Decía
Tribe, en su Constitutional Choices,
que "en temas de poder, el fin de la duda y la desconfianza es el comienzo
de la tiranía". Es cierto, ningún poder, ni siquiera el judicial, puede
quedar al margen de sospecha. Por ello, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos
ha establecido tajantemente que no sólo debe hacerse justicia, debe parecer
también que se hace. Lo que requiere que la ciudadanía tenga la convicción
psicológica de que los órganos encargados
de fallar los litigios están situados por encima de las partes, pudiendo
decidir libremente. En una sociedad democrática, todos los asuntos son
discutibles pero lo que no pueden los miembros de su Ejecutivo, porque
irresponsablemente pondrían en peligro esa convicción, es realizar
manifestaciones sobre el comportamiento a seguir por sus jueces y tribunales.
Con respecto a las diligencias del procés, un ministro de nuestro Gobierno ha
señalado que “no sería lógico alargar la
prisión preventiva” de los procesados. ¿No se da cuenta que eso puede
constituir una presión? Veamos:
Primero.-
¿No es consciente nuestro Gobierno de que el objetivo esencial de los
independentistas es negar la imparcialidad del instructor de las diligencias?
La demanda presentada en Bélgica contra el Sr. Llarena, que sencillamente
inicia el camino a seguir, así lo pone de manifiesto. No lo han ocultado,
continuamente ponen de relieve que todo terminará en los tribunales europeos. Y
es cierto, de una u otra manera, el Estado español se va a encontrar con una
demanda ante el TEDH. Cuando no se tiene nada que perder, la moral no existe y
los procesados van a utilizar todos los medios, que no son pocos como se ha
visto en Alemania, para acusar a nuestros jueces. ¿Queremos darles más motivos?
Segundo.-
¿Tampoco se han dado cuenta que el ataque a los tribunales de justicia va unido
a la puesta en cuestión de la forma del Estado español, es decir, la Monarquía
parlamentaria? ¿Tampoco? Pues es evidente, todo estado implica un orden
jurídico que se garantiza por los tribunales. Si éstos desaparecen, o son
desprestigiados, el sistema entero se viene abajo. No habrá nadie capaz de
defender el pacto social que nos dimos con la Constitución de 1978.
Tercero.-
Según el artículo 56 de la Constitución española, el Rey es el símbolo de la
unidad y permanencia del Estado. Quien quiera destruirlo, ya sabe entonces lo
que tiene que hacer: eliminar su capacidad de influencia, evitar otra
intervención televisada como la de octubre.
¿Somos tan tontos que no nos damos cuenta de su estrategia? Los
independentistas pretenden cargarse a la vez nuestro sistema jurídico y el
símbolo del Estado. Ambas cosas van unidas.
Es
cierto que los problemas políticos no pueden solucionarse sólo con la justicia
penal. También que nuestro amor por Cataluña exige buscar el restablecimiento
de la confianza mutua y la exploración de caminos en ese sentido, así la labor
de Partido Socialista Catalán puede ser imprescindible con personalidades tan
valiosas como las de Iceta o Borrell. Pero no es tolerable el nivel de tensión
a que están sometidos en esta materia los órganos judiciales competentes. ¡Ya
está bien!
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