martes, 26 de octubre de 2010

Nuevo gobierno en Moldavia

Como es conocido, hace bien pocos meses ha tomado posesión, con gran despliegue mediático, el gobierno moldavo. Los nuevos ministros no han sido elegidos en función de su mérito, capacidad o relevancia política, método sin duda trasnochado e impropio de una sociedad moderna y progresista. Su Presidente ha decidido utilizar un sistema mucho más eficiente, el de las cuotas, que consiste en atender a cuatro criterios: el territorial, el de género, el sindical, y el de sus amigos e incondicionales. Todo el mundo reconoció que se trataba de un invento de lo más eficiente, pues evitaba el viejo elitismo de los partidarios de una peligrosa reacción, siempre atenta a cualquier debilidad.

La verdad es que hay que reconocer que esta vez tuvo que enfrentarse con un pequeño inconveniente, pues por desgracia hasta la mayor de las genialidades presenta fallos. Y es que en una de las cuotas sólo había un memo disponible, el pobre Stanilasw, cuya memez era tan extrema que hasta el propio Presidente, de natural optimista, hubo de aceptar que la cosa resultaba un poco chocante. Pero, como tenía una voluntad a prueba de obstáculos, decidió que podía superarse mediante el adecuado aparato de propaganda, pues todos los medios eran legítimos cuando se trataba de luchar por el bienestar de los ciudadanos. Además, su partido pondría el grito en el cielo de no respetarse un sistema tan profundamente logrado.

Stanislaw, que a pesar de sus limitaciones conservaba algunas luces, se vio sorprendido cuando el día de su nombramiento fue presentado como acreditado defensor de la igualdad de género, luchador contra la tiranía y profundo pensador, cualidades de las que hasta entonces no había tenido ningún conocimiento. Pero como los pobres de espíritu son bienaventurados recordó que, en su lejana juventud, había escrito un pequeño poemilla, “Oda a la belleza”, que reflejaba tanto su amor a las mujeres como delicadeza de pensamiento, y decidida apuesta por la libertad de expresión. No hay duda, sus apologistas tenían razón.

El problema es que la alegría por el nombramiento debilitó sus ya escasas facultades, con lo que se tomó en serio las cualidades que de él se predicaban. Así, en cada reunión del Consejo de Ministros se presentaba con las propuestas más disparatadas, hasta que decidió llevar la contra sistemáticamente a sus compañeros, como muestra de extrema originalidad. Como es natural hubo que cesarle, y el Sr. Presidente, sin ningún género de rubor, comunicó a los medios que Stanislaw había sido elevado a la dignidad de miembro del Consejo de Estado, lugar donde su sabiduría podría expresarse con total libertad. El interesado era tan desgraciado que se lo creyó.




martes, 19 de octubre de 2010

Un mínimo de piedad

Una persona colérica, que padece accesos incontrolados de ira, y cae incluso en la violencia, puede poseer cualidades de honradez y bondad. La desgracia suele acompañar a los seres que se sitúan fuera de la legalidad: su sistema nervioso, las enfermedades y, muchas veces, el propio entorno social son, con frecuencia, los causantes de su anormalidad. Los hombres mueren y no son felices; en el caso de Antonio Puerta el pensamiento de Albert Camus resulta singularmente exacto. ¿Cómo podía vivir observando todos los días en el espejo el rostro del Demonio que los medios de comunicación habían construido sobre él? ¿Quién ha sido el último responsable de su muerte?

Nuestra civilización repite mecánicamente que el fin no justifica nunca los medios. Es una mera hipocresía; en este caso los ha permitido todos. La lucha contra la violencia de género constituye una indudable conquista de los tiempos modernos, ¿pero hacía falta destruir una personalidad? Se ha criticado con saña a Violeta Santander por defender a su hombre, tachándola de pesetera y cómplice, los malvados están incapacitados para aceptar sentimientos nobles en los demás ¿Y si hubiera actuado por amor? Si así fuera, un ser capaz de suscitar sentimientos tan poderosos alguna buena cualidad debería tener. Además, si una mujer sostiene contra viento y marea que no ha sido maltratada, serán necesarias pruebas muy poderosas para poderla contradecir.

¿Y Neira? La verdad es que vivimos en una sociedad enferma o cínica, y no se sabe lo que es peor. Es indudable que el profesor mostró un gesto de valentía cuando se interpuso frente a lo que entendió actitud violenta de un agresor. Merece todos los parabienes. Pero qué sentido puede tener llenarle de condecoraciones y cargos, haciéndole protagonista de los más distintos, y peregrinos, debates públicos. Un héroe no tiene por qué saber de economía y mucho menos de física cuántica. En vez de hacerle un favor, corremos el riesgo de alterarle el ego. Y si encima, al día siguiente de cometer una infracción menor, un político regional anuncia urbi et orbi la privación de todas las distinciones podría hablarse de auténtica crueldad.

