Los hombres de todas las épocas han delirado, han creído
en brujos, herejes y demonios con la mayor naturalidad, y las alucinaciones han
sido bien graves cuando han afectado a la comprensión de su propia existencia.
La convicción de que podía estructurarse una sociedad a la manera de un reloj llevó a los
experimentos totalitarios del siglo XX. ¿Y si nos estuviéramos equivocando
ahora en la forma de tratar a la inmigración, considerando como progresista lo
que no es más que una muestra de irresponsabilidad? En nuestra civilización,
siempre ha existido la obligación de “dar de comer al hambriento” y la de “dar
posada al peregrino”, es cierto. El problema surgiría si los hambrientos y
peregrinos quisieran luego imponer sus propias costumbres, limitar los derechos
de la mujer, o volver a la Edad Media
llevándonos a estados de carácter teocéntrico. Veamos:
Primero.-Maquiavelo puso de relieve el carácter repetitivo
de los ciclos históricos: nacimiento, desarrollo, decadencia y muerte, no es
necesario recordar el ejemplo de Roma. Una entrada masiva de ciudadanos
procedentes de países islámicos nos debería plantear el hecho de que nuestra
civilización es débil y carece de capacidad demográfica, una de las notas que
Alexis de Tocqueville establecía como índice para determinar el vigor de una
sociedad. Los musulmanes, por el contrario, son jóvenes, están llenos de
vitalidad, odian en muchos casos a Occidente, y vienen de países que nunca han
sido capaces de distinguir el reino de Dios del de los hombres. ¿Cuánto tiempo
tardarían en oponernos sus valores? ¿Merece la pena correr el riesgo de
destruir un mundo basado en ideas producto del cristianismo, el Renacimiento y
las revoluciones burguesas y proletarias?
Segundo.-La entrada sin control constituye un auténtico
disparate. La Declaration
of Rights de Pennsylvania de 1776 contenía una tajante afirmación según la cual
todos los hombres tendrían un inherente derecho a emigrar de un estado a otro
siempre que las tierras de destino estuviesen desocupadas, o sus habitantes
quisiesen acogerlos. En ese caso, habrían de subordinarse a sus reglas, a su ordenamiento jurídico; es algo
elemental y tácito, otra cosa implicaría una invasión. Sería ridículo pensar
que las “llamadas” universales carecen de problemas, y más ridículo realizarlas
para quedar bien y sin consultar con nadie.
Tercero.- No se puede vivir a merced de chantajes, ya sea
de las mafias de traficantes, que se valen de nuestra inseguridad, o de
potencias, como Marruecos, interesadas en maniobrar a favor de sus intereses.
Un Estado moderno debe mantener una política internacional estable, no puede
hacer una cosa hoy y otra mañana según el narcisismo del gobernante de turno
porque se convertiría en irrelevante y en el hazmerreír de la opinión pública.
Todo ello con independencia de la obligación de afrontar el problema, por
exigencias mínimas de piedad, con arreglo a un programa racional y pactado con
nuestros aliados. Si estamos condenados a desaparecer, como nuestro inexistente
crecimiento parece demostrar, al menos hagámoslo con dignidad.
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