Decía Shopenhauer que en la ancianidad el hombre se
desengaña,”dejan de existir esas ilusiones
que daban a la vida su encanto y a la actividad su aguijón; se ha
reconocido la nada y la vanidad de todas las magnificencias de este mundo,
sobre todo de la pompa, el esplendor y el brillo de las grandezas; se ha
experimentado la finitud de lo que hay en el fondo de casi todas esas cosas que
se desean y de esos goces a los que se aspira, y uno ha llegado así poco a poco
a convencerse de la pobreza y el vacío de la existencia”. Con el mismo
pesimismo de Calderón, la vida habría sido un simple sueño, sólo que en
Shopenhauer las imágenes producidas recordarían a un carnaval. Y a veces nos
dejan una inmensa sensación de ridículo, lo que nos lleva a las impresiones
producidas por el gobierno de Sánchez.
Hemos de reconocer que hay dos nombramientos que producen
satisfacción, por supuesto el de Borrell, pues mi miedo al disparate catalán
encuentra algo de seguridad en el hecho de su presencia. También el de Nadia
Calviño, viva expresión de la brillantez y la preparación. A lo que se podría unir tal vez el de Isabel Celáa, y alguna otra
constitucionalista; puedo sentirme orgulloso de que personas así estén en el
gobierno. Por lo demás, ¿el hecho de que formen parte del mismo once mujeres es
positivo? Para quienes vivan todavía en
la época del patriarcado, como ahora se dice, es posible pero para las
generaciones educadas por Simone de Beauvoir y los que hemos sabido siempre que
científicamente el hombre es biológicamente innecesario, Jean Rostand dixit,
celebrar tal composición puede resultar provinciano. Es más, ¿no se dan cuenta
que puede analizase psicológicamente en forma bien distinta? Un macho
dominante rodeado de mujeres… Voltaire y los ilustrados pusieron de relieve
que la civilización iba unida a la presencia activa de la mujer. Hacer
ostentación de ello, en cambio, puede carecer de estilo.
Todo depende de la perspectiva, y la que refleja el nuevo gobierno
no es muy buena, recuerda a las fotografías ridículas tomadas inmediatamente
después del nombramiento del de Zapatero. Por otra parte, a propósito de
carnaval, las personas que hayan leído el Baco de Jean Cocteau recordarán que
su fiesta anual constituía un espectáculo dirigido a hacer olvidar la realidad de las cosas: durante un día, los pobres se
convertían en ricos, los delincuentes eran liberados y los poderosos de este
mundo derribados. La fiesta terminada, todo seguía exactamente igual hasta el
año siguiente; un engaño que fortalecía el sistema. En la misma forma, podría
entenderse que el nuevo gobierno constituye un fuego de artificio para eludir
la cuestión esencial: ¿cuál es su legitimidad? Las mociones de censura en
España, como en Alemania,están pensadas en forma constructiva. Se derriba un
gobierno para sustituirlo por otro, por eso tienen que incluir un candidato a
la presidencia. En este caso, de lo que se ha tratado es de echar a Rajoy sin
programa alguno. Va a tener razón Rafael Nadal: si el objetivo era reaccionar éticamente frente a la corrupción,
es el momento ahora de llamarnos a votar.
Hay carnavales exuberantes, como el de Venecia. Su final inspira melancolía y vanidad, constituye una manera de eludir
la nada. Y, en España, la nada es el peligro de destrucción que supone el
desafío catalán. Vivimos en pleno proceso de rebelión, da igual cómo
calificarlo desde el punto de vista de la tipología delictiva, que no tiene
fin. Es más, Elsa Artadi ha reconocido que intentan aprovechar todas nuestras debilidades.
Y somos tan memos que nos dedicamos al deporte de derribar gobiernos y mostrar
que somos geniales, niños sería mejor decir, que nombramos un gobierno con
astronautas y cómicos que al día siguiente desaparecen. Y, además, sin tiempo siquiera para pensarlo ofrecemos
cambios constitucionales. ¿Nos podrían decir para que? Habría que recordar el
dicho ignaciano “en tiempos de tribulación, no hay que hacer reformas”. Claro
que hay que ofrecer diálogo, retomar los proyectos políticos y ofrecer una
salida para Cataluña, pero sin olvidar que los independentistas no quieren eso,
no se conforman más que con la destrucción del Estado. Habría que rezar para
que Borrell controle en este aspecto la bonhomía de Iceta. Desde un punto de
vista estrictamente jurídico penal, pienso, lo he dicho en otras ocasiones, que
la conducta de Quim Torra podría considerarse una continuación de la de
Puigdemont, con todo lo que eso llevaría consigo.
Finalmente, me gustaría pedir al Partido Popular que, por
razones incluso tácticas, siga el ejemplo elegante de Mariano Rajoy en su
despedida en el Congreso. Si se embarca, en cambio, en la misma política de
mezquindad y obsesión conspirativa que siguió tras los atentados de 2004
impediría la consolidación de una oposición moderna. No es el momento, por otra
parte, de incidir en la búsqueda de personas como Santamaría, Feijóo y
Cospedal, eficientes sin duda pero sin el carisma necesario para tiempos convulsos. No lo olviden por
favor, y elijan bien, Si no, y para una transición temporal, confórmense con
Ana Pastor
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