Decía Nietzsche que para sobrevivir sería imprescindible “trasladarse a la cumbre de las montañas para contemplar muy por debajo la despreciable charlatanería de la política”. Se expresó en forma bien pesimista, como siempre de otra parte, pues su época coincidió con el surgimiento de los sistemas ideológicos, dirigidos a interpretar y organizar la vida de los hombres, que han dominado la intelectualidad europea hasta tiempos recientes. Por muy charlatanes que pudieran ser algunos de sus partidarios, nadie podrá negar la pasión que pusieron en la lucha ni la grandeza de sus construcciones teóricas. ¿Qué habría dicho entonces de la política española de nuestros días? Probablemente, creería que asistía a una opera bufa francamente antiestética.
Nadie con un mínimo de seriedad se atreverá a sostener que lo que ocurre en este país, al término de la legislatura, tiene alguna relación con el debate ideológico, entre otras razones, por la elemental de que las ideas han desaparecido: una clase política pretende sustituir a otra en el ejercicio del poder y punto, no hay nada más. Una multitud de candidatos aspira a obtener los cargos públicos, empleos y prebendas que han difrutado sus enemigos durante los ocho años anteriores, a esto se reduce todo. Y se desarrolla con la misma crueldad que ya se manifestó en los momentos finales de Aznar y también, por supuesto, en los de Felipe González. Como miles, por no decir cientos de miles, de nuestros paisanos se han acostumbrado a vivir a costa del erario público la lucha se desarrolla sin ningún tipo de cuartel. Se trata de un espectáculo vergonzoso.
En el fondo, obsesionados por los votos, nuestros dirigentes desprecian la inteligencia. Lo único que les interesa es el individuo medio al que piensan es necesario dirigirse desde la demagogia y la simplificación. Todas las promesas serán pocas cuando se trate de eliminar los pretendidos “privilegios” que ostentan: obligatoriedad de declarar sus actividades y bienes, de sus cónyuges y amantes, absoluta incompatibilidad de funciones, supresión de institutos clásicos del parlamentarismo como la inviolabilidad e inmunidad… ¿Saben de qué están hablando?
Por supuesto que no, cavan su propia tumba así como la de una civilización basada en la racionalidad y en la primacía del Legislativo. Cualquier doctorando en derecho constitucional conoce que las “prerrogativas” no son privilegios, todo lo contrario, constituyen la más clara defensa de la representación de la ciudadanía. Si además pretendemos eliminar hasta su derecho a la intimidad, sólo los memos, que no tienen ninguna, se dedicarán a la política. Habrá que hacerse alpinista para huir con rapidez al Himalaya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario