martes, 1 de septiembre de 2009

Bleikeller

Si alguien quiere conocer las características que definen la civilización europea, a la manera que se preguntaba François Guizot, le recomiendo que visite Bremen, en Alemania; particularmente su centro medieval, con la plaza del Ayuntamiento. Toda nuestra historia, con sus mitos, leyendas y miedos, se encuentra reflejada allí. Por ejemplo, desde hace varios siglos, sus ciudadanos saben que una bóveda, el Bleikeller, situada bajo el claustro de la catedral, tiene extrañas propiedades de momificación. De hecho, expuestos a la curiosidad del público, reposan en su interior los cadáveres de ocho personas en relativo buen estado de conservación.

A la entrada, la Iglesia ha colocado una placa que recuerda la fugacidad de la vida, y previene para el más allá. Resulta ciertamente macabro, pero no mucho más que contemplar, en la Iglesia de la Caridad sevillana, “Las postrimerías” de Valdés Leal advirtiendo, frente al espectáculo de obispos descompuestos en su tumba, que no son “ni más ni menos”. La desazón frente a la muerte constituye una nota bien característica de la cultura occidental, y en general la de nuestra especie. No es nada extraño que Hal 9000, el robot que adquiere sensibilidad humana en la extraordinaria película de Stanley Kubrick, “2001. Odisea del espacio”, cuando se da cuenta que están a punto de desconectarlo, musite con enorme angustia: “tengo miedo, tengo miedo”…El mismo que asalta a todos los que se enfrentan solos al momento final.

Todos lo tenemos, y cada vida personal consiste en inventarse historias para olvidarlo. Unas veces lo consiguen, otras, la mayoría, no. A pocos metros del Bleikeller, unas mujeres pertenecientes a una secta evangélica entonan día tras día, al menos mientras permanecí allí, himnos religiosos exhortando a la búsqueda de Dios. Sus caras son ingenuas pero reflejan una enorme paz. Sin saberlo, repiten lo que, desde hace muchos años, desde siempre, distintos predicadores han intentado: difundir la esperanza. El mismo sitio que ocupan ahora contempló como los rebeldes luteranos recomendaban hablar directamente con la divinidad, por medio de las Sagradas Escrituras.

El problema es que, hoy día, nuestra civilización tiene un carácter científico, sólo confía en la técnica y en la experimentación. Los monjes y los jóvenes místicos van convirtiéndose en elementos folclóricos útiles, tal vez, para la promoción del turismo, pero pocos creen en ellos. El mito del desarrollo indefinido constituye el último gran sueño del hombre, y probablemente también se desvanecerá.

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