“Ninguna generación puede sujetar a sus leyes a las
generaciones futuras” decía Thomas Jefferson, y tenía razón. Pero una cosa es
eso, y otra asumir riesgos innecesarios cuando la estructura total del
ordenamiento jurídico se ha puesto en cuestión. ¿Sabe Meritxell Batet lo que
está proponiendo cuándo aboga por una reforma constitucional? Por supuesto que
los gobiernos españoles desde Zapatero, incluso antes, han sido incapaces
políticamente de afrontar el tema catalán y, en general, el problema de nuestra
articulación territorial. Pero debería consultar a su compañero Borrell, bien
experimentado e inteligente, que le podría recordar la pertinencia del dicho
ignaciano “en tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. Veamos:
Primero.-Las diligencias penales incoadas contra
Puigdemont y miembros de su govern son objeto de tramitación en este momento, y
más pronto que tarde habrá de iniciarse la vista oral. No parece sensato que el enjuiciamiento de
sus actos pueda servir como pieza de cambio a utilizar en un debate que debería estar presidido por la reflexión intelectual. Un requisito elemental de
la tutela judicial efectiva es el establecimiento de condiciones que aseguren
la imparcialidad de los tribunales, lo que exige un ambiente de serenidad a la
hora de decidir. ¿Podría garantizarse en medio de la agitación de una reforma
constitucional? Todo lo contrario, el proceso podría convertirse en un
espectáculo dominado por alteraciones populares y el simple chantaje.
Segundo.- Claro que es necesaria, por desgracia, una
reforma constitucional a la vista del fracaso autonómico. Pero, ¿sabe Batet lo
que realmente pretende, y lo que implica abordarla ahora? Gran parte de la
sociedad española lo que desea es limitar las competencias de las Comunidades
Autónomas, eliminarlas incluso. Y nadie en su sano juicio puede negar los
perjuicios que están conllevando a nuestra pacífica convivencia. ¿Está
dispuesta a enfrentarse con este rechazo popular?
Tercero.-Por otra parte, si queremos mantener la realidad
del estado nacional español, no es posible aceptar un sistema en el que las
competencias educativas y lingüísticas de las comunidades impliquen la
creación, con técnicas propias de la ingeniería, de diecisiete historias
completamente distintas. No hay ningún estado que sea capaz de resistir tantas
épicas, para colmo enfrentadas. ¿De verdad quiere Batet que nos planteemos la
necesidad de escribir una historia común? La de Cataluña no puede seguir siendo
diversa de la castellana, porque la realidad es que son complementarias. Una
reforma constitucional exige un nuevo relato, ¿puede abordarse tranquilamente
ahora’
Los que nos sentimos catalanes porque sabemos que es el
derecho lo que crea una patria queremos reestructurar simbólicamente el Estado.
Pero con sensatez y sin prisas, y eso no significa suprimir el diálogo. No se
puede olvidar la peligrosa desfachatez de Elsa Artadi cuando advirtió que
quieren aprovechar nuestras debilidades.
Lo que procede es ofrecer una reflexión, y eliminar la situación de estricta
rebelión jurídica que nos amenaza. Si no tenemos cuidado volverán las taifas,
ya se adivinan en Euskadi.
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