viernes, 30 de noviembre de 2012

Grandeza y miseria del Parlamento




Hace mucho tiempo que escribí, valga la inmodestia, que los Parlamentos como todas las construcciones humanas estaban destinados a la desaparición. Los hombres y sus instituciones están sujetos a cambio, nacen y mueren. Al menos desde Maquiavelo, el pensamiento europeo ha aceptado que las formas de gobierno no son perennes, no hay nada eterno. Es evidente que el Dios parlamentario ha empezado a fallar ya, por lo menos tiene serios defectos, e inevitablemente aumentará el número de los descreídos. Lo que no es admisible, cuando todavía no ha surgido el modelo destinado a sustituirlo, es que por pura y simple irresponsabilidad aceleremos su destrucción sin ser capaces de ofrecer alternativas. Creo que eso es lo que está ocurriendo.

Las comisiones norteamericanas, a pesar de su deslizamiento a la paranoia cuando “la caza de brujas”, actúan con seriedad y si investigan lo hacen sin el defecto intelectual del prejuicio. En otro caso, en lugar de buscar la verdad, analizando con mentalidad matemática las pruebas de que se disponen y las declaraciones de unos y otros, se intentará confirmar los planteamientos previos siempre interesados y, por tanto, parciales.  Decía Jean Cocteau que nunca pertenecería a un partido porque si lo hiciera renunciaría a su alma por servir a consignas. Para ser miembro de una digna Comisión hay que combinar, al estilo de Max Weber, la actitud del político con la del científico. En otro  caso, se caerá en la demagogia y el oportunismo. Es lógico que las masas, siempre incultas, se desmoralicen. Sólo existe la verdad que se busca honestamente y con imparcialidad.

¿Y qué decir de los ciudadanos y sus medios? Cuando, como ha ocurrido, en el curso del interrogatorio de un importante representante político masas alocadas cercan una Asamblea Legislativa, dejo al lector adivinar cuál de ellas, están demostrando que no creen en nada. Han perdido algo elemental para la convivencia civilizada: el respeto hacia la autoridad y sobre todo a la esencia de un sistema democrático que es el concepto de soberanía popular. ¿Se han vuelto locos? ¿Cómo se puede impedir la deliberación de la institución que los representa?  Por su parte, la actitud de algunos medios de comunicación, no éste desde luego, dedicados a filtrar sistemáticamente los debates de un órgano teóricamente secreto me demuestran que no saben lo que es informar, practican un chismorreo interesado y deleznable. ¿Saben lo que significa la revelación de secretos? Yo sí lo sé.

En las investigaciones a las que me estoy refiriendo, no digo cuáles, ha habido hombres honrados y dignos, nunca faltan. Lástima que el sectarismo haya imposibilitado ofrecer a la ciudadanía una mínima explicación. En cierta ocasión, al término de una conferencia, un compañero magistrado me acusó de catastrofista. Creo que no lo soy, simplemente pongo pasión en lo que amo: en el Parlamento al que como institución respeto porque, hoy por hoy, carece de recambio. Por cierto, hay quienes no saben leer porque, si supieran, sabrían que hay documentos que dicen muchas cosas sin necesidad de recurrir a la simplificación, al insulto,  ni al estereotipo. Repito, hay quienes no saben leer, y sé por qué insisto en ello.

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