Somos tan viles que nos mostramos incapaces de prever el dolor que infligimos con nuestros actos, y tan tontos que juzgamos a los demás con la simplicidad necesaria para que el mundo quede dividido en buenos y malos. No es verdad, absolutamente todos los seres humanos poseemos cualidades distintas y contradictorias, somos ambas cosas a la vez. El problema radica en conocernos suficientemente para causar los mínimos daños, y poder vivir en sociedad sin demasiados sobresaltos. El Diablo está en todos nosotros.

martes, 12 de octubre de 2010

Herodoto y la vulgaridad


Herodoto se preocupó de advertir a los mortales que “la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras”. En general, tiende a abatir todo lo que descuella, y “lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos”. Como los dioses paganos participaban de los defectos humanos, tenían envidia de quienes se atreviesen a hacerles sombra. Hoy día, si se mantuviesen en el Olimpo, todo es posible, no tendrían ninguna necesidad de actuar, nosotros les facilitaríamos los trabajos más sucios, pues somos verdaderos expertos en eso de destruir las reputaciones ajenas.

Alexis de Tocqueville, queriendo ofrecer una explicación intelectual al tema, señaló que en los siglos de la igualdad los más ínfimos privilegios, incluso los de la inteligencia, chocan a la razón. Nadie puede ser más que nadie, y si a alguno le da por destacar demasiado correrá el riesgo de ser eliminado. Así, todo el mundo conoce el enorme prestigio de que ha disfrutado durante prácticamente un siglo el explorador Robert Falcon Scott. Modelo de caballero británico, alcanzó el Polo Sur en enero de 1912, días después que el noruego Roald Amundsen. Scott, comparado desde entonces con Horacio Nelson, pereció en el camino de vuelta cuando marchaba con sus cuatro compañeros, totalmente desmoralizado, triste y sin esperanza. Se convirtió en un héroe dotado de los atributos de la grandeza, que gusta siempre de lo trágico.

Pues bien, hace pocas fechas ha sido editado un libro en el que no solamente le califican de inepto, y le responsabilizan de haber equivocado el camino de regreso, sino que, encima, aseguran que fue elegido jefe de la expedición por la orientación gay del organizador, que admiraba su belleza. ¡Vaya por Dios! Como es natural, sus autores dirán que los tiempos de la modernidad imponen la verdad y la tranparencia. Si alguien quiere alcanzar la fama, deberá sujetarse al atento examen de los investigadores. En realidad, lo que ocurre es que estamos sedientos de morbo y crueldad.

En política ocurre exactamente lo mismo. Un “estadista” madrileño de fama reciente ha afirmado, con orgullo, que se considera un hombre corriente. Con mayor precisión, podría haber hablado de vulgaridad. Las sociedades de masas son la antítesis de la democracia, que no es otra cosa que el gobierno de los mejores y los inteligentes. Pensar que los representantes deben identificarse con los más simples de los ciudadanos no supone otra cosa que confundir el parlamentarismo con la necedad, cuando son cosas distintas. La “bobocracia” no deja de ser una inaudita forma de gobierno.


martes, 5 de octubre de 2010

Divagación filosófica

Se cuenta que un buen día los “mandamases” de un país llamado España, después de haber leído sucesivamente Utopía, la Ciudad del Sol y la Nueva Atlántida, lo que ciertamente les costó un enorme esfuerzo sin que nadie lograra saber si se enteraron muy bien, de hecho más de uno había quedado subyugado en forma políticamente incorrecta por la “comunidad de mujeres” que Tomasso Campanella parecía insinuar, decidieron acometer la organización de una ciudad ideal, que se acomodara a sus intereses más profundos, no otros que los de disfrutar a costa del erario público. Pensaron que lo mejor era organizar un teatro, en el que todo fuera falso pero la gente se lo llegara a creer.

Como la fortuna ayuda a los audaces, y a los pícaros también, la lectura coincidió con la entrada en la Unión Europea. A base de subvenciones, el país experimentó un acelerón económico como nunca antes se había visto, la gente se puso muy contenta y empezó a vivir de lo más feliz. El Estado del Bienestar se había instalado al fin entre nosotros. La cosa entonces fue fácil, nuestros gerifaltes utilizaron la vieja división entre izquierda y derecha, que ya había perdido todo su sentido, pero les podía servir para enredar: unos se autocalificaron como progresistas y los otros como conservadores. La verdad es que tenían pocas ideas, en realidad ninguna, en consecuencia decidieron servirse de las más etéreas de todas: las relativas a la moralidad. Se empeñaron en determinar cuál de ambos bandos era más corrupto, con lo que revivieron la vieja Inquisición y metieron al país en un lodazal.

Las elecciones les daban el poder sucesivamente a unos u otros con lo que tenían el porvenir garantizado, que era de lo que se trataba. Sin embargo, el invento sólo podía mantenerse mientras el pueblo estuviese adormecido, lo que consiguieron eficazmente, aquí sí fueron muy capaces, mediante la generalización de la “telebasura”. Por otra parte, los escasos intelectuales se llenaron de dudas: todo era pura y simple imbecilidad desde luego, pero funcionaba muy bien. ¿No sería mejor vivir en un sueño? Así, quedaban neutralizados, y si se rebelaban terminaban en los sanatorios públicos.

Mientras tanto, las “corrientes subterráneas de la historia” seguían marchando, a despecho de teatros y circos, y ocurrió que los moros aparecieron un día en Ceuta y Melilla, amenazando con desembarcar en Cádiz. Al mismo tiempo, el país entró en la más profunda de las bancarrotas y nos echaron de Europa. Al fin, los ciudadanos se despertaron, y se cuenta que propinaron tal patada en las posaderas de todos y cada uno de aquellos mandamases, que el impacto de los golpes ha pervivido de siglo en siglo. Lo tenían merecido.