jueves, 23 de agosto de 2018

El Santo Oficio y Urdangarín. ABC de Sevilla


¿Por qué está Iñaki Urdangarín en la cárcel? Se nos responderá que por incidir en la comisión de actos tipificados en la ley como delitos. Y será verdad, por lo menos en parte, pero nuestra sociedad ha demostrado que Pascal tenía razón cuando decía que “la piedad no es una virtud española”. Somos crueles y demostramos, una y otra vez, que el comportamiento inquisitorial nos acompaña. De hecho, el Consejo de la Suprema y General Inquisición no fue  impopular; reflejó muy bien nuestra manera de ser. Torquemada, el primer Inquisidor General de Castilla y Aragón, desempeñó un papel que le venía impuesto: asegurar la cohesión de una sociedad que tras la Reconquista carecía de una identidad común, pues había demasiados moriscos y judíos. La Inquisición no fue ajena a los sentimientos del pueblo, al contrario, sirvió a sus necesidades. Si Torquemada ocupara un lugar especial en los infiernos, no estaría solo, le acompañaría la inmensa mayoría de una sociedad a la que representaba muy bien.

Los inquisidores han expresado siempre la maldad del alma humana, disfrutan con el sufrimiento de los demás, y la culpabilidad ajena les sirve para ocultar sus propias responsabilidades. Es lógico que busquen  “chivos expiatorios”, la mayoría de las veces personas carentes de posibilidades de defensa: los judíos por ejemplo. Fueron eternamente señalados porque constituían una minoría fácil de aislar, y peligrosa por distinta en costumbre, aspecto y religión. Se no dirá que Urdangarín carece de dichos atributos, y no es cierto puesto que pertenece a un sector de la población más aborrecible actualmente que el de los judíos: el de los poderosos, sobre todo si son conectados con la desigualdad más tópica, la de la “sangre impura” de la realeza. En Francia, donde la Inquisición adoptó formas revolucionarias, Louis Antoine de Saint-Just, el “arcángel de la guillotina”, uno de los más brillantes líderes de la Convención, afirmó que “los reyes nunca son inocentes”. Una contundente frase destinada a la inmortalidad, en la forma que tanto gustaba a los jacobinos. En la práctica sirvió para que la condena a muerte de María Antonieta se fundamentase en acusaciones tan deleznables como la de haber incurrido en incesto con el delfín. Se quería la muerte de la familia real, las exigencias de un proceso justo se convertían  en meros obstáculos.

Todos incluso los reyes somos inocentes. La sociedad de hoy, como la de otros tiempos, disfruta con la ejecución de los “privilegiados”, una simple muestra de su envidia y crueldad. Vichinsky ha sido sustituido por un fiscal más cruel: la opinión pública, a todos nos alcanzará. Urdangarín lleva unos meses en la cárcel, le quedan años. ¿Y de qué es culpable? En el fondo, pura y simplemente de haberse comportado como un niño malcriado, torpe e incompetente. Se nos alegará que ha incurrido en graves actividades delictivas que, mediante sistemas de arquitectura financiera y utilización de poder e influencias, han producido un grave quebranto de la hacienda pública, es decir, se habría quedado con nuestro dinero. La realidad es que nada de eso hubiera sido posible sin una complicidad generalizada. Todo el mundo quería quedar bien con él, y además creyeron que hacían lo que debían. La culpabilidad fue social, como lo fue en el caso de las brujas,  los herejes y  los comunistas. La sociedad necesita “autos de fe”, espectáculos teatrales para disfrutar sádicamente del dolor de los demás y, al mismo tiempo, olvidarse de sus problemas. Si las hogueras, que de manera tan extraordinaria pintó Berruguete, pudieran de nuevo avivarse en las plazas públicas miles de nuestros conciudadanos acudirían a regocijarse con el castigo de los “malvados”, que lo serían por tener más dinero, belleza o inteligencia que ellos, o simplemente por pertenecer a la realeza como en este caso. Es cierto que muchas personas son condenadas por nuestros tribunales, muy pocas con una penalidad tan infame como la del seguimiento obsesivo de la prensa.

La opinión publicada no ha tenido ningún interés por la verdad ni por la batalla de ideas, sólo ha perseguido el morbo y el escándalo porque ha creído que es lo único que podía ser cotizado en el mercado, ha renunciado a pensar. Lo que domina es la búsqueda de la destrucción de la personalidad: hoy le tocará caer a uno, mañana a otro y, poco a poco, todos quedaremos marcados por los sambenitos del Santo Oficio. Si el Infierno de Dante tuviera realidad, allí deberían estar nuestros modernos Torquemada. Para colmo, los que participan en el espectáculo, incluso en el terreno procesal, se exhiben en los “medios” como si hubieran sido protagonistas de una hazaña cuando lo único que han hecho es destrozar a una persona, y a su familia, que todo el mundo ha sido consciente desde el principio que iba a ser condenada.  Lo triste, a diferencia de lo que con estulticia se cree, es que lo que se ha hecho con Urdangarín es propio de la peor “reacción”, nunca de personas buenas y progresistas que siempre deben estar con los perseguidos.



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