lunes, 28 de mayo de 2018

Crisis de régimen. El Mundo


Están muy equivocados quienes creen que nos encontramos ante una moción de censura ejercitada al amparo del artículo 113  de nuestro texto  constitucional. Es eso, y  mucho más: una crisis de régimen. El estado democrático de derecho surgido con la Constitución de 1978 se desmorona, y la responsabilidad no es sólo de Rajoy y el PP, que indudablemente tienen su relevante cuota parte, sino de toda nuestra clase política y también de la ciudadanía en su conjunto. A la manera de Ortega, podríamos decir que una sociedad que carece de proyectos, ideas e ilusiones en común está condenada a tener los peores hombres para dirigirla. Convendría constatar lo siguiente:

Primera.-Una parte muy importante de la población española no se siente identificada con la clase política, la desprecia. El “no nos representan” del movimiento de los indignados se ha hecho realidad. No solamente eso, actúa con respecto a ella a la manera de los inquisidores de otros tiempos empleando las armas de la insidia, la sospecha sistemática y la delación. En esta tarea, se ven auxiliados por unas redes de comunicación que desconocen la función objetiva de informar, queriendo  buscar siempre culpables a los que destruir, y unos jueces a los que la fuerza poderosa de la opinión pública, y el propio narcisismo, les lleva a usurpar la labor de control propia de otras instituciones. En consecuencia, nadie que tenga un honor que defender se verá atraído por una política que es abandonada a charlatanes y demagogos irresponsables.

Segunda.- A lo anterior, se ha unido una modalidad relevante y peligrosa del populismo: el nacionalismo independentista. Es lógico, cuando desaparecen las alternativas  y sectores mayoritarios de la población han adquirido el suficiente nivel de comodidad económica para  permitirse dedicar parte de su tiempo libre al pensamiento, la inexistencia de proyectos transcendentes hace renacer el más poderoso de todos ellos, el religioso. La Nación ha sustituido en Cataluña al Dios intolerante y cerril del “Santo Oficio”. En consecuencia, en España se está dando una confluencia entre el fanatismo irracional del nacionalismo catalán y la cólera indignada de una ciudadanía que reniega de la “vieja política”, si el Estado se hunde que se hunda.

Tercera.-Las crisis de régimen no se solucionan con la sustitución de un gobierno, sobre todo cuando se corre el riesgo de que la transición sea aprovechada por los que quieren destruir el sistema. La única posibilidad, si es que alguna nos queda, radica en el esfuerzo por parte de los partidos constitucionalistas para actuar con un programa de mínimos de defensa institucional hasta las elecciones. Si para ello hubiera que formar un gobierno de coalición mejor que mejor, es una elemental exigencia de patriotismo constitucional. Todos los partidos, absolutamente todos, son culpables de la indigencia política en la que estamos, también de la mezquindad y crueldad con la que se trata al adversario. Albert Camus reclamó, en su momento, un mínimo de piedad. Sin ella, y sin sensatez, nuestro país se llenará de presos en la cárcel y de taifas de carácter territorial.





martes, 22 de mayo de 2018

¿Un nuevo Govern? El Mundo


Si hay algo que define el derecho penal liberal, que se impone en Occidente desde Cesare Beccaria, es la máxima “los pensamientos no pagan aduana”. Somos libres de elaborar nuestras ideas, por atroces que parezcan, sin que el aparato punitivo del Estado pueda intervenir. Nadie en su sano juicio, cierto que hay muchos que no lo tienen, puede discutirlo. Pero esto es muy distinto a que nuestro gobierno quiera sostener, con pretendido riguroso formalismo, que el mantenimiento de las medidas previstas en el artículo 155 de la CE exigiría una actuación ilícita por parte de Quim Torra, como si las que viene realizando no lo fueren ya. Se sugiere incluso que cabría la posibilidad de aceptar el nombramiento de nuevos consejeros siempre que estuviesen “limpios”. ¿Es sensato jurídicamente lo anterior? Desde luego que no, y por razones elementales:

Primero.- El nombramiento de consejeros en prisión preventiva, o rebeldes a la acción de la justicia, refleja claramente la ilicitud del actuar de Quim Torra. El artículo 9 de la CE señala tajantemente que “los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”. ¿Cómo puede atreverse a nombrar a unas personas cuya capacidad de actuar política está sujeta a la autorización de un juez instructor? Conformarse con una nueva designación en estas condiciones, no sólo sería chapucero implicaría aceptar que el fraude es gratis.

