martes, 16 de diciembre de 2008

El mono de Zarathustra

El mono de Zarathustra lanzaba imprecaciones contra los habitantes de una ciudad inepta e inmoral que no se preocupaba más que de las apariencias. En realidad, era un ser vanidoso que no podía vivir sin el halago de los demás, al no conseguirlo transfería a la sociedad su propio fracaso. Aseguraba que no era entendido, y la verdad es que nadie le escuchaba. Por eso, su maestro le decía que, cuando no eres amado, es preciso pasar. Es mejor dejarse morir antes que gesticular.

No sólo el personaje de Nietzsche, todas las generaciones han advertido contra el fin de los tiempos, que cada vez estaría más cerca. Nunca ha sido real, no era más que una muestra de su pérdida de vitalidad. El mundo y las instituciones cambian, y son los más jóvenes quienes encuentran su sentido. Los viejos se resisten, protestan e, indefectiblemente, mueren. Una vez y otra vez, y así hasta la eternidad. Sin embargo, un planteamiento de esta clase puede ser utilizado torticeramente. Por ejemplo, se asegura que Zapatero ha afirmado que una persona mayor de 45 años es incapaz de comprender su política. Es un método infalible para defender posiciones interesadas: los que no las entienden están caducos.

Los cincuentones quedamos desterrados, y no digamos los más maduros. Pero es un argumento falso, lo nuevo no tiene por qué ser necesariamente progresista, puede ser reaccionario, incluso absurdo. Los dinámicos bárbaros no mejoraron Roma, la destruyeron. Con un ejemplo actual basta: las personas sensatas saben que la convivencia, no sólo política, exige un estricto respeto a las reglas de juego. Los adalides de la modernidad no lo hacen, deben considerarlo antiguo, y así los nacionalistas catalanes, sin ningún género de pudor, afirman que un pronunciamiento contrario del TC sobre la reforma estatutaria sería intolerable, al ir contra la voluntad del pueblo. ¿No es eso una coacción?

Prescinden del dato elemental de que el Tribunal Constitucional interviene porque así viene previsto en nuestro ordenamiento jurídico. Por muy imperfecto que sea ese órgano, entre todos lo han desprestigiado, no hay más remedio que atenerse a sus decisiones. Igualmente grave es la negativa actitud que vienen mostrando sectores de la oposición frente a las Asambleas Legislativas, y quienes las representan. No es una crítica doctrinal, antes bien es vulgar, a veces incluso personal ¿No se dan cuenta que sin ellas desaparece su propia legitimidad? Si las menosprecian, ponen en cuestión el mismo sistema, y aumentan el grado de desconfianza frente a las instituciones. Pretenden torpemente obtener ventaja a corto plazo, pero no reflejan otra cosa que estrechez de miras.

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