miércoles, 22 de agosto de 2018

¿Quién enterró a Franco? El Mundo. Madrid


Sin necesidad de profundizar en Sigmund Freud, la sociedad española debería plantearse sus propios complejos de culpa así como las técnicas de proyección que buscan chivos expiatorios en los demás. Se nos pretende hacer creer que Franco fue enterrado por una minoría de carácter fascista impuesta por la fuerza. Es falso de toda falsedad, fue llevado al Valle de los Caídos acompañado de una pesadumbre y angustia generalizada. España entera, con la honrosa excepción de Vizcaya y Guipúzcoa, hubiera votado en unas elecciones libres por el franquismo, incluso en Cataluña habría sido muy dudoso que las urnas arrojaran un resultado a favor de opciones democráticas. Bien nos dimos cuenta, a principios de 1971,  los jóvenes que salimos de la prisión de Sevilla, después de una nada acogedora estancia derivada de nuestra militancia en la organización universitaria del Partido Comunista de España. Todavía recuerdo el rechazo y la desconfianza que generábamos entre los que nos rodeaban.

Uno de los grandes estadistas españoles del siglo XX, Manuel Azaña, el 18 de julio de 1938, a punto ya de perder la guerra, pronunció un bello discurso en el Ayuntamiento de Barcelona, en el que pedía a todos los españoles que pensaran “en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor”. Ochenta años después, todavía el perdón parece resultar una palabra maldita y el odio se mantiene, volvemos a la sórdida técnica de los profanadores de tumbas. Los propios españoles que lo enterraron, sus hijos y nietos parecen querer olvidarse de su  responsabilidad. Por desgracia, nuestro país asumió el franquismo con la valerosa excepción de los exilados, los combatientes que murieron en la guerra o en el maquis y una minoritaria oposición, que no necesita justificarse removiendo huesos de nadie.

Igual que en Francia donde al inicio de la segunda guerra mundial el “colaboracionismo” fue mayoritario, en España el 18 de julio no hubo simplemente un golpe de Estado, que lo hubo, sino una guerra civil en la que  la mitad de la población se enfrentó contra la otra. Es sencillo de constatar, basta con analizar los resultados electorales de febrero de 1936. Ciertamente, lo mejor de nuestra sociedad estuvo al lado de los republicanos sobre todo si hablamos desde la  literatura, de Arturo Barea a Max Aub y desde Antonio Machado a Sender. Las ideas y la belleza se encontraron al lado de los vencidos, pero los que triunfaron eran también España, no se puede obviar máxime cuando, por desgracia y superados los años cuarenta, llegaron a convivir muy aceptablemente con el sistema.

¿De qué sirve desenterrar cadáveres a la manera morbosa con que se hizo en la iglesia de Saint Denis, en plena revolución francesa? Para nada; a  las pirámides no hace falta destruirlas, lo hace el tiempo sin necesidad de violencia. Y sirven como recuerdo del comportamiento de los antepasados, si Franco murió en la cama fue porque nuestra sociedad lo aceptó muy bien. La exhumación de tumbas es algo horrible, y a veces cobarde y tétrico.

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