martes, 27 de julio de 2010

Torpeza nacional

Si, como dicen los teóricos, la conciencia de Nación es subjetiva, habrá que concluir que actualmente Cataluña la tiene ya, por pocos efectos jurídicos que pueda tener esa calificación. No es ninguna novedad, desde Azaña se ha aceptado que España era un Estado plurinacional, y no constituía un demérito, todo lo contrario, potenciaba nuestra diversidad aunque obligaba a los estadistas, entonces claramente los había, a realizar un esfuerzo de arquitectura institucional para impedir la ingobernabilidad y la independencia. De repente, todo se ha ido al garete como consecuencia de un cúmulo de torpezas que cabe resumir en la siguiente forma:

Primero.-La de Pascual Maragall al pactar por ambición política, muy probablemente también personal, con un partido como Esquerra, de carácter abiertamente independentista, al objeto de alcanzar el poder.

Segundo.- La de nuestro Presidente del Gobierno al comprometerse a aceptar la reforma estatutaria que aprobase el Parlamento catalán. Si hubiese tenido mínimos conocimientos históricos, así como de teoría política, se habría dado cuenta de lo arriesgado de su proceder.

Tercero.- La de la clase política catalana, singularmente la nacionalista, que irresponsablemente conduce de manera demagógica a sus masas hacia un camino que se justifica esencialmente por razones de índole bien interesada: La independencia implicaría repartirse prebendas, gloria y cargos, que los oportunistas no suelen desdeñar.

Cuarto.- La de los españoles en su conjunto, singularmente sus dirigentes, que abordan el tema autonómico desde el agravio comparativo, las promesas irrealizables y la confrontación de comunidad a comunidad. Todos somos responsables por haber exacerbado unos sentimientos diferenciadores inexistentes en el año 1978.

Sea como fuere, ya nada tiene solución. Nos enfrentamos con un problema separatista, basta con leer diariamente La Vanguardia, que no cabe arreglar con paños calientes y la estupidez de la que tan frecuentemente hacemos gala. En mi opinión, ya no es posible salvar los muebles sin abordar en serio una reforma constitucional que plantee en todos sus términos el problema del norte, imposible de tratar en la misma forma que el andaluz o el canario. Siempre me he sentido españolista y, como tal, también catalán. Por tanto, acepto cualquier fórmula que mantenga la unión. Eso sí, con otros políticos.

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