martes, 3 de agosto de 2010

Kant y los toros


Kant, al estudiar las carácterísticas nacionales, atribuyó a los españoles el espíritu de lo sublime, lo que no debe llevarnos a engaño. Puede incluir la belleza pero también la grandiosidad, la tragedia, incluso la crueldad. Lo que sí es cierto es que las cosas sublimes no son vulgares, no cabe permanecer indiferente ante ellas. Es evidente que los toros encajan perfectamente en esta descripción. Señalar que su prohibición en Cataluña obedece a mezquinas razones de índole nacionalista es una obviedad, que no oculta el problema de fondo: ¿es indigna la “fiesta” de un país civilizado? Desde el punto de vista educativo, mostrar a los niños, como si fuera normal, el espectáculo de un animal agonizante, que chorrea sangre y es herido repetidamente hasta morir no resulta edificante, puede llegar a influir en la propia manera de comportarse un pueblo, en su historia.

Es indudable que los toros encierran aspectos estéticos difíciles de igualar, basta con desplazarse a Sevilla en una buena tarde de Feria o considerar los matices intelectuales de que se rodea en Francia, mezclados con el culto solar. También que la cultura española no puede comprenderse sin ellos, la referencia a Picasso no pasaría de un tópico. Me gustaría recordar, sin embargo, que durante siglos, hasta el final del XIX, los “castrati” representaron la cima de la musicalidad, un espectáculo que aproximaba al extasis angelical, no en vano fueron muy apreciados en los círculos vaticanos, que sólo se podía mantener mediante la castración de niños al llegar a la pubertad. Hoy día nadie canta como ellos, y en la historia de la sensibilidad su desaparición constituye una pérdida, ¿podía mantenerse? Es verdad que ya no puede existir un Farinelli pero, si lo hubiera, probablemente no produciría más que horror.

Ciertamente, su prohibición en Cataluña es difícilmente explicable sin un trasfondo político: el rechazo de la identidad española. Su signicado era ya simbólico. Como en muchos otros lugares, basta con citar a Canarias, la asistencia a los toros era mínima. ¿No hubiera sido mejor esperar tranquilamente su extinción? Toda restricción de la libertad debe ser excepcional, sobre todo cuando lo que se quiere prohibir posee valores, aunque fueren meramente estéticos, dignos de consideración. Por otra parte, ¿qué necesidad había de causar un daño gratuito a la población de un Estado con la que llevas conviviendo centenares de años? Es una cuestión también de buen gusto y educación.

Kant distinguió la esencia de cada nacionalidad, pues todas tenían propia personalidad. En el futuro, no será posible hacerlo. Todos nos dedicaremos a cosas correctas, pensaremos igual y comeremos hamburguesas. Si no, nuestro destino será el psiquiátrico por malos.

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