sábado, 3 de diciembre de 2011

El escándalo de Urdangarín

Decía Kenneth Clark que una sociedad conserva su vitalidad cuando tiene confianza en el mundo en que vive, fe en su filosofía, en sus leyes y en la propia capacidad mental. Nosotros estamos tan desmoralizados que vivimos las noticias sobre Urdangarín como si fueran una cosa normal cuando no lo son. Anunciar que en la Junta Directiva de una entidad de su creación participan la infanta Doña Cristina y un “asesor de la Casa de S. M. El Rey” no es ya escandaloso, es patético. En cierta ocasión, un aristócrata, relacionado con el mundo de las letras, llegó a decir que el problema de los hijos de nuestros monarcas radicaba en que no eran capaces de entender la esencia de su institución, probablemente es verdad.

Los japoneses creyeron que su emperador poseía naturaleza divina hasta el fin de la segunda guerra mundial, y estudios recientes han puesto de relieve que algo semejante pasaba en Inglaterra en el momento de la coronación de Isabel II. ¿Por qué los Estuardo, los Braganza, los Austrias o los mismos Borbones reinaron durante siglos? Entre otras cosas porque la sociedad estaba convencida que los miembros de sus dinastías se elevaban muy por encima del común de los mortales. Luis XIV no sólo constituía en sí mismo el Estado francés, era un taumaturgo, de hecho fue consagrado con la “santa ampolla” que le daba poder para curar enfermedades como la escrófula.

Era imposible que un rey llegara a casarse con un plebeyo pues perdería todo su carisma. Nuestros príncipes han querido demostrar su carácter democrático, y se han unido con una periodista, un jugador de balonmano y un ciudadano algo extravagante. Muy bien, han demostrado su sensibilidad pero, entonces, tendrán que estar a las consecuencias de ello, lo que implica justificar sus actos como un ciudadano normal. Suponiendo que fuese cierto lo publicado, y es verdad que las filtraciones desprestigian la justicia y eliminan las posibilidades de defensa de los afectados, la Casa Real no puede seguir guardando silencio, tiene que reaccionar de una vez. No vale decir que su intención es evitar injerencias. Cuando se implica a un pretendido asesor de la Casa Real, hay que negarlo y hacerlo claramente. Los españoles no podemos aceptar que la jefatura del Estado siga sometida a sospecha, sería inmoral.

Por desgracia, por razones de elemental responsabilidad, si las explicaciones se producen lo sensato será aceptarlas por mucha desconfianza que nos puedan producir. Son tantos los peligros que se ciernen sobre nuestro país, y los menores los económicos, que sería el colmo tener que enfrentarse con un problema como el del Rey, por muy frívolo e imprudente que haya podido ser. ¡Apañados vamos!

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