miércoles, 16 de enero de 2013

Los franquistas contra Wert



Hace ya muchos años, todavía en el franquismo, un familiar mío asistió a una reunión convocada por la asociación de padres de un colegio sevillano para tratar de cuestiones de carácter moral y educativo; por la razón que fuera el acto tenía cierta trascendencia y la concurrencia fue masiva. Era bastante conocido tanto por su trayectoria personal como por su profesión y publicaciones. Además, alguno de sus hijos había padecido cárcel por pertenecer a un partido de izquierdas. Tomó la palabra y, casi inmediatamente, fue objeto de insultos y abucheos de enorme violencia. Después nos enteramos de que entre el público se encontraba más de un miembro de la policía política, la Brigada de Investigación Social. No le dejaron hablar, le llamaron rojo y comunista con un odio de tal naturaleza que impactó en su pobre mujer, que lloraba asustada. Eran unos fascistas, y como tales se complacían en el daño personal, no sabían dialogar.

La gente que no es capaz de oír chilla y, cuanto más miedo le da la opinión del contrario, más se desgañita. Observen a los presos de ETA en la Audiencia: se ríen o gritan porque no quieren enfrentarse con su propio rostro tal y como lo describen los testigos. Hacen ruido para no tener que recordar lo que han hecho. Los franquistas lo tenían claro, si tus palabras eran peligrosas corrías el riesgo de que te llevaran a la cárcel, el mejor modo de silencias a los demás. Al menos no engañaban a nadie pretendiéndose progresistas. Amaban la dictadura, no mentían.  Es cierto que los titulares de los poderes públicos se equivocan, a veces mucho, pero siempre tienes la vía de la oposición a través de la prensa y las manifestaciones públicas. Cuando un gobernante es malo, los países civilizados lo cambian y punto. Si lo amordazas es que no tienes capacidad suficiente para discutir con él.

Los que impidieron ayer las palabras de Wert deben ser seres muy primitivos, anteriores desde luego a la Ilustración burguesa. Hoy día todo el mundo sabe que las convicciones de los hombres se desvanecen con el tiempo. Entonces, ¿cómo estar seguros de que estamos en lo cierto? En pura lógica, el perseguido puede decirle al perseguidor: ¿por qué estás tan convencido de que eres tú el que tiene razón y no yo? Y la respuesta, todo lo absurda que se quiera pero dominante durante siglos, muy simple: porque Dios está conmigo. La consecuencia se refleja en las palabras de San Agustín: "Hay una persecución ilegítima, la que los impíos hacen a la Iglesia de Cristo; y hay una persecución justa, la que las Iglesias de Cristo hacen a los impíos...La Iglesia persigue por amor, los impíos por crueldad". La miseria moral del hombre le hacía incapaz de ponerse en el lugar de los demás. Parece que los alborotadores de ayer se encuentran en la misma situación mental.

¿A qué viene ese grado de violencia? La política, también la relativa a la enseñanza, es compleja, caben muy distintas opciones. Pero los que defienden sus posiciones con chillidos son seres groseros, desde luego no son demócratas y menos de izquierdas.¿Alguien se puede imaginar a Fernando de los Ríos boicoteando un acto electoral?

No hay comentarios:

Publicar un comentario