jueves, 14 de junio de 2018

La brillantez del Carnaval. ABC de Sevilla


Decía Shopenhauer que en la ancianidad el hombre se desengaña,”dejan de existir esas ilusiones  que daban a la vida su encanto y a la actividad su aguijón; se ha reconocido la nada y la vanidad de todas las magnificencias de este mundo, sobre todo de la pompa, el esplendor y el brillo de las grandezas; se ha experimentado la finitud de lo que hay en el fondo de casi todas esas cosas que se desean y de esos goces a los que se aspira, y uno ha llegado así poco a poco a convencerse de la pobreza y el vacío de la existencia”. Con el mismo pesimismo de Calderón, la vida habría sido un simple sueño, sólo que en Shopenhauer las imágenes producidas recordarían a un carnaval. Y a veces nos dejan una inmensa sensación de ridículo, lo que nos lleva a las impresiones producidas por el gobierno de Sánchez.

Hemos de reconocer que hay dos nombramientos que producen satisfacción, por supuesto el de Borrell, pues mi miedo al disparate catalán encuentra algo de seguridad en el hecho de su presencia. También el de Nadia Calviño, viva expresión de la brillantez y la preparación. A lo que se podría  unir tal vez el de Isabel Celáa, y alguna otra constitucionalista; puedo sentirme orgulloso de que personas así estén en el gobierno. Por lo demás, ¿el hecho de que formen parte del mismo once mujeres es positivo? Para quienes vivan todavía  en la época del patriarcado, como ahora se dice, es posible pero para las generaciones educadas por Simone de Beauvoir y los que hemos sabido siempre que científicamente el hombre es biológicamente innecesario, Jean Rostand dixit, celebrar tal composición puede resultar provinciano. Es más, ¿no se dan cuenta que puede analizase psicológicamente en forma bien distinta? Un macho dominante rodeado de mujeres… Voltaire y los ilustrados pusieron de relieve que la civilización iba unida a la presencia activa de la mujer. Hacer ostentación de ello, en cambio, puede carecer de estilo.

Todo depende de la perspectiva, y la que refleja el nuevo gobierno no es muy buena, recuerda a las fotografías ridículas tomadas inmediatamente después del nombramiento del de Zapatero. Por otra parte, a propósito de carnaval, las personas que hayan leído el Baco de Jean Cocteau recordarán que su fiesta anual constituía un espectáculo dirigido a hacer olvidar la realidad  de las cosas: durante un día, los pobres se convertían en ricos, los delincuentes eran liberados y los poderosos de este mundo derribados. La fiesta terminada, todo seguía exactamente igual hasta el año siguiente; un engaño que fortalecía el sistema. En la misma forma, podría entenderse que el nuevo gobierno constituye un fuego de artificio para eludir la cuestión esencial: ¿cuál es su legitimidad? Las mociones de censura en España, como en Alemania,están pensadas en forma constructiva. Se derriba un gobierno para sustituirlo por otro, por eso tienen que incluir un candidato a la presidencia. En este caso, de lo que se ha tratado es de echar a Rajoy sin programa alguno. Va a tener razón Rafael Nadal: si el objetivo era  reaccionar éticamente frente a la corrupción, es el momento ahora de llamarnos a votar.

Hay carnavales exuberantes, como el de Venecia. Su final inspira melancolía y vanidad, constituye una manera de eludir la nada. Y, en España, la nada es el peligro de destrucción que supone el desafío catalán. Vivimos en pleno proceso de rebelión, da igual cómo calificarlo desde el punto de vista de la tipología delictiva, que no tiene fin. Es más, Elsa Artadi ha reconocido que intentan aprovechar todas nuestras debilidades. Y somos tan memos que nos dedicamos al deporte de derribar gobiernos y mostrar que somos geniales, niños sería mejor decir, que nombramos un gobierno con astronautas y cómicos que al día siguiente desaparecen. Y, además, sin tiempo siquiera para pensarlo ofrecemos cambios constitucionales. ¿Nos podrían decir para que? Habría que recordar el dicho ignaciano “en tiempos de tribulación, no hay que hacer reformas”. Claro que hay que ofrecer diálogo, retomar los proyectos políticos y ofrecer una salida para Cataluña, pero sin olvidar que los independentistas no quieren eso, no se conforman más que con la destrucción del Estado. Habría que rezar para que Borrell controle en este aspecto la bonhomía de Iceta. Desde un punto de vista estrictamente jurídico penal, pienso, lo he dicho en otras ocasiones, que la conducta de Quim Torra podría considerarse una continuación de la de Puigdemont, con todo lo que eso llevaría consigo.

Finalmente, me gustaría pedir al Partido Popular que, por razones incluso tácticas, siga el ejemplo elegante de Mariano Rajoy en su despedida en el Congreso. Si se embarca, en cambio, en la misma política de mezquindad y obsesión conspirativa que siguió tras los atentados de 2004 impediría la consolidación de una oposición moderna. No es el momento, por otra parte, de incidir en la búsqueda de personas como Santamaría, Feijóo y Cospedal, eficientes sin duda pero sin el carisma necesario  para tiempos convulsos. No lo olviden por favor, y elijan bien, Si no, y para una transición temporal, confórmense con Ana Pastor




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