martes, 2 de diciembre de 2008

El crucifijo y la sensibilidad

Es de sobra conocido que la realidad puede modificarse describiéndola mediante palabras que varían su esencia. En la ciencia política, el fenómeno suele tener un carácter intencionado. Así, los franquistas calificaron al Régimen como democracia orgánica y se justificaron. ¿Y si llevamos al terreno de la neutralidad religiosa un simple problema de sensibilidad?

Ha sido noticia bien reciente, y calificada de atentado a la aconfesionalidad del Estado, la existencia de un crucifijo en un centro de enseñanza. ¿Realmente se trata de un problema de esa índole? Indudablemente lo sería si a los poderes públicos les diese por impedir, en Europa no ha sido inusual, acceder a determinados cargos públicos a los que profesan una concreta religión, o imponer la misa dominical a los soldados de nuestro ejército o establecer cualquier género de discriminación a los fieles al Islam o al budismo.

Admitamos incluso que lo fuese la imposición normativa de un símbolo cristiano en los colegios públicos. Pero, al menos según se ha dicho, aquí no se trata de eso. El problema ha surgido por el hecho de la pervivencia de un simple crucifijo en un aula, probable residuo de los tiempos del franquismo. Nadie había decidido colocarlo, se limitaba a permanecer viejo y solo en un rincón. ¿Quitarlo no es tan traumático como ponerlo? La aconfesionalidad no es un valor abstracto, quiere evitar que ningún ciudadano sufra daños, sobre todo si son gratuitos, como consecuencia de sus sentimientos religiosos. El español no necesita ser cristiano.

Si de lo que se trata es de respetar las creencias de todos, mantengamos una exquisita neutralidad de cara al futuro. Pero en la formación del proceso educativo puede resultar igualmente lesivo, y condicionante para las creencias, observar como determinado símbolo, respetado en el entorno familiar, resulta arrojado del espacio de la convivencia. No hace falta leer a Charles Dickens para darse cuenta que el mayor daño a un niño deriva siempre de las heridas a su mundo de emociones. Además, si de imágenes se trata, ningún país con nuestra historia puede librarse de ellas. ¿Cómo enseñarla sin hacer referencia a la evangelización de América, la Reconquista o la cruzada contra el turco? ¿Nos hacemos todos malgaches para evitar problemas?

Por otra parte, “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix, el retrato del Che Guevara, la estatua de la libertad y tantos otros iconos, también el del crucifijo, forman parte de nuestro patrimonio cultural, son Occidente, y a nadie deberían molestar. Es cuestión de pura sensibilidad, hay quienes no la tienen.

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