En la prensa alemana se ha hecho referencia estos días a la suerte de los millones de compatriotas que, al final de la segunda guerra mundial, fueron expulsados en condiciones bíblicas de regiones que habían pertenecido a su país durante siglos: Silesia, Pomerania, los Sudetes, Prusia oriental etc. Es tan grande su complejo de culpa que el problema es siempre planteado en forma velada, no existe sentimiento de revancha ni sombra alguna de reivindicación formal. Sienten tal grado de vergüenza por los actos de sus antepasados, que piensan que es mejor no hablar. Y es verdad, su responsabilidad fue enorme, basta con recordar el holocausto. Premonitoriamente Goethe, en el siglo XIX, quejándose de Alemania, había advertido que “llegará el día en que tendrá que enfrentarse con su destino, que la aniquilará”. Así fue.
Sin embargo, en la vida es necesario dudar ¿fueron mejores los aliados? En el fondo, la Europa de la postguerra surge con un enorme fraude intelectual: el de utilizar en Nuremberg las formas procesales para encubrir una venganza política. Es muy posible que no hubiera podido crearse un orden nuevo sin eliminar a los dirigentes nacionalsocialistas, caso de Goering, Bormann, o el mismo Hitler si hubiera sobrevivido. Personalmente, creo que era inevitable su ejecución, pero no existe Derecho sin imparcialidad, los vencedores nunca pueden hacer justicia sobre los vencidos, al menos la que en los países occidentales se entiende por tal. Tenemos un ejemplo bien reciente, el de los Ceaucescu: ¿fue aquello un juicio? No, constituyó un espectáculo horrendo en el que la única sombra de dignidad estuvo siempre del lado de los acusados.
Volviendo al caso alemán, estoy convencido que de ganar hubiesen tenido motivos igual de poderosos para organizar un Nuremberg al revés. Con un ejemplo nos basta, el de los miembros del ejército rojo: leer a Antony Beevor nos sirve para conocer que en las postrimerías de la guerra mas de cien mil alemanas fueron violadas por ellos. Existe a este respecto un libro estremecedor, “Una mujer en Berlín”, es anónimo pero sus contemporáneos saben que su autora fue una periodista víctima de los hechos. Los rusos, mal que me pese, se comportaron como auténticos bárbaros.
¿Y el admirado Churchill? Al no saber cómo recompensarlo, le llegaron a dar un más que dudoso premio nóbel de literatura. Pues bien, fue uno de los principales responsables de la política de tierra quemada, que dio lugar a la inhumana destrucción de Leipsig y Dresde. ¿Y qué pensar de Hiroshima y Nagasaki? ¿Por qué tirar la bomba atómica en grandes poblaciones?, podía haberse hecho sobre un vulgar atolón. La historia de los vencedores es tan falsa como la que, de haber sido otra la suerte, hubiesen escrito los vencidos.
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