martes, 12 de octubre de 2010

Herodoto y la vulgaridad


Herodoto se preocupó de advertir a los mortales que “la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras”. En general, tiende a abatir todo lo que descuella, y “lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos”. Como los dioses paganos participaban de los defectos humanos, tenían envidia de quienes se atreviesen a hacerles sombra. Hoy día, si se mantuviesen en el Olimpo, todo es posible, no tendrían ninguna necesidad de actuar, nosotros les facilitaríamos los trabajos más sucios, pues somos verdaderos expertos en eso de destruir las reputaciones ajenas.

Alexis de Tocqueville, queriendo ofrecer una explicación intelectual al tema, señaló que en los siglos de la igualdad los más ínfimos privilegios, incluso los de la inteligencia, chocan a la razón. Nadie puede ser más que nadie, y si a alguno le da por destacar demasiado correrá el riesgo de ser eliminado. Así, todo el mundo conoce el enorme prestigio de que ha disfrutado durante prácticamente un siglo el explorador Robert Falcon Scott. Modelo de caballero británico, alcanzó el Polo Sur en enero de 1912, días después que el noruego Roald Amundsen. Scott, comparado desde entonces con Horacio Nelson, pereció en el camino de vuelta cuando marchaba con sus cuatro compañeros, totalmente desmoralizado, triste y sin esperanza. Se convirtió en un héroe dotado de los atributos de la grandeza, que gusta siempre de lo trágico.

Pues bien, hace pocas fechas ha sido editado un libro en el que no solamente le califican de inepto, y le responsabilizan de haber equivocado el camino de regreso, sino que, encima, aseguran que fue elegido jefe de la expedición por la orientación gay del organizador, que admiraba su belleza. ¡Vaya por Dios! Como es natural, sus autores dirán que los tiempos de la modernidad imponen la verdad y la tranparencia. Si alguien quiere alcanzar la fama, deberá sujetarse al atento examen de los investigadores. En realidad, lo que ocurre es que estamos sedientos de morbo y crueldad.

En política ocurre exactamente lo mismo. Un “estadista” madrileño de fama reciente ha afirmado, con orgullo, que se considera un hombre corriente. Con mayor precisión, podría haber hablado de vulgaridad. Las sociedades de masas son la antítesis de la democracia, que no es otra cosa que el gobierno de los mejores y los inteligentes. Pensar que los representantes deben identificarse con los más simples de los ciudadanos no supone otra cosa que confundir el parlamentarismo con la necedad, cuando son cosas distintas. La “bobocracia” no deja de ser una inaudita forma de gobierno.


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