Están muy equivocados quienes creen que nos encontramos
ante una moción de censura ejercitada al amparo del artículo 113 de nuestro texto constitucional. Es eso, y mucho más: una crisis de régimen. El estado
democrático de derecho surgido con la Constitución de 1978 se desmorona, y la responsabilidad
no es sólo de Rajoy y el PP, que indudablemente tienen su relevante cuota
parte, sino de toda nuestra clase política y también de la ciudadanía en su
conjunto. A la manera de Ortega, podríamos decir que una sociedad que carece de
proyectos, ideas e ilusiones en común está condenada a tener los peores hombres
para dirigirla. Convendría constatar lo siguiente:
Primera.-Una parte muy importante de la población española
no se siente identificada con la clase política, la desprecia. El “no nos representan”
del movimiento de los indignados se ha hecho realidad. No solamente eso, actúa
con respecto a ella a la manera de los inquisidores de otros tiempos empleando
las armas de la insidia, la sospecha sistemática y la delación. En esta tarea,
se ven auxiliados por unas redes de comunicación que desconocen la función
objetiva de informar, queriendo buscar
siempre culpables a los que destruir, y unos jueces a los que la fuerza
poderosa de la opinión pública, y el propio narcisismo, les lleva a usurpar la
labor de control propia de otras instituciones. En consecuencia, nadie que
tenga un honor que defender se verá atraído por una política que es abandonada a
charlatanes y demagogos irresponsables.
Segunda.- A lo anterior, se ha unido una modalidad relevante
y peligrosa del populismo: el nacionalismo independentista. Es lógico, cuando
desaparecen las alternativas y sectores
mayoritarios de la población han adquirido el suficiente nivel de comodidad
económica para permitirse dedicar parte
de su tiempo libre al pensamiento, la inexistencia de proyectos transcendentes
hace renacer el más poderoso de todos ellos, el religioso. La Nación ha sustituido en
Cataluña al Dios intolerante y cerril del “Santo Oficio”. En consecuencia, en
España se está dando una confluencia entre el fanatismo irracional del
nacionalismo catalán y la cólera indignada de una ciudadanía que reniega de la
“vieja política”, si el Estado se hunde que se hunda.
Tercera.-Las crisis de régimen no se solucionan con la sustitución
de un gobierno, sobre todo cuando se corre el riesgo de que la transición sea
aprovechada por los que quieren destruir el sistema. La única posibilidad, si
es que alguna nos queda, radica en el esfuerzo por parte de los partidos
constitucionalistas para actuar con un programa de mínimos de defensa
institucional hasta las elecciones. Si para ello hubiera que formar un gobierno
de coalición mejor que mejor, es una elemental exigencia de patriotismo
constitucional. Todos los partidos, absolutamente todos, son culpables de la
indigencia política en la que estamos, también de la mezquindad y crueldad con
la que se trata al adversario. Albert Camus reclamó, en su momento, un mínimo
de piedad. Sin ella, y sin sensatez, nuestro país se llenará de presos en la
cárcel y de taifas de carácter territorial.
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