Segundo.-Del sumario, según se refleja en el auto de procesamiento, se deduce la existencia de un proyecto delictivo en cuyo decurso se preveían incidencias de confrontación con el estado tal y como las que ahora se  están desarrollando. ¿Hay que esperar ingenuamente algo más? Se produce una conspiración para la rebelión, o una propia rebelión o sedición, se desoyen sistemáticamente las advertencias con implicaciones penales del Tribunal Constitucional, se declara la independencia de Cataluña y ahora parece que hay que volver a empezar. ¿Es serio? Lo mínimo a tener en cuenta es que la posible implicación de Torra en los hechos merecería el examen de los tribunales de justicia.

Tercero.- Es cierto que el conflicto que se desarrolla en una Cataluña, que por cierto amamos, tiene un  carácter político que nuestros gobiernos no han sido capaces de prever ni de resolver. Con independencia de ello, si vivimos en un Estado de Derecho tendremos que movernos con arreglo a sus premisas. Entre ellas una elemental, la de que las actuaciones delictivas no pueden fundamentar las decisiones de carácter político.

Convendría señalar además que las medidas que hubiere que adoptar en relación con la defensa de nuestro orden constitucional no pueden subordinarse a consideraciones tácticas en relación con la aprobación de los presupuestos o las  relaciones con el PNV. Sería bien triste y decepcionante. Y no hay que olvidar que vivimos un conflicto que podemos perder por irresponsabilidad o torpeza.













jueves, 17 de mayo de 2018

El barquero y la eternidad ABC de Sevilla


Durante siglos, hemos vivido en la convicción de que todo se repite hasta la eternidad. A la manera de Siddharta, “siempre se volvían a sufrir las mismas penas”, nos hemos sentido barqueros viendo pasar el agua mientras el río permanece. De manera bien expresiva y hermosa lo ponía de relieve el Eclesiastés: “Lo que fue, eso será; lo que se hizo eso se hará. Nada nuevo hay bajo el sol. Si hay algo de que se diga: <Mira eso sí que es nuevo> aun eso ya sucedía en los siglos que nos precedieron”. Simplemente, todo tendría su momento: “su tiempo el nacer y su tiempo el morir”, y vuelta a nacer y a morir. Muchas veces, se ha puesto el ejemplo de los campesinos europeos cuya vida permaneció intacta, salvo las incidencias estrictamente vitales de muerte, peste y guerra, desde los tiempos de Cristo hasta esencialmente comienzos del siglo XX. Pero si nuestra identidad no cambia, ¿qué somos realmente y hacia dónde vamos?

Uno de nuestros más grandes filósofos, Unamuno, en su célebre “Del sentimiento trágico de la vida”, señaló: “Nadie quiere ser olvidado porque nadie quiere morir”…"no quiero morirme, no; no quiero, ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre que me soy y me siento ser ahora y aquí, y por esto me tortura el problema de la duración de mi alma, de la mía propia". La angustia ante la muerte se expresa en formas muy diversas, conlleva miedo al dolor y a lo desconocido, pero también a la soledad con que debe afrontarse. Todas se experimentan individualmente, pues cada uno las percibe en función de sus circunstancias psicológicas; pero son consecuencia de la puesta en peligro del impulso de supervivencia que colectivamente poseemos como especie. Es decir, somos seres que queremos vivir, no otra cosa implica la reproducción, y era el amor a la propia individualidad lo que quería mantenerse.

De todas maneras, hubo que esperar al Renacimiento para poder colocar al hombre en el centro del universo, antes la proximidad de la muerte y  la idea de finitud lo habían impedido. Así el gran arquitecto León Battista Alberti dirigiéndose soberbiamente, a sí mismo y a todos los seres humanos, había proclamado: "A ti ha sido concedido un cuerpo más gracioso que el de otros animales, a ti la facultad de realizar movimientos aptos y diversos, a ti sentidos agudísimos y delicados, a ti ingenio, razón y memoria como un dios inmortal". Tales cualidades las habría poseído desde siempre, también en el medievo, pero es solamente ahora cuando puede tomar conciencia de ello. A partir de entonces, la idea de originalidad y diferencia es lo que va a marcar el destino del ser humano, seríamos únicos e irrepetibles. La Ilustración y el liberalismo acentuarían la idea de que el objetivo de toda sociedad es potenciar al máximo la propia personalidad, es decir, el alma individual. Rousseau lo expresó con ingenuidad en “Les confessions”: "Yo sólo yo. Siento mi corazón y conozco a los hombres. Estoy hecho de modo distinto a cualquier otra persona que yo conozca; diría, incluso, que no hay otro en el mundo como yo. Quizá yo no sea mejor, pero al menos soy diferente".

