martes, 2 de junio de 2009

Un sistema falso

Miles de personas, y sus familiares, dependen en nuestro país de los partidos, de sus vaivenes internos y de la contienda electoral. Su estabilidad económica, las posibilidades de distinción y futuro están así condicionadas por el resultado de las urnas. Es verdad que existe una justificación de peso: al intervenir en la vida pública, sirven a un determinado proyecto de ordenación de la convivencia, actúan por ideas sin las que el sistema democrático desaparecería. ¿Y si fuese falso, si ya no existiesen alternativas ideológicas en nuestro universo político? Es ese caso, una gigantesca coartada estaría encubriendo el puro y simple interés.

La inmensa mayoría de nuestros comunicadores, con notables excepciones desde luego, se sitúan a uno u otro lado del espectro partidista, desarrollando líneas editoriales que favorecen sus respectivas posiciones. Detrás de los mismos, están concretos individuos que se verán directamente afectados por la cercanía o el alejamiento del poder, las políticas de subvenciones y el otorgamiento de cargos. Tienen también una justificación única: si la libertad de expresión es preciosa, mucho más tiene que serlo para los creadores de opinión. Teóricamente el debate sería el único medio para consolidar una sociedad libre. ¿Y si hubiesen desaparecido tal tipo de sociedades en nuestro horizonte cultural? En ese caso, la discusión serviría pura y simplemente para proporcionar legitimidad al sistema.

El riesgo de la igualdad es la uniformidad mental, que destierra al sanatorio psiquiátrico a los que disienten. Si bien se observa, las alternativas reales se han convertido en tabú, no es posible siquiera plantearlas a no ser que quieras poner en peligro tu propia promoción. ¿Es posible imaginar en España a un intelectual, como Garaudy, que se atreviera a negar el Holocausto? Es verdad, existen todavía en nuestro país temas polémicos: la articulación territorial del Estado, la legalización del aborto a plazos, la política de trasvase de aguas y tantos otros. Pero, con independencia de que ninguno de ellos define una posición ideológica, las maquinarías partidistas rehuyen adoptar posiciones cerradas, prefieren los matices que permiten salidas coyunturales. Las decisiones definitivas impiden los necesarios pactos…

En el franquismo, si ingresabas en un partido podías dar con tus huesos en la cárcel. Ahora, si no lo haces, te conviertes en un ser conflictivo, poco de fiar, y, si no tienes cuidado, perderás hasta el honor que es una pérdida mucho mayor que la de la libertad. La verdad es que, entre unas cosas y otras, y a pesar del atractivo de Rosa Díaz, va siendo hora de plantearse si la abstención no será el único instrumento real de oposición al sistema. Al menos es un gesto estético.

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