martes, 18 de noviembre de 2008

La luz del robot

En la construcción de la abadía real de Saint Denis, se siguieron las indicaciones del abate Suger para quien sólo podemos llegar a comprender la belleza absoluta, que es Dios, a través del efecto de las cosas bellas y preciosas sobre nuestros sentidos. Por eso, como explica Georges Duby, pidió a los canteros que utilizaran todas las fórmulas de su oficio para "vaciar los muros de la catedral hasta anularlos, para reducir el edificio a simples nervaduras a fin de que la luz se expandiera por su interior sin interrupción...mediante los prodigios de la vidriera”, y se inició así el arte gótico.

Con la secularización, el hombre sigue queriendo librarse de las tinieblas. Pero su empeño pierde las características religiosas y mágicas que hasta entonces tenía. El optimismo de la época glorifica el saber, creyendo que la miseria constituye un simple producto de la ignorancia. La confianza en las capacidades del hombre diviniza una idea, la del "progreso", que consagra una nueva Roma, la del desarrollo ilimitado de la ciencia y el bienestar. Así, el marqués de Condorcet, alistado en las filas revolucionarias de la Gironda, llegó a sostener que la inmortalidad no era un sueño. Los espíritus y fantasmas que habían hechizado el mundo se ocultan, se pensó que para siempre. Bastaba con “luz y más luz”.

El avance ha sido meteórico, estamos al principio del siglo XXI, y a veces podría dar la sensación de que nos hallamos en el umbral de una nueva era. La conquista de las estrellas, los misterios de nuestro origen, la inteligencia artificial complementando, sustituyendo incluso, la nuestra…Todo parece posible, se diría que la prehistoria es ahora cuando está terminando. Los cambios que se vienen sucediendo a escala planetaria en los últimos tiempos hacen recordar la idea, que expresaron los insurgentes del siglo XIX, de que estaba por llegar una definitiva revolución, que sería la última. Sea la última o no, lo cierto es que los occidentales estamos aprendiendo a vivir al borde del vértigo, dadas las mutaciones que en forma acelerada está experimentando nuestra existencia. Pero si el objetivo era el desarrollo indefinido, una vez conseguido, ¿será necesario pensar?
Recientemente, uno de los mayores expertos en ingeniería robótica se ha atrevido a profetizar que, en el espacio de pocos años, los seres humanos seremos indistinguibles de los robots. Es posible, a veces lo ha señalado Fukuyama, que nuestro destino sea evolucionar hacia una especie distinta, que habría conseguido la realización de un mítico sueño: el de la desaparición de la angustia y de la enfermedad. Pero, ¿quién nos programará? Si la libertad supone la pérdida de la felicidad, la evolución optará por el mundo artificial, y el sueño del hombre desaparecerá.

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