martes, 19 de abril de 2011

La gran farsa

¿Tienen carácter político las elecciones que van a tener lugar en España en los próximos meses? En mi opinión no, ninguna de las grandes cuestiones que nos afectan, y son muchas, van a ser objeto de contienda ideológica. Se abordarán es cierto, pero sobre la base de tópicos e ideas preconcebidas que no merecen, ni de lejos, la categoría de un programa. Lo único que se discutirá con pasión es la honradez o desvergüenza de unos y otros. Se trata exclusivamente de destruir al adversario, no hay nada más. Felipe González y Manuel Fraga hoy día no tendrían nada que hacer, y D. Manuel Azaña no habría salido nunca del Ateneo.

Si no son políticas, ¿qué son? Pura y simplemente el instrumento para proporcionar legitimidad al mantenimiento o la renovación de las castas, conservan todavía el nombre de partidos, que ocupan el poder. Se podría objetar que, en tal caso, nadie acudiría a las urnas. Todo lo contrario, en esa lucha hay miles, por no decir centenares de miles, de interesados. Desde los rectores de universidad hasta los titulares de empresas públicas, pasando por las familias de multitud de concejales y otros cargos públicos, medio país verá su porvenir afectado por el resultado de las elecciones. La ideología ha desaparecido, es una cuestión pura y simple de descarnado interés.

Es cierto, en España todavía funciona la distinción izquierda-derecha, está presente en el inconsciente colectivo de un país que salió del subdesarrollo hace bien pocos años, y padeció una guerra fratricida en tiempos recientes. En consecuencia, en algunas regiones caso particularmente de Andalucía mucha gente seguirá votando en función de sus miedos ancestrales, lo que fortalece un sistema esencialmente falso. Como no existen ideas, el encanallamiento será progresivo hasta que prácticamente no se pueda respirar. Los propios Tribunales de Justicia tienen parte, no pequeña, de responsabilidad. Sobre la base de que la libertad de expresión es preciosa para los representantes del pueblo, como poéticamente dice el TEDH, nadie con un mínimo respeto a su propio sentido del honor se atreverá a perderlo participando en un juego que carece de escrúpulos.

La farsa forma parte de la cultura occidental, no hace falta remontarse a Grecia, pero siempre ha tenido un carácter estético. Cuando es utilizada para engañar a los demás, creando una apariencia de legitimidad inexistente, constituye un espectáculo bien triste y absurdo. Sería un error, sin embargo, que echáramos la culpa con nombre y apellidos a los políticos actuales, en cierta medida son también simples víctimas. La responsabilidad es nuestra, de los ciudadanos, que una y otra vez caemos en la trampa, y no somos capaces de influir en quienes protagonizan el circo.


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