El historiador del arte Kenneth Clark, que fue director de
la National Gallery
y uno de los más grandes eruditos del siglo XX, en su obra Civilización expresó el convencimiento de que “ha habido momentos
en la historia de la humanidad en los que parece como, si de repente, la tierra
se hubiera vuelto más cálida, permitiendo al hombre dar saltos que en condiciones
evolutivas normales habrían sido impensables”, saltos especialmente intensos en
el desarrollo intelectual y en la sensibilidad e inteligencia. Le gustaba hacer referencia, y podría resultar
sorprendente, a la época del gótico cuando Suger señaló que sólo podemos comprender
la belleza absoluta, que es Dios, “a
través del efecto de las cosas bellas y
preciosas sobre nuestros sentidos”. Y es indudable que la estética, la
apreciación de lo hermoso a través de criterios de carácter intelectual,
constituye una de las notas esenciales del progreso moral. Si Kenneth Clark
tenía razón, es posible que en forma inversa existan momentos en que lo más
grosero, caótico e inculto se apodere de las conciencias. ¿Está ocurriendo esto
en España? En muchos aspectos, da la impresión de que es así, incluso de que
este país va a desaparecer.
Al objeto de determinar lo que está pasando exactamente,
si es que pudiéramos conseguirlo, sería conveniente analizar el estado en el
que se encuentran los tres poderes clásicos, el Legislativo, el Ejecutivo
y el Judicial. Con respecto al primero,
¿verdaderamente sigue existiendo? En nuestra opinión, desde luego no.
Blackstone decía que el poder del Parlamento es absoluto y sin control: “en
verdad lo que hace el Parlamento ninguna autoridad en la tierra puede
deshacerlo”. Pero eso era porque las mejores inteligencias de la comunidad se
encontraban en él representadas. Las élites de la izquierda y la derecha, en la
II República española incluirían a Don
Manuel Azaña, José María Gil Robles, Julián Zugazagoitia e Indalecio Prieto,
atribuían al Poder Legislativo la “centralidad”. Y el pueblo aceptaba los términos
en que sus dirigentes planteaban las reglas del juego. Actualmente, jovenzuelos
con escasa, por no decir escasísima información, se consideran tan capaces de
participar como el más relevante de los catedráticos de física cuántica, o con
la fuerza moral de una dirigente revolucionaria de la categoría de Dolores
Ibarruri. Así nos va, se han cargado al Parlamento.
Con respecto al Ejecutivo, las redes sociales pretenden
hacernos creer que el PP es un partido corrupto, claro que lo es; pero en la
misma medida en que lo son todos los demás. Decía Ortega que los pueblos que
carecen de proyectos e ideales en común están condenados a elegir a los peores
hombres para dirigirlos. ¿Quién participa actualmente en política? Con valiosas
excepciones, la mayoría de los que se dedican a esa actividad son los que no
tienen patrimonio moral o intelectual que defender. ¿A quién le puede interesar
que su vida sea escudriñada con criterios inquisitoriales desde la cuna? No
tienen además posibilidades de reacción judicial porque “el secreto de las fuentes” y una pretendida
libertad de información mal interpretada, en gran parte por simple miedo, por nuestros
tribunales imposibilitan la defensa de la honorabilidad personal. Ya decía
Alexis de Tocqueville que el riesgo de las democracias es siempre la
corrupción; lo que se refuerza en España porque aquí no se valora la
originalidad, tampoco la brillantez ni la inteligencia. Lo que se quiere es la
fidelidad, que facilita los comportamientos cobardes y la sumisión.
¿Verdaderamente los individuos enjuiciados en el caso Gúrtel tienen
características o alturas de políticos relevantes? Y si un personaje de la
categoría humana de Mariano Rajoy, que a mi juicio indudablemente la tiene, se
lo ha llegado a creer es que algo marcha muy mal.
Por último, y resulta especialmente doloroso, la
irracionalidad se ha llegado a adueñar incluso del Poder Judicial. ¿Cómo es
posible que un magistrado, instructor de unas diligencias penales, se atreva a
opinar sobre las mismas cuando se está desarrollando el juicio oral? El
disparate es de tal magnitud que resulta sorprendente que casi nadie lo haya
denunciado. ¿No se dan cuenta que el sistema judicial se basa en la
imparcialidad? El tema es tan singular que asombra el silencio de las defensas,
en la realidad el principio de “igualdad de armas”, esencial en un sistema
acusatorio, ha sido destruido. En Inglaterra, por ejemplo, cualquier experto en
derecho procesal sabe que eso no hubiera sido posible.
Da la impresión de que este país quiere suicidarse, y la
moción de censura que ahora se ventila así lo demuestra. Admiré en mi juventud
a Santiago Carrillo, fui militante de su partido, a Felipe González, Adolfo
Suárez y también, cómo no, la inteligencia de Manuel Fraga. Si los dirigentes
actuales quieren hacernos volver a un sistema dictatorial, aunque fuere de
carácter mediático, y hacer resurgir los “reinos de taifas”, destruyendo España
y su pluralidad, muchos volveremos a situarnos enfrente. Con más de sesenta
años poco importa ya.
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