La idea de originalidad, manifestada en el deseo de vivir en forma diferente y reproducirse, se repetiría eternamente. Las sociedades podrían nacer, consolidarse y morir para luego renacer en un continuo retorno. Pero el deseo hegeliano de ser reconocido y valorado siempre permanecería. Pues bien, vivimos un momento revolucionario: por primera vez da la impresión de que el ser individual va a ser sustituido. Muchas veces se ha hablado del cerebro colectivo que poseen determinadas especies animales. Y no es necesario recordar la fascinación que las abejas ejercieron sobre intelectuales de todas las épocas, recuérdese en este sentido “la fábula de las abejas” de Mandeville. ¿No será ese cerebro más eficiente que el nuestro personal? No es nada extraño encontrarse con relevantes ingenieros informáticos que señalan la posibilidad de que el hombre consiga la inmortalidad en el curso de este mismo siglo. De acuerdo, teóricamente podríamos vencer la enfermedad pues siempre es posible sustituir un órgano viejo o enfermo. Igualmente, la mente puede ser reparada de manera química como ahora hacen ya de manera primaria los ansiolíticos. ¿Y el alma?

A lo mejor es una falsa alarma, pero lo cierto es que la idea de originalidad de los ilustrados se está revelando como muy peligrosa. Si destacas, te señalas ante los demás y, tarde o temprano, serás eliminado. De manera elemental, podemos poder un ejemplo: el de los presidentes de gobierno de nuestra democracia. A Suárez le destrozaron el corazón, Calvo Sotelo fue despreciado como insípido, al brillante Felipe González quisieron llevarlo a la cárcel, por su parte Aznar y actualmente Rajoy son objeto de todos los odios. Exceptuamos a Zapatero porque la forma de liquidarlo ha sido subrayar su propia bonachona inanidad. Si observamos la vida pública en nuestros días, se impone una conclusión: lo mejor para evitar problemas es encerrarte en casa. Lo malo es que un cerebro colectivo constituido por la totalidad de nuestros compatriotas no es garantía alguna de seguridad, dan miedo y muchas veces expresan odio.




sábado, 12 de mayo de 2018

¿Puede ser elegido Quim Torra? El Mundo. Madrid


Al parecer, las formaciones independentistas catalanas ya tienen candidato dentro de plazo,  ¿reúne los requisitos necesarios para superar los límites impuestos por la aplicación del artículo 155 de la CE? Es muy dudoso la verdad, sobre todo si se tiene en cuenta que participar en un proceso de carácter delictivo lo impediría claramente. No se puede incidir en una rebelión contra el Estado y, al mismo tiempo, presidir una de sus Comunidades autónomas. Desde la seriedad, no cabe aceptar, por comodidad, miedo, prudencia incluso, una actuación fraudulenta contra su ordenamiento jurídico. Es algo elemental, veamos:

Primero.- La candidatura de Quim Torra ha sido impuesta por  un señor, Puigdemont, que está encausado por hechos susceptibles de ser tipificados como rebelión, conspiración para la rebelión, o sedición, y que se considera aún Presidente legítimo de la Generalitat. Más grave aún, pretende utilizar a Torra como un elemento meramente ejecutor de su proyecto calificado como delictivo. Si es consciente el candidato de todo ello, y no parece muy tonto, debería tener en cuenta que nuestro Código Penal cuando determina la responsabilidad criminal señala, en su artículo  29, que “son cómplices los que, no hallándose comprendidos en el artículo anterior, cooperan a la ejecución del hecho con actos anteriores o simultáneos”, algo en lo que podría incidir  claramente Quim Torra. ¿Cómo puede considerarse, entonces, legítima una propuesta dirigida a consolidar una rebelión?

Segundo.-Sería disparatado no tener en cuenta que los efectos de los delitos de que viene acusado el señor Puigdemont no han sido consumados. Sus propios autores recuerdan que su único objetivo es “implementar la República”. Y en ese propósito se enmarcan las actuaciones que vienen realizando a nivel internacional, los distintos hechos de resistencia, activa y pasiva, que se desarrollan en Cataluña y, sobre todo, la enorme campaña que su aparato de propaganda, desde medios oficiales incluso, sigue protagonizando. El proyecto criminal, de existir, se encontraría en una fase decisiva, la de consolidación del enfrentamiento con parálisis de nuestro aparato estatal.

