamente distintas. No hay ningún estado que sea capaz de resistir tantas épicas,  para colmo enfrentadas.  ¿De verdad quiere Batet que nos planteemos la necesidad de escribir una historia común? La de Cataluña no puede seguir siendo diversa de la castellana, porque la realidad es que son complementarias. Una reforma constitucional exige un nuevo relato, ¿puede abordarse tranquilamente ahora’

Los que nos sentimos catalanes porque sabemos que es el derecho lo que crea una patria queremos reestructurar simbólicamente el Estado. Pero con sensatez y sin prisas, y eso no significa suprimir el diálogo. No se puede olvidar la peligrosa desfachatez de Elsa Artadi cuando advirtió que quieren  aprovechar nuestras debilidades. Lo que procede es ofrecer una reflexión, y eliminar la situación de estricta rebelión jurídica que nos amenaza. Si no tenemos cuidado volverán las taifas, ya se adivinan en Euskadi.



jueves, 14 de junio de 2018

La brillantez del Carnaval. ABC de Sevilla


Decía Shopenhauer que en la ancianidad el hombre se desengaña,”dejan de existir esas ilusiones  que daban a la vida su encanto y a la actividad su aguijón; se ha reconocido la nada y la vanidad de todas las magnificencias de este mundo, sobre todo de la pompa, el esplendor y el brillo de las grandezas; se ha experimentado la finitud de lo que hay en el fondo de casi todas esas cosas que se desean y de esos goces a los que se aspira, y uno ha llegado así poco a poco a convencerse de la pobreza y el vacío de la existencia”. Con el mismo pesimismo de Calderón, la vida habría sido un simple sueño, sólo que en Shopenhauer las imágenes producidas recordarían a un carnaval. Y a veces nos dejan una inmensa sensación de ridículo, lo que nos lleva a las impresiones producidas por el gobierno de Sánchez.

Hemos de reconocer que hay dos nombramientos que producen satisfacción, por supuesto el de Borrell, pues mi miedo al disparate catalán encuentra algo de seguridad en el hecho de su presencia. También el de Nadia Calviño, viva expresión de la brillantez y la preparación. A lo que se podría  unir tal vez el de Isabel Celáa, y alguna otra constitucionalista; puedo sentirme orgulloso de que personas así estén en el gobierno. Por lo demás, ¿el hecho de que formen parte del mismo once mujeres es positivo? Para quienes vivan todavía  en la época del patriarcado, como ahora se dice, es posible pero para las generaciones educadas por Simone de Beauvoir y los que hemos sabido siempre que científicamente el hombre es biológicamente innecesario, Jean Rostand dixit, celebrar tal composición puede resultar provinciano. Es más, ¿no se dan cuenta que puede analizase psicológicamente en forma bien distinta? Un macho dominante rodeado de mujeres… Voltaire y los ilustrados pusieron de relieve que la civilización iba unida a la presencia activa de la mujer. Hacer ostentación de ello, en cambio, puede carecer de estilo.

Todo depende de la perspectiva, y la que refleja el nuevo gobierno no es muy buena, recuerda a las fotografías ridículas tomadas inmediatamente después del nombramiento del de Zapatero. Por otra parte, a propósito de carnaval, las personas que hayan leído el Baco de Jean Cocteau recordarán que su fiesta anual constituía un espectáculo dirigido a hacer olvidar la realidad  de las cosas: durante un día, los pobres se convertían en ricos, los delincuentes eran liberados y los poderosos de este mundo derribados. La fiesta terminada, todo seguía exactamente igual hasta el año siguiente; un engaño que fortalecía el sistema. En la misma forma, podría entenderse que el nuevo gobierno constituye un fuego de artificio para eludir la cuestión esencial: ¿cuál es su legitimidad? Las mociones de censura en España, como en Alemania,están pensadas en forma constructiva. Se derriba un gobierno para sustituirlo por otro, por eso tienen que incluir un candidato a la presidencia. En este caso, de lo que se ha tratado es de echar a Rajoy sin programa alguno. Va a tener razón Rafael Nadal: si el objetivo era  reaccionar éticamente frente a la corrupción, es el momento ahora de llamarnos a votar.

