martes, 1 de junio de 2010

La crisis


¿Cuás es nuestro destino? Todas las generaciones se lo han preguntado, y, como brillantemente expuso Pierre Chaunu, el cristianismo, superando anteriores concepciones cíclicas de carácter fatalista, realizó una verdadera revolución al establecer la existencia de un tiempo lineal con un principio y un final, que transcurriría desde la creación del mundo hasta el segundo advenimiento de Cristo. El futuro tenía así un sentido que proporcionaba esperanza. Paradójicamente, la modernidad, sobre todo a partir de la Ilustración y la Revolución Industrial, es hija de tal concepción. La historia encerraría un proceso que se dirige siempre hacia adelante, pues implica la autodeterminación de una humanidad que conquista libertad y felicidad, mediante los instrumentos que le brinda la Razón.

Así, en los últimos siglos hemos vivido convencidos de que la ley del progreso rige el devenir de las sociedades humanas, pues seríamos capaces de conquistar las estrellas y la inmortalidad. Sin embargo, ¿cómo podemos estar seguros? Para empezar, la misma idea de racionalidad e inteligencia que nos definiría no constituye más que una simple hipótesis. ¿Con respecto a quién nos comparamos? Al no existir ningún observador externo que pudiera analizarnos, cualquier autocalificativo no supone más que una especulación, muchas veces vanidosa e interesada. Estamos solos en el universo caminando a ciegas; es muy difícil entonces llegar a conclusiones ciertas sobre nada.

Por ejemplo, hace pocos días, Alain Touraine ha opinado que la actual crisis económica puede no tener fin, lo que afectaría esencialmente a la sociedad occidental. Todo es posible, y poco podríamos hacer a nivel individual para evitarlo, quizá tan solo intentar comprender lo que ocurre sin tener ninguna certeza de poderlo conseguir. Desde luego en España, si el pensamiento clásico tuviese alguna validez, la convicción de que sólo los amantes de la sabiduría estarían en condiciones de ejercer el poder habría quedado tajantemente desmentida: los menos previsores, prudentes y sabios de los hombres lo habrían tenido aquí en sus manos. Así nos ha ido…

Tampoco la oposición merece juicio positivo. Es posible que las ideas de generosidad, elegancia y estilo constituyan simples mitos es verdad. Pero, si no lo fuesen, debería recordarse que la victoria electoral no puede imponerse como el objetivo único de un partido. Duran i Lleida ha demostrado que es capaz de dar una leccion de alta política, por desgracia otros no. Cabe una duda: a lo mejor Montilla, Zapatero y Camps no existen, están situados en el etéreo reino de los sueños. Si es así, habría que pedir humildemente a los que dirijan la función que nos sirvan imágenes más interesantes, pues las pesadillas asustan.

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