Tercero.-Para restablecer la legalidad constitucional no basta con la elección de un “presidente limpio” de imputación penal. Es ridículo siquiera plantearlo, lo que es necesario es que no participe en forma alguna en hechos que, en su día, pudieran merecerla. Y lo cierto es que el señor Torra está siendo utilizado de manera instrumental en hechos muy posiblemente constitutivos de un delito de rebelión, que el Estado no puede tolerar.

Y todo ello al margen del desprecio que supone proponernos a un señor que parece haberse distinguido por sus insultos, humillaciones también, a España y a todos los españoles que, por cierto, somos tan catalanes como él. Pero eso es otra cosa.










jueves, 3 de mayo de 2018

En defensa de los jueces. ABC de Sevilla


Cuando, en 1828,  François Guizot se preocupó en determinar las características esenciales de la civilización occidental, en su  Histoire générale de la civilisation en Europe, señaló como una de las más importantes la primacía del Derecho. Es indudable que es así desde Roma, pues ya Cicerón sostuvo que “para ser libres debemos ser siervos de la Ley”. De hecho, los contractualistas, con Locke y Hobbes a la cabeza, insistieron en que la superación del salvajismo propio del “estado de naturaleza” sólo era posible mediante un “pacto social”, es decir, mediante el Derecho. Para dejar atrás la arbitrariedad que generaba el gobierno del más fuerte, era necesario sustituirlo por el de la Ley en cuanto conjunto de reglas fijas previamente establecidas, que proporcionan certeza y seguridad. Es algo elemental, que en los tiempos actuales deberían saberlo hasta los escolares más pequeños.

Por otra parte, la aplicación del ordenamiento jurídico, en cuanto sistema complejo sujeto a interpretación, se viene atribuyendo desde los inicios de nuestra cultura a órganos especializados, es decir, a los tribunales de justicia. Hay una razón elemental: el Derecho constituye una técnica, realmente una ciencia, que sólo es posible dominar tras muchos años de estudio y preparación. Por eso, al menos en el sistema continental, el acceso a la función judicial deriva de las llamadas oposiciones, o excepcionalmente del “reconocido prestigio”, que sirve para acreditar el conocimiento adecuado para el ejercicio de tan importante labor. Si de una forma directa las masas se encargaran de ello las sentencias podrían quedar a merced de la venganza privada, la demagogia o la pura y simple crueldad, sobre todo cuando se trata de la justicia penal.

Por eso, en Roma, como nos explica el profesor Llano Alonso, la función judicial se concebía como una actividad reservada a las minorías capaces de sistematizar y comprender los distintos matices de las reglas jurídicas.  Pero, además, si los tribunales son siervos solamente de la Ley, tal y como señalaba Cicerón, serán ellos los únicos capaces de garantizar una de la notas esenciales de la función de juzgar: la imparcialidad. Es esto lo que posibilita la existencia de “jueces en Berlín”. Sin ellos, sin personas dotadas de la fuerza necesaria para sustraerse a las indicaciones arbitrarias de los déspotas de turno, ya sean personales o colectivos, se volvería a la ley de la selva. Si es cierto todo lo anterior, ¿cómo es posible que nuestro país haya permitido reacciones tan ofensivas para los tribunales como las que han tenido lugar con ocasión de la conocida sentencia de la Audiencia de Navarra? Más escandaloso aún, ¿cómo es que un gobierno conservador, amante por tanto teóricamente del orden y la ley, ha sido incapaz de pronunciarse ante los graves ataques de que vienen siendo objeto sus miembros?

En el momento de redactar este artículo, me entero de que un miembro de nuestro Gobierno ha aludido, al parecer,  incluso a las circunstancias personales de uno de los redactores de la sentencia. ¿No se da cuenta que desprestigia la credibilidad del propio órgano judicial?  Además, si a los miembros de un determinado tribunal se les permite actuar como tales, es que están en condiciones para dictar cualquier resolución. Caso contrario, deberían haber sido previamente incapacitados.  Y, si no lo fueron, se encuentran en el ejercicio regular de sus funciones. Por otra parte, si en alguna ocasión fueron advertidos por retrasos o menores incidencias, nada de ello les deslegitima. En conclusión, un Gobierno que hace estas cosas, si es que lo ha hecho, debe inmediatamente pedir perdón por el daño que ha infligido no sólo al propio tribunal, a la sociedad en su conjunto. Todo esto constituye una vergüenza.

