martes, 17 de marzo de 2009

¿Liberación?

Hace bien pocos días, con motivo de un acto de recuerdo, el Mundo publicó la fotografía de unas parisinas que eran conducidas por dos miembros de la resistencia entre las burlas de la multitud. Iban rapadas, en enaguas y con esvástica dibujada en la frente. Habían incurrido en el pecado, señalado por Irene Nemirovsky en “Suite francesa”, de haber amado a un ocupante mientras sus hombres estaban en el frente. Los que las insultaban parecían personas normales, más bien jóvenes y de clase media. La escena capta el momento en que una chica se desliza entre las detenidas, y les espeta algo, probablemente: “rameras, alemanas”. Como lo eran, y el ejército de liberación ya estaba en casa, sería legítimo humillarlas, por muy indefensas y solas que pudieran estar.

Por fuerza tiene que ser bueno lo que todos hacen, y como los actos colectivos no pueden ser juzgados, la responsabilidad individual deja de existir. Casi con absoluta seguridad, los participantes, incluso los dos que de manera fanfarrona exhiben un fusil, han permanecido en su casa durante la ocupación, ahora muy valientemente se exhiben en público vejando a unas infelices. ¡Qué fácil es seguir el sendero de la mayoría! Proporciona impunidad y el marchamo de persona de fiar. No se dan cuenta, o fingen no darse, que en la misma forma se comportaron los que aceptaron el régimen nacional socialista. ¿Cómo pensar que la inmensa totalidad del pueblo pudiera estar realizando una iniquidad?

Allí, las clases burguesas, las que crean la opinión, siguieron en sus quehaceres con tranquilidad. Los opositores mientras tanto eran recluidos en campos de concentración, y los judíos poco a poco eliminados. Nadie era conciente de nada, ¿cómo iban a serlo si todo ocurría como si fuese completamente usual? Los vencedores establecen las reglas, y los cobardes las siguen, entre otras razones, porque es más seguro. Cuando las tornas cambian, hay que saber colocarse a tiempo, es muy fácil, sólo será necesario observar lo que hacen los demás. Lo que ocurre es que puedes ser un nazi sin necesidad de pertenecer al partido, basta con que actúes con su misma crueldad.

Los dirigentes nacional socialistas tuvieron sus procesos de Nüremberg, también podían haberlos tenido los miembros del ejército ruso que violaron sistemáticamente a las mujeres alemanas en su zona de demarcación, léase el “Berlín” de Antony Beevor, o los norteamericanos que arrojaron la bomba atómica cuando la guerra estaba prácticamente ganada. En los tiempos convulsos, como en los tranquilos, los que desprecian a los vencidos actúan con vileza aunque no quieran saberlo. También ahora, en nuestros vulgares conflictos, los derrotados quedan a merced de los que se han situado bien, hasta que el viento sople en otra dirección…

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