viernes, 1 de junio de 2018

España, ¿Un Estado fallido? ABC de Sevilla


El historiador del arte Kenneth Clark, que fue director de la National Gallery y uno de los más grandes eruditos del siglo XX, en su obra Civilización expresó el convencimiento de que “ha habido momentos en la historia de la humanidad en los que parece como, si de repente, la tierra se hubiera vuelto más cálida, permitiendo al hombre dar saltos que en condiciones evolutivas normales habrían sido impensables”, saltos especialmente intensos en el desarrollo intelectual y en la sensibilidad e inteligencia. Le gustaba  hacer referencia, y podría resultar sorprendente, a la época del gótico cuando Suger señaló que sólo podemos comprender la belleza absoluta, que es Dios,  “a través del efecto de las cosas  bellas y preciosas sobre nuestros sentidos”. Y es indudable que la estética, la apreciación de lo hermoso a través de criterios de carácter intelectual, constituye una de las notas esenciales del progreso moral. Si Kenneth Clark tenía razón, es posible que en forma inversa existan momentos en que lo más grosero, caótico e inculto se apodere de las conciencias. ¿Está ocurriendo esto en España? En muchos aspectos, da la impresión de que es así, incluso de que este país va a desaparecer.

Al objeto de determinar lo que está pasando exactamente, si es que pudiéramos conseguirlo, sería conveniente analizar el estado en el que se encuentran los tres poderes clásicos, el Legislativo, el Ejecutivo y  el Judicial. Con respecto al primero, ¿verdaderamente sigue existiendo? En nuestra opinión, desde luego no. Blackstone decía que el poder del Parlamento es absoluto y sin control: “en verdad lo que hace el Parlamento ninguna autoridad en la tierra puede deshacerlo”. Pero eso era porque las mejores inteligencias de la comunidad se encontraban en él representadas. Las élites de la izquierda y la derecha, en la II República española incluirían a Don Manuel Azaña, José María Gil Robles, Julián Zugazagoitia e Indalecio Prieto, atribuían al Poder Legislativo la “centralidad”. Y el pueblo aceptaba los términos en que sus dirigentes planteaban las reglas del juego. Actualmente, jovenzuelos con escasa, por no decir escasísima información, se consideran tan capaces de participar como el más relevante de los catedráticos de física cuántica, o con la fuerza moral de una dirigente revolucionaria de la categoría de Dolores Ibarruri. Así nos va, se han cargado al Parlamento.

Con respecto al Ejecutivo, las redes sociales pretenden hacernos creer que el PP es un partido corrupto, claro que lo es; pero en la misma medida en que lo son todos los demás. Decía Ortega que los pueblos que carecen de proyectos e ideales en común están condenados a elegir a los peores hombres para dirigirlos. ¿Quién participa actualmente en política? Con valiosas excepciones, la mayoría de los que se dedican a esa actividad son los que no tienen patrimonio moral o intelectual que defender. ¿A quién le puede interesar que su vida sea escudriñada con criterios inquisitoriales desde la cuna? No tienen además posibilidades de reacción judicial porque “el  secreto de las fuentes” y una pretendida libertad de información mal interpretada, en gran parte por simple miedo, por nuestros tribunales imposibilitan la defensa de la honorabilidad personal. Ya decía Alexis de Tocqueville que el riesgo de las democracias es siempre la corrupción; lo que se refuerza en España porque aquí no se valora la originalidad, tampoco la brillantez ni la inteligencia. Lo que se quiere es la fidelidad, que facilita los comportamientos cobardes y la sumisión. ¿Verdaderamente los individuos enjuiciados en el caso Gúrtel tienen características o alturas de políticos relevantes? Y si un personaje de la categoría humana de Mariano Rajoy, que a mi juicio indudablemente la tiene, se lo ha llegado a creer es que algo marcha muy mal.

Por último, y resulta especialmente doloroso, la irracionalidad se ha llegado a adueñar incluso del Poder Judicial. ¿Cómo es posible que un magistrado, instructor de unas diligencias penales, se atreva a opinar sobre las mismas cuando se está desarrollando el juicio oral? El disparate es de tal magnitud que resulta sorprendente que casi nadie lo haya denunciado. ¿No se dan cuenta que el sistema judicial se basa en la imparcialidad? El tema es tan singular que asombra el silencio de las defensas, en la realidad el principio de “igualdad de armas”, esencial en un sistema acusatorio, ha sido destruido. En Inglaterra, por ejemplo, cualquier experto en derecho procesal sabe que eso no hubiera sido posible.

Da la impresión de que este país quiere suicidarse, y la moción de censura que ahora se ventila así lo demuestra. Admiré en mi juventud a Santiago Carrillo, fui militante de su partido, a Felipe González, Adolfo Suárez y también, cómo no, la inteligencia de Manuel Fraga. Si los dirigentes actuales quieren hacernos volver a un sistema dictatorial, aunque fuere de carácter mediático, y hacer resurgir los “reinos de taifas”, destruyendo España y su pluralidad, muchos volveremos a situarnos enfrente. Con más de sesenta años poco importa ya.











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