En cualquier caso, el problema central de todo lo que ha ocurrido es que gran parte de la opinión pública, de los políticos y de los periodistas de este país no sabe leer. Porque, antes de criticar una sentencia, hay que leerla, sobre todo cuando, en este caso y desde un punto de vista técnico, es singularmente minuciosa y de calidad. Lo que señalamos con relevancia en el caso del “voto particular”, que es sin duda notable. El magistrado que lo ha dictado no podía imaginarse, al preparar su oposición, que la emisión con arreglo a su conciencia de una resolución judicial iba a implicar una agresión más propia de una persecución inquisitorial que de otra cosa.  ¿Quién le resarce del daño moral que se le ha infligido? Es hora de terminar con los “juicios paralelos” protagonizados por irresponsables “redes sociales” al servicio de la demagogia y la ruindad.

Hay algo elemental que parece inconcebible que la sociedad no haya llegado a captar: se puede ser una mala bestia sin llegar a incidir en tipo delictivo. Ha sido necesario el transcurso de siglos para establecer claramente tal deducción, ¿queremos volver a empezar? Y todo ello es independiente, como es natural, de que los ataques a las mujeres constituyan una repugnante cobardía que hay que perseguir en la forma que establezca la ley, pero ése es otro problema.





martes, 1 de mayo de 2018

El riesgo de correr junto a las masas. El Mundo


En Alemania, el triunfo del partido nacionalsocialista determinó que progresivamente fueran desapareciendo los “jueces de Berlín”, lo mismo que ocurrió en la Italia fascista y en la España de Franco, como muy bien lo llegaron a saber los jueces de Justicia Democrática. Y es que los regímenes de dictadura no son compatibles con el Derecho. Es verdad que hay distintos géneros de dictadura, entre las más peligrosas, la de las masas. En cualquier caso, es escandaloso lo que está ocurriendo en relación con la sentencia de la Audiencia de Navarra. Veamos:

Primero.-Es elemental que el Gobierno apoye a los tribunales de justicia, son los que proporcionan seguridad jurídica. Por ello, resulta indignante que nadie, en el de Rajoy, haya sentido la necesidad de salir en su defensa. Más indignante aún cuando alguno de sus miembros ha llegado a insinuar que cabría la posibilidad de someter a expediente disciplinario a sus redactores. Si vamos a sancionar a un juez por sus sentencias, nos convertiremos en un sistema totalitario. ¡Y, en este caso, se trata de un Gobierno conservador! ¿Se han vuelto locos, o simplemente tontos de remate?

Segundo.- El problema es que nadie se ha leído la sentencia, que es de gran calidad. En este sentido, es de resaltar el “voto particular”. ¿Cómo se puede criticar sin leer? El Derecho es una técnica cuyo dominio exige muchos años de preparación y estudio, lo que es especialmente relevante con respecto al ordenamiento punitivo porque de su precisión dependen derechos tan fundamentales como el de la libertad y la vida de las personas.

Tercero.-Parece que hay que volver al colegio para recordar que el “estado de naturaleza” se superó mediante un “pacto social” que implicaba el sometimiento de los litigios a la deliberación de un juez, así se eliminaban la venganza privada y la lucha de todos contra todos. Si las masas son las que deben decidir sobre culpabilidad e inocencia todos estaremos en peligro. El Poder Judicial es el final garante del Estado de Derecho, sin él nos encontraremos a merced de la insidia y la crueldad social.

Cuarto.- Han sido siempre las organizaciones de carácter fascista y reaccionario las que se han servido del miedo de las turbas para, mediante la agitación y el desconcierto, conseguir sus fines desestabilizadores. No es raro que estas cosas estén ocurriendo en España,  esto le viene muy bien a los partidarios de la quiebra territorial que se están encontrando con el obstáculo que suponen los tribunales de justicia.

Las masas nunca han sido una garantía para el derecho. Si nos cargamos a los tribunales de justicia, el sistema democrático desaparecerá y la demagogia y la ignorancia nos conducirán a la tiranía de algún iluminado. Y no hace falta decir que se puede ser un cerdo, como quizá lo sean concretos criminales, y no incidir en determinado tipo delictivo.