sábado, 27 de agosto de 2011

Eternas brujas de Salem

Decía Arthur Miller que “el nuestro es un mundo dividido en el que ciertas ideas, emociones y acciones son de Dios, y las opuestas de Lucifer. Es tan imposible para la mayoría de los hombres concebir una moralidad sin pecado como una tierra sin cielo”. Durante mucho tiempo, en Salem también, el Diablo se hallaba representado por el sexo y la herejía. Hoy día, la actividad sexual se ha pasado al campo de la divinidad. Es lógico, el puritanismo norteamericano la considera ya como algo normal y correcto; pues es sana, y la salud es esencial para los que aspiran a comportarse bien. En cambio, los herejes, los que se apartan de la inmensa mayoría, siguen siendo sospechosos. Los personajes famosos son objeto así de estricta vigilancia, pues se salen de los límites de la normalidad.

En los momentos en que escribo estas líneas recibo la información de que el Ministerio Fiscal ha retirado todas las acusaciones que mantenía contra Strauss-Kahn. Lo hace por falta de pruebas, es cierto, en teoría entonces la sospecha de culpabilidad moral puede mantenerse. Pero como los Estados Unidos constituyen un Estado de Derecho, o así lo creemos, habrá que aceptar a todos los efectos su absoluta inocencia. Cómo, entonces, con pruebas tan débiles pudo procederse a una detención humillante, a la vista de todo el mundo, cuando ya estaba en el avión y, sobre todo, cuando no hubiera podido eludir una acusación por su relevancia pública. En España, por ejemplo, nuestra centenaria Ley de Enjuiciamiento Criminal exigía siempre que la detención se realizase “en la forma que menos perjudique”.

Con independencia de que la cultura norteamericana es muy partidaria del “sheriff”, y de los caracteres justicieros, en mi opinión hay algo más: el morboso deseo de hundir a los que destacan. Se ha dicho que el hecho de detener al Director Gerente del Fondo Monetario Internacional acredita la esencial igualdad que preside la justicia de aquel país. Todo lo contrario, demuestra el peligro de alejarse de la vulgaridad: en las sociedades mediocres distinguirse es enormemente peligroso. Excita la envidia de los demás, que pueden utilizar la prensa y los tribunales de justicia para hundir a cualquiera: basta, a la manera de Goebbels con deslizar una sospecha, que después, será imposible de lavar.

Para la Inquisición el Diablo era un ser esencialmente malo. Hoy día, la Iglesia ha llegado a negar su existencia, al menos en la forma en que históricamente se entendió, pero los seres ruines siguen actuando. Por desgracia ahora utilizan a los jueces y a los medios.

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