Hay carnavales exuberantes, como el de Venecia. Su final inspira melancolía y vanidad, constituye una manera de eludir la nada. Y, en España, la nada es el peligro de destrucción que supone el desafío catalán. Vivimos en pleno proceso de rebelión, da igual cómo calificarlo desde el punto de vista de la tipología delictiva, que no tiene fin. Es más, Elsa Artadi ha reconocido que intentan aprovechar todas nuestras debilidades. Y somos tan memos que nos dedicamos al deporte de derribar gobiernos y mostrar que somos geniales, niños sería mejor decir, que nombramos un gobierno con astronautas y cómicos que al día siguiente desaparecen. Y, además, sin tiempo siquiera para pensarlo ofrecemos cambios constitucionales. ¿Nos podrían decir para que? Habría que recordar el dicho ignaciano “en tiempos de tribulación, no hay que hacer reformas”. Claro que hay que ofrecer diálogo, retomar los proyectos políticos y ofrecer una salida para Cataluña, pero sin olvidar que los independentistas no quieren eso, no se conforman más que con la destrucción del Estado. Habría que rezar para que Borrell controle en este aspecto la bonhomía de Iceta. Desde un punto de vista estrictamente jurídico penal, pienso, lo he dicho en otras ocasiones, que la conducta de Quim Torra podría considerarse una continuación de la de Puigdemont, con todo lo que eso llevaría consigo.

Finalmente, me gustaría pedir al Partido Popular que, por razones incluso tácticas, siga el ejemplo elegante de Mariano Rajoy en su despedida en el Congreso. Si se embarca, en cambio, en la misma política de mezquindad y obsesión conspirativa que siguió tras los atentados de 2004 impediría la consolidación de una oposición moderna. No es el momento, por otra parte, de incidir en la búsqueda de personas como Santamaría, Feijóo y Cospedal, eficientes sin duda pero sin el carisma necesario  para tiempos convulsos. No lo olviden por favor, y elijan bien, Si no, y para una transición temporal, confórmense con Ana Pastor




viernes, 1 de junio de 2018

¿Puede dimitir Mariano Rajoy? El Mundo Madrid


Para Umberto Eco, en Los límites de la interpretación, "una vez separado de su emisor y de las circunstancias concretas de la emisión, un texto flota en el vacío de un espacio potencialmente infinito de inter­pretaciones posi­bles. Por consiguiente, ningún texto puede ser interpreta­do según la utopía de un sentido autorizado, definido, original y final”. Si esto le pasa a cualquier texto, aún más al artículo 113 de la Constitución española. Por ejemplo, constituye una afirmación reiterada que, hasta el momento mismo del inicio de la votación de la moción de censura, a Rajoy le cabría la posibilidad de presentar su dimisión al amparo del artículo 101 de la CE, con lo que se activarían las previsiones del artículo 99 y se paralizaría una iniciativa que está generando enormes riesgos. ¿Es esto verdad? En un brillante artículo en este periódico, Antonio Torres del Moral lo acaba de cuestionar, y, en nuestra opinión efectivamente las dudas existen, aunque no insalvables. Veamos:

El contenido literal del artículo 113. 1 de 1a Constitución es el siguiente: “El Congreso de los Diputados puede exigir la responsabilidad política del Gobierno mediante la adopción por mayoría absoluta de la moción de censura”. Y, en su número 2, se obliga a que la misma incluya “un candidato a la Presidencia del Gobierno”. Ante ello, una interpretación literal nos llevaría a concluir que la censura es al Gobierno en su conjunto, no solamente al Presidente. Por tanto, la dimisión de Rajoy tendría un carácter fraudulento y no podría impedir la tramitación de la moción, pues iniciada no concluye hasta  la votación que dará lugar, o no, a un nuevo Gobierno con su Presidente, el que haya sido propuesto. Toda conclusión contraria no sólo sería fraudulenta, implicaría dejar sin potencialidad alguna un instrumento establecido expresamente por la Constitución. Bastaría con dimitir y desaparecería la eficacia práctica de art. 113 constitucional. Sin embargo, debemos poner de relieve lo siguiente:

Primero.-Las previsiones constitucionales no pueden tener otros límites que los resultantes de su propio tenor. Y el único establecido, en el artículo 115.2, es que “la propuesta de disolución [de las Cámaras] no podrá presentarse cuando esté en trámite una moción de censura”. Mariano Rajoy no puede, entonces, disolver las Cortes. Pero conserva intactas el resto de sus prerrogativas. Nadie le pueda impedir que dimita, y si lo hace en tiempo se pone en marcha el procedimiento del artículo 99 de la CE.

Segundo.-En ese caso, el Gobierno cesa pues lo dice expresamente la Constitución, no cabe otra posibilidad con lo que no cabría continuar en la tramitación de una moción de censura contra el mismo pues ya no existe.  La realidad de un “fraude” no puede apreciarse subjetivamente, depende de las circunstancias concretas que, como dice Umberto Eco, flotarían en un laberinto de interpretaciones posibles.

De lo que se trata es de ser práctico: evitar la destrucción del Estado.  La  única solución sensata es la de un Gobierno de coalición, desde el PP hasta Podemos si fuera posible, con un objetivo: convocar elecciones sin generar aventuras y quedar a merced de los independentistas.




