sábado, 16 de febrero de 2013

El bien morir

Cuando no existía la sedación ni los cuidados paliativos, se moría a lo bestia. Santa Teresa de Ávila podría lamentarse de un tiempo sin Dios: “¡Ay, que vida tan amarga do no se goza el Señor! Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero". Pero se trataba de una santa, en la realidad no era nada extraño que el miedo hiciese que los hombres blasfemasen y renegaran de sus últimas creencias. Los caracteres inquisitoriales lo sabían muy bien, se cuenta que los más próximos a Lutero le rogaron que confirmase la “Reforma” antes del final. Voltaire, por su parte, no se libró de la visita de confesores en su lecho. Los buitres, los hay de muchas clases, siempre han estado pendientes del último momento, aunque estuviesen llenos de buenas intenciones. 

El espectáculo de la muerte era tan horrendo, la verdad es que lo sigue siendo, que durante siglos la Iglesia ha exhortado a sus hijos a preparar el “bien morir”. Es imprescindible retirarse a tiempo, razones de elemental prudencia así lo exigen: ¿cómo estarás seguro de tu conducta última? La vida es un conjunto de contradicciones, ¿qué contarás? Lo que digas en la agonía no tiene posibilidad de réplica, y puedes dejar la interpretación a tus enemigos, incluso a los que te quieren. Además, antes del final la persona que fuiste desaparece, no solamente estás más viejo y enfermo, el problema radica en que tus facultades mentales se transforman, te conviertes en otra persona. ¿Cómo te comportarás? 

Juan Pablo II era un actor, y estaba tan seguro de sí mismo que no le importó convertir sus últimos instantes en un espectáculo: el de la capacidad para morir bien y con dignidad. Pudo salirle mal, desde luego, incluso hay quienes lo piensan así pero nadie le podrá negar la grandeza que mostró. Al fin y al cabo quiso expresar que la muerte forma parte de la vida: la crítica más radical a una civilización que busca obsesivamente la felicidad, y trata a los enfermos como apestados de los que da miedo hablar. Pero los hombres pasan y la muerte permanece. 

Se ha llegado a decir, creo que por el obispo de Cracovia, que “de la Cruz no se puede bajar”. Es falso, se puede y se debe, depende de las fuerzas de cada uno. De creer los Santos Evangelios, Cristo se mantuvo en ella porque su misión era realizar una representación: la de la Pasión. Pero la inmensa mayoría de los seres humanos son débiles y lo saben. A la hora del final, lo que desean es morir en paz, ya nada pueden hacer por los demás. Benedicto XVI pretende retirarse a un convento de clausura, allí, como buen cristiano, podrá recordar las enseñanzas de Buda: la vida es un río, eternamente cambia pero sigue igual. Los santos se convierten en barqueros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario