martes, 5 de octubre de 2010

Divagación filosófica

Se cuenta que un buen día los “mandamases” de un país llamado España, después de haber leído sucesivamente Utopía, la Ciudad del Sol y la Nueva Atlántida, lo que ciertamente les costó un enorme esfuerzo sin que nadie lograra saber si se enteraron muy bien, de hecho más de uno había quedado subyugado en forma políticamente incorrecta por la “comunidad de mujeres” que Tomasso Campanella parecía insinuar, decidieron acometer la organización de una ciudad ideal, que se acomodara a sus intereses más profundos, no otros que los de disfrutar a costa del erario público. Pensaron que lo mejor era organizar un teatro, en el que todo fuera falso pero la gente se lo llegara a creer.

Como la fortuna ayuda a los audaces, y a los pícaros también, la lectura coincidió con la entrada en la Unión Europea. A base de subvenciones, el país experimentó un acelerón económico como nunca antes se había visto, la gente se puso muy contenta y empezó a vivir de lo más feliz. El Estado del Bienestar se había instalado al fin entre nosotros. La cosa entonces fue fácil, nuestros gerifaltes utilizaron la vieja división entre izquierda y derecha, que ya había perdido todo su sentido, pero les podía servir para enredar: unos se autocalificaron como progresistas y los otros como conservadores. La verdad es que tenían pocas ideas, en realidad ninguna, en consecuencia decidieron servirse de las más etéreas de todas: las relativas a la moralidad. Se empeñaron en determinar cuál de ambos bandos era más corrupto, con lo que revivieron la vieja Inquisición y metieron al país en un lodazal.

Las elecciones les daban el poder sucesivamente a unos u otros con lo que tenían el porvenir garantizado, que era de lo que se trataba. Sin embargo, el invento sólo podía mantenerse mientras el pueblo estuviese adormecido, lo que consiguieron eficazmente, aquí sí fueron muy capaces, mediante la generalización de la “telebasura”. Por otra parte, los escasos intelectuales se llenaron de dudas: todo era pura y simple imbecilidad desde luego, pero funcionaba muy bien. ¿No sería mejor vivir en un sueño? Así, quedaban neutralizados, y si se rebelaban terminaban en los sanatorios públicos.

Mientras tanto, las “corrientes subterráneas de la historia” seguían marchando, a despecho de teatros y circos, y ocurrió que los moros aparecieron un día en Ceuta y Melilla, amenazando con desembarcar en Cádiz. Al mismo tiempo, el país entró en la más profunda de las bancarrotas y nos echaron de Europa. Al fin, los ciudadanos se despertaron, y se cuenta que propinaron tal patada en las posaderas de todos y cada uno de aquellos mandamases, que el impacto de los golpes ha pervivido de siglo en siglo. Lo tenían merecido.

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