España, ¿Un Estado fallido? ABC de Sevilla


El historiador del arte Kenneth Clark, que fue director de la National Gallery y uno de los más grandes eruditos del siglo XX, en su obra Civilización expresó el convencimiento de que “ha habido momentos en la historia de la humanidad en los que parece como, si de repente, la tierra se hubiera vuelto más cálida, permitiendo al hombre dar saltos que en condiciones evolutivas normales habrían sido impensables”, saltos especialmente intensos en el desarrollo intelectual y en la sensibilidad e inteligencia. Le gustaba  hacer referencia, y podría resultar sorprendente, a la época del gótico cuando Suger señaló que sólo podemos comprender la belleza absoluta, que es Dios,  “a través del efecto de las cosas  bellas y preciosas sobre nuestros sentidos”. Y es indudable que la estética, la apreciación de lo hermoso a través de criterios de carácter intelectual, constituye una de las notas esenciales del progreso moral. Si Kenneth Clark tenía razón, es posible que en forma inversa existan momentos en que lo más grosero, caótico e inculto se apodere de las conciencias. ¿Está ocurriendo esto en España? En muchos aspectos, da la impresión de que es así, incluso de que este país va a desaparecer.

Al objeto de determinar lo que está pasando exactamente, si es que pudiéramos conseguirlo, sería conveniente analizar el estado en el que se encuentran los tres poderes clásicos, el Legislativo, el Ejecutivo y  el Judicial. Con respecto al primero, ¿verdaderamente sigue existiendo? En nuestra opinión, desde luego no. Blackstone decía que el poder del Parlamento es absoluto y sin control: “en verdad lo que hace el Parlamento ninguna autoridad en la tierra puede deshacerlo”. Pero eso era porque las mejores inteligencias de la comunidad se encontraban en él representadas. Las élites de la izquierda y la derecha, en la II República española incluirían a Don Manuel Azaña, José María Gil Robles, Julián Zugazagoitia e Indalecio Prieto, atribuían al Poder Legislativo la “centralidad”. Y el pueblo aceptaba los términos en que sus dirigentes planteaban las reglas del juego. Actualmente, jovenzuelos con escasa, por no decir escasísima información, se consideran tan capaces de participar como el más relevante de los catedráticos de física cuántica, o con la fuerza moral de una dirigente revolucionaria de la categoría de Dolores Ibarruri. Así nos va, se han cargado al Parlamento.

Con respecto al Ejecutivo, las redes sociales pretenden hacernos creer que el PP es un partido corrupto, claro que lo es; pero en la misma medida en que lo son todos los demás. Decía Ortega que los pueblos que carecen de proyectos e ideales en común están condenados a elegir a los peores hombres para dirigirlos. ¿Quién participa actualmente en política? Con valiosas excepciones, la mayoría de los que se dedican a esa actividad son los que no tienen patrimonio moral o intelectual que defender. ¿A quién le puede interesar que su vida sea escudriñada con criterios inquisitoriales desde la cuna? No tienen además posibilidades de reacción judicial porque “el  secreto de las fuentes” y una pretendida libertad de información mal interpretada, en gran parte por simple miedo, por nuestros tribunales imposibilitan la defensa de la honorabilidad personal. Ya decía Alexis de Tocqueville que el riesgo de las democracias es siempre la corrupción; lo que se refuerza en España porque aquí no se valora la originalidad, tampoco la brillantez ni la inteligencia. Lo que se quiere es la fidelidad, que facilita los comportamientos cobardes y la sumisión. ¿Verdaderamente los individuos enjuiciados en el caso Gúrtel tienen características o alturas de políticos relevantes? Y si un personaje de la categoría humana de Mariano Rajoy, que a mi juicio indudablemente la tiene, se lo ha llegado a creer es que algo marcha muy mal.

Por último, y resulta especialmente doloroso, la irracionalidad se ha llegado a adueñar incluso del Poder Judicial. ¿Cómo es posible que un magistrado, instructor de unas diligencias penales, se atreva a opinar sobre las mismas cuando se está desarrollando el juicio oral? El disparate es de tal magnitud que resulta sorprendente que casi nadie lo haya denunciado. ¿No se dan cuenta que el sistema judicial se basa en la imparcialidad? El tema es tan singular que asombra el silencio de las defensas, en la realidad el principio de “igualdad de armas”, esencial en un sistema acusatorio, ha sido destruido. En Inglaterra, por ejemplo, cualquier experto en derecho procesal sabe que eso no hubiera sido posible.

Da la impresión de que este país quiere suicidarse, y la moción de censura que ahora se ventila así lo demuestra. Admiré en mi juventud a Santiago Carrillo, fui militante de su partido, a Felipe González, Adolfo Suárez y también, cómo no, la inteligencia de Manuel Fraga. Si los dirigentes actuales quieren hacernos volver a un sistema dictatorial, aunque fuere de carácter mediático, y hacer resurgir los “reinos de taifas”, destruyendo España y su pluralidad, muchos volveremos a situarnos enfrente. Con más de sesenta años poco importa ya.